Christopher Robin y Pooh llegan a un lugar encantado, y los dejamos allí

Christopher Robin se iba. Nadie sabía por qué se iba; nadie sabía dónde iba; de hecho, nadie sabía siquiera por qué sabía que Christopher Robin se iba. Pero, de un modo u otro, todos en el bosque sentían que por fin estaba ocurriendo. Incluso El Más Pequeño, un amigo y pariente de Conejo que creía haber visto una vez el pie de Christopher Robin, pero no podía estar seguro porque tal vez era otra cosa, incluso S. de A. se decía a sí mismo que las cosas iban a ser diferentes; y Tarde y Temprano, otros dos amigos y parientes, se decían “¿Y bien, Temprano?” y “¿Y bien, Tarde?” de una manera tan desesperada que realmente no parecía nada bueno esperar la respuesta.

Un día, cuando sintió que no podía esperar más, Conejo redactó un aviso, y esto es lo que decía: 

“Aviso de que una reunión de todos se reunirá en la Casa de la Esquina de Pooh para aprobar una Rissolución Por Orden Mantenerse a la Izquierda Firmado Conejo”.

Tuvo que escribirlo dos o tres veces antes de conseguir que la resolución se pareciera a lo que pensaba cuando empezó a deletrearla, pero cuando por fin la terminó, se la llevó a todo el mundo y se la leyó. Y todos dijeron que irían.

—Bueno —dijo Igor aquella tarde, cuando los vio a todos caminando hacia su casa—, esto es una sorpresa. ¿Me invitan a mí también?

—No te preocupes por Igor —le susurró Conejo a Pooh—, ya se lo he contado todo esta mañana.

Todos le dijeron “Qué tal” a Igor, e Igor dijo que no, que no se dieron cuenta, y entonces se sentaron; y en cuanto estuvieron todos sentados, Conejo se levantó de nuevo.

—Todos sabemos por qué estamos aquí —dijo—, pero le he preguntado a mi amigo Igor…

—Ese soy yo —dijo Igor—. Grandioso.

—Le he pedido que proponga una Resolución —y volvió a sentarse—. Ahora, Igor —dijo.

—No me molestes —dijo Igor, levantándose lentamente.

—No me lo digas ahora —se sacó un papel de detrás de la oreja y lo desdobló—. Nadie sabe nada de esto —continuó—. Es una sorpresa —tosió de una manera importante, y volvió a comenzar—. Lo que sea y etcétera, antes de empezar, o quizás deba decir, antes de terminar, tengo una pieza de poesía que leerles. Hasta ahora, hasta ahora (una palabra larga que significa… bueno, ya verán lo que significa), hasta ahora, como iba diciendo, toda la poesía del bosque ha sido escrita por Pooh, un oso de modales agradables, pero con una falta de cerebro realmente importante. El poema que estoy a punto de leerles fue escrito por Igor, o por mí mismo, en un momento de tranquilidad. Si alguien le quita la puntería a Roo y despierta a Búho, todos podremos disfrutarlo. Yo lo llamo: POEMA.

Era esto.

“Christofer Robin se va.
Al menos eso creo.
¿Dónde irá?
A alguna parte.
Pero se va…
Quiero decir que parte
(Para rimar con “parte”)
¿Nos importará?
(Para rimar con “irá”)
Nos importa
Mucho
(Aún no tengo una rima para ese “creo” de la segunda fila. Caramba)
(Ahora no tengo una rima para Caramba. Caramba)
Esos dos “caramba” tendrán que rimar entre sí.
El hecho es que esto es más difícil de lo que pensaba,
Trataba…
(Muy bien, de hecho)

Debería empezar de nuevo, Pero es más fácil parar. Christopher Robin, adiós, yo (Bien), yo y todos tus amigos te envían… Quiero decir todos tus amigos te envían… (Muy torpe esto, sigue saliendo mal) Bueno, de todos modos, te enviamos nuestro amor. FIN.”

—Si alguien quiere aplaudir —dijo Igor cuando hubo leído esto—, ahora es el momento de hacerlo.

Todos aplaudieron.

—Gracias —dijo Igor—. Inesperado y gratificante, aunque un poco falto de sonrisas. 

—Es mucho mejor que el mío —dijo Pooh con admiración, y realmente pensó que lo era.

—Bueno —explicó Igor modestamente—, estaba destinado a ser.

—La rissolution —dijo Conejo—, es que todos lo firmemos y se lo llevemos a Christofer Robin. 

