Pooh estaba un día sentado en su casa contando sus tarros de miel, cuando llamaron a la puerta.
—Catorce —dijo Pooh—. Adelante. Catorce. ¿O eran quince? Vaya. Eso me confundió.
—Hola, Pooh —dijo Conejo.
—Hola, Conejo. Catorce, ¿no?
—¿Qué era?
—Mis tarros de miel, lo que estaba contando.
—Catorce, eso es.
—¿Estás seguro?
—No —dijo Conejo—, ¿acaso importa?
—Sólo me gusta saberlo —dijo Pooh humildemente—. Para poder decirme a mí mismo “me quedan catorce tarros de miel”. O quince, según el caso. Es algo reconfortante.
—Bueno, llamémoslo dieciséis —dijo Conejo—. Lo que venía a decir era: ¿has visto a Peque por ahí?
—Creo que no —dijo Pooh. Y luego, después de pensar un poco más, dijo:
—¿Quién es Peque?
—Uno de mis amigos y parientes —dijo Conejo, sin darle importancia.
Esto no ayudó mucho a Pooh, porque Conejo tenía tantos amigos y parientes, y de tan diferentes tipos y tamaños, que no sabía si debía buscar a Peque en la copa de un roble o en el pétalo de un botón de oro.
—Hoy no he visto a nadie —dijo Pooh—, como para decirle “hola, Peque”. ¿Lo querías para algo?
—No lo quiero —dijo Conejo—. Pero siempre es útil saber dónde está un amigo y pariente, lo quieras o no.
—Ya veo —dijo Pooh—. ¿Está perdido?
—Bueno —dijo Conejo—, nadie lo ha visto por un largo tiempo, así que supongo que lo está. Sin embargo —continuó con importancia—, le prometí a Christofer Robin que organizaría una búsqueda para él, así que vamos.
Pooh se despidió afectuosamente de los catorce tarros de miel, y deseó que fueran quince; y él y el conejo salieron al bosque.
—Ahora —dijo Conej —, esto es una búsqueda, y yo la he organizado…
—¿Haz hecho qué? —dijo Pooh.
—La he organizado. Lo que significa… bueno, es lo que le haces a una búsqueda, cuando no buscan todos en el mismo lugar a la vez. Así que quiero que tú, Pooh, busques primero en los Seis Pinos, y luego te dirijas a la casa de Búho y me busques allí. ¿Lo ves?
—No —dijo Pooh—. ¿Qué…?
—Entonces te veré en la casa de Búho dentro de una hora.
—¿Piglet también está organizado?
—Todos lo estamos —dijo Conejo, y se fue.
En cuanto Conejo se perdió de vista, Pooh recordó que se le había olvidado preguntar quién era Peque, y si era el tipo de amigo y pariente que se posa en la nariz de uno, o el tipo que se pisa por error; y como ya era demasiado tarde, pensó que empezaría la cacería buscando a Piglet, y preguntándole qué buscaban antes de buscarlo a él.
—Y no sirve de nada buscar a Piglet en los Seis Pinos —se dijo Pooh—, porque él ha sido organizado en un lugar especial propio. Así que primero tendré que buscar el lugar especial. Me pregunto dónde estará —y lo escribió así en su cabeza:
ORDEN DE BÚSQUEDA DE LAS COSAS
- Lugar especial. (Para encontrar a Piglet.)
- Piglet. (Para encontrar quién es Peque.)
- Peque. (Para encontrar a Peque.)
- Conejo. (Para decirle que he encontrado a Peque.)
- Peque otra vez. (Para decirle que he encontrado a Conejo.)
—Lo que hace que parezca un día molesto —pensó Pooh, mientras avanzaba a tropezones.
Al momento siguiente, el día se puso muy molesto, porque Pooh estaba tan ocupado sin mirar por dónde iba que pisó un trozo del bosque que se había dejado fuera por error; y sólo tuvo tiempo de pensar para sus adentros:
—Estoy volando. Lo que hace el Búho. Me pregunto cómo se detiene… —cuando se detuvo.
¡Paf!
—¡Ay! —chilló algo.
“Qué gracioso —pensó Pooh—. Dije ¡ay! Sin decirlo realmente”.
—¡Ayuda! —dijo una pequeña y aguda voz.
