—Bueno, Nana Jane, ¡me voy! —gritó el Tío Wiggily un día al salir de su cabaña de troncos huecos, cargando una cesta llena de pasteles congelados.
—¿A dónde vas? —preguntó su ama de llaves, la señora rata almizclera.
—Voy a visitar a mis amigos —respondió el conejo—. Y a cada uno que sea agradecido en esta temporada de Acción de Gracias, le voy a regalar un pastel.
La Nana Jane le dijo que tuviera cuidado con el Zorro y el Lobo.

El tío Wiggily fue saltando con su cesta de pasteles de Acción de Gracias hasta que llegó a casa del Señor Colarretorcida, el caballero cerdo.
—¿Qué te pasa? —preguntó el conejito.
—Oh, soy un cerdo muy enfermo.
—Entonces supongo que no tienes nada que agradecer —preguntó el conejo.
—Oh, sí, me alegro mucho de no tener las patas atadas —gruñó el señor Colarretorcida.
—¡Te toca un pastel! —rio el Tío Wiggily.

Dejando al agradecido señor Colarretorcida, el Tío Wiggily vio al Tío Mantequilla, la cabra. Tío Mantequilla corría hacia una valla en la que estaba colgada la foto de otra cabra.
—Ah —dijo el Tío Wiggily—, mi amigo va a hacer un poco de ejercicio por la mañana. Va a ver lo fuertes que son sus cuernos. Debe estar agradecido de ser tan fuerte. Le daré un pastel después de que golpee a la cabra de la foto. No puede hacerle daño.

De repente, el Tío Mantequilla se golpeó contra la valla. Pero las tablas eran delgadas y la cabeza del Tío Mantequilla la atravesó por completo y asomó por el otro lado.
—¡Caramba! —gritó el Tío Wiggily—. Supongo que ahora no tienes nada que agradecer.
El Tío Mantequilla baló y dijo que se alegraba de no tener dos cabezas que se quedaran atascadas en la valla.
—¡Jaja! —rio el conejito—. Te toca un pastel.

El Tío Wiggily ayudó al Tío Mantequilla a sacar la cabeza de la valla, y luego el señor cabra se llevó su pastel de Acción de Gracias a casa. Tío Wiggily saltó un poco más lejos hasta que se encontró con Percival, el Perro Policía.
—¿Por qué tienes tan mal aspecto, Percival? —preguntó el conejo—. Me temo que no estás agradecido. No puedes tener un pastel.
Percival balanceó su garrote.
—No, no estoy agradecido. Pero huelo un Zorro. ¡Espera un momento!

De repente, Percival el Perro Policía bajó corriendo por el sendero y atrapó al Zorro Peludo, que se acercaba sigilosamente para atrapar al Tío Wiggily.
—¡Estás arrestado! —ladró Percival.
—¡Aau! ¡Aau! ¡Déjame ir! —aulló el Zorro.
—¡No, no! —ladró Percival—. Ahora tengo algo por lo que estar agradecido. ¡He hecho un arresto! Por eso antes no estaba agradecido.
Tío Wiggily le dio a Percival un pastel de Acción de Gracias de su cesta.

Después de que Percival llevara al Zorro a la cárcel, el Tío Wiggily continuó saltando con su cesta de pasteles.
—Me pregunto con quién me encontraré a continuación para darle un pastel de Acción de Gracias —murmuró el conejito.
—¡Voy a dar las gracias en un momento! —aulló una voz áspera, y salió el Lobo Woozie—. Te atraparé y te mordisquearé las orejas; y entonces te daré las gracias —gruñó el Lobo.
Tío Wiggily corrió tan rápido como pudo.

El tío Wiggily saltó como nunca antes lo había hecho, pero el Lobo corría más deprisa, y pronto el malvado animal atrapó al conejito.
—¡Jaja! —rio el Lobo mientras sujetaba al conejo por una pata—. ¡Hablas de Acción de Gracias! ¿Por qué estás agradecido tú? ¡Te reíste cuando Percival arrestó a mi amigo el Zorro! Ahora me toca reír a mí.
Tío Wiggily dijo que tenía una cosa por la que estar agradecido.

—¡Jojo! ¿Qué tienes para agradecer? ¡Te he atrapado! —se mofó el Lobo y sacudió al conejo.
—Doy gracias por que el Zorro no esté aquí —dijo Tío Wiggily. Luego, astutamente, levantó la cesta y la empujó por encima de la cabeza del Lobo—. ¡Y también doy gracias por poder meter tu cabeza en mi cesta y salir corriendo!
—Esa es la segunda parte de mi Acción de Gracias. ¡Ahora me voy a casa!
