Pooh inventa un nuevo juego e Igor se une

Cuando llegó a la orilla del bosque, el arroyo había crecido hasta convertirse casi en un río y, ya crecido, no corría, saltaba y chispeaba como hacía cuando era más joven, sino que avanzaba más despacio. Ahora sabía dónde iba y se decía:

—No hay prisa. Algún día llegaremos.

Pero todos los arroyitos, más arriba, en el bosque, iban de un lado a otro, deprisa, ansiosos, pues tenían mucho que descubrir antes de que fuera demasiado tarde.

Había una pista ancha, casi tan ancha como una carretera, que conducía del exterior al bosque, pero antes de llegar al bosque tenía que cruzar este río. Así que, donde cruzaba, había un puente de madera, casi tan ancho como una carretera, con barandillas de madera a cada lado. Christopher Robin podía poner la barbilla en la barandilla superior, si quería, pero era más divertido ponerse en la barandilla inferior, para poder inclinarse y ver cómo el río se deslizaba lentamente por debajo de él. Pooh podía apoyar la barbilla en la barandilla inferior si quería, pero era más divertido tumbarse y meter la cabeza debajo, y ver cómo el río se deslizaba lentamente por debajo de él. Y ésta era la única forma en que Piglet y Roo podían ver el río, porque eran demasiado pequeños para alcanzar la barandilla inferior. Así que se tumbaban y lo miraban… y se deslizaba muy despacio, sin tener ninguna prisa por llegar.

Un día, cuando Pooh caminaba hacia el puente, intentaba inventar una poesía sobre los piñones, porque allí estaban, tirados a ambos lados de él, y se sentía cantarín. Así que cogió un piñón, lo miró y se dijo:

—Este es un buen piñón, y algo debería rimar con él.

Pero no se le ocurría nada. Y de repente le vino esto a la cabeza:

Aquí un misterio tenemos
Sobre un piñoncito que vemos
Búho dijo “en él viviremos”,
Y Kanga dice “treparemos”.

—Lo que no tiene sentido —dijo Pooh—, porque Kanga no trepa un árbol.

Acababa de llegar al puente y, al no mirar por dónde iba, tropezó con algo y el piñón salió disparado de su pata hacia el río.

—Caramba —dijo Pooh, mientras flotaba lentamente bajo el puente, y volvió a recoger otra piña que tuviera una rima. Pero luego pensó que mejor miraría el río, porque era un día tranquilo, así que se tumbó y lo miró, y el río se deslizó lentamente bajo él; y de repente, también se deslizó su piña.

—Qué curioso —dijo Pooh—, lo dejé caer por el otro lado, ¡y salió por éste! Me pregunto si volvería a hacerlo. 

Y volvió a por más piñas.

Lo hizo. Y siguió haciéndolo. Entonces dejó caer dos a la vez, y se inclinó sobre el puente para ver cuál de ellos salía primero; y uno de ellos lo hizo; pero como los dos eran del mismo tamaño, no sabía si era el que quería ganar o el otro. Así que la siguiente vez tiró una grande y una pequeña, y la grande salió la primera, que era lo que había dicho que haría, y la pequeña salió la última, que era lo que había dicho que haría, así que había ganado dos veces; y cuando fue a casa a tomar el té, había ganado treinta y seis y perdido veintiocho, lo que significaba que era, que tenía… bueno, tomas veintiocho de treinta y seis, y eso es lo que era. En lugar de al revés.

Y ése fue el principio del juego llamado Los palitos de Pooh, que Pooh inventó, y al que él y sus amigos solían jugar en la orilla del Bosque. Pero jugaban con palos en lugar de piñas, porque eran más fáciles de marcar.

Un día, Pooh, Piglet, Conejo y Roo estaban jugando juntos los palitos de Pooh. Habían tirado los palos cuando Conejo dijo:

—¡Vamos!

Y se apresuraron a cruzar al otro lado del puente; y ahora estaban todos inclinados sobre el borde, esperando a ver el palo de quién salía primero. Pero tardó mucho en salir, porque el río estaba muy perezoso aquel día y apenas parecía importarle no llegar nunca.

