Un día cuando Oso Pooh no tenía nada más que hacer, pensó que podría hacer algo, así que fue a la casa de Piglet para ver lo que estaba haciendo. Todavía estaba nevando mientras avanzaba por el camino del bosque blanco, y esperaba encontrar a Piglet calentándose los dedos de los pies frente al fuego, pero para su sorpresa, vio que la puerta estaba abierta, y cuanto más miraba dentro, más Piglet no estaba allí.
—Está fuera —dijo Pooh tristemente—. Eso es lo que es. No está dentro. Tendré que hacer yo solo un rápido Paseo de los Pensamientos. ¡Maldición!
Pero primero pensó en llamar a la puerta muy fuerte sólo para asegurarse… y mientras esperaba que Piglet respondiera, se puso a dar saltitos para entrar en calor, y de repente le vino a la cabeza un zumbido que le parecía un buen zumbido, como el que se tararea esperando a los demás.
Cuanto más nieva
(Tiddely pom),
Cuanto más se va
(Tiddely pom),
Cuanto más se va
(Tiddely pom),
En la nieve.
Y nadie sabe
(Tiddely pom),
Lo fríos que están mis dedos
(Tiddely pom),
Qué fríos mis dedos
(Tiddely pom),
Están creciendo.
—Entonces lo que haré —dijo Pooh—, será lo siguiente. Primero iré a casa a ver qué hora es, tal vez me ponga una bufanda al cuello, y luego iré a ver a Igor y se la cantaré.
Se apresuró a volver a su casa; y su mente estaba tan ocupada en el camino con el zumbido que se estaba preparando para Igor, cuando de repente vio a Piglet sentado en su mejor sillón; y sólo pudo quedarse de pie frotándose la cabeza y preguntándose en qué casa estaba.
—Hola Piglet —dijo—¸ creí que habías salido.
—No —dijo Piglet—, eres tú quien estaba fuera, Pooh.
—Así fue —dijo Pooh—, sabía que uno de los dos estaba.
Miró su reloj, que se había parado a las once menos cinco hacía algunas semanas.
—Casi las once —dijo Pooh con felicidad.
—Llegas justo a tiempo para un poco de algo —y metió la cabeza en el armario—. Y luego saldremos, Piglet, y le cantaremos mi canción a Igor.
—¿Qué canción, Pooh?
—La que le cantaremos a Igor —explicó Pooh.
El reloj seguía diciendo once menos cinco cuando, media hora más tarde, Pooh y Piglet se pusieron en camino. El viento había amainado, y la nieve, cansada de correr en círculos tratando de ponerse al día, bajaba ahora revoloteando suavemente hasta encontrar un lugar en el que posarse; a veces el lugar era la nariz de Pooh y otras veces no, y al poco rato Piglet llevaba una bufanda blanca alrededor del cuello y se sentía más nevado detrás de las orejas de lo que se había sentido jamás.
—Pooh —dijo al fin y un poco tímidamente, porque no quería que Pooh pensara que se estaba rindiendo—, me estaba preguntando. ¿Qué te parecería si nos fuéramos a casa ahora y practicáramos tu canción, y luego se la cantáramos a Igor mañana, o al día siguiente, cuando lo veamos?
—Es una buena idea, Piglet —dijo Pooh—. La practicaremos sobre la marcha. Pero no sirve de nada ir a casa a practicarla, porque es una canción especial para exteriores que hay que cantar en la nieve.
—¿Estás seguro? —preguntó Piglet ansioso.
—Pues ya lo verás cuando la escuches, Piglet. Porque así es como empieza. Cuanto más nieva, tiddely pom…
—¿Tiddely qué? —dijo Piglet
—Pom —dijo Pooh—. Lo puse para que fuera más suave. Cuanto más se va, tiddely pom, cuanto más…
—¿No decías nieve?
—Si, pero eso era antes.
—¿Antes del tiddely pom?
—Era un tiddely pom diferente —dijo Pooh, sintiéndose algo confuso ahora—. Te la cantaré bien y verás.
Entonces la cantó otra vez.
Cuanto más
NIEVA-tiddely-pom,
Cuanto más
SE VA-tiddely-pom
Cuanto más
SE VA-tiddely-pom
En la
Nieve.
Y nadie
SABE-tiddely-pom,
Lo fríos que están mis
DEDOS-tiddely-pom
Qué fríos mis
DEDOS-tiddely-pom
Están
Creciendo.
La cantó así, que es la mejor manera de cantarla, y cuando hubo terminado, esperó a que Piglet dijera que, de todas las canciones de exterior para tiempos de nieve que había oído, ésta era la mejor. Y, después de pensarlo detenidamente, Piglet dijo:
—Pooh —dijo solemnemente —, no son tanto los dedos como las orejas.
