Un conejo salió de su casa un día para una cena de tréboles. Pero se olvidó de cerrar la puerta de su casa y, mientras no estaba, una comadreja entró y se instaló calmadamente en la casa. Cuando el conejo regresó, allí estaba la nariz de la comadreja asomando por la puerta del conejo, olfateando el aire fino.
El conejo estaba bastante enojado, para ser un conejo, y le pidió a la comadreja que se mudara. Pero la comadreja estaba perfectamente contenta, bastante conforme con su casa.
Un gato viejo y sabio escuchó la disputa y se ofreció a resolverla.
«Acérquense a mí», dijo el gato, «soy muy sordo. Acerquen sus bocas a mis oídos mientras me cuentan los hechos».
La pareja desprevenida hizo lo que se les dijo y en un instante el gato los tenía a ambos bajo sus garras. Nadie podría negar que la disputa había sido definitivamente resuelta.