Un puercoespín buscaba un buen hogar. Por fin encontró una pequeña cueva protegida, donde vivía una familia de serpientes. Les pidió que le dejaran compartir la cueva con ellas, y las serpientes accedieron amablemente.
Las serpientes pronto desearon no haberle dado permiso para quedarse. Sus afiladas púas las pinchaban a cada paso, y al final le pidieron cortésmente que se fuera.
«Estoy muy a gusto, gracias», dijo el puercoespín. «Tengo la intención de quedarme aquí». Y con eso, cortésmente acompañó a las serpientes afuera. Para salvar el pellejo, las serpientes tuvieron que buscar otro hogar.