Las aventuras del tío Wiggily y la nana Jane

Una vez, el tío Wiggily le dijo a su ama de llaves rata almizclera:

—Nana Jane, nos vamos al bosque.

—¿Qué haremos en el bosque? —preguntó la señorita Fuzzy Wuzzy, retorciéndose la cola bajo el vestido.

—Tal vez vayamos a visitar a los Bichos Garabatos —rio el tío Wiggily, centelleando su rosada nariz—, y puede que tengamos una aventura.

—Nunca se sabe lo que puede pasar cuando se va al bosque —dijo la nana Jane—. Y, como podrías correr peligro si fueras solo, iré contigo.

El conejito y la nana Jane saltaron hacia el bosque. De repente, la señorita Fuzzy Wuzzy tiró de la cola del abrigo del tío Wiggily y susurró:

—¡Mira, hay una mesa de tronco plano, y sobre ella hay buenas cosas para comer!

—¡Oh, sí! —gritó el señor Orejaslargas—. Y, como no hay nadie, bien podemos sentarnos a comer el almuerzo campestre.

—¡Qué gran jarra de limonada! —dijo la nana Jane—. ¿De quién es, tío Wiggily?

—Quizás pertenezca a un gigante —respondió el conejo.

—¡Oh, cielos! —gritó la nana Jane.

—No tengas miedo —dijo el conejo. Y la nana Jane se sintió aliviada.

Ahora, la mesa de troncos había sido puesta en el bosque por una madre osa y sus dos pequeños oseznos. Pronto volvieron los tres osos, que habían ido a buscar miel.

—¡Oh, Madre! —gruñó el pequeño cachorro Goopy—. ¡Hay alguien en nuestra mesa!

—¡Se están comiendo todo lo bueno que tenemos! —se quejó el osezno Snoopy.

—¡Dios mío! —refunfuñó Mamá Osa.

—Deja que me arrastre por una rama encima de sus cabezas, mamá —susurró Goopy—. Dejaré caer bellotas sobre la señora rata almizclera y el tío conejo para asustarlos.

Mamá Osa ayudó a Goopy a subir al árbol mientras Snoopy le sujetaba la cola. Una rama del árbol se agitó sobre la mesa de tronco.

Goopy subió suavemente. Ni el tío Wiggily ni la nana Jane lo oyeron.

—Este sí que es un buen picnic —rio el conejo, comiéndose un pastel. En ese momento, Goopy, que estaba en el extremo de la rama, resbaló y cayó en la gran jarra de limonada, salpicando a tío Wiggily y a la nana Jane. Tío Wiggily se fue dando saltitos a su cabaña.

—¿A dónde vas? —chilló la nana Jane. 

—Voy a buscas un trozo de papel adhesivo para atrapar a los demás osos que puedan caer.

Con el papel adhesivo, el señor Orejaslargas regresó al bosque dando saltitos. Puso el papel adhesivo sobre la mesa de tronco. El pequeño Goopy, que se había escabullido de la limonada, corrió de vuelta con Mamá Osa.

—Ahora me subiré al árbol y asustaré al tío Wiggily —susurró el pequeño Snoopy.

Así que se subió a la rama. Pero sus patas resbalaron y cayó sobre el pegajoso papel atrapamoscas.

—¡Bendita sea mi rosada y centelleante nariz! —gritó el tío Wiggily mientras bailaba con la gran jarra de limonada.

—¡Cof, cof! —gimoteó Snoopy. El conejo sacó al osezno del papel adhesivo y le dijo:

—Voy a hacerte cosquillas para que seas un mejor oso.

El conejito acarició suavemente al pequeño osezno Snoopy. Entonces el tío Wiggily equilibró su muleta para el reumatismo en el extremo de su nariz.

—¿Por qué haces eso? —preguntó la nana Jane. El tío Wiggily se puso a bailar mientras contestaba:

—Quiero hacer reír a Mamá Osa con este truco gracioso para que no nos muerda.

Pero Mamá Osa no se reía.

—Grr, grr —gruñó, fingiendo estar enfadada—. ¡Creo que voy a mordisquearte las orejas, tío Wiggily!

—¿Por qué? —preguntó el conejito.

—Por comerte el almuerzo de mis cachorros y por hacerle cosquillas a Snoopy —contestó Mamá Osa—. ¡Sí, te morderé las orejas!

—¡Oh, no! ¡No harás eso! —gritó la nana Jane. Entonces la rata almizclera tomó una de las cestas vacías y la deslizó sobre la cabeza de Mamá Osa.

—¡Ahora ya no puedes mordisquear ninguna oreja! —dijo la señorita Fuzzy Wuzzy.

—¡Jaja! —rio el tío Wiggily, agitando la pata. Los cachorros Goopy y Snoopy se sentaron juntos como gemelos.

