El Tío Wiggily y la Estrella de Mar

A ver, ¿dónde lo dejamos? Oh, ya recuerdo, fue donde el mono rojo saltó sobre la espalda del elefante y le hizo cosquillas con un cono de helado, ¿no? No, perdona, me he equivocado. Prometí contarles lo del viejo señor conejo y la estrella de mar. Así que, si están listos y cómodamente sentados, comenzaré.

Era el día después de que el Tío Wiggily se hubiera escapado del pez toggle-taggle que caminaba, y la pequeña almeja le hubiera pellizcado la cola a la mala criatura. El Tío Wiggily estaba dando saltitos por la arena de la playa a orillas del mar, y buscaba por todas partes su fortuna de oro o diamantes, no le importaba mucho cuál fuera, con tal de hacerse rico y poder volver a casa.

—Me pregunto qué le habrá pasado al saltamontes —dijo el conejo, pues no había visto al insecto saltarín aquella mañana.

—Aquí estoy —exclamó el pequeño, y con un salto aterrizó en la arena junto al Tío Wiggily.

—¿Dónde has estado? —preguntó el conejo—. Estaba comenzando a pensar que me habías dejado.

—Todavía no, pero pronto lo haré —respondió el saltamontes—. Verás, va a haber una gran carrera de saltos donde yo vivo y el saltamontes que salte más lejos se llevará una bolsa de palomitas. Y, como creo que volveré a casa a saltar, he venido a despedirme. Después, vendré aquí otra vez y te ayudaré a buscar tu fortuna.

Bueno, el Tío Wiggily se sintió un poco triste de que su amigo, el saltamontes, se fuera. Así que se dieron la mano, el saltamontes dio un gran salto y se fue navegando por el mar para participar en las carreras de saltos de su casa.

“Me pregunto qué me pasará hoy”, pensó el Tío Wiggily mientras caminaba por la playa, miraba la arena y escuchaba las olas que llegaban a la orilla.

—Tal vez encuentre una bolsa de diamantes —se dijo.

Y justo entonces, si me creen, miró hacia delante y allí, en la arena, había algo que parecía una bolsa negra, con un asa larga y delgada para llevarla.

—¡Oh, oh! Creo que esa es mi fortuna —exclamó el conejo; y saltó hacia adelante, con intención de recogerla, cuando, de repente, la cosa parecida a una bolsa se movió lentamente.

—Mmm, ¡qué extraño! —dijo el conejo—. Nunca había oído hablar de una bolsa que pudiera moverse. Tengo que ver qué es.

Se acercó un poco más y vio que no era una bolsa. Era una criatura con una cola larga y afilada, como un punzón de hielo o un lápiz de mina negra, y se arrastraba, pero lo más curioso era que el Tío Wiggily no veía ninguna pata sobre la que caminara el animal.

—¡Cada vez más extraño! —exclamó el Tío Wiggily—. ¿Qué puede ser eso?

—Si me permites, soy un Cangrejo Herradura —dijo una voz desde abajo del negro caparazón—. Y si me levantas podrás verme las patas.

—¿Cómo te levanto, Sr. Cangrejo Herradura?

—Por mi cola larga, como un picahielos —fue la respuesta; y cuando el conejo hizo esto, debajo de un caparazón que tenía una forma parecida a la pezuña de un caballo, vio las patas del cangrejo. Estaban todas cubiertas cuando el cangrejo caminaba, para que nadie pudiera pisarle los dedos de los pies.

—Eso está muy bien —dijo el conejo—. Tal vez puedas decirme dónde encontrar mi fortuna.

—Lo siento, pero no puedo —dijo el cangrejo herradura, y luego volvió a arrastrarse, muy despacio; y el Tío Wiggily avanzó a saltitos en busca de la bolsa de diamantes, o de oro.

