Winnie Pooh se despertó de repente en mitad de la noche y escuchó. Entonces se levantó de la cama, encendió la vela y cruzó la habitación a tropezones para ver si alguien intentaba entrar en su armario de miel; pero no era así, de modo que regresó a tropezones, apagó la vela y se metió en la cama. Entonces volvió a oír el ruido.
—¿Eres tú, Piglet? —dijo.
Pero no lo era.
—Entra, Christofer Robin —dijo.
Pero Christofer Robin no entró.
—Cuéntamelo mañana, Igor —dijo Pooh somnoliento.
Pero el ruido continuó.
—Worraworraworraworraworra —dijo lo-que-sea, y Pooh se dio cuenta que, después de todo, no estaba dormido.
“¿Qué puede ser? —pensó—. Hay muchos ruidos en el bosque, pero este es diferente. No es un gruñido, no es un ronroneo, tampoco un ladrido ni el ruido que se hace antes de empezar una pieza de poesía; sino un ruido de algún tipo, hecho por un animal extraño. Y lo está haciendo delante de mi puerta. Así que me levantaré y le pediré que no lo haga”.
Se levantó de la cama y abrió la puerta principal.
—¡Hola! —dijo Pooh, por si había algo afuera.
—¡Hola! —dijo lo-que-sea.
—¡Oh —dijo Pooh—, hola!
—¡Hola!
—¡Oh, ahí estás! —dijo Pooh—¡Hola!
—¡Hola! —dijo el animal extraño, preguntándose cuánto duraría esto.
Pooh iba a decir “hola” por cuarta vez cuando pensó que mejor no lo haría; entonces dijo:
—¿Quién es?
—Yo —dijo una voz.
—¡Oh! —dijo Pooh—. Bueno, ven aquí.
Entonces lo-que-sea vino aquí, y a la luz de la vela él y Pooh se miraron.
—Soy Pooh —dijo Pooh.
—Soy Tigger —dijo Tigger.
—¡Oh! —dijo Pooh, pues nunca antes había visto un animal así—. ¿Christofer Robin sabe de ti?
—Por supuesto que sabe —dijo Tigger.
—Bueno —dijo Pooh—, es medianoche, una buena hora para ir a dormir. Y mañana por la mañana desayunaremos miel. ¿A los Tiggers les gusta la miel?
—Les gusta todo —dijo alegremente Tigger.
—Entonces, si le gusta irse a dormir en el suelo, yo me vuelvo a la cama —dijo Pooh—, y haremos cosas en la mañana. Buenas noches.
Y volvió a la cama y se durmió rápidamente.
Cuando despertó por la mañana, lo primero que vio fue a Tigger, sentado delante del espejo, mirándose a sí mismo.
—¡Hola! —dijo Pooh.
—¡Hola! —dijo Tigger—. He encontrado a alguien como yo. Creí que era el único.
Pooh salió de la cama y empezó a explicar lo que era un espejo, pero justo cuando llegaba a la parte interesante, Tigger dijo:
—Discúlpame un momento, pero hay algo trepando por tu mesa —y con un fuerte worraworraworraworraworra saltó al extremo del mantel, tiró de él hasta el suelo, se envolvió en él tres veces, rodó hasta el otro extremo de la habitación y, tras un terrible forcejeo, volvió a sacar la cabeza a la luz del día y dijo alegremente:
—¿He ganado?
—Ese es mi mantel —dijo Pooh, mientras empezaba a desenrollar a Tigger.
—Me pregunto qué era —dijo Tigger.
—Va sobre la mesa y se ponen cosas encima.
—Entonces, ¿por qué intentó morderme cuando no estaba mirando?
—No creo que lo haya hecho —dijo Pooh.
—Lo intentó —dijo Tigger—, pero fui demasiado rápido para él.
