Érase una vez el Hermanito Conejo, que vivía en el bosque, sobrio y trabajador; y cerca de él vivía un gran Oso pardo.
En aquellos tiempos, el pequeño Hermano Conejo nunca molestó a sus vecinos, ni se entrometió en sus quehaceres domésticos, ni les gastó bromas como ahora. En otoño recogía bellotas, nueces de cerdo y tabaco de conejo. En las mañanas heladas salía con el Hermano Zorro para ir a la granja, y mientras el Hermano Zorro cuidaba de las gallinas, el Hermano Conejo recogía coles, nabos, zanahorias y chirivías para su bodega. Cuando llegaba el invierno, no dejaba de compartir su provisión con un ratón de campo errante o una ardilla listada viajera.
En aquellos tiempos, el viejo Oso no se contentaba con hacer sus necesidades, dormitar al sol, recoger miel silvestre en verano y buscar ratones de campo en invierno. Era muy travieso y siempre estaba gastando bromas. De todos los animales del bosque, al que más le gustaba molestar era al sobrio Hermano Conejo.
En cuanto el Hermano Conejo se mudaba a un nuevo tronco y llenaba sus cubos de verdura y su despensa de ensalada, llegaba el viejo Oso y se llevaba todas sus provisiones.
Tan pronto como el Hermano Conejo llenó su casa de hojas secas y calientes para hacer una cama, espeluznante, espeluznante, reptante, llegó el viejo Oso, y trató de meterse en la cama también, y por supuesto era demasiado grande.
Finalmente, el Hermano Conejo no pudo soportarlo más y fue a pedir consejo a todos sus amigos del bosque.
Al primero que encontró fue al Hermano Rana, sentado a la orilla del estanque y metiendo los pies en el fresco y agradable barro.
—¿Qué hago, Hermano Rana? —preguntó el Hermano Conejo—. El Hermano Oso no me deja en paz.
—Preguntémosle al Hermano Ardilla —dijo el Hermano Rana.
Así que los dos fueron a ver al Hermano Ardilla, que estaba cascando nueces en el nogal.
—¿Qué haremos, Hermano Ardilla? —preguntó el Hermano Rana—; el Hermano Oso no deja en paz al Hermano Conejo.
—Preguntémosle al Hermano Topo —dijo el Hermano Ardilla, dejando caer sus nueces.
Así que los tres fueron a ver al Hermano Topo que estaba cavando el sótano para una nueva casa, y dijeron:
—¿Qué haremos, Hermano Topo? El Hermano Oso no deja en paz al Hermano Conejo.
—Preguntémosle al Hermano Zorro —dijo el Hermano Topo.
Así que el Hermano Topo, el Hermano Ardilla, el Hermano Rana y el Hermano Conejo fueron a ver al Hermano Zorro que estaba peinando su maleza detrás de un arbusto, y le dijeron:
—¿Qué haremos, Hermano Zorro? El Hermano Oso no deja en paz al Hermano Conejo.
—Vamos a buscar al Hermano Oso —dijo el Hermano Zorro.
Así que todos se fueron con el Hermanito Conejo, y buscaron y buscaron al viejo Oso, pero no pudieron encontrarlo. Cazaron y cazaron un poco más, y se asomaron a un árbol hueco. Allí yacía el viejo Oso, profundamente dormido.
—Shh —dijo el Hermano Zorro
Luego le susurró al Hermano Rana:
—Trae un poco de barro —y le susurró al Hermano Ardilla:
—Trae algunas hojas —y al hermano Topo le susurró:
—Trae un poco de tierra, hermanito —y al Hermano Conejo le dijo:
—Prepárate para hacer lo que yo te diga.
Así que el Hermano Rana trajo barro, el Hermano Ardilla trajo hojas, el Hermano Topo trajo tierra y el Hermano Conejo se preparó.
Entonces el Hermano Zorro le dijo al Hermano Conejo:
—Tapona los extremos del tronco del Hermano Oso.
Así que el Hermano Conejo tomó el barro, las hojas y la tierra, y tapó los extremos del tronco. Luego martilló fuerte con sus dos patas traseras, que son buenas para martillar. Y todos se fueron a casa, pues pensaban que el viejo Oso nunca, nunca saldría del tronco.
Pues bien, el viejo Oso durmió y durmió, pero al cabo de un rato se despertó y abrió un ojo. No vio la luz del sol, así que pensó que todavía era de noche, y se volvió a dormir.
Al cabo de un rato volvió a despertarse, pero oyó que fuera llovía y caía aguanieve, y dentro hacía mucho calor y estaba muy seco.
—¡Qué noche tan larga! —dijo el viejo Oso, y acurrucando las patas, se durmió otra vez.
Esta vez sólo durmió y durmió, hasta que empezó a hacer mucho calor dentro del tronco y oyó en sueños los pasos de los pájaros de fuera.
Entonces se despertó, se estiró y se sacudió. Se frotó los ojos con las patas, se quitó el barro, las hojas y la suciedad, y salió.
¿Pero no estaba sorprendido?
Había sido una noche helada cuando se había ido a dormir, y ahora el bosque estaba verde. El viejo Oso había dormido todo el invierno.
—Ha sido un sueño muy largo —dijo el Oso cuando se dirigía a casa del Hermano Conejo para ver si tenía algo bueno para desayunar—. Volveré a dormir el próximo otoño.
Así, todos los veranos, el viejo Oso gasta bromas al pequeño Hermano Conejo, pero cuando llega el otoño, se escabulle a un lugar cálido y oscuro para dormir hasta la primavera.
Y así lo han hecho desde entonces sus nietos y sus bisnietos.