—¡Guau, guau! —gruñó Mamá Osa mientras se sentaba para sacarse la cesta de la cabeza. Entonces el conejito y la nana Jane corrieron sanos y salvos a casa.

Al día siguiente, el tío Wiggily se levantó temprano.

—¡Ah, ja, nana Jane! —saludó a la señora rata almizclera—. ¿Quieres ir al bosque a vivir otra aventura con osos? 

La señorita Fuzzy Wuzzy dijo que prefería divertirse de otra manera.

—Entonces te diré lo que podemos hacer —habló el tío Wiggily—. Llevaremos nuestro propio almuerzo e iremos de visita al bosque.

La nana Jane preguntó a quién visitarían.

—Tal vez a los Bichos Garabatos —respondió el conejo. Así que él y la señora rata almizclera se fueron al bosque.

—¿Qué vas a hacer con la cuerda, tío Wiggily? —preguntó la nana Jane.

—Te voy a hacer un columpio —contestó el conejo amablemente.

Se subió a un árbol, ató la cuerda a una rama e hizo un columpio para su ama de llaves.

—¡Arriba! —gritó el conejito, dando un empujón a la nana Jane. Subió y bajó, y luego dijo:

—¡Me gustaría beber algo!

El tío Wiggily saltó hasta el manantial y llenó de agua hasta el borde su alto sombrero de seda.

La nana Jane dio las gracias al conejo, bebió el agua y se columpió sola, mientras el tío Wiggily dormía bajo los árboles hasta que llegó la hora de comer. De repente, el conejo estornudó y, al abrir los ojos, vio a un Bichito Garabato haciéndole cosquillas en la nariz.

—¡Mira a la nana Jane! —zumbó el insecto—. Se está columpiando demasiado alto.

De repente, la cuerda del columpio se rompió y la rata almizclera cayó al suelo.

—¡Oh, lo siento tanto! —gritó el tío Wiggily—. ¿Estás herida?

La nana Jane dijo que no.

—Creo que una hamaca sería más segura —dijo el conejo. Hizo una hamaca con hierba y telarañas—. Súbete y el Bicho Garabato te empujará —dijo a la nana Jane.

De repente, mientras la nana Jane se columpiaba en la hamaca, la cuerda de hierba se rompió y empezó a caer. Entonces pasó volando un Bicho Garabato gigante y atrapó un extremo de la hamaca.

—¡Ven aquí, tío Wiggily! —zumbó el insecto.

—¡No dejes que la nana Jane caiga! —gritó el señor conejo.

El tío Wiggily y el insecto dejaron bajar fácilmente a la nana Jane. Cuando la señora rata almizclera se arrastró fuera de la hamaca dijo:

—¡Ya basta, por favor!

El Bicho gigante se fue volando después de que el tío Wiggily le diera las gracias. Entonces el pequeño Bicho Garabato dijo:

—Creo que tendrás más aventuras al otro lado del arroyo. Los llevaré hasta un puente de tablones.

Cuando llegaron al puente sobre el arroyo, el Bichito Garabato caminó primero.

—Yo iré después para ver si es seguro —se ofreció el tío Wiggily.

Después de cruzar, la señorita Fuzzy Wuzzy se puso en marcha, pero cuando la rata almizclera llegó a la mitad del puente de tablones, ¡éste se rompió! Se zambulló en el agua.

El Bichito Garabato le tiró el extremo de una telaraña, y él y el señor Orejaslargas sacaron a la nana Jane del agua. Entonces, de repente, cuando iban a comer el almuerzo del picnic, un Zorro Peludo se escapó con la cesta, y el Tío Wiggily corrió tras él agitando su muleta para el reuma.



El tío Wiggily corrió tras el Zorro Peludo.

—¡Te atraparé! —gritó el conejo. El Zorro corrió deprisa, pero el conejo saltó más rápido y le quitó la cesta del almuerzo al mal tipo.

—Te mordisquearía las orejas, ¡pero estoy sin aliento! —jadeó el Zorro. Y el tío Wiggily rio.

—¿Dónde podemos poner la mesa? —preguntó la señorita Fuzzy Wuzzy. Una gran tortuga de barro se arrastró.

—Pondremos la mesa en el lomo de la tortuga —dijo el tío Wiggily. Y así lo hicieron.

Pero, de repente, al sentarse en un taburete de sapo para comer, la nana Jane derramó un poco de pimienta sobre la cola de la tortuga. La tortuga se arrastró tan rápido como pudo, derramando el almuerzo.

—¡Oh, querida! ¿Cómo vamos a conseguir algo de comer? —suspiró la nana Jane.

