El Tío Wiggily Orejaslargas, el viejo y simpático señor conejo, estaba sentado en un sillón de su cabaña de troncos huecos. Acababa de comer un buen almuerzo, que la Nana Jane Fuzzy Wuzzy, la señora rata almizclera, el ama de llaves, había puesto en la mesa para él, y se sentía un poco somnoliento.
—¿Vas a salir esta tarde? —preguntó la Srta. Fuzzy Wuzzy, mientras recogía los platos.
—Mmm, ¡oh! Bueno, no lo sé —contestó el Tío Wiggily con voz soñolienta—. Puede que sí, después de echarme una siesta.
—Tu nueva muleta a rayas roja, blancas y azules para el reuma ya está lista —continuó la Nana Jane—. La he roído de un gran tallo de maíz.
El Tío Wiggily había roto la otra muleta, si son tan amables de recordarlo, cuando resbaló al volver de la tienda, donde fue a buscar a la señora Meneacola, la señora cabra. Y estaba tan resbaladizo que el señor conejo nunca habría llegado a casa, si no hubiera montado en un caballo de tiro con la señora, que llevaba anillos en los dedos de las manos y cascabeles en los de los pies, como les conté en un cuento anterior a éste.
—Gracias por hacerme una muleta nueva, Nana Jane —dijo el tío conejo—. Si salgo me la llevaré.
Luego se echó a dormir en su sillón, pero se despertó de repente al oír que el reloj de la cabaña daba la una. Entonces, mientras se incorporaba y se frotaba los ojos con las patas, el Tío Wiggily oyó un ruido sordo en el suelo del vestíbulo y una vocecita chilló:
—¡Auch! ¡Me hice daño en la pierna! ¡Ay, cielos!
—¡Vaya! Me pregunto qué puede ser eso. Parecía haber salido de mi reloj —dijo el Sr. Orejaslargas.
—Sí que salí de tu reloj —dijo alguien
—¿En serio? ¿Quién eres? Dime, si eres tan amable —preguntó el tío conejo, mirando a su alrededor—. No te veo.
—Eso es porque soy muy pequeño —fue la respuesta—. Pero aquí estoy, junto a la mesa. No puedo andar porque tengo la pierna herida.
El Tío Wiggily miró y vio a un ratoncito que se sujetaba la pata trasera izquierda con la delantera derecha.
—¿Quién eres? —preguntó el tío conejo.

—Soy Hickory Dickory Dock, el ratón —fue su respuesta—. Y soy un ratón reloj.
—¡Un ratón reloj! —exclamó el Tío Wiggily sorprendido—. Nunca había oído hablar de algo así.
—Oh, ¿no te acuerdas de mí? Estoy en el libro de Mamá Ganso. Así es como dice:
“Hickory Dickory Dock,
el ratón subió al reloj.
El reloj la una dio,
Y así el ratón bajó,
Hickory Dickory Dock”.
—Oh, ahora te recuerdo —dijo el Tío Wiggily—. Así que eres un ratón reloj.
—Sí, subí corriendo a tu reloj, y cuando el reloj dio la una tuve que bajar. Pero bajé tan deprisa que tropecé con el péndulo. El reloj bajó las manecillas e intentó atraparme, pero no tenía ojos en la cara para verme, así que resbalé, de todos modos, y me hice daño en la pierna.
—Oh, siento oír eso —dijo el Tío Wiggily—. Tal vez pueda curártela. Nana Jane, tráigame un poco de bálsamo para Hickory Dickory Dock, el ratón reloj —llamó.
La rata almizclera trajo el ungüento y, con un trapo, el Tío Wiggily vendó la pata del ratón reloj para que no le doliera tanto.
—Y yo te prestaré un trozo de mi vieja muleta, para que puedas cojear con ella —dijo el Tío Wiggily.
—Gracias —dijo Hickory Dickory Dock, el ratón reloj—. Has sido muy amable conmigo, y espero que algún día pueda hacerte un favor. Si puedo, lo haré.
—Gracias —dijo el Tío Wiggily. Entonces Hickory Dickory Dock se marchó cojeando, pero a los pocos días ya estaba mejor y podía subir más relojes y bajar corriendo cuando daban la una.
Fue una semana después de esto cuando el Tío Wiggily fue caminando por el bosque de camino a ver al Abuelo Ganso. Y justo antes de llegar a casa de su amigo se encontró con Mamá Ganso.
—Oh, Tío Wiggily— dijo ella, balanceando su escoba de telaraña arriba y abajo—. Quiero darte las gracias por haber sido tan amable con Hickory Dickory Dock, el ratón reloj.
—Fue un placer ser amable con él —dijo el Tío Wiggily—. ¿Ya está mejor?
—Sí, ya está bien —respondió Mamá Ganso—. Pronto volverá a bajar y subir por tu reloj.
—Me alegraré de verlo —dijo el Tío Wiggily. Luego fue a visitar al Abuelo Ganso, y le contó que Hickory Dickory Dock se había caído del reloj.
De regreso a su cabaña de troncos huecos, el Tío Wiggily tomó un atajo por el bosque. Al pasar por allí, se le resbaló una pata y se enredó en una parra de uvas silvestres, que era como un montón de cuerdas, todas enroscadas en duros nudos.
—¡Oh, cielos! —exclamó el Tío Wiggily—. ¡Estoy atrapado! —y cuanto más intentaba desenredarse, más fuerte lo sujetaban, hasta que pareció que nunca iba a salir.
—¡Oh! —dijo el señor conejo—. Esto es terrible. ¿No vendrá nadie a sacarme? ¡Ayuda! ¡Auxilio! ¿Puede alguien ayudarme, por favor?
—Sí, yo te ayudaré, Tío Wiggily —respondió una voz amable y chirriante.
—¿Quién eres? —preguntó el señor conejo, apartando un trozo de parra de su nariz para poder hablar más claro.
—Soy Hickory Dickory Dock, el ratón reloj —fue la respuesta—, y con mis afilados dientes roeré la parra en muchos pedazos para que seas libre.
—Eso sería muy amable de tu parte —dijo el Tío Wiggily, que estaba muy cansado de tanto luchar por soltarse.
Así que Hickory Dickory Dock, con sus afilados dientes, royó la parra y, al poco rato, el Tío Wiggily estaba suelto y bien de nuevo.
—Gracias —le dijo el tío conejo al ratón reloj mientas saltaba, y Hickory Dickory Dock saltó con él, pues su pierna ya estaba mejor—. Muchas gracias, simpático ratoncito reloj.
—Tú me hiciste un favor —dijo Hickory Dickory Dock—, y ahora yo te he hecho uno a ti; así que estamos en paz.
Y esa es una buena manera de estar en este mundo.