Érase una vez, hace miles y miles de años, supongo, pues nadie oye hablar de la bruja Neda en estos días, una vieja bruja llamada Neda que solía saltar sobre su escoba con otra escoba en la mano. Solía volar por el cielo, sacudiendo las telarañas, como ella las llamaba.
Lo que realmente hacía era apartar las pequeñas nubes de lluvia que las estrellas utilizaban como velo cuando se cansaban de brillar.
—Deja que nuestros velos se queden sobre nuestros rostros —dijeron las pequeñas estrellas, bastante enojadas con la bruja Neda—. Los queremos. ¡Vieja bruja malvada, vete, vete!
Pero la bruja Neda solo soltaba una carcajada y seguía con su escoba, barriendo las telarañas.
—Tontas estrellitas —dijo la vieja bruja Neda—, tendrían el cielo en un estado calamitoso si no fuera por mí. Tengo que barrer cada noche. Si no lo hiciera, el cielo estaría lleno de telarañas. ¡Velos! Esas cositas tontas no conocen la diferencia entre un velo y una telaraña.
Una noche, todas las estrellas estaban utilizando sus velos cuando llegó la vieja bruja Neda con su escoba y se los quitó; y las estrellitas se enojaron tanto que olvidaron sus buenos modales, y muchas de ellas se abalanzaron sobre la vieja bruja Neda, clavándole puntitas afiladas en la cara, haciéndola guiñar y parpadear los ojos para que no pudiera ver por dónde iba, de manera que chocó de lleno contra la luna, que acababa de salir de detrás de una nube para ver qué estaba ocurriendo.
—¡Mira por dónde vas, vieja bruja! —espetó.
La vieja Neda dejó caer su escoba y se aferró a la luna, y la atrapó justo por la nariz.
—¡Aquí, aquí, aquí! ¡Deja mi nariz! —gritó la luna, pero la vieja bruja Neda no la soltó. Se aferró a ella y se la llevó a su casa, en lo alto de una montaña.
—Les daré a esas tontas estrellas algo por lo que llorar —dijo la vieja Neda, mientras abría un armario oscuro y arrojaba a la luna dentro.
—No tendrán luz de luna por un tiempo, y si pudiera conseguir el sol, podría lograr que en el cielo las cosas se hicieran a mi manera, y que esas estrellas lamenten haber sido tan groseras conmigo esta noche.
Al día siguiente, mientras el sol brillaba sin pensar que algún mal pudiera ocurrirle, Neda se puso sus gafas ahumadas, su sombrero de copa alta y su capa negra.
Luego saltó sobre su escoba y voló directamente hacia el sol. Por supuesto, las estrellas dormían y no pudieron advertir al sol, que pensó que aquello que veía navegar hacia él era simplemente una nube negra.
—Ahora podré tomar una pequeña siesta —dijo—. Ahí viene una nube negra tras la que puedo esconderme un rato. Me da tanto sueño esto de brillar todo el día —y entonces el sol bostezó para prepararse para su siesta.
Pero algo ocurrió, no supo bien qué, y justo antes de que pudiera detener su bostezo, sintió una sacudida, y quedó cubierto por algo negro y salió zumbando a una velocidad terrible no sabía a dónde.
—Ya está, supongo que ahora puedo dirigir las cosas a mi antojo —dijo la bruja Neda mientras de debajo de su capa sacaba el sol, que guiñaba y parpadeaba preguntándose que le había ocurrido.
Tiró al sol al armario con a la luna, y cerró la puerta.
Por supuesto, las estrellas se despertaban tan pronto oscurecía, y cuando la bruja Neda robó el sol, oscureció inmediatamente; así que las estrellitas brillaban y parpadeaban toda la noche y todo el día, porque el sol no salía, y no sabían cuándo acabaría la noche.
La noche siguiente titilaron, y el día siguiente; pero luego comenzaron a tener tanto sueño que no podían mantener sus brillantes ojos abiertos, y una a una empezaron a cabecear.
—Me pregunto que estará pasando —dijo una estrella, tratando de mantenerse despierta—. Esta es la noche más larga que jamás he visto.
—Y yo me pregunto dónde estará la luna —dijo otra—. Si pudiéramos verla, podríamos averiguar por qué el sol está tan perezoso esta mañana.
La vieja bruja Neda revoloteaba escondida bajo su capa negra, y se reía por dentro al escuchar lo que decían las estrellas.
—Yo puedo decirles donde está el sol, y la luna también —dijo, quitándose la capa y mostrándose a las estrellas—. Tengo a ambos encerrados en un armario en mi casa —y se fue volando en su escoba, dejando a las pobres estrellitas asombradas y sin palabras.
—Hay que hacer algo y de inmediato —dijo una estrella—. Si dejamos que esa vieja bruja tenga el sol y la luna, quién sabe qué será de nosotras.
—Pero, ¿qué podemos hacer? —preguntó otra estrella—. Aquí estamos, en el cielo, y la casa de la vieja Neda esta en la cima de una montaña. Además, puedes estar segura que los tendrá vigilados. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué será de nosotras?
—Una de nosotras deberá bajar y liberarlos —dijo la primera estrella—. Ahora bien, ¿cuál de nosotras irá? Eso es lo primero que hay que resolver.
Durante un minuto nadie respondió, y entonces una estrella muy pequeña dijo tímidamente:
—Estoy dispuesta a ir, pero soy tan pequeña que supongo que no podría hacer ningún bien.