—Iremos a visitar al señor Colarretorcida, un señor cerdo que conozco —respondió el conejo. El señor Colarretorcida invitó a cenar a la nana Jane y al tío Wiggily. Comieron pudin de manzana con salsa de leche agria.

Cuando el tío Wiggily y la nana Jane llegaron a casa, después de haber cenado con el señor Colaretorcida, el conejo dijo:

—Ya he tenido bastantes aventuras por ahora.

Pero al día siguiente llamaron a su puerta. 

—Alguien viene a pedirte que te vayas de aventuras otra vez —chilló la nana Jane. Tío Wiggily abrió la puerta y vio a Nannie Colatemblorosa, la cabra y a Susie Colapequeña, la coneja.

—Por favor, haznos una casita de juego —suplicaron las niñas animales. Y el conejito les hizo una bonita casita de juegos con chimenea, puerta, ventana y todo.

—¡Y no dejes que ningún animalito venga a molestarnos! —baló Nannie.

—No, no lo haré —prometió el tío Wiggily. Pero poco después Susie salió gateando de la casita de juegos, fuera de la cual estaba sentada su muñeca, y gritó:

—¡Oh, tío Wiggily! Por favor, haz que Billie Colatemblorosa y Floppy Colasinuosa dejen de molestarnos.

De repente, los burlones niños animales corrieron en círculo alrededor del tío Wiggily, riendo y gritando de alegría.

Alrededor de la casa de juegos de Susie y Nannie corrieron los niños animales.

—¡Por favor, váyanse! —suplicó Susie.

—No podemos divertirnos con ellos aquí —baló Nannie.

—¡Ja! ¡Ya sé que hacer! —rio el tío Wiggily—. Llevaré a estos niños a una heladería y les dejaré comer todo lo que quieran. ¡Vamos chicos! —llamó haciendo centellear su nariz rosada.

—¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra! —gritaron Billie, Floppy, Tommie y Jackie, mientras el tío Wiggily los conducía a la heladería.

—¡Quiero chocolate! —ladró Jackie, poniéndose de cabeza.

—Bueno, no deben molestar más a las niñas —advirtió el tío Wiggily, y los animalitos prometieron no hacerlo. Pero, mientras el señor conejito se había ido, el Zorro y el Lobo se acercaron sigilosamente y asustaron a Susie y Nannie.

—¿Dónde está el tío Wiggily? —gritó Susie.

De repente, el caballero conejo saltó con su bolsa de palos y pelotas de golf.

—Voy a ahuyentar a los malos —gritó el conejo.

—El Zorro y el Lobo no te molestarán más —rio el tío Wiggily mientras enviaba la última pelota de golf volando hacia los chicos malos—. ¡Les he dado en las narices!

Nannie y Susie se alegraron, pero la chica cabra dijo:

—Me temo que podrán volver después de que te vayas, tío Wiggily. ¿No podrías trasladar nuestra casita de juegos cerca de tu cabaña de troncos huecos?

—No —contestó el conejo—. Pero, ¡esperen un momento! Tengo una idea.

El tío Wiggily se fue dando saltitos hasta que se encontró con el amable elefante del circo.

—¿Podrías venir a mover una casita de juegos por mí? —preguntó el conejo.

—Con mucho gusto —respondió el Elefante, de pie sobre sus patas traseras y con la gorra en la cabeza. El Elefante, grande y fuerte, levantó la casita con su trompa.

—¿Dónde la quieres? —preguntó.

—¿Puedes ponértela en la espalda? —preguntó el conejito.

—Si, pero dile a las niñas animales que entren a la casa —dijo el Elefante. Susie y Nannie entraron de un salto y jugaron con sus muñecas.

El elefante levantó la casita de juegos con Susie y Nannie dentro.

—¡Qué divertido! —baló la cabra.

—¡Lo más divertido que hemos hecho! —rio Susie. El Elefante colocó la casita sobre su lomo.

—Ahora el Zorro y el Lobo no podrán atraparlas —dijo el tío Wiggily.

—No, no pueden —contestó Susie.

—Pero, ¿cómo puedes subir aquí, tío Wiggily? —preguntó Nannie.

—Subiré por una escalera —contestó el conejito. Puso una escalera contra el Elefante.

Pero, mientras el tío Wiggily subía, Susie gritó:

—¡Oh, aquí vuelven el Zorro y el Lobo!

El Elefante se rio a través de su trompa.

—¡No dejen que las asusten! —retumbó. Y cuando el Zorro y el Lobo se acercaron lo suficiente, el Elefante los recogió, uno tras otro en su trompa, y los arrojó lejos, muy lejos.

Entonces las niñas animales se alegraron. Al final del día, el conejito puso unos patines debajo de la casita, enganchó su coche a ella y se la llevó.

