Un granjero caminó por sus campos una fría mañana de invierno. En el suelo yacía una Serpiente, rígida y congelada por el frío. El granjero sabía cuán letal podía ser la serpiente y, sin embargo, la recogió y la metió en su pecho para traerla de vuelta a la vida.
La serpiente pronto revivió y, cuando tuvo suficiente fuerza, mordió al hombre que había sido tan amable con ella. La mordedura fue mortal y el granjero sintió que iba a morir. Al exhalar su último aliento, les dijo a los que estaban alrededor: «Aprended de mi destino a no tener piedad de los canallas».
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