Sueño de una noche de verano

Hermia y Lisandro estaban enamorados, pero el padre de Hermia quería que se casara con otro hombre, llamado Demetrio. En Atenas, donde vivían, había una ley cruel que permitía ejecutar a cualquier muchacha que se negara a casarse según los deseos de su padre. El padre de Hermia estaba tan enfadado con ella por rehusarse a hacer lo que el quería, que la llevó ante el Duque de Atenas para preguntarle si podía condenarla a muerte si se negaba a obedecerle. El duque le dio cuatro días para pensarlo y, si al cabo de ese tiempo seguía negándose a casarse con Demetrio, tendría que morir.

Lisandro estaba casi enloquecido de pena, y pensó que lo mejor era que Hermia huyera a casa de su tía, a un lugar fuera del alcance de esa cruel ley, y allí se acercaría y se casaría con ella. Pero antes de partir, le dijo a su amiga Helena lo que iba a hacer.

Helena había sido novia de Demetrio mucho antes de que éste pensara en casarse con Hermia y, como era muy tonta —como todas las personas celosas—, no podía ver que no era culpa de Hermia que Demetrio quisiera casarse con ella en vez de con su propia novia. Sabía que, si le decía a Demetrio que Hermia se iba al bosque de las afueras de Atenas, él la seguiría.

—Y yo puedo seguirlo, y al menos lo veré —se dijo. Así que fue a verlo y le reveló el secreto de su amiga.

El bosque donde Lisandro iba a encontrarse con Hermia, y donde los otros dos habían decidido seguirlos, estaba lleno de hadas, como la mayoría de los bosques (si tan sólo tuvieras ojos para verlas), y en este bosque, esa noche estaban el rey y la reina de las hadas, Oberón y Titania. Ahora bien, las hadas son personas muy sabias, pero de vez en cuando pueden ser tan tontas como los mortales. Oberón y Titania, que habían sido tan felices como largos eran los días, habían malgastado toda su alegría en una tonta disputa. Se habían dicho cosas desagradables y se habían regañado tan terriblemente que todas sus pequeñas hadas seguidoras, por miedo, se habían metido en sombreros de bellota para esconderse.

Así, en lugar de celebrar una alegre fiesta y bailar toda la noche a la luz de la luna como hacen las hadas, el rey vagaba con sus ayudantes por una parte del bosque, mientras la reina permanecía con los suyos en otra. Y la causa de todos estos problemas era un niñito indio a quien Titania había considerado uno de sus seguidores. Oberón quería que el niño le siguiera y se convirtiera en uno de sus caballeros de las hadas; pero la reina no quería renunciar a él.

Esa noche, el rey y la reina de las hadas se reunieron en un claro cubierto de musgo e iluminado por la luna.

—Por desafortunadas circunstancias nos encontramos a la luz de la luna, orgullosa Tatiana —dijo el rey.

—¿Qué, celoso Oberón? —respondió la reina—. Lo arruinas todo con tus peleas. Vamos, hadas, vámonos. Ya no soy amiga suya.

—Depende de ti hacer las paces —dijo el rey—. Entrégame a ese indiecito y volveré a ser tu humilde servidor y adorador.

—Olvídalo. Ni con todo tu dinero podrás comprarme a ese niño. Vamos, hadas —dijo la reina y se alejó.

—Bueno, váyanse —dijo Oberón—. Pero me vengaré de ti antes de que abandones el bosque.

Entonces Oberón llamó a su hada favorita, Puck, el espíritu de las travesuras. Puck se colaba en las granjas lecheras y se llevaba la crema, se metía en la mantequera para que no se pudiera hacer la mantequilla, agriaba la cerveza, guiaba a la gente por el camino equivocado en noches oscuras y se reía de ellos, les volcaba los bancos cuando se sentaban y les lanzaba la cerveza por la barbilla cuando iban a beber.

—Ahora —dijo Oberón a esta pequeña hada—, tráeme la flor llamada “Amor en el olvido”. Cuando el jugo de esa pequeña flor púrpura yace sobre los ojos dormidos, hace que, al despertar, amen lo primero que miren. Pondré algo de ese jugo en los ojos de mi Tatiana, y cuando despierte amará lo primero que vea, ya sea un león, un oso, un lobo, un toro, un mono entrometido o un mono atareado.

Mientras Puck estaba fuera, Demetrio caminaba por el claro seguido de la pobre Helena, que le decía cuánto lo amaba y le recordaba todas sus promesas; y él le decía que no podía amarla y que sus promesas no valían nada. Oberón se apiadó de la pobre Helena, y cuando Puck regresó con la flor, le ordenó que siguiera a Demetrio y le pusiera un poco del jugo en los ojos para que amara a Helena tanto como ella lo amaba a él cuando despertara y la viera. Así que Puck siguió su camino y vagando por el bosque no encontró a Demetrio sino a Lisandro, en cuyos ojos puso el jugo; pero cuando Lisandro despertó, no vio a su propia Hermia sino a Helena, que caminaba por el bosque buscando al cruel Demetrio; y en cuanto la vio, la amó y dejó a Hermia, bajo el hechizo de la flor púrpura.

