En una habitación del Palacio Real de la Ciudad Esmeralda de Oz cuelga un Cuadro Mágico en el que se muestran todas las escenas importantes que transcurren en esos dominios de cuento de hadas. Las escenas cambian constantemente y, observándolas, Ozma, la niña Gobernante, es capaz de descubrir los acontecimientos que tienen lugar en cualquier parte de su reino.
Un día vio en su Cuadro Mágico que una niña y un niño se habían adentrado juntos en un gran bosque tenebroso en el lejano oeste de Oz y se habían perdido sin esperanza. Sus amigos los buscaban en la dirección equivocada y, a menos que Ozma acudiera en su rescate, los pequeños nunca serían encontrados a tiempo para salvarlos de morir de hambre.
Así que la Princesa envió un mensaje a Jack Cabeza de Calabaza y le pidió que fuera al palacio. Este personaje, uno de los habitantes más raros de Oz, era un viejo amigo y compañero de Ozma. Estaba hecho de palos toscos encajados entre sí y vestía ropas ordinarias. Su cabeza era una calabaza con una cara tallada en ella, y estaba colocada sobre una estaca afilada que formaba su cuello.

Jack era activo, bondadoso y un favorito en general; pero su cabeza de calabaza se estropeaba con el tiempo así que, para asegurarse un buen suministro de cabezas había cultivado un gran campo de calabazas y vivía en medio de él, y su casa era una enorme calabaza ahuecada. Cada vez que necesitaba una cabeza nueva, recogía una calabaza, le tallaba una cara y se la clavaba en la estaca del cuello, desechando la cabeza vieja por inútil.
El día en que Ozma mandó a buscarlo, Jack estaba en óptimas condiciones y se alegró de poder servir en el rescate de los niños perdidos. Ozma le hizo un mapa, mostrándole dónde estaba el bosque y cómo llegar a él y los caminos que debía tomar para alcanzar a los pequeños. Luego le dijo:
—Será mejor que montes en Caballete, pues es veloz e inteligente y te ayudará a cumplir tu tarea.

—De acuerdo —respondió Jack, y se dirigió al establo real para decir a Caballete que estuviera listo para el viaje.
Este notable animal no era diferente a Jack Cabeza de Calabaza en su conformación, aunque sí lo era en su forma. Su cuerpo era un tronco, con cuatro palos clavados en él a modo de patas. Una rama en uno de los extremos del tronco le servía de cola, mientras que en el otro extremo había un tajo que formaba una boca. Encima había dos pequeños nudos que hacían de ojos. Caballete era el corcel favorito de Ozma y, para evitar que sus patas de madera se desgastaran, las había hecho herrar con placas de oro.
—Buenos días —dijo Jack a Caballete y colocó una silla de cuero púrpura tachonada de joyas sobre el lomo de la criatura
—¿A dónde vamos ahora? —preguntó el caballo, parpadeando con sus ojos de nudos a Jack
—Vamos a rescatar a dos pequeños del bosque —fue la respuesta. Luego subió a la silla y el animal de madera salió brincando del establo, atravesó las calles de Ciudad Esmeralda y salió a la carretera que conducía al bosque del oeste, donde los niños estaban perdidos.
Por pequeño que fuera, Caballete era rápido e incansable. Al anochecer estaban en el lejano oeste y bastante cerca del bosque que buscaban. Pasaron la noche tranquilos junto al camino. No necesitaban comer, porque sus cuerpos de madera nunca pasaban hambre; tampoco dormían, porque nunca se cansaban. Al amanecer continuaron su viaje y pronto llegaron al bosque.
Jack examinó el mapa que Ozma le había dado y encontró el camino correcto, que Caballete siguió obedientemente. Debajo de los árboles todo era silencioso y sombrío y Jack amenizaba el camino silbando alegremente mientras Caballete trotaba.
Los caminos se bifurcaban tantas veces y de tantas maneras diferentes que Cabeza de Calabaza se vio obligado a consultar a menudo el mapa de Ozma, y finalmente Caballete empezó a sospechar.
—¿Seguro que vamos bien? —preguntó.
—Por supuesto —respondió Jack—. Incluso un Cabeza de Calabaza cuyos sesos son semillas puede seguir un mapa tan claro como este. Todos los caminos están claramente marcados, y aquí hay una cruz donde están los niños.
Finalmente llegaron a un lugar, en el corazón mismo del bosque, donde se encontraron con el niño y la niña perdidos. Pero encontraron a los dos niños atados al tronco de un gran árbol, al pie del cual estaban sentados.

Cuando llegaron los rescatistas, la niña sollozaba amargamente y el niño intentaba consolarla, aunque probablemente estaba tan asustado como ella.
—Ánimo, queridos —dijo Jack, bajando de la silla—. He venido a llevarlos de vuelta con sus padres. Pero, ¿por qué están atados a ese árbol?
—¡Porque —gritó una voz pequeña y aguda—, son ladrones y asaltantes! ¡Por eso!
—¡Caramba! —dijo Jack, mirando a su alrededor para ver quién había hablado. La voz parecía venir de arriba.
Una gran ardilla gris estaba sentada en una rama baja del árbol. Sobre la cabeza de la ardilla había un círculo de oro con un diamante engarzado en el centro. Corría arriba y abajo por las ramas y parloteaba excitada.