Pooh puso el mantel negro sobre la mesa, sobre él puso un gran tarro de miel y se sentaron a desayunar. Y en cuanto se sentaron, Tigger tomó un gran bocado de miel… miró al techo con la cabeza hacia un lado e hizo ruidos de exploración con la lengua; y luego dijo con voz muy decidida:
—A los Tiggers no les gusta la miel.
—¡Oh! —dijo Pooh, y trató de sonar triste y arrepentido—. Creía que les gustaba todo.
—Todo menos la miel —dijo Tigger.
Pooh se sintió bastante satisfecho por esto y dijo que, tan pronto como terminara su desayuno, llevaría a Tigger a casa de Piglet, donde podría probar los granos de heno de Piglet.
—Gracias, Pooh —dijo Tigger—, porque los granos de heno es lo que más le gusta a los Tiggers.
Así que después de desayunar fueron a ver a Piglet, y en el camino Pooh explicó que Piglet era un animal muy pequeño al que no le gustaba saltar, y le pidió a Tigger que no fuera demasiado saltarín al principio. Tigger, que se había estado escondiendo detrás de los árboles y saltando a la sombra de Pooh cuando éste no miraba, dijo que los Tiggers solo eran saltarines antes de desayunar, y que en cuanto comieran unos cuantos granos de heno, se volvían tranquilos y refinados. Así que llamaron a la puerta de la casa de Piglet.
—Hola, Pooh —dijo Piglet.
—Hola, Piglet. Este es Tigger.
—Ah, ¿sí? —dijo Piglet, y se acercó al otro lado de la mesa—. Creía que los Tiggers eran más pequeños.
—Los grandes no —dijo Tigger.
—Les gustan los granos de heno —dijo Pooh—, así que a eso hemos venido, porque el pobre Tigger aún no ha desayunado.
Piglet empujó el cuento de granos de heno hacia Tigger y dijo:
—Sírvete —y luego se acercó a Pooh, se sintió mucho más valiente y dijo:
—¿Así que tú eres Tigger? ¡Vaya, vaya! —con voz despreocupada. Pero Tigger no dijo nada porque tenía la boca llena de granos de heno.
Después de un largo ruido de masticación, dijo:
—Ee-ers o i a-ors.
—¿Qué? —preguntaron Pooh y Piglet.
—Skoos ee —dijo Tigger y salió un momento; y cuando volvió dijo firmemente—. A los Tiggers no les gustan los granos de heno.
—Pero tú dijiste que les gustaba todo menos la miel —dijo Pooh.
—Todo menos la miel y los granos de heno —explicó Tigger.
Al oír esto, Pooh dijo:
—Oh, ya veo.
Y Piglet, que estaba bastante contento de que a los Tiggers no le gustaran los granos de heno, dijo:
—¿Y los cardos?
—Los cardos —dijo Tigger —, es lo que más le gusta a los Tiggers.
—Entonces vamos a ver a Igor —dijo Piglet. Así que fueron los tres; y después de andar, andar y andar, llegaron a la parte del bosque donde estaba Igor.
—¡Hola, Igor! —dijo Pooh—. Este es Tigger.
—¿Qué es? —dijo Igor.
—Esto —explicaron Pooh y Piglet juntos, y Tigger sonrió con su sonrisa más feliz sin decir nada.
Igor rodeó a Tigger por un lado, y luego se volvió y lo rodeó por el otro.
—¿Qué has dicho que era? —preguntó.
—Tigger.
—¡Ah! —dijo Igor.
—Acaba de llegar —dijo Piglet.
—¡Ah! —dijo Igor otra vez.
Se quedó pensando un largo rato y luego dijo:
—¿Cuándo se va?
Pooh le explicó a Igor que Tigger era un gran amigo de Christofer Robin, que había venido a quedarse en el bosque; y Piglet explicó a Tigger que no debía importarle lo que dijera Igor porque siempre estaba tristón; e Igor le explicó a Piglet que, por el contrario, esta mañana se sentía especialmente alegre; y Tigger le explicó a cualquiera que estuviera escuchando que aún no había desayunado.
