El zorro y la cigüeña

Un día, el zorro pensó en un plan para divertirse a costa de la cigüeña, de cuya extraña apariencia siempre se reía.

«Tienes que venir a cenar conmigo hoy», le dijo a la cigüeña, sonriendo para sí mismo por el truco que le iba a jugar. La cigüeña aceptó gustosa la invitación y llegó a tiempo y con muy buen apetito.

Para la cena, el zorro sirvió sopa. Pero estaba colocada en un plato muy poco profundo, y todo lo que la cigüeña pudo hacer fue mojar la punta de su pico. No pudo conseguir ni una gota de sopa. En cambio, el zorro lamió fácilmente y, para aumentar la decepción de la cigüeña, hizo un gran espectáculo de disfrute.

La cigüeña hambrienta estaba muy disgustada por el truco, pero era tranquila y de temperamento equilibrado y no vio nada bueno en ponerse furiosa. En cambio, no mucho después, invitó al zorro a cenar con ella. El zorro llegó puntualmente a la hora señalada, y la cigüeña sirvió una cena de pescado que tenía un olor muy apetecible. Pero se servía en una jarra alta de cuello muy estrecho. La cigüeña podía llegar fácilmente a la comida con su largo pico, pero todo lo que podía hacer el zorro era lamer el exterior del frasco y oler el delicioso aroma. Cuando el zorro perdió los estribos, la cigüeña dijo con calma: «No juegues bromas a tus vecinos a menos que puedas soportar el mismo trato».


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