Había una vez un perro al que le gustaban mucho los huevos. Visitaba el gallinero muy a menudo y terminò volviéndose tan codicioso que se tragaba los huevos enteros.
Un día el perro deambuló hasta la orilla del mar. Allí vio una ostra. En un abrir y cerrar de ojos, la ostra estaba descansando en el estómago del perro, con concha y todo.
Al perro le dolió mucho, como puedes adivinar.
«He aprendido que todas las cosas redondas no son huevos», dijo gimiendo.