La abeja y la niña

Érase una vez en un hermoso jardín lleno de coloridas flores, donde vivía una curiosa niña llamada Lucy. Un día soleado, miró una abeja que zumbaba, volando de flor en flor. La abeja parecía estar trabajando muy duro, recolectando néctar durante todo el día sin descanso.

Lucy se preguntó por qué la abeja estaría tan ocupada, así que decidió preguntarle:

—Abeja bonita, ¿puedes decirme por qué vuelas de flor en flor todo el día, recolectando néctar sin detenerte a jugar?

La abeja, encantada por la curiosidad de la niña, decidió compartir su sabiduría con ella:

—Pequeña, te diré por qué visito cada flor de cerca. Que mi historia te sirva de guía, mientras creces y aprendes. Verás, las flores de verano no durarán mucho; llegará el invierno y desaparecerán. Los días más soleados se desvanecerán e incluso el sol más brillante debe ponerse algún día.

Lucy escuchó atentamente las palabras de la abeja y asintió pensativa:

—Entonces, ¿dices que debería disfrutar de la belleza que me rodea mientras dure?

—Si, pequeña —respondió la abeja—. Y hay mucho más que aprender. Deja que tu juventud se llene de semillas: de conocimiento, amor y buenas acciones. Cuando se acerque el invierno, encontrarás tu cosecha rica y clara.

La niña reflexionó sobre el consejo de la abeja, comprendiendo que su infancia era como las flores de verano, y que debía aprovechar ese tiempo para aprender y crecer. Cuando creciera, como la llegada del invierno, llevaría consigo las lecciones y recuerdos de su juventud.

Y así, Lucy siguió bailando por el jardín, apreciando cada momento y cada flor. Con el paso de los días, aprendió del mundo que la rodeaba y plantó semillas de bondad, conocimiento y amor. Cuando se hizo mayor, su corazón floreció con la sabiduría que la abeja le había compartido, y recogió una abundante cosecha de alegría y calidez que duró toda su vida.


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