—¡Puedo ver el mío! —gritó Roo —. No, no puedo, es otra cosa. ¿Puedes ver el tuyo, Piglet? Pensé que podía ver el mío, pero no pude. ¡Ahí está! No, no está. ¿Puedes ver el tuyo, Pooh?

—No —dijo Pooh.

—Creo que mi palo se atoró —dijo Roo—. Conejo, mi palo se atoró. ¿Tu palo se atoró, Piglet?

—Siempre tardan más de lo que crees —dijo Conejo.

—¿Cuánto tiempo crees que tarden? —preguntó Roo.

—Puedo ver el tuyo, Piglet —dijo Pooh de repente.

—El mío es una especie de grisáceo —dijo Piglet, sin atreverse a inclinarse demasiado por si se caía.

—Si, eso es lo que veo. Viene hacia mi lado.

Conejo se inclinó más que nunca, buscando el suyo, y Roo se retorcía arriba y abajo, gritando:

—¡Vamos, palo! ¡Palo, palo, palo!

Y Piglet se emocionó mucho porque el suyo era el único que se había visto, y eso significaba que iba ganando.

—¡Ya viene! —dijo Pooh.

—¿Estás seguro de que es el mío? —chilló Piglet emocionado

—Si, porque es gris. Uno gris grande. ¡Ya viene! Un muy, grande, gris… Oh, no, no lo es, es Igor.

Y salió Igor flotando.

—¡Igor! —gritaron todos.

Muy tranquilo, muy digno, con las piernas en alto, salió Igor de debajo del puente.

—¡Es Igor! —gritó Roo, terriblemente excitado.

—Ah, ¿sí? —dijo Igor, quedando atrapado por un pequeño remolino y dando tres vueltas lentamente—. Me lo preguntaba.

—No sabía que estabas jugando —dijo Roo

—No estoy jugando —dijo Igor.

—Igor, ¿qué haces allí? —dijo Conejo.

—Te daré tres pistas, Conejo. ¿Cavando agujeros en el suelo? No. ¿Saltando de rama en rama de un joven roble? No. ¿Esperando que alguien me ayude a salir del río? Si. Dale tiempo a Conejo y siempre encontrará la respuesta.

—Pero Igor —dijo Pooh angustiado—, ¿qué podemos…? Quiero decir, ¿cómo vamos a…? ¿Crees que si…?

—Si —dijo Igor—. Una de esas sería justo lo que necesitamos. Gracias, Pooh.

—Da vueltas y vueltas —dijo Roo, muy impresionado.

—¿Y por qué no? —dijo Igor fríamente.

—Yo también puedo nadar —dijo Roo con orgullo.

—No dando vueltas y vueltas —dijo Igor—. Es mucho más difícil. Hoy no quería venir a nadar —continuó, dando vueltas lentamente—. Pero si, cuando estoy dentro decido practicar un ligero movimiento circular de derecha a izquierda, o tal vez deba decir —añadió al entrar en otro remolino—, de izquierda a derecha, tal como se me ocurra, no es asunto de nadie más que mío.

Hubo un momento de silencio mientras todos pensaban.

—Tengo una especie de idea —dijo Pooh finalmente—, pero supongo que no es muy buena.

—Yo tampoco creo que lo sea —dijo Igor.

—Vamos, Pooh —dijo Conejo—. Oigámosla.

—Bueno, si todos tiráramos piedras y cosas al río a un lado de Igor, las piedras harían olas, y las olas lo arrastrarían al otro lado.

—Es una muy buena idea —dijo Conejo, y Pooh volvió a parecer feliz.

—Muy —dijo Igor—. Cuando quiera que me laves, Pooh, te lo haré saber.

—¿Y si le damos por error? —dijo Piglet ansioso.

—O suponiendo que no le dieras por error —dijo Igor—. Piensa en todas las posibilidades, Piglet, antes de instalarte a disfrutar.

Pero Pooh había tomado la piedra más grande que podía cargar, y estaba inclinado sobre el puente, sosteniéndola con las patas.

—No la tiro, la dejo caer, Igor —explicó—. Y así no puedo fallar; quiero decir, no puedo golpearte. ¿Podrías dejar de dar vueltas un momento? Porque me confundes bastante.

—No —dijo Igor—. Me gusta dar vueltas.