Cuando Hermia despertó, Lisandro se había ido y ella vagó por el bosque para encontrarlo. Puck regresó y le contó a Oberón lo que había hecho, y Oberón pronto descubrió que se había equivocado, y fue en busca de Demetrio; tras encontrarlo, le puso un poco del jugo en los ojos. Y lo primero que vio Demetrio al despertar fue también a Helena. Así que ahora Demetrio y Lisandro la siguieron por el bosque, y a Hermia le tocó seguir a su amante desesperada, como antes había hecho Helena. Helena y Hermia discutieron, y Demetrio y Lisandro se pelearon. Oberón lamentó mucho que su amable plan de ayudar a estos amantes saliera tan mal. Así que le dijo a Puck:

—Estos dos jóvenes van a luchar. Debes cubrir la noche con una niebla para que se pierdan tanto que nunca se encuentren. Cuando estén cansados, se quedarán dormidos. Entonces deja que esta otra hierba caiga sobre los ojos de Lisandro. Eso le devolverá su antigua vista y su antiguo amor. Entonces cada hombre tendrá a la dama que lo ama, y todos pensarán que esto sólo ha sido el sueño de una noche de verano. Cuando esto esté hecho, todo estará bien para ellos.

Entonces Puck fue e hizo todo lo que se le había ordenado, y cuando ambos se durmieron sin encontrarse, Puck vertió el jugo en los ojos de Lisandro y dijo:

—Cuando despiertes, verás verdadero deleite en tu mirada al contemplar a Hermia; y así todo irá bien.

Mientras tanto, Oberón encontró a Titania durmiendo en una orilla donde crecían tomillo silvestre, violetas y rosas mosqueta. Allí Titania dormía siempre una parte de la noche, envuelta en la piel de una serpiente. Oberón se inclinó sobre ella y le puso el jugo en los ojos, diciendo:

—Lo que veas cuando despiertes, es amor verdadero.

Sucedió que cuando Titania despertó, lo primero que vio fue a un payaso tonto de un grupo de actores que había entrado al bosque a ensayar su obra. Este payaso se había encontrado con Puck, que le había puesto una cabeza de asno sobre los hombros, de modo que parecía crecer allí. Tan pronto como se despertó y vio a este terrible monstruo, Titania dijo:

 —¿Qué ángel es éste? ¿Eres tan sabio como hermoso?

—Soy lo bastante sabio como para encontrar la salida de este bosque, y eso me basta —dijo el payaso tonto.

—No desees salir del bosque —dijo Titania. El jugo de amor funcionó bien, y el payaso le pareció la criatura más hermosa y dulce de toda la tierra —. Te amo. Ven conmigo, y te daré hadas para que te atiendan —continuó.

Entonces llamó a cuatro hadas, cuyos nombres eran Flor de Guisante, Telaraña, Polilla y Semilla de Mostaza.

—Deben servir a este caballero —dijo la reina —. Aliméntenlo con albaricoques y bayas, uvas moradas, higos verdes y moras. Roben para él sacos de miel a los abejorros, y con las alas de las mariposas pintadas abaniquen los rayos de luna de sus ojos adormecidos.

—Yo lo haré —dijo una de las hadas; y las demás la siguieron y dijeron:

 —Nosotras lo haremos.

—Ahora siéntate conmigo —dijo la reina al payaso—, y deja que acaricie tus hermosas mejillas, ponga rosa mosqueta en tu suave y liso cabello y bese tus adorables y grandes orejas, mi dulce alegría.

—¿Dónde está Flor de Guisante? —preguntó el payaso con la cabeza de asno. No le importaba mucho el afecto de la reina, pero estaba muy orgulloso de que las hadas le sirvieran.

—¿Si? —dijo Flor de Guisante.

—Rasca mi cabeza, Flor de Guisante —dijo el payaso—. ¿Dónde está Telaraña?

—¿Sí? —dijo Telaraña?

—Mata por mí —dijo el payaso—, el abejorro rojo que está en lo alto de aquel cardo y tráeme el saco de miel. ¿Dónde está Semilla de Mostaza?

—¿Sí? —dijo Semilla de Mostaza.

—Oh, no quiero nada —dijo el payaso—. Ayuda a Flor de Guisante a rascar. Tengo que ir a la peluquería, porque me parece que mi barba está maravillosamente peluda.

—¿Quieres algo para comer? —preguntó la reina.

—Me gustaría un poco de avena seca —dijo el payaso; pues su cabeza de asno le hacía añorar la comida de burro—, y un poco de heno.

—Algunas de mis hadas pueden traerte nueces de la casa de la ardilla —dijo la reina.

—Prefiero un puñado de buenos guisantes secos —dijo el payaso—. Pero por favor, que nadie me moleste; me voy a dormir.

—Entonces —dijo la reina— te acunaré en mis brazos.

Y así fue como, cuando Oberón llegó, encontró a su bella reina abrazada a un payaso con cabeza de asno.

Antes de liberarla del encantamiento, la convenció para que le entregara al indiecito que tanto había deseado. Pero entonces se apiadó de ella y vertió un poco de jugo de la flor mágica en sus preciosos ojos; y en un instante, ella vio al payaso con cabeza de burro a quien había amado, y supo lo tonta que había sido.

Oberón le quitó la cabeza de burro al payaso y le dejó acabar su sueño con su propia cabeza de tonto tendida sobre el tomillo y las violetas.

Así todo volvió a estar en orden. Oberón y Titania se amaron más que nunca. Demetrio no pensaba en nadie más que en Helena, y Helena nunca había pensado en nadie más que en Demetrio.

En cuanto a Hermia y Lisandro, formaban una gran pareja de enamorados.

Los cuatro amantes mortales regresaron a Atenas y se casaron; y el rey y la reina de las hadas siguen viviendo juntos y felices en el mismo bosque hasta el día de hoy.


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