—Sabía que había algo —dijo Pooh—, los Tiggers siempre comen cardos, por eso vinimos a verte, Igor.
—Ni lo menciones, Pooh.
—Oh, Igor, no quise decir que no quería verte…
—Bastante. Pero tu nuevo amigo rayado, naturalmente, quiere su desayuno. ¿Cómo dijiste que se llamaba?
—Tigger.
—Ven por aquí, Tigger.
Igor se dirigió a la parcela de cardos más espesa que jamás haya existido, y la señaló con la pezuña.
—Una pequeña parcela que guardaba para mi cumpleaños —dijo—; pero, después de todo, ¿qué son los cumpleaños? Hoy aquí y mañana ya no. Sírvete, Tigger.
Tigger le dio las gracias y miró a Pooh con ansias.
—¿De verdad son cardos? —susurró.
—Si —dijo Pooh.
—¿Lo que más les gusta a los Tiggers?
—Eso es —dijo Pooh.
—Ya veo —dijo Tigger.
Así que tomó un gran bocado y dio un gran mordisco.
—¡Ay! —dijo Tigger.
Se sentó y se metió la pata en la boca.
—¿Qué pasa? —preguntó Pooh.
—¡Caliente! —murmuró Tigger.
—A tu amigo —dijo Igor —parece que lo ha picado una abeja.
El amigo de Pooh dejó de agitar la cabeza para quitarse las espinas, y explicó que a los Tiggers no les gustan los cardos.
—Entonces, ¿por qué doblar uno en perfecto estado? —preguntó Igor.
—Pero tú dijiste —comenzó Pooh —, dijiste que a los Tiggers les gusta todo menos la miel y los granos de heno.
—Y los cardos —dijo Tigger, que ahora corría en círculos con la lengua colgando fuera.
Pooh lo miró con tristeza.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Piglet.
Piglet sabía la respuesta, y enseguida dijo que debían ir a ver a Christofer Robin.
—Lo encontrarás con Kanga —dijo Igor. Luego se acercó a Pooh y le dijo con un fuerte susurro:
—¿Podrías pedirle a tu amigo que haga sus ejercicios en otro lugar? Voy a almorzar enseguida y no quiero que se me eche encima justo antes de empezar. Un asunto insignificante, pero todos tenemos nuestras pequeñas manías.
Pooh asintió solemnemente y llamó a Tigger,
—Ven con nosotros e iremos a ver a Kanga. Seguro que tiene mucho desayuno para ti.
Tigger terminó su último círculo y se acercó a Pooh y Piglet.
—¡Caliente! —explicó con una larga y amistosa sonrisa—. ¡Vamos! —y se marchó corriendo.
Pooh y Piglet caminaron lentamente tras él. Y mientras caminaban, Piglet no dijo nada, porque no se le ocurría nada; y Pooh no dijo nada, porque estaba pensando en un poema. Y cuando se le ocurrió, empezó:
—¿Qué haremos con Tigger, pobre?
Nunca crecerá si nada come,
No le gusta el heno, los cardos ni la miel,
Por sus cerdas y su sabor a hiel
Y todo lo bueno que a un animal le gusta
Tiene feo sabor o espinas que asustan.
—Ya es bastante grande —dijo Piglet.
—En realidad no es muy grande.
—Pues lo parece.
Pooh se quedó pensativo al oír esto, y luego murmuró para sí:
—Pero cualquiera sea su peso en libras, chelines o kilos,
Parece más grande de saltos su estilo.
—Y ese es todo el poema —dijo —. ¿Te gusta, Piglet?
—Todo menos los chelines —dijo Piglet —. Creo que no deberían estar ahí.
—Querían entrar después de las libras —explicó Pooh —, así que los dejé. Es la mejor manera de escribir poesía, dejar que las cosas lleguen.