Así que lo firmaron Pooh, PIGLET, BÚHO, IGO, CONEJO, KANGA, BLOT, SMUDGE,

Y todos se fueron con la rissolution a casa de Christofer Robin. 

—Hola a todos —dijo Christofer Robin—. Hola Pooh.

Todos dijeron “Hola”, y de pronto se sintieron incómodos e infelices, porque era una especie de despedida lo que estaban diciendo, y no querían pensar en ello. Así que se quedaron de pie, esperando a que alguien más hablara, y se dieron codazos unos a otros, diciendo “Adelante”, y poco a poco Igor fue empujado al frente, y los demás se amontonaron detrás de él.

—¿Qué pasa, Igor? —preguntó Christofer Robin. Igor movió la cola de un lado a otro para darse ánimos y empezó:

—Christofer Robin —dijo—, hemos venido a decirte… a darte… se llama… escrito por… pero todos… porque hemos escuchado, quiero decir, todos sabemos… bueno, verás, es… nosotros… tú… bueno, eso, para decirlo lo más brevemente posible, es lo que es —se volvió enojado hacia los demás y dijo—. Todos se amontonan así en este bosque. No hay espacio. No he visto en mi vida un montón de animales más dispersos, y todos en los lugares equivocados. ¿No ven que Christofer Robin quiere estar solo? Me voy.

Y se fue.

Sin saber muy bien por qué, los demás empezaron a alejarse y, cuando Christopher Robin terminó de leer POEMA y levantó la vista para decir “Gracias”, sólo quedaba Pooh.

—Es algo reconfortante —dijo Christofer Robin, doblando el papel y guardándoselo en el bolsillo—. Vamos, Pooh —y se alejó rápidamente.

¿A dónde vamos? —dijo Pooh, corriendo tras él y preguntándose si iba a ser una exploración o un ya sabes qué.

—A ninguna parte —dijo Christofer Robin.

Así que empezaron a ir hacia allí, y después de haber caminado un poco, Christofer Robin dijo:

—¿Qué es lo que más te gusta hacer en el mundo, Pooh?

—Bueno —dijo Pooh—, lo que más me gusta… —y entonces tuvo que detenerse a pensar. Porque, aunque comer miel era algo muy bueno, había un momento justo antes de empezar a comerla que era mejor que cuando lo hacías, pero él no sabía cómo se llamaba. Y luego pensó que estar con Christopher Robin era algo muy bueno, y tener a Piglet cerca era algo muy amistoso; y así, cuando lo hubo pensado todo, dijo:

—Lo que más me gusta hacer en el mundo entero, es que Piglet y yo vayamos a verte, y que tú digas “¿qué tal si hacemos algo?”; y que yo responda “Bueno, a mi no me importaría hacer algo, ¿a ti, Piglet?”, y que afuera sea un día húmedo y que canten los pájaros.

—A mi también me gusta eso —dijo Christofer Robin—, pero lo que más me gusta hacer, es nada.

—¿Cómo haces nada? —preguntó Pooh, después de preguntárselo por largo rato.

—Bueno, es cuando la gente te grita justo cuando vas a hacerlo, “¿Qué vas a hacer, Christopher Robin?”, y tú dices, “Oh, nada”, y entonces vas y lo haces.

—Ya veo —dijo Pooh.

—Esto que estamos haciendo ahora es algo así como nada.

—Ya veo — dijo Pooh otra vez.

—Significa simplemente seguir adelante, escuchar todas las cosas que no puedes oír, y no molestar.

—¡Oh! —dijo Pooh.

Siguieron caminando, pensando en esto y aquello, y al poco rato llegaron a un lugar encantado en la cima del bosque, llamado Vuelta de los Galeones, que tiene sesenta y tantos árboles en círculo; y Christopher Robin sabía que estaba encantado porque nadie había sido capaz de contar si tenía sesenta y tres o sesenta y cuatro, ni siquiera atando un trozo de cuerda alrededor de cada árbol después de haberlo contado. Al estar encantado, su suelo no era como el del bosque, con zarzas, helechos y cardos, sino hierba tupida, tranquila, lisa y verde. Era el único lugar del bosque donde uno podía sentarse despreocupadamente, sin levantarse casi de inmediato y buscar otro sitio. Sentados allí podían ver el mundo entero extenderse hasta alcanzar el cielo, y todo lo que había en el mundo estaba con ellos en Vuelta de los Galeones.

