—Tío Wiggily, ¿te importaría traerme un poco de pegamento cuando vuelvas esta tarde de tu paseo? —preguntó la Nana Jane Fuzzy Wuzzy, la señora rata almizclera, el ama de llaves, al ver salir un día al señor conejo de su cabaña de troncos huecos.
—¿Pegamento? —preguntó el Tío Wiggily, curioso—. Espero que no lo pongas en mi silla, para que cuando me siente me quede pegado y no pueda volver a levantarme.
—¡Oh, no! —rio la Srta. Fuzzy Wuzzy—. Aunque si sigues saliendo tan a menudo como lo haces, necesitaré un poco de papel pegajoso para moscas, o algo así, para que te quedes en casa.
—Tengo que irme a vivir aventuras de vez en cuando —dijo el tío conejo, sonriendo de tal manera que su nariz centelleaba como un rayo de luna en el agua—. Pero traeré el pegamento, Nana Jane. ¿Qué es lo que quieres pegar?
—Una taza de té rota —respondió la señorita rata almizclera—. Golpeé la taza del desayuno contra la mesa y se rompió. Pero puedo pegar los trozos con pegamento y quedará casi como nueva.
—¡Bien! —dijo el Tío Wiggily—. ¡Así se hace! —y salió a buscar el pegamento atravesando el campo y el bosque.
Encontró un poco en la juguetería del doctor de muñecas, donde el juguetero lo utilizaba para unir todos los juguetes que los niños y niñas animales rompían.
—Es justo el pegamento para la taza de la Nana Jane —dijo el doctor de muñecas—. Lo arregla todo.
—Eso es lo que queremos —dijo el Tío Wiggily.
Pues bien, el viejo señor conejo seguía su camino, esperando encontrarse con alguna aventura antes de llegar a su cabaña de troncos huecos, cuando, de pronto, oyó una especie de cacareo y un cloqueo, y luego una voz triste dijo:
—¡Oh, caramba, podría haber sabido que pasaría! Nunca debería haberte dejado sentarte encima de la pared, Humpty. ¡Ahora mira lo que has hecho! Oh, ¿qué dirá mi madre?
—¡Ja! Suena como Charly Pollo, el gallito —dijo el Tío Wiggily—. Me pregunto qué le habrá pasado, y quién será Humpty. Supongo que iré a ver.
El tío conejito avanzó un poco más y, al llegar a un muro de piedra, vio, a un lado del mismo, a Charlie Pollo; y las plumas de la cola del gallito estaban todas apretadas hacia los lados y torcidas, como si, en efecto, estuviera en un gran apuro.
—¡Caramba, Charlie! —dijo el Tío Wiggily—. ¿Qué sucede? ¿Se ha perdido tu hermana Arabella?
—Oh, no, Tío Wiggily —respondió Charlie—. Pero tenía a Humpty Dumpty conmigo, y se sentó encima de la pared, igual que cuando estaba fuera con Mamá Oca. Pero se cayó y ahora está roto, y, ¡oh, querido! Me temo que nunca volverá a ser el mismo.

—¡Oh, cielos! ¿Qué es todo esto? —preguntó el Tío Wiggily—. Nunca oí hablar de Humpty Dumpty, ni de su caída del muro. ¿Y por qué no puede volver a ser él mismo? Si es algo lo que está roto, yo puedo arreglarlo, pues tengo pegamento para arreglar la taza rota de la Nana Jane, y puedo arreglar a Humpty Dumpty.
—Oh, es muy amable de tu parte, seguro —dijo Charly cortésmente—, pero no se puede hacer. Verás, Humpty Dumpty es un huevo. Mi madre, la señora Cocorocó, me envió para que se lo llevara a la señora Temblorosa, la señora pata. Pero por el camino paré aquí a descansar y dejé que Humpty se sentara en la pared.
—Bueno, entonces, ¿qué pasa? —preguntó el Tío Wiggily, cuando Charly se detuvo para cantar un poco y batir las alas.
—Sucedió tal como se cuenta en el libro de Mamá Oca —continuó Charlie—. Así iba:
“Humpty Dumpty en el muro se sentó,
Humpty Dumpty de pronto cayó.
Ni los caballos ni los hombres del rey,
Pudieron recomponer a Humpty otra vez”.
—¿Por qué no pueden recomponerlo? —preguntó el Tío Wiggily—. ¿Dónde está Humpty? Déjame que le eche un vistazo. Si sólo tiene la cáscara rota, puedo arreglarlo con pegamento. ¿Dónde está?
—Al otro lado del muro de piedra —respondió Charlie—. Se cayó y rodó hacia atrás, y ya debe estar hecho pedazos.
—Esperemos lo mejor —dijo el señor conejo—. Puede que sólo esté agrietado, como Humpty Dumpty, y si el pegamento que tengo para la Nana Jane arregla una taza agrietada, también arreglará un huevo agrietado. Debo echar un vistazo.
A lo alto del muro saltó el señor conejo. Luego bajó de un salto al otro lado. Miró a su alrededor buscando a Humpty Dumpty.
El Tío Wiggily vio unas cáscaras de huevo rotas. Luego miró un poco más y se frotó los ojos.
—Esto es raro —dijo—. Si el huevo se hubiera roto, lo blanco y amarillo de su interior deberían haber caído al suelo. Pero no veo nada. Debe haber sido un huevo hueco.
Justo entonces el señor caballero oyó:
—¡Pip! ¡Pip! ¡Pipity-pip-chip-chip!
—¡Válgame Dios, vivo y un poco de budín de harina de maíz! —exclamó el tío conejo—. ¿Quién es ese?
—Soy yo, Humpty Dumpty —fue la respuesta, y de debajo de un arbusto salió corriendo un lindo pollito esponjoso y peludo.
—¿Tú eres Humpty Dumpty? —dijo el Tío Wiggily.
—Por supuesto —pio el pollito—. Estuve dentro de la cáscara de huevo todo el tiempo. Y cuando Charlie me puso en la pared, rodé, rompí la cáscara y aquí estoy. ¡He salido! Claro que no es como en el libro —dijo el pollito bebé—, pero es mejor. Porque, aunque me senté en la pared y tuve una gran caída, no necesito todos los caballos del rey ni todos los hombres del rey para recomponer a Humpty.
—No, y no necesitas nada de mi pegamento —dijo el Tío Wiggily, riendo—. Es inútil remendar una cáscara de huevo rota de la que ha salido un pollito. ¡Oh, Charlie! Vuela por encima del muro. No pasa nada. Humpty está aquí, sólo que es diferente a lo que pensabas encontrar. Aquí está; un nuevo hermanito pollito para ti.
¿Y no se sorprendió Charlie? Supongo que sí. Pero él quería mucho a Humpty Dumpty y Humpty lo quería a él. Así que esta vez, una vez más, todo salió bien, tal y como Mamá Oca quería.