Érase una vez un niño pequeño que tenía mucha sed. Fue a una bomba y bebió ansiosamente el agua que de ella salía. El niño fue muy educado y agradeció a la bomba por el agua. Pero la bomba dijo:
—No soy yo a quien debes agradecer. Solo ayudo a hacer correr el agua.
El niño pequeño sintió curiosidad y preguntó de dónde venía el agua. La bomba le dijo que el agua provenía de un manantial en lo alto de la colina. El niño agradeció al manantial por el agua. Pero el manantial dijo:
—No me des las gracias, necesito la ayuda de la lluvia y el rocío para darte agua.
Entonces el niño agradeció la lluvia y el rocío. Pero ellos dijeron:
—No nos den las gracias, necesitamos que el sol les dé agua.
El niño agradeció al sol por el agua. Pero el sol dijo:
—No me des las gracias, obtuve el agua del océano.
El niño agradeció al océano por el agua. Pero el océano dijo:
—No me des las gracias, agradece al que creó todo, que nos da todas las cosas buenas.
El niño se quitó la gorra y dijo:
—Gracias naturaleza, por el agua y todas las cosas buenas.