—Eres la más indicada para ir, justamente porque eres pequeña —dijo la primera estrella—. Y ahora te diré cómo debes hacerlo. La vieja bruja Neda vendrá aquí arriba esta noche, estoy segura, porque está feliz ahora que tiene la luna y el sol, y querrá ver lo infelices que somos nosotras.
—Cuando venga esta noche, debemos armar un gran alboroto y llorar, porque estamos muy alteradas, sin saber cuándo es de noche o de día, y rogarle que nos ayude. Ella volará a nuestro alrededor, cerca, y cuando esté muy cerca de la pequeña estrellita, debemos aullar, llorar y llamar su atención; y entonces la estrellita debe saltar a su escoba justo detrás de la vieja bruja Neda.
—¡Oh, no, no! —dijeron todas las estrellas— ¡Oh, no, no! —pues temían a la vieja Neda. Pero la pequeña estrella no gritó; sólo guiñó, parpadeó y oyó lo que dijo la primera estrella.
—Como decía —continuó la primera estrella—, la pequeña estrellita debe saltar a la escoba justo detrás de la vieja bruja Neda y cerrar sus ojos hasta que Neda llegue a su casa en la cima de la montaña.
—Por supuesto, entonces solo puede echar un vistazo para ver dónde va la vieja bruja, y la pequeña estrella debe mantenerse muy quieta hasta que Neda se acueste, pues suele dormir durante el día.
—Cuando todo esté en calma y estés segura de que la vieja bruja Neda duerme, entonces debes ir con mucho cuidado y en silencio hasta encontrar el armario donde están prisioneros el sol y la luna, y abrir la puerta.
—Pero ¿de qué servirá eso? —preguntó una estrella—. Saldrán del armario, pero ¿cómo volverán a sus lugares en el cielo? La vieja bruja nunca los traerá de vuelta, por supuesto.
—Espera, querida hermana, y te diré incluso como se puede conseguir eso —dijo la primera estrella.
—Cuando hayas liberado al sol y a la luna, pequeña estrellita, debes apresurarte hasta el lugar donde la vieja bruja guarda su escoban y saltar sobre ella. Frótala tres veces en un sentido y luego tres veces en sentido opuesto, y te obedecerá.
—Sin embargo, tienes que tener cuidado de frotarla en un solo sentido hasta que el sol y la una estén seguros en ella contigo. Pero, ¡chist! Ahí viene la vieja bruja Neda.
La vieja bruja Neda soltó una carcajada al oír los llantos y lamentos de las estrellas por la pérdida del sol y la luna.
—¡Oh, devuélvelos, devuélvelos! —gritaron—. Nunca más seremos groseras contigo, incluso cuando nos quites los velos.
—¡Ja, ja! —rió la vieja bruja, riendo a carcajadas—. Supongo que no serán groseras conmigo, mis tontas estrellitas, porque pienso mantener a la vieja luna y al sol encerrados en mi armario y hacerlas brillar todo el tiempo hasta que tengan tanto sueño que se caigan del cielo. ¡Ja, ja, ja!
—¡Buaaaa! —lloraron todas las estrellas juntas, y la vieja Neda voló cerca de ellas para poder ver mejor su sufrimiento, y entonces la pequeña estrellita hizo lo que la primera estrella le dijo que hiciera, y al instante estaba volando junto a la vieja bruja Neda hacia su casa en la cima de la montaña.
La pequeña estrellita miró solo una vez y vio a Neda ingresar a la casa. Luego cerró los ojos y esperó hasta que estuvo segura de que la bruja estaba dormida.
Con muchísimo cuidado, abrió la puerta y entró. Luego miró a su alrededor y, por debajo de una puerta, vio una luz muy brillante, y supo que detrás de esa puerta estaban el sol y la luna.
La llave estaba en la puerta, y sólo tomó un segundo girarla.
—¡Silencio! —susurró la pequeña estrella—. Vine a liberarlos. No hagan ni un solo ruido y síganme.
La pequeña estrella tomó la gran capa negra de la vieja bruja Neda de una silla y cubrió con ella al sol y a la luna, para que su brillante luz no despertara a la vieja bruja, y en un minuto estaban todos sentados en la escoba, mientras la pequeña estrella la frotaba tres veces hacia un lado y tres hacia el otro. Luego dijo:
—Hacia el cielo. Llévanos a casa, buena escoba.
Se fueron volando, y en poco tiempo el sol estaba brillando en el cielo como si nada le hubiera sucedido, y las estrellas se fueron a dormir y durmieron profundamente; estaban muy cansadas.
Aquella noche, la pequeña estrella ocupó tranquilamente su lugar en el cielo, pero las demás estrellas querían saber todo sobre su aventura.
—Sólo hice lo que me dijo la primera estrella, —contestó modestamente la pequeña estrella—, y traje de vuelta al sol y la luna, eso fue todo.
—Fuiste una estrellita muy valiente—dijo la primera estrella—, y como recompensa, la escoba de la vieja bruja ha sido convertida en estrellas, que se van a convertir en una gran cruz, y en esta cruz brillarás para siempre, y serás más brillante que cualquiera de nosotras, valiente, valiente estrellita.
Por supuesto, la vieja bruja, habiendo perdido su escoba, no pudo molestar más a las estrellas, así que ellas siguieron brillando y titilando alegremente, sintiéndose siempre agradecidas con estrellita por haberlas ayudado a salir de su gran apuro.