—Bueno, ¿qué haremos hoy? —preguntó el gato blanco al Tío Wiggily, mientras viajaban juntos, al día siguiente de la aventura en el nido de la serpiente. Aquella noche habían dormido en un bonito tronco hueco.
—¡Mmm! No sé qué hacer —respondió el viejo señor conejo—. Por supuesto que debo estar atento a mi fortuna, pero, como no parece que la encuentre muy deprisa, ¿qué te parece si hoy hacemos un picnic?
—¡Eso mismo! —dijo el gato—. Nos llevaremos el almuerzo y nos iremos a comer al bosque. Sólo que deberíamos tener a mucha más gente. Dos no son suficientes para un picnic.
—Me gustaría que vinieran algunos de mis amigos —dijo el Tío Wiggily—, pero me temo que están demasiado lejos.
—¿No podrías avisarles por teléfono? —preguntó el gato—. Estoy seguro de que me encantaría conocerlos, pues he oído hablar mucho de Sammie y Susie Colita, y de Johnnie y Billie Colapeluda.
—No hay teléfono en este bosque —respondió el Tío Wiggily—, y no tenemos tiempo de enviarles postales. Ojalá pudiera avisarles, pero supongo que no podré.
—¡Sí que puedes! —dijo de pronto una voz en la hierba—. Les diré a todos tus amigos que vengan al picnic si quieres.
—Claro que me gustaría —dijo el conejo—, pero, ¿quién eres, si puedo atreverme a preguntar? No te veo.
—¡Ahí está! ¡Es el gran bicho de Junio! —exclamó el gato.
—Le ruego me disculpe —se apresuró a decir el insecto, mientras salía de debajo de una hoja y se sentaba sobre un hongo venenoso—. Pero no soy un bicho de Junio, si me disculpan.
—Te pareces —dijo el Tío Wiggily amablemente.
—Soy un bicho de Julio —continuó la graciosa criatura—. Estaba destinado a ser un bicho de Junio, pero se cometió un error y no salí de mi caparazón hasta julio. Así que soy un bicho de Julio, y al principio pensé que sería muy divertido oír todos los petardos y cohetes.
—No es tan divertido como te imaginas —dijo el Tío Wiggily, mientras pensaba en la vez que surcó los aires en el cohete—.Pero ¿no te gusta ser un bicho de Julio?
—No mucho. Verás, soy el único que hay, y todos los demás son bichos de Junio. Los bichos de Junio no me hablan ni me dejan jugar con ellos, así que me siento muy solo. Te oí hablar de un picnic que ibas a hacer y me ofrecí a convocar a todos tus amigos. Pensé que tal vez si lo hacía me dejarías ir también.

—¡Claro que sí! —exclamó el Tío Wiggily—. Puedes venir con mucho gusto, pero, ¿cómo vas a avisar a todos mis amigos?
—Volaré por los aires y les diré que vengan —fue la respuesta—. Soy muy rápido volando. Mírame —y en ese momento el bicho de Julio zumbó tan rápido que el Tío Wiggily y el gato no pudieron ver cómo movía las alas.
Decidieron que sería un buen plan que el bicho de Julio hiciera de cartero, así que el Tío Wiggily escribió las invitaciones en trocitos de corteza de abedul blanco y se los dio al bicho. Salió volando agitando una pata hacia el Tío Wiggily y el gato.
—Bueno, ahora tenemos que prepararnos para la comida campestre; preparemos las cosas para comer, pues ese bicho vuela tan deprisa que pronto estarán aquí todos mis amigos —dijo el conejo, así que él y el gatito empezaron a preparar el almuerzo.
El Tío Wiggily tenía algo de comida en su valija, pero consiguieron más cosas buenas de un amable mono viejo que vivía en el bosque. Solía trabajar en un órgano de mano, pero cuando se hizo viejo se compró un nido en el bosque con los peniques que había ahorrado, y vivía en paz y tranquilidad, y los domingos tocaba una armónica.
Pues bien, no me creerán, pero es verdad: apenas el Tío Wiggily y el gato prepararon el almuerzo, envolviendo un poco para cada visitante en bonitas hojas verdes de parra, empezaron a llegar los primeros de la comitiva. Eran Dickie y Nellie Pío Pío, los gorriones, pues podían volar por el aire muy deprisa, y por eso se adelantaron.
—Recibimos la invitación que nos dejó el bicho de Julio, Tío Wiggily, y vinimos en seguida —dijo Dickie.
—¿Dónde están los demás? —preguntó el viejo señor conejo.
—Están en camino —respondió Nellie, mientras volvía a atarse la cinta de la cola, pues el nudo se le había deshecho mientras volaba por los aires.
Pues bien, al poco rato llegaron saltando Sammie y Susie Colita, los niños conejo, y Billie y Johnnie Colapeluda, los hermanos ardilla, Bully y Bawly las ranas, Dottie y Munchie Trot, los ponis, Lulú, Alice y Jimmie Tembloroso, los gemelos pato, Buddy y Ojosbrillantes, los conejillos de indias, y, ¡oh, todos los niños y niñas animales de los que les he hablado!
Y ¡oh! Cuánto se alegraron de ver al Tío Wiggily. Tuvo que contarles todos sus viajes en busca de fortuna antes de que quisieran ir al picnic en el bosque. Pero al fin fueron, cada uno con un paquetito de hojas con el almuerzo. El bicho de Julio vino también, y llevaba un paquetito de cosas buenas, porque era muy pequeño, ya ves, pero era suficiente.
Se sentaron todos en el suelo, con piedras planas como platos y palos como cuchillos y tenedores, y comieron allí su almuerzo campestre. Lo pasaron de maravilla, y no les importó que algunas hormigas se metieran en el azúcar. El Tío Wiggily dijo que podían comer todo lo que quisieran.
Y, cuando el picnic estaba a punto de terminar, hubo un ruido repentino en los arbustos, y dos zorros malos salieron corriendo. Uno intentó agarrar al Tío Wiggily, y el otro se abalanzó sobre Lulú Temblorosa.
—¡Oh, cielos! —dijo Dottie Trot, sin mirar si su cinta del pelo estaba bien puesta—. ¡Nos comerán a todos!
—¡No, no lo harán! —exclamó el valiente bicho de Julio—. ¡Yo me las arreglaré con esos zorros!
El valiente bicho de Julio zumbó sus alas con todas sus fuerzas y voló hacia los zorros, golpeándolos en la nariz y en los ojos, de modo que emitieron dos aullidos distintos y salieron corriendo, llevándose sus grandes colas.
Y así fue como el bicho de Julio salvó a todos de ser devorados; luego terminó el picnic y todos dijeron que había sido encantador.
—Bueno, mañana emprenderé un nuevo viaje —dijo el Tío Wiggily, mientras sus amigos se despedían de él.