De repente, Christopher Robin empezó a contarle a Pooh algunas cosas: Personas llamadas reyes y reinas y algo llamado factores; un lugar llamado Europa, una isla en medio del mar donde no llegaban barcos; cómo se hace una bomba de succión (si quieres), cuándo los caballeros eran nombrados caballeros y qué viene de Brasil.

Y Pooh, con la espalda apoyada en uno de los sesenta y tantos árboles y las patas plegadas delante de él, dijo “¡Oh!” y “no lo sabía”, y pensó en lo maravilloso que sería tener un cerebro real que pudiera contarte cosas. Y Christopher Robin llegó al final de las cosas, y se quedó en silencio, y se sentó allí mirando al mundo, y deseando que no se detuviera.

Pero Pooh también estaba pensando, y dijo de repente a Christopher Robin:

—¿Es una cosa grandiosa estar en un atardecer, lo que dijiste?

—¿Un qué? —dijo Christofer Robin perezosamente, mientras escuchaba otra cosa.

—Sobre un caballo —explicó Pooh.

—¿Un caballero?

—Ah, ¿era eso? —dijo Pooh—. Pensé que era un… ¿es tan grandioso como un rey, factores y todas las otras cosas que dijiste?

—Bueno, no es tan grandioso como un rey —dijo Christofer Robin, y luego, como Pooh parecía decepcionado, añadió rápidamente—, pero es más grandioso que factores.

—¿Podría serlo un oso?

—¡Claro que podría! —dijo Christofer Robin.

—Yo te haré uno —y tomó un palo, tocó a Pooh en el hombro y dijo—. Levántate, Sir oso Pooh, el más fiel de todos mis caballeros.

Así que Pooh se levantó, se volvió a sentar y dijo:

—Gracias.

Que es lo que hay que decir cuando te han nombrado Caballero. Y volvió a irse a un sueño en el que él, Sir Bumba, Sir Brasil y Factores vivían juntos con un caballo y eran fieles Caballeros (todos menos Factores, que cuidaba del caballo) del buen rey Christopher Robin… y de vez en cuando sacudía la cabeza y se decía: “No lo estoy entendiendo bien”. Entonces se puso a pensar en todas las cosas que Christopher Robin querría contarle cuando volviera de dondequiera que fuera, y en lo enredoso que sería para un oso de muy poco cerebro tratar de entenderlas bien en su mente.

—Así que, tal vez —se dijo tristemente—, Christofer Robin ya no me contará nada más —y se preguntó si ser un caballero fiel significaba que uno seguía siendo fiel sin que nadie le contara nada.

Entonces, de repente otra vez, Christopher Robin, que seguía mirando al mundo, con la barbilla entre las manos, gritó:

—¡Pooh!

—¿Sí? —dijo Pooh.

—Cuando yo sea… cuando… ¡Pooh!

—¿Si, Christofer Robin?

—No voy a hacer nada nunca más.

—¿Nunca más?

—Bueno, no tanto. No te dejan.

Pooh esperó a que continuara, pero volvió a quedarse callado.

—¿Si, Christofer Robin? —dijo Pooh servicialmente.

—Pooh, cuando yo… ya sabes… cuando no esté haciendo nada, ¿podrías subir aquí de vez en cuando?

—¿Sólo yo?

—Si, Pooh.

—¿Estarás aquí también?

—Si, Pooh, estaré, de verdad. Te prometo que estaré, Pooh.

—Eso está bien —dijo Pooh.

—Pooh, prométeme que no te olvidarás de mí, nunca. Ni siquiera cuando tenga cien años.

Pooh pensó un poco

—¿Cuántos años tendré yo entonces?

—Noventa y nueve.

Pooh asintió.

—Lo prometo —dijo.

Todavía con los ojos en el mundo, Christopher Robin extendió una mano y palpó la pata de Pooh.

—Pooh —dijo Christofer Robin con seriedad—, si yo… si yo no soy del todo… —se detuvo y volvió a intentarlo—. Pooh, pase lo que pase, tú lo entenderás, ¿verdad?

—¿Entender qué?

—Nada —se rió y se puso de pie de un salto—¡Vamos!

—¿Dónde? —dijo Pooh.

—A donde sea —dijo Christofer Robin.

Y se fueron juntos. Pero vayan donde vayan, y les pase lo que les pase por el camino, en ese lugar encantado en lo alto del bosque, un niño y su oso siempre estarán jugando.


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