El Tío Wiggily Orejaslargas, el señor conejo, iba dando saltitos por un campo verde. El campo no estaba muy verde, pero apenas empezaba a mostrar un poco de hierba verde y trébol, pues aún no había llegado del todo la primavera.
“Pero a lo mejor encuentro algo verde que me pueda comer o que pueda llevar a Sammie y Susie Colita, las conejitas”, pensó el Sr. Orejaslargas. Y así siguió saltando. El sol brillaba, no hacía mucho frío y el Tío Wiggily se sentía feliz porque no le dolía el reuma.
—Y cuando llegue el verano no me dolerá nada —dijo.
El señor conejo se preguntaba si tendría o no una aventura aquel día, cuando, de repente, vio, trepando por la valla, a un niño vestido con un traje verde, una gorra roja y unos zapatos azules en los pies.
“¡Ja! ¡Es un muchacho muy gracioso! Debe ser uno de los amigos de Mamá Oca. Le preguntaré”, pensó el tío conejo. Y así lo hizo.
—Oh, ¿cómo estás, Tío Wiggily? —preguntó el niño raro—. Sí, en efecto, soy uno de los tantos niños de Mamá Oca, con quien has sido tan amable. Soy Peter Flautista.
—¿Eres pariente de Tom-Tom, el hijo del Flautista? —preguntó el Tío Wiggily.
—Sí, soy su primo. Pero yo no tuve nada que ver con el cerdo. Fue Tom-Tom. Pero, si te parece, tengo una adivinanza para que resuelvas.
—¿Una adivinanza? ¡Vamos, eso está bien! Me gustan las adivinanzas. Dime.
Entonces el niño raro se irguió y recitó lo siguiente:
“Peter Piper recogió un puñado de pimientos en vinagre.
Un puñado de pimientos en vinagre recogió Peter Piper.
Si Peter Piper recogió un puñado de pimientos en vinagre,
¿dónde está el puñado de pimientos en vinagre que recogió Peter Piper?”
—¡Oh, rayos! —exclamó el Tío Wiggily—. Esa es difícil. Déjame ver. Si Peter pimiento superó un puñado de Pipers picoteados…
—¡Oh, no! Te has equivocado —dijo Peter sonriendo—. Inténtalo una vez más. Dilo después de mí: “Peter Piper recogió un puñado de pimientos en vinagre”.
El Tío Wiggily volvió a intentarlo:
—Peter en vinagre superó un grupo de piqueros Piperd…
—¡Oh, no! Te has vuelto a equivocar —rio Peter—. Ahora, una vez más. Di primero la última parte y quizás te resulte más fácil.
Y el Tío Wiggily dijo:
—¿Dónde está el puñado de Peters recogidos que Piper recolector agrupó?
—Me temo que no puedes decirlo —dijo Peter amablemente.
—Eso me temo —dijo el Tío Wiggily—. No volveré a intentarlo. Se me tuerce la lengua y me duele el hueso de la risa. Me rindo. ¿Cuál es la respuesta? ¿Dónde están los pimientos?

—¡Aquí están! —exclamó Peter, y de su espalda sacó un puñado de pimientos en vinagre—. Son los únicos que se pueden recoger en esta época del año. Se los llevo a la Sra. Temblorosa, la señora pata. Ella los mezcla con harina de maíz y los fríe.
—Iré contigo —dijo el Tío Wiggily—. Hace tiempo que no veo a Alice, Lulú y Jimmie Temblorosos.
Así que el tío conejito y Peter Piper se dirigieron por el campo hacia la casa de la señora pato. Más de una vez el Tío Wiggily intentó decir la adivinanza, pero la lengua se le torcía cada vez más hasta que caminaba de lado en vez de hacerlo de frente. Así que desistió.
Peter Piper y él no habían ido muy lejos cuando a Peter se le soltó el cordón del zapato y se agachó detrás de una gran piedra para atarlo; el cordón, quiero decir, no la piedra. Y mientras lo hacía, llegó el viejo zorro malo, que hacía tiempo que no molestaba al Tío Wiggily.
—¡Ja! —dijo el zorro mostrando los dientes—. ¡Esta es la hora en que te tengo, Sr. Orejaslargas! Me estaba preguntando qué cenaría, pero ahora ya lo sé. ¡Serás tú!
—¿Yo? —preguntó el Tío Wiggily, curioso y maravillado.
—Sí, tú. ¡Prepárate para la cena! ¡Mi cena! —gruñó el zorro.
El Tío Wiggily pensó rápidamente. No quería ser la cena del zorro, así que dijo:
—Antes de comer, ¿no te gustaría adivinar una adivinanza?
—Sí —dijo el zorro—, me gustaría. ¿De qué se trata?
—¿Y prometes no comerme hasta adivinarla? —preguntó el Tío Wiggily.
—Lo prometo —dijo el zorro—. Pero eso no te salvará, porque yo puedo resolver cualquier adivinanza que haya existido —y alzó la cola, orgulloso y descarado.
—Entonces adivina esto —dijo el Tío Wiggily, y ahora no tuvo ningún problema en decir que Peter Piper recogió el puñado de pimientos en vinagre—. ¿Dónde está el puñado de pimientos en vinagre que recogió Peter Piper? —preguntó de pronto el Tío Wiggily al zorro. El malvado animal pensó un segundo y luego dijo:
—Si Peter Piper picoteó un picote de peperos. Un picoteo de pimientos Pipers…
—¡Oh, no! —rio el Tío Wiggily—. Estás un poco torcido. Inténtalo de nuevo.
El zorro lo hizo.
—Si Papper Peter picoteara un pozo de pappers piddled…
—Peor que nunca —dijo el tío conejito—. Creo que no te resultará tan fácil como pensabas. Una vez más, por favor, e inténtalo un poco más despacio.
El zorro gruñó y dijo:
—Un pico de pimienta Peters hizo peckle pickle… ¡Oh, no puedo adivinar tu viejo acertijo! ¡Te voy a comer de todos modos! ¿Qué me importan los pimientos recogidos? —y dio un salto hacia el Tío Wiggily para atraparlo.
—¿Comerlo? ¿Te comerás al Tío Wiggily? ¡Oh, no! ¡No lo harás? —dijo Peter Piper, saltando de detrás de la roca—. Mamá Oca no quiere que le hagan daño al Tío Wiggily. ¡Largo de aquí!
Y Peter le lanzó un pimiento en vinagre al zorro. Le dio en la nariz, lo hizo estornudar y dar una voltereta, y antes de que pudiera enderezarse, el Tío Wiggily y Peter Piper habían huido a la casa de los patos.
Así que la Sra. Temblorosa consiguió los pimientos en vinagre, es decir, todos menos el que Peter lanzó al zorro, y el Tío Wiggily aprendió por fin a decir el duro verso de la adivinanza sin hacerse un nudo en la garganta. Y si puedes recitarlo, rápido, sin arrugar la nariz, lo estás haciendo bien.