Los huevos rosas y azules

—Los vi con mis propios ojos —dijo la vieja Gallina Blanca, parada en un pie, con el cuello extendido y el pico abierto de par en par—. Uno era rosa y el otro era azul. Eran como cualquier otro huevo en cuanto al tamaño, ¡pero el color… huevos rosas y azules! ¿Quién los habrá puesto?

La vieja Gallina Blanca miró a cada uno del grupo de gallinas y pollos que estaban a su alrededor. 

—Pues yo sé que yo no —dijo la gallina moteada.

—No me miren a mi —dijo la Gallina Marrón—. Pongo huevos grandes y blancos, y todos lo saben. Son los mejores huevos en el corral.

—Oh, yo no diría eso —dijo la Gallina Blanca—. Parece que te olvidas que el huevo más grande que se ha visto en este corral lo puse yo; los huevos blancos están muy bien, pero denme uno marrón para la calidad.

—Sólo pusiste un huevo grande una vez —contestó la Gallina Marrón—, y todo el mundo pensó que era un huevo raro. 

—Es comprensible lo que sientes por ese huevo —dijo la Gallina Blanca—, pero no nos ayuda a averiguar quién puso los huevos azules y rosas.

—¿Dónde los has visto? —preguntó la Gallina Moteada.

—Uno en la mesa, junto a la ventana de la granja —dijo la vieja Gallina Blanca—. Me subí volando a un barril que había debajo de la ventana, y luego estiré el cuello y miré por la ventana, y allí, sobre la mesa, en una pequeña cesta, vi aquellos huevos de aspecto extraño.

—Quizás el granjero los había comprado para que alguno de nosotros se sentara sobre ellos y los empollara —dijo la Gallina Marrón.

—Pues yo me niego a hacerlo —dijo la Gallina Blanca—. Creo que sería un insulto poner esas cosas chillonas en nuestros nidos.

—Estoy segura de que no los empollaré —dijo la Gallina Moteada—. Me vería graciosa paseando por ahí con un pollito azul y otro rosa a mi lado, y yo una gallina moteada. ¡No! No voy a criar pollitos de colores; el granjero puede encontrar otra gallina que lo haga.

—No creerás ni por un momento que yo haré semejante cosa, espero —dijo la Gallina marrón—. Simplemente mencioné el hecho de que el granjero podría tener esa idea.

—Quizás la Gallina Blanca sea daltónica —dijo la Gallina Moteada—. Los huevos que vio pueden ser blancos, después de todo.

—Si dudan de mi palabra o de mi vista, vayan y miren ustedes mismos —dijo la Gallina Blanca, manteniendo la cabeza en alto—. Encontrarán un huevo rosa y otro azul, tal como les he dicho.

La Gallina Moteada y la Marrón salieron corriendo, seguidas por muchas otras y por todos los polluelos del corral.

Uno tras otros voló a lo alto del barril y miraron por la ventana los huevos de los que les había hablado la Gallina Blanca. Era todo cierto; los huevos eran azules y rosas.

—Pío, pío, pío, pío, queremos ver los huevos azules y rosas —gritaron los pollitos—. Nunca hemos visto ninguno y queremos verlos.

—¡Caraba! ¿Por qué hablamos de esto con ellos cerca? —dijo la Gallina Marrón—. No se callarán si no ven, ¿y cómo demonios voy a subirlos a esa ventana?

—¿No se te ha ocurrido no darles todo lo que piden a gritos? —dijo la Gallina Blanca—. Di “no” de vez en cuando; te ahorrará muchos problemas.

—No soporto negarles nada a los pequeños —dijo la Gallina Marrón, cacareando a su pequeña cría y tratando de calmarlos.

—Bueno, mejor que empieces ya, porque ésta es una de las cosas que no podrás hacer —dijo la Gallina Blanca, pavoneándose hacia la cucha del perro para contarle la historia de los huevos azules y rosas a Towser.

—¿No sería terrible que el granjero pusiera esos huevos en uno de nuestros nidos? —preguntó la Gallina Blanca cuando hubo terminado la historia.

—¡Jo, jo! —rio Towser—, esa es una buena broma para ti; no reconoces tus propios huevos cuando los ves.

—No me digas que yo puse esos huevos de colores —dijo la Gallina Blanca, mirando a su alrededor para ver si alguna de sus compañeras estaba a distancia de oírla—. Sé que nunca lo hice.

—Pero lo hiciste —dijo Towser, riendo otra vez—. Oí que el granjero le decía a su hija: “si quieres huevos para colorear para Pascua, toma los que puso la Gallina Blanca; no son tan grandes como los otros y no los puedo vender tan bien.

—Towser, si no mencionas nunca lo que acabas de decirme te diré dónde he visto esta mañana un hueso muy grande —dijo la Gallina Blanca—; lo estaba guardando para mí. Me gusta coger uno de vez en cuando, pero puedes quedártelo si prometes mantener en secreto lo que acabas de contarme.

Towser lo prometió, y la Gallina Blanca le mostró dónde estaba escondido.

Unos días después, la Gallina Marrón dijo:

—Me pregunto cuándo sacará el granjero esos huevos de lujo. Si los deja en casa mucho más tiempo nadie podrá empollarlos.

—¡Oh! Se me olvidó decirte que esos huevos, después de todo, no eran huevos de verdad —dijo la gallina Blanca—, sino solo huevos de Pascua para que la niña jugara con ellos; ¡así que toda nuestra preocupación fue en vano!


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