En el bosque, entre las colinas, había un lago de agua azul. Un día el conejo le dijo a la nana Jane:

—¡Ven! Vamos a dar un paseo por el lago en mi lancha a motor.

El tío Wiggily se vistió de marinero, y la señorita Fuzzy Wuzzy, llevando su sombrilla, fue con él al muelle.

—Oh, ¿puedo ir con ustedes? —chilló Floppy Colaenroscada, la cerdita.

—Que venga —chilló la nana Jane. Así que el tío Wiggily, la señora rata almizclera y la cerdita navegaron por el lago azul en la lancha motora del señor conejo.

Ahora, en la orilla, estaban dos tipos malos: el Hipopótamo Pesado y el Cocodrilo Skillery Scallery con cola de doble articulación.

—¡Atrapemos al tío Wiggily! —gruñó el Hipopótamo Pesado.

—¡Será divertido! —contestó el Cocodrilo—. Podemos nadar hasta la isla donde desembarcarán y atraparlos allí.

El tío Wiggily, la nana Jane y la cerdita navegaron hasta una isla del lago. En la isla jugaron un partido de béisbol. ¡Qué divertido!

Después del juego de pelota, el tío Wiggily dijo:

—Es hora de zarpar de nuevo.

—¿Cuándo comemos? —gruñó la cerdita.

El conejito centelleó su rosada nariz y dijo:

—Pronto tendrás algo para comer, Floppy.

En ese momento, de donde estaba escondido en el agua, cerca de la Isla del Béisbol, surgió el Hipopótamo Pesado.

—¡Aquí es donde como ahora! —gruñó el Hipopótamo—. ¡Voy a mordisquear las orejas del tío Wiggily!

Pero el conejito fue demasiado rápido.

—¡Vamos! —gritó el señor Orejaslargas. Sujetó a la nana Jane por una pata y a Floppy por la otra y, saltando desde la isla, se lanzó tan lejos como pudo.

El tío Wiggily se subió al lomo del Hipopótamo y de ahí a la lancha motora con la señora rata almizclera y la cerdita.

—¡Oh, qué sorpresa! —aulló el Hipopótamo. La lancha siguió avanzando hasta que la nana Jane vio otra isla.

Pero la señorita Fuzzy Wuzzy no sabía que el Cocodrilo y el Hipopótamo habían nadado hasta allí y estaban almorzando en esta segunda isla.

—Detengámonos allí —dijo la nana Jane, mientras el tío Wiggily dirigía la lancha hacia la segunda isla.

—¿Vamos a comer pronto? —preguntó la cerdita.

—Me da pena que quieras comer todo el tiempo, Floppy —dijo la nana Jane.

Floppy se sonrojó detrás de las orejas y gruñó:

—¡Bueno, tengo hambre! 

Para entonces, el Cocodrilo y el Hipopótamo, que almorzaban en la isla, habían visto llegar la lancha.

—Será mejor que me dejes atrapar al tío Wiggily —gritó el Cocodrilo.

—¡Está bien! —gruñó el Hipopótamo. El Cocodrilo nadó bajo el agua y atrapó entre sus dientes la cuerda del ancla de la lancha del Tío Wiggily.

—¡Esta vez no escaparán! —rugió el Hipopótamo—. Mantendré la boca bien abierta y el Cocodrilo arrastrará la lancha y al tío Wiggily hasta donde pueda mordisquearle las orejas.

El caimán nadó tirando de la barca hacia la gran boca del Hipopótamo Pesado, que se abría cada vez más.

La nana Jane dio al tío Wiggily un hacha, gritando:

—¡Corta la cuerda!

—¿De dónde has sacado esta hacha? —preguntó el conejo.

—La he traído para cortar leña si hacemos una hoguera —respondió la nana Jane—. Pero no hagas preguntas, ¡corta la cuerda!

Tío Wiggily levantó el hacha y la hizo caer sobre la cuerda del ancla, uno de cuyos extremos estaba en la boca del Cocodrilo. “¡Zip!”, chasqueó la cuerda.

—¡Ahora somos libres! —gritó la nana Jane.

—¡Pero el Cocodrilo se está escapando nadando con la cuerda y el ancla del tío Wiggily! —chilló Floppy.

—¡Suéltalo! —rio el conejito—. No sabe que estamos sueltos. Cree que sigue tirando de nosotros y nadará directo a la boca del Hipopótamo.

Eso es justo lo que hizo el Cocodrilo. El hipopótamo cerró la boca y mordió al Cocodrilo.

—¡Auchi auch! —aulló el Cocodrilo.

La afilada ancla hizo cosquillas en la lengua del Hipopótamo y éste estornudó. Pero el Tío Wiggily, la Nana Jane y Floppy se salvaron, y este es el final de la historia.


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