Al poco rato hacía bastante calor en la playa de arena, y el viejo señor conejo sintió sueño. Bostezó e hizo centellear la nariz como dos estrellas en una noche helada, y luego dijo:

—¡Oh, Dios! ¡Ay, caramba! Creo que me echaré una siestita en la arena —así que tomó unos palos y los clavó en la playa, y sobre ellos puso unas algas para hacer un refugio sombreado, y debajo de este se estiró, muy a gusto y cómodo.

Bueno, lo primero que supimos es que el Tío Wiggily estaba profundamente dormido. Y ahora escuchen y miren lo que le pasó. De repente, surgió del océano, sobre sus patas delgadas y torcidas, una gran araña de mar, una criatura parecida a un cangrejo. Adelantó sus grandes y saltones ojos, y vio al conejo bajo el refugio de algas.

—¡Ja! —exclamó la araña de mar para sí misma—, aquí tengo una buena cena de conejo.

Lenta y suavemente avanzó hasta que estuvo bastante cerca del viejo señor conejo, y el Tío Wiggily no se despertó. Entonces la araña de mar empezó a tejer una telaraña alrededor del conejo, igual que una araña de tierra teje una telaraña alrededor de una mosca que cae en su trampa. Hebra tras hebra de telaraña lanzó la araña de mar alrededor del conejo dormido, hasta que el Tío Wiggily quedó tan firmemente sujeto como si lo hubieran atado con cuerdas. 

—Ahora lo morderé y será su fin —dijo la araña de mar; y estaba a punto de hacerlo cuando, de repente, parte de la telaraña voló hacia abajo y le hizo cosquillas al Tío Wiggily en la punta de la nariz centelleante, y se despertó.

—¡Ja! ¿Qué es esto? —exclamó, y entonces se dio cuenta de que no podía moverse, pues estaba atrapado en la telaraña—. ¿Qué significa esto?

—¡Significa que te tengo! —exclamó la araña de mar, moviendo las patas como un trolebús.

—¡Por favor, déjame ir! —suplicó el conejo.

—¡Nunca! ¡Nunca! ¡Jamás! —exclamó la araña. Entonces el Tío Wiggily lo intentó, lo intentó, y lo intentó de nuevo, pero no pudo soltarse de la telaraña.

—Oh, ¿nadie me va a ayudar? —dijo el conejo. Y justo entonces, si me creen, las olas arrastraron algo hasta la arena, cerca de donde la araña de mar tenía sujeto al Tío Wiggily. Y ese algo era un curioso pececillo, con forma de estrella. De hecho, era una estrella de mar con cinco puntas afiladas. Y esa estrella de mar oyó el llamado del Tío Wiggily.

—¡Yo te ayudaré, Sr. Conejo! —exclamó amablemente el pez.

—¡Aléjate de aquí ahora! —exclamó la araña de mar, pues bien sabía que la estrella de mar de puntas afiladas podía cortar su telaraña en un segundo—. ¡Aléjate o te muerdo! 

—¡No puedes asustarme! —exclamó la estrella de mar—. No te tengo miedo, y voy a ayudar al Tío Wiggily.

La estrella de mar empezó a rodar por la arena como un molinete, un aro o una rueda sin llanta y sólo con rayos. Y la estrella de mar, dando tumbos sobre sus cinco puntas, se acercó al Tío Wiggily.

Entonces, la estrella de mar de puntas afiladas rodó hacia la telaraña de la araña de mar hasta que, con sus puntas, cortó la telaraña en pedazos y liberó al Tío Wiggily, tan fácilmente como se puede comer pan y mermelada un sábado por la tarde. 

—Ahora ¡vete de aquí! —gritó la estrella de mar a la araña, y le tiró arena hasta que la criatura se resignó a volver al océano, a donde pertenecía. El viejo conejo dio las gracias al pez y le regaló un trozo de tarta de limón, porque ya no le quedaba de cereza.

—Ahora debo apresurarme a buscar mi fortuna —dijo el Tío Wiggily, pues el día estaba más fresco. Así que se puso en marcha y tuvo otra aventura.


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