—Oh, no lo sabía —dijo Piglet.
Tigger había estado saltando delante de ellos todo el tiempo, girándose de vez en cuando para preguntar “¿es éste el camino?”. Y ahora, por fin, llegaron a la vista de la casa de Kanga, y ahí estaba Christofer Robin. Tigger corrió hacia él.
—¡Ahí estás, Tigger! —dijo Christofer Robin—. Sabía que estarías en alguna parte.
—He estado buscando cosas en el bosque —dijo Tigger dándose importancia—. Encontré un Pooh, un Piglet y un Igor, pero no encuentro ningún desayuno.
Pooh y Piglet abrazaron a Christofer Robin, y le explicaron lo que había estado pasando.
—¿No sabes lo que les gusta a los Tiggers? —preguntó Pooh.
—Supongo que si lo pensara mucho lo sabría —dijo Christofer Robin—, pero creía que Tigger sabía.
—Lo sé —dijo Tigger—. Todo lo que hay en el mundo menos la miel, los granos de heno y… ¿cómo se llamaban esas cosas calientes?
—Cardos.
—Si, y esos.
—Oh, bien entonces; Kanga puede darte algo para desayunar.
Así que entraron en la casa de Kanga, y cuando Roo dijo “Hola, Pooh” y “Hola Piglet” una vez, y “Hola, Tigger” dos veces, porque nunca lo había dicho antes y sonaba gracioso, le dijeron a Kanga lo que querían, y Kanga dijo muy amablemente:
—Bueno, mira en mi armario, Tigger querido, a ver qué te apetece.
Porque enseguida supo que, por muy grande que pareciera Tigger, quería tanta amabilidad como Roo.
—¿Miro yo también? —dijo Pooh, que empezaba a sentirse un poco las once. Y encontró una pequeña lata de leche condensada, y algo parecía decirle que a Tigger no le gustaba esto. Así que se la llevó a un rincón solo, y se fue con ella para que nadie lo interrumpiera.
Pero mientras más metía Tigger la nariz en esto y la pata en aquello, más cosas encontraba que no le gustaban a los Tiggers. Y cuando hubo encontrado todo lo que había en la alacena, y no pudo comer nada de eso, le dijo a Kanga:
—¿Y ahora qué pasa?
Pero Kanga, Christofer Robin y Piglet estaban alrededor de Roo, viéndolo tomar su extracto de malta. Y Roo decía:
—¿Debo hacerlo?
Y Kanga decía:
—Ahora, Roo, querido, recuerda lo que prometiste.
—¿Qué es? —susurraron Tigger y Piglet.
—Su medicina fortalecedora —dijo Piglet—. La odia.
Así Tigger se acercó, se inclinó sobre el respaldo de la silla de Roo, y de repente sacó la lengua y tomó un gran trago; y, con un repentino salto de sorpresa, Kanga dijo:
—¡Oh! —y volvió a agarrar la cuchara justo cuando estaba desapareciendo, y la sacó con seguridad de la boca de Tigger. Pero el extracto de malta había desaparecido.
—¡Tigger, querido! —dijo Kanga.
—¡Se ha tomado mi medicina, se ha tomado mi medicina! —cantaba alegremente Roo, pensando que era una broma tremenda.
Entonces Tigger miró al techo, cerró los ojos y su lengua dio vueltas y vueltas en sus mejillas, por si había dejado algo afuera; y una sonrisa pacífica se dibujó en su cara mientras decía:
—¡Así que eso es lo que le gusta a los Tiggers!
Lo que explica por qué después siempre vivía en casa de Kanga, y desayunaba, cenaba y merendaba extracto de malta. Y a veces, cuando Kanga creía que quería fortalecerse, tomaba una o dos cucharadas del desayuno de Roo después de las comidas como medicina.
—Pero creo —le dijo Piglet a Pooh—, que ya se ha fortalecido bastante.