El Maíz Mágico

Érase una vez una muchacha campesina.

Vivía en una pequeña parcela cerca al Río Ranchería junto a su madre, su padre, sus cuatro hermanos mayores y sus cuatro hermanas menores.

Cada mañana caminaba, detrás de su padre, a los cultivos de maíz. Esos plantíos eran de renombre en la vereda porque cada planta de maíz sacaba veinte mazorcas.

Al regresar a casa la pequeña campesina, curiosa, le preguntaba y preguntaba a su madre sobre la magia de crecer tantas mazorcas. Ella la miraba con ternura y cruzaba miradas con el padre, quien asentía con gesto de orgullo.

Para impulsarla, la madre le enseñó cada una de las veinte formas que su familia empleaba para producir las veinte unidades. Luego la joven campesina sembraba y en efecto veinte mazorcas por planta cosechaba.

Los años pasaron, la muchacha se convirtió en adulta, se enamoró y formó su propio hogar. De su unión con hombre nacieron dos mujeres y un hombre, siendo el niño el de mitad de edad entre sus hermanas.

El pequeño, curioso cómo su madre, veía también con insistencia la magia de las mazorcas. Después de los años se seguían sacando veinte mazorcas por planta; en raros casos diecinueve.

Pero, a diferencia de la muchacha campesina, el niño no gustaba de entrar a los plantíos. En cambio, prefería leer y leer sobre “las formas de producir más unidades de maíz por planta” en lo que ya se conocía cómo la internet, a la cual tenía acceso gracias al teléfono celular de uso familiar.

En sus búsquedas conoció las formas para producir veintidós mazorcas por planta; treinta mazorcas; cuarenta mazorcas…muchas más unidades que las que se producían en la parcela de su familia.

Un día, saciado de la lectura, se acercó a su madre y le dijo que no sembrara, porque él sembraría maíz y le mostraría que sacaría más de veinte mazorcas por planta.

La madre aceptó la petición de su hijo y le apartó un pedazo de la parcela para que sembrara también maíz.

Después de sembrado el maíz el hijo volvió a la lectura de las formas para producir más unidades de maíz por planta y no regresó a los plantíos.

Su madre le llamaba para que hiciesen las labores y tuvieran buenos resultados, pero el hijo respondía que seguiría leyendo, pues él ya sabía más de maíz que la familia y no necesitaba de las formas que sólo podrían hacer veinte mazorcas y no más.

Así pasaron las semanas y llegó el tiempo de la cosecha.

En la parte que había sembrado la madre en efecto se sacaron de diecinueve a veinte mazorcas por planta, y en la parte que había sembrado el hijo las plantas solo dieron de una a dos mazorcas, con mala calidad del grano.

Decepcionado, el hijo se acercó a su madre y le pidió perdón por su terquedad. La matrona campesina lo abrazó y besó su frente.

Luego de ayudar en el desgrane y molienda de maíz, el hijo le preguntó a su madre si le enseñaría las formas de la magia de las veinte mazorcas por planta. A lo que la mujer le respondió: “Hay cosas que sólo se aprenden con las experiencias. «Iremos a los plantíos y te
enseñaré».

El muchacho campesino quedó así muy contento. La familia continuó trasmitiendo la tradición de las formas del maíz mágico, y comieron bollos felices.

Fin.


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