¿Recuerdas la Navidad en la que Santa llegó muy tarde? Quizá no sepas la razón, así que te la voy a contar.
En realidad, aquel año se puso en marcha muy temprano para que todo el mundo pudiera tener sus regalos el día de Navidad. El primer lugar donde se detuvo fue en el tejado de una gran casa. Tomó el gran paquete de su trineo y desapareció por la chimenea.
Pero en cuanto se perdió de vista, aparecieron unas criaturitas de lo más extrañas. Salían de detrás de las persianas, saltaban al tejado por debajo de los aleros e incluso salían de la fuente.
Estas criaturas llevaban chaquetas verdes y capuchas rojas ajustadas a sus pequeñas caras redondas. Tenían las piernas y los pies puntiagudos cubiertos con polainas rojas. Eran los duendes, vestidos de invierno.
Los duendes miraron las bolsas del trineo de Santa. Uno dijo:
—¡Nada para nosotros!
—No hubo ni el año pasado ni el anterior —dijo otro.
—Este año tendremos algo —dijo un duende, saltando sobre los cuernos de un reno—. ¡Tomemos su trineo y sirvámonos nosotros mismos!
Se subieron al trineo, a los lomos de los renos e incluso a sus cuernos. Con sus puntiagudos zapatos, pincharon a los renos y partieron como el viento, hacia el valle, por encima de las montañas y hacia el bosque, a la casa donde los duendes celebraban sus reuniones.
Los duendes saltaron al suelo y ataron la cabeza del reno a un árbol. Luego, ¡tendrías que haber visto cómo descargaban el trineo! Tiraron libros por un lado y muñecas por otro, hasta que el suelo quedó sembrado de trompos, pelotas, carritos de bebé y todo tipo de juguetes.
Cuando llegaron a las naranjas y los caramelos, gritaron:
—¡Aquí están los buenos!
Rápidamente, entraron corriendo en la casa, colocando las golosinas sobre la mesa, que pronto llenaron con todas las cosas bonitas que Santa había preparado para los niños.
Poco después, los duendes que estaban dentro de la casa oyeron un fuerte ruido. Cuando salieron a la puerta, un tren de coches de juguete pasó a toda velocidad, lleno de duendes, y chocó contra un árbol, haciendo volar a los duendes en todas direcciones.
Otro grupo de duendes se posó en un caballo balancín, mientras otros se reunían alrededor de un libro ilustrado, mirándolo con gran interés.
—¡Entren y coman de lo bueno antes de que Santa nos encuentre! —gritaron los duendes de la casa. Los demás dejaron todo y entraron corriendo.
Estaban sentados alrededor de la mesa, saboreando las cosas buenas, cuando se oyó un golpecito en la puerta. Entró un hada.
—¡Esperen! —dijo el hada levantando la varita; y todos los duendes se levantaron—. ¿Saben que causarán mucho dolor en el mundo si se llevan el trineo de Santa y se comen todos los caramelos, frutos secos, y demás cosas que tomaron? Los niños están esperando su Navidad, y ustedes la arruinarán, a menos que vuelvan a poner todo en el trineo tal como lo encontraron y se lo devuelvan a Santa. Siempre se jactan de ayudar a hacer feliz a la gente, y aquí están, haciendo lo que hará infelices a miles de personas.
Los duendes se miraron unos a otros. Entonces uno dijo:
—Creo que el hada tiene razón.
—No es Santa quién sufrirá, sino los niños —dijo otro.
—Nunca pensamos en eso —agregó un duende—. Pondremos todo en su sitio.
¡Cómo trabajaban! Tenían que recoger todos los juguetes que habían tirado al suelo y llevar toda la fruta, los caramelos y los frutos secos de la mesa.
Cuando terminaron era medianoche. Justo cuando estaban desatando a los renos, Santa atravesó el bosque. Estaba sin aliento, pues había corrido siguiendo las huellas de los renos. Así fue como los encontró.
Los duendes, al verlo, corrieron a esconderse en la casa lo más deprisa que pudieron.
—Este es el problema —se dijo Santa—. Querían regalos de Navidad. El año que viene les haré algo que les guste. ¡Vaya! —exclamó mirando su reloj—. Este año llegaré más tarde que nunca.
Tomó las riendas y echó a volar.
Y por eso Santa llegó tarde.