Conejo comenzó a sentir que era momento de tomar el mando.

—Bueno, Pooh —dijo—, cuando yo diga ‘ahora’ la dejas caer. Igor, cuando yo diga ‘ahora’, Pooh dejará caer la piedra.

—Muchas gracias, Conejo, pero espero saberlo.

—¿Estás listo, Pooh? Piglet, dale un poco más de espacio a Pooh. Retrocede un poco, Roo. ¿Estás listo?

—No —dijo Igor.

—¡Ahora! —dijo Conejo.

Pooh dejó caer la piedra. Hubo un fuerte chapoteo, e Igor desapareció.

Fue un momento angustioso para los observadores del puente. Miraban y miraban… e incluso la visión del palo de Piglet saliendo un poco por delante del de Conejo no los animó tanto como cabría esperar. Y entonces, justo cuando Pooh empezaba a pensar que debía de haber elegido la piedra o el río equivocados o el día equivocado para su idea, algo gris asomó por un momento por la orilla del río; y se fue haciendo poco a poco más y más grande; y por fin era Igor que salía.

Con un grito se precipitaron fuera del puente, y lo empujaron y jalaron; y pronto estuvo de nuevo entre ellos en tierra firme.

—¡Oh, Igor, estás mojado! —dijo Piglet, palpándolo.

Igor se sacudió y le pidió a alguien que le explicara a Piglet qué pasaba cuando uno llevaba mucho tiempo dentro de un río.

—Bien hecho, Pooh —dijo Conejo amablemente—. Ha sido una buena idea.

—¿Cuál fue? —preguntó Igor.

—Arrastrarte así a la orilla.

—¿Arrastrarme? —dijo Igor sorprendido—¿Arrastrarme? No pensarán que me arrastraron, ¿verdad? Me zambullí. Pooh dejó caer la gran piedra sobre mí, y para no recibir un fuerte golpe en el pecho, me zambullí y nadé hasta la orilla.

—No lo hiciste realmente —le susurró Piglet a Pooh, para consolarlo.

—No creí que lo hubiera hecho —dijo Pooh ansiosamente.

—Es que, Igor —dijo Piglet—, pensé que tu idea era muy buena idea.

Pooh empezó a sentirse un poco más cómodo, porque cuando eres un oso de muy poco cerebro y piensas en cosas, a veces descubres que una cosa que parecía muy cosa dentro de ti es muy diferente cuando sale a la luz y tiene a otras personas mirándola. En cualquier caso, Igor estaba en el río y ahora ya no, así que no había hecho ningún daño.

—¿Cómo te has caído, Igor? —preguntó Conejo, mientras lo secaba con el pañuelo de Piglet.

—No me caí —dijo Igor.

—Pero cómo…

—Me hicieron saltar —dijo Igor.

—Oh —dijo Roo emocionado—, ¿alguien te hizo saltar?

—Alguien me hizo saltar. Estaba pensando a la orilla del río; pensando, si alguno de ustedes sabe lo que significa, cuando me hicieron saltar con fuerza.

—¡Oh, Igor! —dijeron todos

—¿Estás seguro de que no resbalaste? —preguntó Conejo sabiamente.

—Por supuesto que resbalé. Si estas en la orilla resbaladiza de un río y alguien te hace saltar por detrás, te resbalas. ¿Qué creías que había hecho?

—Pero, ¿quién ha sido? —preguntó Roo.

Igor no contestó.

—Seguro fue Tigger —dijo Piglet nervioso.

—Pero, Igor —Dijo Pooh—, ¿fue una broma o un accidente? Quiero decir…

—No me detuve a preguntar. Incluso en el fondo del río no me detuve a preguntarme ‘¿es esto una broma o un accidente?’. Simplemente floté hasta la superficie, y me dije ‘está mojado’; si sabes lo que quiero decir.

—¿Y dónde estaba Tigger? —preguntó Conejo.

Antes de que Igor pudiera contestar, se oyó un fuerte ruido detrás de ellos, y a través del cerco apareció el mismísimo Tigger.

—Hola a todos —dijo Tigger alegremente.

—Hola, Tigger —dijo Roo.

El conejo se puso muy imponente de repente.