Para entonces ya estaban cerca del Lugar Lúgubre de Igor, que era donde vivía, y como seguía nevando mucho detrás de las orejas de Piglet, que se estaba cansando de ello, se metieron en un pequeño pinar y se sentaron en la puerta que daba a él. Ya estaban fuera de la nieve, pero hacía mucho frío, y para entrar en calor cantaron seis veces la canción de Pooh, Piglet haciendo los tiddely-poms y Pooh el resto, y ambos golpeando la parte superior de la puerta con trozos de palos en los lugares adecuados. Al poco rato se sintieron mucho más calientes y pudieron volver a hablar.
—He estado pensando —dijo Pooh—, y lo que he estado pensando es esto; he estado pensando en Igor.
—¿Qué pasa con Igor?
—Bueno, el pobre Igor no tiene dónde vivir.
—No tiene —dijo Piglet.
—Tú tienes una casa, Piglet, y yo tengo una casa, y son buenas casas. Christofer Robin tiene una casa; y Búho, Kanga y conejo tienen casas; e incluso los amigos y parientes de Conejo tienen casas o algo así, pero el pobre Igor no tiene nada. Así que lo que he pensado es: vamos a construirle una casa.
—Esa —dijo Piglet—, es una gran idea. ¿Dónde la construimos?
—La construiremos aquí —dijo Pooh—, junto a este bosque, lejos del viento, porque aquí es donde se me ocurrió. Y lo llamaremos el Rincón de Pooh. Y construiremos una casa Igor con palos en el Rincón de Pooh para Igor.
—Había un montón de palos al otro lado del boque —dijo Piglet—. Yo los vi. Montones y montones. Todos apilados.
—Gracias Piglet —dijo Pooh—. Lo que acabas de decir nos será de gran ayuda, y por ello podría llamar a este lugar Rincón de Pooh y Piglet, si Rincón de Pooh no sonara mejor —que lo hace—, por ser más pequeño y más parecido a un rincón. Vamos.
Así que bajaron de la puerta y fueron a buscar los palos al otro lado del bosque.
Christofer Robin había pasado la mañana en casa, yendo y volviendo de África, y acababa de bajarse del bote y se preguntaba qué se sentiría afuera, cuando Igor llamó a la puerta.
—Hola Igor —dijo Christofer Robin, mientras abría la puerta y salía—. ¿Cómo estás?
—Sigue nevando —dijo Igor melancólicamente.
—Así es.
—Y helando.
—¿Sí?
—Si —dijo Igor—. Sin embargo —dijo, animándose un poco—, no hemos tenido ningún terremoto últimamente.
—¿Qué pasa, Igor?
—Nada, Christofer Robin. Nada importante. Supongo que no habrás visto una casa o algo por ahí.
—¿Qué clase de casa?
—Sólo una casa.
—¿Quién vive allí?
—Yo. Al menos eso creía. Pero supongo que no. Después de todo, no todos podemos tener casa.
—Pero, Igor, yo no sabía… siempre pensé…
—No sé cómo es, Christofer Robin, pero con toda esta nieve, y una cosa y otra, sin mencionar los carámbanos y cosas así, no hace tanto calor en mi campo a eso de las tres de la mañana como algunos creen. No está cerca, si sabes a lo que me refiero, no tanto como para ser incómodo. No es agobiante. De hecho, Christofer Robin —continuó en un fuerte susurro—, entre nosotros, y no se lo digas a nadie, hace frío.
—¡Oh, Igor!
—Y me dije: los demás lamentarán que me enfríe. No tienen cerebro, ninguno de ellos, sólo pelusa gris que se les ha metido en la cabeza por error, y no piensan; pero si continúa nevando durante otras seis semanas más o menos, uno de ellos empezará a decirse a sí mismo: ‘Igor no puede tener tanto calor a eso de las tres de la mañana’. Y entonces se acercará. Y lo lamentarán.
—¡Oh, Igor! —dijo Christofer Robin, sintiéndose ya muy apenado.
—No me refiero a ti, Christofer Robin. Tú eres diferente. Así que todo se reduce a que me construí una casa junto a mi bosquecito.
—¿De verdad? ¡Qué emocionante!
—Lo realmente emocionante —dijo Igor con su voz más melancólica—, es que cuando la dejé esta mañana estaba allí, y cuando regresé ya no. Para nada, muy natural, y sólo era la Casa de Igor. Pero aún así me lo preguntaba.
Christopher Robin no se detuvo a preguntarse. Ya estaba de vuelta en su casa, poniéndose su gorro impermeable, sus botas impermeables y su impermeable impermeable tan rápido como podía.
—Iremos a buscarla enseguida —gritó a Igor.
—A veces —dijo Igor—, cuando la gente ha terminado de llevarse la casa de alguien, hay una o dos cosas que no quiere y se alegra de que se la lleven, sabes a lo que me refiero. Así que pensé que si vamos…
—Vamos —dijo Christofer Robin, y salieron corriendo, y en muy poco tiempo llegaron a la esquina del campo junto al pinar, donde ya no estaba la casa de Igor.
—¡Allí! —dijo Igor—. ¡No queda ni un palo! Claro que todavía tengo toda esta nieve para hacer lo que quiera. No hay que quejarse.