“Soy yo otra vez —pensó Pooh—. He tenido un accidente, y me he caído a un pozo; y mi voz se ha vuelto chillona y funciona antes de tiempo, porque me he hecho algo por dentro, ¡Rayos!”.
—¡Socorro, socorro!
“¡Ahí estás! Digo cosas cuando no lo intento. Así que debe ser un accidente muy malo”. Y entonces pensó que tal vez cuando intentara decir cosas no sería capaz; así que, para asegurarse, dijo en voz alta:
—Un accidente muy malo para el oso Pooh.
—Pooh —chilló la voz.
—¡Es Piglet! —gritó Pooh ansiosamente—¿Dónde estás?
—Debajo —dijo Piglet de alguna manera.
—¿Debajo de qué?
—De ti —chilló Piglet—¡Levántate!
—¡Oh! —dijo Pooh, y se levantó tan rápido como pudo—. ¿Me caí sobre ti, Piglet?
—Te caíste sobre mí —dijo Piglet, palpándose todo el cuerpo.
—No era mi intención —dijo Pooh apenado.
—No quería estar debajo —dijo Piglet—. Pero ya estoy bien, Pooh, y me alegro mucho de que hayas sido tú.
—¿Qué ha pasado? —dijo Pooh—. ¿Dónde estamos?
—Creo que estamos en una especie de pozo. Iba caminando buscando a alguien, y de repente ya no estaba, y cuando me levanté para ver dónde estaba, algo me cayó encima. Y eras tú.
—Así fue —dijo Pooh.
—Si —dijo Piglet—. Pooh —continuó nervioso y se acercó un poco más—, ¿crees que estamos en una trampa?
Pooh no lo había pensado en absoluto, pero ahora asintió. De repente se acordó de cómo él y Piglet habían hecho una vez una trampa Pooh para Heffalumps, y adivinó lo que había pasado. Él y Piglet habían caído en una trampa para Heffalumps de Pooh. De eso se trataba.
—¿Qué pasará cuando venga el Heffalump? —preguntó Piglet cuando hubo oído la noticia.
—Quizás no se fije en ti, Piglet —dijo Pooh animándole—, porque tú eres un animal muy pequeño.
—Pero se fijará en ti, Pooh.
—Se fijará en mí, y yo me fijaré en él —dijo Pooh, pensándolo bien—. Nos fijaremos el uno en el otro durante mucho tiempo, y entonces él dirá “Ho-Ho”.
Piglet se estremeció un poco al pensar en ese “¡Ho-ho!” y sus orejas empezaron a agitarse.
—¿Q-Qué vas a decir? —preguntó.
Pooh trató de pensar en algo que pudiera decir, pero cuanto más pensaba, más se daba cuenta de que no hay respuesta real a un “¡Ho, ho!” dicho por un Heffalump con el tipo de voz con que este Heffalump iba a decirlo.
—No diré nada —dijo Pooh finalmente—. Sólo tararearé para mí mismo, como si estuviera esperando algo.
—Entonces, ¿quizás vuelva a decir “Ho-ho”? —sugirió Piglet ansiosamente.
—Lo hará —dijo Pooh.
Las orejas de Piglet se agitaron tan deprisa que tuvo que apoyarlas contra el lateral de la trampa para que se detuvieran.
—Lo dirá otra vez —dijo Pooh—, y yo seguiré tarareando. Y eso lo molestará. Porque cuando dices “Ho-ho” dos veces, en plan regodeo, y la otra persona solo tararea, de repente te encuentras, justo cuando empiezas a decirlo la tercera vez, que… bueno, te encuentras…
—¿Qué?
—Que no lo es —dijo Pooh.
—¿Qué no es qué?
Pooh sabía lo que quería decir, pero, siendo un oso de muy poco cerebro, no se le ocurrían las palabras.
—Bueno, simplemente no lo es —dijo de nuevo.
—¿Quieres decir que ya no es ho-ho? —dijo Piglet esperanzado.
Pooh lo miró con admiración y le dijo que eso era lo que quería decir: si continúas tarareando todo el tiempo, porque no puedes decir ho-ho para siempre.
—Pero dirá otra cosa —dijo Piglet.
