La cigarra y la hormiga

Érase una vez, en un campo grande y soleado, una cigarra que daba saltitos comiendo deliciosa hierba verde. Comió y comió hasta que se le llenó la barriga. Entonces, con el corazón contento, se puso a tocar su pequeño violín, llenando el aire de alegre música. El sol calentaba y la cigarra tenía el mejor día de su vida.

Mientras jugaba, pasó una hormiguita que llevaba un gran trozo de maíz en la espalda. La hormiga se esforzaba mucho, sus pequeñas patas se movían rápidamente bajo el peso del maíz.

—Hola amiga —dijo la cigarra—. ¿Por qué no vienes a cantar conmigo?

La hormiga negó con la cabeza.

—No puedo —dijo—, tengo que recoger comida para el invierno.

La cigarra se rio.

—¿Invierno? Pero está soleado y hace calor. Hay tiempo de sobra para preocuparse por el invierno.

Pero la hormiga siguió trabajando, recolectando más comida para los fríos días que se avecinaban.

Pasaron los días y las hojas empezaron a caer. La cigarra observó a la hormiga y se rio.

—Hormiga tonta —se dijo—. El invierno está muy lejos. Deberíamos disfrutar del sol.

Pronto llegó el invierno, con sus vientos fríos y sus mañanas heladas. La cigarra tiritaba de frío y se daba cuenta de que no tenía comida. Tenía mucha hambre y estaba muy triste.

Pensó en la hormiga y en su gran montón de comida. Con esperanza, llamó a la puerta de la hormiga.

—Por favor, amable hormiga —dijo la cigarra—, ¿puedo comer un poco de tu comida? Tengo mucha hambre.

La hormiga miró a la cigarra y le dijo:

—¿Recuerdas cuando me llamaste tonta? Estaba ocupada preparándome para el invierno mientras tú te divertías. Ahora tengo comida suficiente para mi familia, pero no para compartir.

La cigarra agachó la cabeza, avergonzada. Pasó frío y hambre todo el invierno, y se dio cuenta de que había aprendido una lección muy importante: hay un tiempo para trabajar y un tiempo para jugar.”


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