Pero Christofer Robin no estaba escuchando a Igor, estaba escuchando algo más.
—¿No lo oyes? —preguntó.
—¿Qué es? ¿Alguien riendo?
—Escucha.
Ambos escucharon… y oyeron una voz grave y ronca que decía con voz cantarina que cuanto más nevaba más seguía nevando, y una vocecita aguda que se interponía diciendo tiddely-pom.
—Es Pooh —dijo Christofer Robin entusiasmado.
—Puede ser —dijo Igor.
—¡Y Piglet! —dijo Christofer Robin entusiasmado.
—Puede ser —dijo Igor—. Lo que queremos es un sabueso adiestrado.
La letra de la canción cambió de repente.
—¡Hemos terminado nuestra CASA! —cantó la voz ronca.
—Tiddely pom —cantó el chillón.
—Es una hermosa CASA.
—Tiddely pom.
—Ojalá fuera MÍA.
—Tiddely pom.
—¡Pooh! —gritó Christofer Robin.
Los cantores de la puerta se detuvieron de repente.
—¡Es Christofer Robin! —dijo Pooh con entusiasmo.
—Está por el lugar donde sacamos todos esos palos —dijo Piglet.
—Vamos —dijo Pooh.
Bajaron de la puerta y se apresuraron a doblar en la esquina del bosque, mientras Pooh hacía ruidos de bienvenida.
—Vaya, aquí está Igor —dijo Pooh cuando terminó de abrazar a Christofer Robin, y le dio un codazo a Piglet, y Piglet le dio un codazo a él, y pensaron para sus adentros qué bonita sorpresa habían preparado.
—Hola, Igor.
—Lo mismo digo, Osito Pooh, y dos veces los jueves —dijo Igor melancólicamente.
Antes de que Pooh pudiera decir ‘¿Por qué los jueves?’, Christofer Robin empezó a explicar la triste historia de la casa perdida de Igor. Y Pooh y Piglet escuchaban; y sus ojos parecían agrandarse cada vez más.
—¿Dónde dijiste que estaba? —preguntó Pooh.
—Justo aquí —dijo Igor.
—¿Hecha de palos?
—Si.
—¡Oh! —dijo Piglet.
—¿Qué? —dijo Igor.
—Sólo dije ‘oh’ —dijo Piglet nervioso. Y para parecer más tranquilo, tarareó una o dos veces ‘tiddely-pom’ en una especie de ‘¿qué haremos ahora?’.
—¿Estás seguro de que era una casa? —dijo Pooh—. Quiero decir, ¿estás seguro de que la casa estaba justo aquí?
—Por supuesto —dijo Igor. Y murmuró para sí—. Algunos no tienen cerebro.
—¿Por qué? ¿Qué pasa Pooh? —preguntó Christofer Robin.
—Bueno… El hecho es… Bueno, el hecho es que… Verás, es así —dijo Pooh, y algo pareció decirle que no se estaba explicando muy bien, y volvió a darle un codazo a Piglet.
—Es así —dijo Piglet rápidamente—, sólo que más caliente —añadió después de pensarlo.
—¿Qué es más caliente?
—El otro lado del bosque, donde está la casa de Igor.
—¿Mi casa? —dijo Igor—. Mi casa estaba aquí.
—No —dijo Piglet firmemente—. Al otro lado del bosque.
—Por ser más cálido —dijo Pooh.
—Pero yo debería saberlo…
—Ven y mira —dijo Piglet con sencillez, y abrió camino.
—No habría dos casas —dijo Pooh—. No tan juntas.
Doblaron en la esquina, y allí estaba la casa de Igor, luciendo de lo más cómoda.
—Ahí estás —dijo Piglet.
—Tanto por dentro como por fuera —dijo Pooh con orgullo.
Igor entró, y volvió a salir.
—Es algo extraordinario —dijo—. Es mi casa, y yo la construí donde dije que lo había hecho, así que el viento debe haberla traído hasta aquí. Y el viento la sopló justo sobre la madera y la trajo hasta aquí, y aquí está, tan bien como siempre. De hecho, mejor en algunas partes.
—Mucho mejor —dijeron Pooh y Piglet a la misma vez.
—Sólo demuestra lo que se puede hacer tomándose un poco de molestias —dijo Igor—. ¿Lo ves, Pooh? ¿Lo ves, Piglet? Primero el cerebro y luego el trabajo duro. ¡Mírenla! Así se construye una casa —dijo Igor con orgullo.
Así que lo dejaron en ella; y Christopher Robin volvió a comer con sus amigos Pooh y Piglet, y por el camino le contaron el horrible error que habían cometido. Y cuando terminó de reírse, todos cantaron el resto del camino la canción al aire libre para tiempos nevados. Piglet, que todavía no estaba muy seguro de su voz, volvió a poner los tiddely-poms.
—Ya sé que parece fácil —se dijo Piglet—, pero no todo el mundo podría hacerlo.