—Eso es. El dirá “¿Qué es todo esto?”, y entonces le diré, y es una idea muy buena, Piglet, que se me acaba de ocurrir: “es una trampa para Heffalump que he hecho, y estoy esperando a que el Heffalump caiga dentro”. Y seguiré tarareando. Eso lo desconcertará.
—¡Pooh! —gritó Piglet, y ahora le tocaba a él ser el admirador—. ¡Nos has salvado!
—¿Lo he hecho? —dijo Pooh, sin sentirse muy seguro.
Pero Piglet sí estaba muy seguro, y su mente seguía corriendo, y vio a Pooh y al Heffalump hablando entre sí, y pensó de pronto, y un poco tristemente, que habría sido bastante agradable que hubieran sido Piglet y el Heffalump los que hablaran tan grandilocuentemente entre sí, y no Pooh, por mucho que quisiera a Pooh; porque él tenía realmente más cerebro que Pooh, y la conversación iría mejor si fuera él y no Pooh quien hablara por un lado, y sería reconfortante después, por las noches, recordar el día en que contestó a un Heffalump tan valientemente como si el Heffalump no estuviera allí. Ahora parecía tan fácil. Sabía exactamente lo que iba a decir:
Heffalump (regodeándose): “¡Ho-ho!”
Piglet (descuidadamente): “Tra-la-la, tra-la-la.”
Heffalump (sorprendido y no tan seguro de sí mismo): “¡Ho-ho!”
Piglet (aún más despreocupado): “Tiddle-um-tum, tiddle-um-tum.”
Heffalump (empezando a decir Ho-ho y convirtiéndolo torpemente en una tos): “¡H’r’m! ¿Qué es todo esto?”.
Piglet (sorprendido): “¡Hola! Esto es una trampa que he hecho, y estoy esperando a que un Heffalump caiga en ella”.
Heffalump (muy decepcionado): “¡Oh!” (tras un largo silencio): “¿Estás seguro?”.
Piglet: “Sí”.
Heffalump: “¡Oh!” (nervioso): “P-pensé que era una trampa que había hecho para atrapar Piglets”.
Piglet (sorprendido): “¡Oh, no!”.
Heffalump: “¡Oh!” (disculpándose): “Debo haberme equivocado, entonces”.
Piglet: “Me temo que sí”. (educadamente): “Lo siento”. (sigue tarareando).
Heffalump: ‘“Bueno, bueno, bueno. Supongo que será mejor que vuelva”.
Piglet (levantando la vista descuidadamente): “¿Debes hacerlo? Bueno, si ves a Christopher Robin por algún lado, podrías decirle que lo busco”.
Heffalump (ansioso por complacer): “¡Claro! ¡Claro!” (sale corriendo).
Pooh (que no iba a estar, pero descubrimos que no podemos prescindir de él): “Oh, Piglet, ¡qué valiente y listo eres!”.
Piglet (modestamente): “Para nada, Pooh”. (Y luego, cuando venga Christopher Robin, Pooh podría contárselo todo).
Mientras Piglet soñaba este sueño feliz, y Pooh se preguntaba de nuevo si tenía catorce o quince tarros, la búsqueda de Peque seguía por todo el bosque. El verdadero nombre de Peque era Escarabajo Muy Pequeño, pero le llamaban Peque para abreviar cuando le hablaban, lo que casi nunca ocurría, excepto cuando alguien decía: “¡De verdad, Peque!”. Se había quedado unos segundos con Christopher Robin, y empezó a dar vueltas alrededor de un arbusto de juncos para hacer ejercicio, pero en vez de volver por el otro lado, como era de esperar, no lo había hecho, así que nadie sabía dónde estaba.
—Espero que se haya ido a casa —le dijo Christofer Robin a Conejo.
—¿Ha dicho “adiós y gracias por todo”? —dijo Conejo
—Sólo ha dicho “qué tal” —dijo Christofer Robin.
—¡Ja! —dijo Conejo. Después de pensar un poquito, continuó—¿Ha escrito una carta diciendo lo mucho que ha disfrutado, y lo mucho que lamenta haberse ido tan de repente?
Christopher Robin creía que no.
—¡Ja! —dijo Conejo otra vez, luciendo muy importante—. Esto es serio. Está perdido. Debemos empezar la búsqueda de inmediato.
