Ranúnculos de oro

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¿Han oído hablar alguna vez de la olla de oro escondida al final del arco iris? Algunos creen que está ahí ahora, pero se equivocan, porque hace mucho tiempo alguien la encontró. Nadie sabe cómo la encontró, porque muchos han buscado en vano y nunca han podido descubrir que el arco iris tenga fin. El hombre que la encontró era muy egoísta y no quería que nadie lo supiera, por miedo a que quisieran algo de su dinero. Así que una noche lo metió en una bolsa que se echó al hombro y atravesó los campos en dirección a un espeso bosque donde pretendía esconderlo.

En la bolsa había algo junto al oro, algo tan pequeño que el avaricioso hombre, en su prisa, no lo había notado. Era un agujero y, a medida que avanzaba, las monedas de oro fueron cayendo una a una sobre la hierba. Cuando llegó al bosque y vio que todo su dinero había desaparecido; se apresuró a volver en su busca, pero algo extraño había sucedido. Era una noche de verano y las hadas estaban bailando en los prados. Eran gente buena y cariñosa, y despreciaban el egoísmo por encima de todo. Una pequeña hada vio el oro que brillaba entre las hierbas. Había visto pasar al avaro y sabía que pronto volvería a buscar su tesoro.

—Si lo esconde, no le servirá de nada —dijo—, y tampoco le servirá a nadie más. Lo convertiré en algo que dará alegría a ricos y pobres.

Cuando el avaro hombre llegó al prado no pudo ver monedas de oro; en su lugar había flores amarillas y brillantes: ranúnculos de oro para los niños.


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