—Estos niños —continuó la ardilla, furiosa—, robaron de nuestro almacén todas las nueces que habíamos guardado para el invierno. Por eso, siendo el Rey de todas las Ardillas de este bosque, ordené que los arrestaran y los metieran en la cárcel, como ahora los ves. No tenían derecho a robar nuestras provisiones y vamos a castigarlos.
—Teníamos hambre —dijo el niño, suplicando, y encontramos un árbol hueco lleno de nueces, y las comimos para mantenernos vivos. No queríamos morirnos de hambre cuando teníamos comida delante.
—Muy cierto —comentó Jack, asintiendo con su cabeza de calabaza—. No los culpo ni un poco, dadas las circunstancias. En absoluto.
Entonces empezó a desatar las cuerdas que ataban a los niños al árbol.
—¡Alto! —gritó el Rey Ardilla, parloteando y agitándose—. No debes liberar a nuestros prisioneros. No tienes derecho a hacerlo.
Pero Jack no prestó atención a la protesta. Sus dedos de madera eran torpes y le llevó algún tiempo desatar las cuerdas. Cuando por fin lo consiguió, el árbol estaba lleno de ardillas, convocadas por su Rey, y estaban furiosas por haber perdido a sus prisioneros. Desde el árbol empezaron a arrojar nueces a la Cabeza de Calabaza, que se reía de ellas mientras ayudaba a los dos niños a ponerse en pie.
En la copa de este árbol había una rama grande y muerta, y tantas ardillas se amontonaron sobre ella que de repente se desprendió y cayó al suelo. El pobre Jack estaba de pie justo debajo de ella y cuando la rama lo golpeó aplastó su cabeza de calabaza en una masa pulposa y lanzó la forma de madera de Jack dando tumbos, hasta detenerse con un golpe contra un árbol a una docena de pies de distancia.

Un momento después se incorporó, pero cuando se palpó la cabeza ya no la tenía. No podía ver ni hablar. Era tal vez la mayor desgracia que podía haberle ocurrido a Jack Cabeza de Calabaza, y las ardillas estaban encantadas. Se pusieron a bailar en el árbol con gran regocijo al ver la difícil situación de Jack.
El niño y la niña eran libres, pero su protector estaba arruinado. Sin embargo, Caballete estaba allí y, a su manera, era sabio. Había visto el accidente y sabía que la calabaza destrozada no volvería a servirle a Jack como cabeza. Así que dijo a los niños, que estaban asustados por el accidente de su nuevo amigo:
—Recojan el cuerpo de Cabeza de Calabaza y pónganlo en mi montura. Luego suban detrás y agárrense. Debemos salir de este bosque lo antes posible, o las ardillas podrían capturarlos de nuevo. Debo adivinar el camino correcto, pues el mapa de Jack ya no le sirve de nada desde que esa rama le destrozó la cabeza.

Los dos niños levantaron el cuerpo de Jack, que no pesaba nada, y lo colocaron sobre la silla de montar. Luego subieron detrás de él y Caballete se dio la vuelta inmediatamente y volvió trotando por el camino por el que había venido, llevando a los tres con facilidad. Sin embargo, cuando el camino empezó a bifurcarse en muchos senderos, todos siguiendo direcciones diferentes, el animal de madera se desconcertó y pronto estuvo vagando sin rumbo, sin esperanza alguna de encontrar el camino correcto. Por la noche, los pequeños se tumbaron en un lecho de hojas, mientras Caballete vigilaba, con el pobre Jack Cabeza de Calabaza, cojo y sin cabeza, tendido indefenso sobre la silla de montar.
Ahora bien, Ozma había visto en su Cuadro Mágico todo lo que había ocurrido en el bosque, así que envió al pequeño Mago, montado sobre el León Cobarde, a salvar a los desafortunados. El León conocía bien el bosque y cuando llegó a él avanzó derecho por los enmarañados senderos hasta donde deambulaba Caballete, con Jack y los dos niños a cuestas.
El Mago se entristeció al ver a Jack sin cabeza, pero creyó que podía salvarlo. Primero condujo a Caballete fuera del bosque y devolvió a los niños a los brazos de sus ansiosos amigos, y luego envió al León de vuelta a Ozma para contarle lo que había sucedido.
El Mago montó ahora en Caballete y sostuvo a Jack durante el largo viaje hasta el campo de calabazas. Cuando llegaron a la casa de Jack, el Mago eligió una buena calabaza, no demasiado madura, y le talló una cara. Luego clavó la calabaza sólidamente al cuello de Jack y le preguntó:
—Bueno, viejo amigo, ¿cómo te sientes?

—¡Bien! —respondió Jack, y estrechó la mano del pequeño Mago con gratitud—. Realmente me has salvado la vida, pues sin tu ayuda no habría podido encontrar el camino a casa para conseguir una cabeza nueva. Pero ahora estoy bien, y tendré mucho cuidado de no destrozar esta hermosa cabeza —y volvió a estrechar la mano del mago.
—¿Los sesos de la nueva cabeza son mejores que los de la vieja? —preguntó Caballete, que había observado la restauración de Jack.
—Pues estas semillas son bastante tiernas —respondió el Mago—, así que le darán a nuestro amigo pensamientos tiernos. Pero, para hablar con franqueza, mi querido Caballete, Jack Cabeza de Calabaza, con todas sus buenas cualidades, nunca destacará por su sabiduría.