El Tío Wiggily estaba tan cansado y agotado después de correr a buscar leche para la familia de sapos, que no pudo viajar muy lejos aquel día para buscar su fortuna. Aquella noche durmió en una perrera, donde vivía un amable cachorro llamado Towser, y Towser cubrió al viejo señor conejo con hojas y paja y vigiló para que nadie le hiciera daño.
—He oído a Percival, el viejo perro de circo, hablar de ti —dijo Towser a la mañana siguiente cuando el conejo se despertó—, y me siento como un amigo tuyo. ¿Quieres roer uno de mis jugosos huesos?
—No, gracias —dijo el Tío Wiggily—, pero si tuvieras un poco de zanahoria me alegraría mucho.
—¡Ni una palabra más! —exclamó Towser—. Te la daré en menos de dos sacudidas de un palo torcido, o de uno recto.
Así que corrió al huerto y, con mucho cuidado, desenterró una zanahoria amarilla, que el Tío Wiggily se comió para desayunar. El conejo descansó todo el día y se quedó otra noche con Towser. Towser invitó a algunos de sus amigos a visitar al conejo y pasaron una velada muy divertida.
Towser cantó una canción muy graciosa y se puso de pie sobre su cola, y el Tío Wiggily saltó por encima de dos sillas y un banquito, y un perro llamado Rover se puso de pie sobre sus patas traseras y suplicó, y se hizo pasar por un soldado con una escoba como arma, e hizo un montón de trucos parecidos.
Al día siguiente el Tío Wiggily se sintió lo bastante bien como para reanudar sus viajes y se puso en marcha.
—Te acompañaré parte del camino —dijo Towser—, para asegurarme de que no te pase nada.
—Muchas gracias —dijo el conejo, y partieron juntos; el cachorro cargando la maleta del Tío Wiggily.
Muy pronto, no muy lejos, llegaron a un estanque de agua, y en cuanto Towser lo vio, gritó:
—Oh, hace un día tan caluroso que creo que voy a meterme y darme un chapuzón. Vamos, Tío Wiggily, date un baño conmigo.

—Oh, no, no sé nadar —dijo el viejo conejo.
—¿Qué? ¿No sabes nadar? —dijo el perro—. Bueno, todo el mundo debería saber nadar, porque cuando van de vacaciones, si se caen al agua no se ahogan si saben mantenerse a flote. Mírame y verás qué fácil es.
Así que Towser dejó la mochila en la orilla y, quitándose parte de la ropa, se lanzó al agua con un gran chapuzón; y desapareció justo debajo del agua.
—¡Oh, seguro se ahogará! —exclamó el Tío Wiggily, que estaba muy asustado. Pero no. En un segundo Towser subió, sacudiéndose el agua de los pelos y los ojos, y empezó a nadar de un lado a otro con la misma facilidad con la que una gallina recoge maíz.
—¡Entra, Tío Wiggily! —llamó—. El agua está bien.
—¡Oh, tengo miedo! —dijo el conejo.
—Entonces lo primero que tienes que hacer es conseguir no tener miedo al agua —dijo el perro—. No tienes por qué tenerlo. Verás, te mantendrás a flote fácilmente si lo haces bien. Mantén el hocico afuera, no salpiques ni chapotees demasiado y podrás nadar. Entra y te daré una lección.
Así que el Tío Wiggily se metió en el agua. Al principio se quedó sin aliento, pero al cabo de un rato se acostumbró y descubrió que podía llegar muy lejos. Luego probó a aguantar la respiración y a meter la cabeza debajo del agua, y descubrió que podía hacerlo sin hacerse el menor daño.
—Ahora, una lección —dijo el cachorro—. Tienes que meterte en el agua hasta el cuello y mirar hacia la orilla para no asustarte. Luego sólo tienes que inclinarte hacia delante, suave y fácilmente, dar patadas con las patas como una rana, y agitar las manos desde delante hacia los lados. Sigue haciendo eso y nadarás.
—Lo intentaré —dijo el conejo.
Así que, lo intentó; pero de repente gritó:
—¡Ay! ¡Oh, cielos! ¡Ay, caramba! ¡Oh, hum, ay, oh!
—¿Qué pasa? —preguntó el perro, mirando a su alrededor.
—Un pez me ha mordido el dedo —exclamó el conejo.
—Oh, supongo que sólo te has golpeado con una piedra —dijo Towser—. Los peces son demasiado asustadizos para morder a alguien. Vamos, sal a nadar como yo.
Entonces el Tío Wiggily no tuvo miedo, y pronto estaba nadando tan bien como podía. Pues ya sabes que, para nadar, lo primero que tienes que hacer es no tener ningún miedo al agua, porque no puede hacerte daño. Si alguna vez te caes al agua, no respires; aguanta la respiración todo lo que puedas. Luego, muy pronto saldrás a flote, y si alguien no te agarra y te sumerges de nuevo, aguanta la respiración hasta que salgas a flote una vez más y entonces seguro que alguien te agarra.
—Nunca debes respirar bajo el agua; sólo aguanta la respiración —le dijo Towser al Tío Wiggily, y el conejo así lo hizo, y pronto pudo incluso nadar bajo el agua.
—Bueno, te estoy muy agradecido —dijo a Towser—, pero ahora debo seguir mi camino en busca de mi fortuna.
Así que se despidió de Towser y siguió su camino. No había ido muy lejos cuando un gran oso lo vio y lo persiguió.
—¡Oh, te atraparé! —le gritó el oso al conejo. ¡Ojalá hubieran visto correr al Tío Wiggily! Corrió hasta que llegó a un gran río, y el oso iba justo detrás de él.
—¡Te tengo! —gritó el oso—. No puedes cruzar el río.
—Oh, ¿no puedo? —preguntó el conejo—. ¡Mira y verás!
Así que el Tío Wiggily lanzó su muleta y su maleta al otro lado del río, y luego saltó a él, y nadó tal como Towser le había enseñado; y llegó sano y salvo al otro lado, salvando así su vida, pues el oso no sabía nadar y el Tío Wiggily sí. Así que ya ven que es bueno saber nadar, y espero que todos ustedes, que son lo bastante grandes, sepan mantenerse a flote en el agua.
Pues bien, el Tío Wiggily llegó a la otra orilla y, al mirar hacia atrás, vio que el oso estaba furioso y dando vueltas como un loco, porque el conejo se le había escapado. Pero yo me alegro, ¿y ustedes?