— Tigger —dijo solemnemente—¿qué acaba de pasar?

—¿Cuándo? —dijo Tigger un poco incómodo.

—Cuando hiciste saltar a Igor al río.

—Yo no lo hice saltar.

—Me hiciste saltar —dijo Igor bruscamente.

—La verdad es que no. Tenía tos, y casualmente estaba detrás de Igor y dije ‘Grrrr—oppp—ptschschschz.’

—¿Por qué? —dijo Conejo, ayudando a Piglet a levantarse y sacudirse el polvo—. No pasa nada Piglet.

—Me ha tomado por sorpresa —dijo Piglet nervioso.

—A eso lo llamo yo hacer saltar —dijo Igor—. Tomar a la gente por sorpresa. Una costumbre muy desagradable. No me molesta que Tigger esté en el bosque, porque es un bosque grande, y hay mucho espacio para saltar en él. Pero no veo por qué debería venir a mi pequeño rincón y saltar allí. No es que mi pequeño rincón tenga nada de maravilloso. Claro que para la gente a la que le gustan los lugares fríos, húmedos y feos es algo muy especial, pero por lo demás es sólo un rincón, y si alguien se siente saltarín…

—No salté, tosí —dijo Tigger malhumorado.

—Salto o tos, es todo lo mismo en el fondo del río.

—Bueno —dijo Conejo—, todo lo que puedo decir es… bueno, aquí está Christofer Robin para que lo diga.

Christopher Robin bajó del bosque hacia el puente, muy alegre y despreocupado, como si dos veces diecinueve no importaran nada, como no importaba en una tarde tan feliz, y pensó que si se paraba en la baranda inferior del puente y se inclinaba para mirar el río que se deslizaba lentamente debajo de él, de pronto sabría todo lo que había que saber, y podría contárselo a Pooh, que no estaba muy seguro de algunas cosas. Pero cuando llegó al puente y vio a todos los animales allí, entonces supo que no era esa clase de tarde, sino la otra, cuando querías hacer algo.

—Es así, Christofer Robin —comenzó Conejo—. Tigger …

—No, no lo hice —dijo Tigger.

—Bueno, de todos modos, ahí estaba —dijo Igor.

—Pero no creo que haya sido su intención —dijo Pooh.

—Es que es saltarín —dijo Piglet—, y no puede evitarlo.

—Intenta saltar conmigo, Tigger —dijo Roo con entusiasmo—. Igor, Tigger va a probarme. Piglet, ¿tú crees…?

—Si, si —dijo Conejo—, no queremos hablar todos a la vez. La cuestión es, ¿qué piensa Christofer Robin al respecto?

—Lo único que hice fue toser —dijo Tigger.

—me hizo saltar —dijo Igor.

—Bueno, como que bofé —dijo Tigger.

—¡Sh! —dijo Conejo, levantando la pata—¿Qué piensa Christofer Robin al respecto? Esa es la cuestión.

—Bueno —dijo Christofer Robin, no muy seguro de lo que trataba—, creo…

—¿Sí? —dijeron todos.

—Creo que todos deberíamos jugar a Los palitos de Pooh.

Y así lo hicieron. E Igor, que nunca había jugado antes, ganó más veces que nadie; y Roo se cayó dos veces, la primera por accidente y la segunda a propósito, porque de repente vio a Kanga que venía por el bosque, y sabía que tendría que irse a la cama de todos modos. Entonces Conejo dijo que iría con ellos; y Tigger e Igor se fueron juntos, porque Igor quería contarle a Tigger cómo se gana a los Poosticks, cosa que se hace dejando caer el palo de un modo espasmódico, si entiendes lo que quiero decir, Tigger; y Christopher Robin y Pooh y Piglet se quedaron solos en el puente. Durante largo rato miraron al río, sin decir nada, y el río tampoco dijo nada, pues se sentía muy tranquilo y pacífico en aquella tarde de verano.

—Tigger está bien, en realidad —dijo Piglet perezosamente.

—Por supuesto que lo está —dijo Christofer Robin.

—Todos lo están —dijo Pooh—. Eso es lo que creo yo. Pero no creo tener razón.

—Por supuesto que la tienes —dijo Christofer Robin.


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