En el fondo del mar burbujeante, donde la luz del sol se filtra y baila sobre los arrecifes de coral, vivía la gente del mar. Era un mundo hermoso, y ningún lugar allí más hermoso que el gran palacio del Rey del Mar. Había sido un gobernante bondadoso y sabio durante muchos años, criando a sus seis encantadoras hijas con la ayuda de su anciana madre, la reina del mar.

La más joven de las princesas, la sirenita más pequeña, era un alma curiosa y amable. Mientras que a sus hermanas mayores les encantaba jugar en los jardines profundos y perseguir delfines, la sirenita más pequeña soñaba con el mundo sobre el mar. Su abuela le contaba cuentos encantadores sobre el mundo de los humanos, y la sirenita deseaba verlo por sí misma.

Cuando por fin cumplió quince años, le llegó el turno de visitar la superficie. Su corazón se aceleró de emoción cuando se elevó por encima de las olas y vio un magnífico barco navegando a lo lejos. Las risas y la música llenaban el ambiente y, al acercarse, vio a un apuesto príncipe de pelo negro y ojos brillantes. La sirenita no podía apartar la mirada; era la persona más encantadora que había visto nunca.

Pero al caer la noche, oscuros nubarrones se acumularon en el horizonte. Se desató una feroz tormenta y el barco fue zarandeado por imponentes olas. La sirenita contempló, horrorizada, cómo el barco se partía y se hundía en las profundidades. Sabiendo que los humanos no podían sobrevivir bajo el agua, se sumergió para rescatar al príncipe. Nadó con todas sus fuerzas para mantenerlo a flote y guiarlo hasta la orilla.

Allí, en una playa de arena cerca de un tranquilo monasterio, lo acostó suavemente. Le besó la frente, le susurró un suave adiós y se escondió detrás de una gran roca. Pronto, unas chicas del monasterio encontraron al príncipe y cuidaron de él. La sirenita lo observaba desde lejos, un poco triste, pero también feliz de que estuviera a salvo.

Esa noche, regresó a su casa bajo el agua y les habló del príncipe a sus hermanas. Una de sus hermanas había oído hablar del palacio del príncipe y la llevó a verlo la noche siguiente. A partir de entonces, la sirenita regresó todas las noches para ver al príncipe, con el corazón lleno de anhelo.

Un día, sintiéndose audaz, la sirenita visitó a la bruja del mar para pedirle ayuda.

La bruja del mar se echó a reír, pero aceptó.

—Puedo darte piernas, pero a cambio debes darme tu voz. Será doloroso caminar, pero podrás vivir entre los humanos. Si consigues un beso de amor verdadero en tres días, podrás seguir siendo humana y estar con tu príncipe. Si no consigues un beso de amor verdadero en tres días, volverás a ser sirena y estarás para siempre a mi servicio.

La sirenita dudó, pero su amor por el príncipe le dio valor.

—Acepto —dijo. 

Nadó hasta la orilla y bebió la poción que le dio la bruja del mar. La transformación fue dolorosa, pero cuando despertó a la mañana siguiente, el príncipe estaba allí, mirándola con preocupación. Aunque ya no podía hablar, la ayudó a levantarse, ofreciéndole las mejores ropas y un lugar en su castillo. Cada día, el príncipe se encariñaba más con la sirenita, pero aún no sabía que era ella quien lo había salvado.

La sirenita y el príncipe pasaron mucho tiempo juntos e incluso estuvieron a punto de besarse, pero la malvada bruja del mar hizo que sus sirvientes lo impidieran.

Un día, el príncipe le habló de una chica que lo había salvado en la playa y de cómo quería casarse con ella. A la sirenita se le encogió el corazón, pero mantuvo la esperanza, creyendo que tal vez él llegaría a comprender que ella era esa chica.

La bruja del mar se enfadó porque el príncipe se estaba enamorando de la sirenita y decidió disfrazarse de la chica que el príncipe creía que lo había salvado en la playa.

Poco después, los padres del príncipe le organizaron un encuentro con una chica de un reino vecino, y la sirenita lo acompañó en el viaje. Cuando llegaron, el corazón del príncipe se encendió al ver a la joven, creyendo que era ella quien lo había salvado. No sabía que se trataba de la malvada bruja del mar disfrazada. La sirenita sintió que le dolía el corazón, sabiendo lo que esto podía significar para ella. El príncipe cayó en el hechizo de la bruja del mar y se olvidó por completo de la sirenita.

La sirenita regresó al mar con el corazón roto y el príncipe se casaría con la bruja del mar.

La noche anterior a la boda del príncipe, sus hermanas la visitaron en la orilla. Le trajeron un regalo mágico que le habían quitado en secreto a la bruja del mar, un collar que podía devolverle la voz.

—Con él podrás decirle la verdad al príncipe, y él sabrá que eres tú a quien ama de verdad —le dijeron.

Agradecida por la oportunidad, la sirenita se puso el collar. Mientras el príncipe estaba en la cubierta de un barco, mirando el agua antes de su boda, ella encontró de nuevo su voz.

—Príncipe —llamó suavemente.

Él se volvió, sorprendido al reconocer la voz.

—¡Eres tú! —exclamó—. ¡Tú eres quien me ha salvado! No puedo creer que no me diera cuenta antes. 

Y al oír su voz desapareció el hechizo que la malvada bruja del mar había lanzado sobre el príncipe.

Con alegría y alivio, la sirenita le contó la historia completa de cómo lo había rescatado de la tormenta. El príncipe, lleno de alegría, la tomó de las manos y le dijo:

—Siempre te he amado. Estaba ciego, pero ahora puedo verlo claramente. ¿Quieres casarte conmigo y estar juntos para siempre?

La sirenita asintió, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad. Navegaron de vuelta al reino, donde se casaron con una gran celebración. El rey del mar, la reina y sus hermanas asistieron a la boda y bendijeron la unión.

Y así, la sirenita, que ya no estaba atada al mar, vivió feliz para siempre con su amado príncipe. Los dos volvían a menudo a la orilla, donde ella podía visitar a su familia en el océano; y el mar y la tierra vivieron en armonía para siempre.


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