Christopher Robin, que estaba pensando en otra cosa, dijo:
—¿Dónde está Pooh? —pero Conejo se había ido. Así que entró en su casa e hizo un dibujo de Pooh dando un largo paseo a eso de las siete de la mañana, y luego subió a lo alto de su árbol y volvió a bajar; entonces se preguntó qué estaría haciendo Pooh, y cruzó el bosque para ver.
No tardó mucho en llegar a la Fosa de Grava; miró hacia abajo, y allí estaban Pooh y Piglet, de espaldas a él, soñando felizmente.
—¡Ho-ho! —dijo Christofer Robin en voz alta y de repente.
Piglet saltó quince centímetros en el aire con sorpresa y ansiedad, pero Pooh siguió soñando.
—¡Es el Heffalump! —pensó Piglet nervioso.
—¡Ahora, entonces! —tarareó un poco en la garganta, para que no se le pegara ninguna de las palabras, y luego, de la manera más encantadoramente fácil, dijo:
—Tra-la-la, tra-la-la —como si se le acabara de ocurrir. Pero no miró a su alrededor, porque si miras a tu alrededor y ves un Heffalump mirándote, a veces te olvidas de lo que ibas a decir.
—Rum-tum-tum-tiddle-um —dijo Christofer Robin con una voz parecida a la de Pooh. Porque Pooh una vez había inventado una canción que decía:
“Tra-la-la, tra-la-la,
Tra-la-la, tra-la-la,
Rum-tum-tum-tiddle-um”.
Por eso, siempre que Christopher Robin la canta, lo hace con voz de Pooh, que parece sentarle mejor.
—Ha dicho algo equivocado —pensó Piglet ansioso—. Debería haber dicho “Ho-ho” otra vez. Quizás sea mejor que lo diga yo —y tan ferozmente como pudo, Piglet dijo—. ¡Ho-ho!
—¿Cómo has llegado hasta allí, Piglet? —dijo Christofer Robin con su voz ordinaria.
—Esto es terrible —pensó Piglet—. Primero habla con la voz de Pooh, y luego habla con la voz de Christofer Robin; lo hace para inquietarme.
Y estando ahora completamente inquieto, dijo muy rápido y chillando:
—Esto es una trampa para Poohs, y estoy esperando caer en ella, ho-ho, qué es todo esto, y luego digo ho-ho otra vez.
—¿Qué? —dijo Christofer Robin.
—Una trampa para ho-hos —dijo Piglet roncamente—. Acabo de hacerla y estoy esperando que venga el ho-ho.
No sé cuánto tiempo habría seguido Piglet así, pero en aquel momento Pooh se despertó de repente y decidió que eran dieciséis. Así que se levantó; y al volver la cabeza para aliviar aquel incómodo lugar en medio de la espalda donde algo le hacía cosquillas, vio a Christopher Robin.
—¡Hola! —gritó alegremente.
—Hola, Pooh.
—Piglet levantó la vista y volvió a desviarla. Y se sintió tan tonto e incómodo que casi había decidido huir al mar y ser marinero, cuando de repente vio algo.
—¡Pooh! —gritó— Hay algo trepando por tu espalda.
—Pensé que lo había —dijo Pooh.
—¡Es Peque! —gritó Piglet.
—Oh, es eso, ¿verdad? —dijo Pooh.
—¡Christofer Robin, he encontrado a Peque! —dijo Pooh.
—Bien hecho, Piglet —dijo Christofer Robin.
Y ante estas alentadoras palabras, Piglet se sintió de nuevo muy feliz y decidió no ser marinero después de todo. Cuando Christopher Robin les ayudó a salir del pozo de grava, se fueron todos juntos de la mano.
Y dos días después, el Conejo se encontró por casualidad con Igor en el bosque.
—Hola Igor —dijo—, ¿qué buscas?
—A Peque, por supuesto —dijo Igor—. ¿No tienes cerebro?
—Oh, ¿pero no te lo dije? —dijo Conejo—. Peque fue encontrado hace dos días.
Hubo un momento de silencio.
—Ja-ja —dijo Igor amargamente—. Algarabía y lo que sea. No te disculpes. Es justo lo que debía suceder.