El Tío Wiggily y la Menta

—Tío Wiggily, ¿te importaría ir a hacer unas compras por mí? —preguntó una mañana la Nana Jane Fuzzy Wuzzy, la señora rata almizclera, el ama de llaves, al entrar desde la cocina de la cabaña de troncos huecos, donde había estado preparando el desayuno para el señor conejo.

—¿Ir a hacer compras? Pues claro que iré, Srta. Fuzzy Wuzzy —respondió el tío conejo—. ¿A dónde?

—A la farmacia.

—¿A la farmacia? ¿Qué quieres? ¿Polvo de talco o yeso de corte?

—Ninguna de las dos —respondió la Nana Jane—. Quiero un poco de menta.

—¿Caramelos de menta? —quiso saber el Tío Wiggily.

—No exactamente —continuó la Nana Jane—. Pero quiero un poco del jugo de menta con el que se aromatizan algunos caramelos. Quiero tomar jugo de menta, porque tengo indigestión. El Dr. Zarigüeya dice que la menta es buena para eso. Debo haber comido demasiado pudín de queso anoche.

—Te traeré la menta con mucho gusto —dijo el tío conejito, partiendo con su alto sombrero de seda y su muleta a rayas rojas, blancas y azules para el reumatismo.

—Mejor que la traigas en una botella —dijo la Nana Jane riendo—. No puedes llevar menta en el bolsillo, a menos que sea caramelo de menta, y yo no quiero de ese tipo.

—Está bien —dijo el Tío Wiggily, y luego, con la botella que le dio la Nana Jane, se marchó saltando por los campos y los bosques hasta la farmacia.

Pero cuando llegó allí el armario estaba vacío. ¡No! No debo decir eso. No pertenece aquí. Quiero decir que cuando el Tío Wiggily llegó a la farmacia, estaba cerrada; y había un cartel en la puerta que decía que el señor Mono Garabato que regentaba la farmacia se había ido a un espectáculo de béisbol y no volvería en mucho tiempo.

—Entonces me pregunto dónde voy a conseguir la menta de la Nana Jane —se preguntó el Tío Wiggily—. Será mejor que vaya a ver si el Dr. Zarigüeya tiene alguna.

Pero mientras el Tío Wiggily avanzaba una vez más por el bosque, olfateó y aspiró y, de repente, sintió un olor a menta.

El señor conejo se quedó quieto, mirando a su alrededor y haciendo centellear su nariz rosada como un par de patines. Mientras hacía esto llegó una señora vaca masticando un poco de hierba para su cutis.

—¿Qué haces aquí, Tío Wiggily? —preguntó la señora vaca.

El Tío Wiggily le contó que había ido a la farmacia a por menta para la Nana Jane, y que había encontrado la tienda cerrada, por lo que no pudo conseguirla.

—Pero yo huelo menta aquí en el bosque —continuó el tío conejito—. ¿Puede ser que el Mono Garabato de la farmacia haya dejado un poco aquí para mí?

—No, lo que hueles es… eso —dijo la señora vaca, señalando con los cuernos hacia unas plantas verdes que crecían cerca de un pequeño arroyo de agua burbujeante. Las plantas tenían tallos de color rojo oscuro y eran cuadradas en lugar de redondas.

—Huele a menta —dijo el Tío Wiggily, acercándose, olfateando y aspirando.

—Es menta —dijo la señora vaca—. Esa es la planta de menta.

—Oh, ahora me acuerdo —exclamó el Tío Wiggily—. Exprimen el jugo de las hojas, y eso es sabor a menta para caramelos o para la indigestión.

—Exactamente —dijo la señora vaca—; y te ayudaré a exprimir un poco de este jugo en la botella para la Nana Jane.

Entonces el Tío Wiggily y la señora vaca arrancaron algunas de las plantas de menta y exprimieron el jugo entre dos piedras limpias y planas; la señora vaca pisándolas mientras el Tío Wiggily atrapaba el jugo en la botella vacía cuando caía.

—¡Vaya! ¡Pero qué fuerte! —dijo el tío conejo al oler la botella de menta. Era tan fuerte que se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Yo creería que eso curaría la indigestión y todo lo demás. Dígale a la Nana Jane que tome sólo un poco de agua dulce —dijo la señora vaca—. Es muy fuerte. Así que ten cuidado con ella.

—Lo haré —prometió el Tío Wiggily—. Y gracias por conseguirme la menta. No sé qué habría hecho sin ti, ya que la farmacia estaba cerrada.

Luego siguió saltando por el bosque hasta la cabaña de troncos huecos. No terminaba de llegar cuando, de repente, se oyó un crujido en la espesura y de detrás de una zarza saltó un gran oso negro. No un buen oso, como Neddie o Beckie Colilla, sino un oso que gritaba:

—¡Ah, ja! ¡Oh, ja! Aquí hay alguien que puedo morder y arañar. ¡Un lindo y tierno conejo! ¡Jaja! ¡Jojo!

—¿Vas a arañarme y morderme? —preguntó el Tío Wiggily.

—Lo haré —dijo el oso bruscamente—. Prepárate. ¡Allá voy! —y se dirigió hacia el Tío Wiggily, que estaba tan asustado que no pudo saltar.

—También voy a abrazarte —dijo el oso. Los osos siempre abrazan, ya sabes.

—Bueno, este es, en verdad, un día triste para mí —dijo el Tío Wiggily tristemente—. Aun así, si vas a abrazarme, morderme y arañarme, supongo que no se puede evitar.

—No se puede evitar en absoluto —dijo el oso, enfadado y desagradable—. ¡Así que no lo intentes!

—Bueno, si vas a abrazarme será mejor que saque esta botella de mi bolsillo, así cuando me aprietes no se romperá —dijo el Tío Wiggily—. Toma, cuando termines de ser tan malo conmigo tal vez tengas la bondad de llevarle esto a la Nana Jane para su indigestión, pero no la abraces.

—No lo haré —prometió el oso, tomando la botella que le tendía el Tío Wiggily—. ¿Qué tiene?

Antes de que el Tío Wiggily pudiera contestar, el oso abrió la botella y, al ver algo dentro, dijo:

—Supongo que probaré esto. Quizás sea bueno para comer —y por su garganta grande y roja vertió el fuerte jugo de menta, y entonces… bueno, supongo que ya saben lo que pasó.

—¡Oh, vaya! ¡Oh, cielos! ¡Caramba! ¡Auch! ¡Ay! ¡Pica! —rugió el oso—. ¡Me arde la garganta! Necesito un poco de agua —y, soltando la botella, se fue corriendo al manantial, dejando al Tío Wiggily a salvo y sin ningún daño. 

Entonces el señor conejo se apresuró a volver y exprimió más jugo de menta para la Nana Jane, cuya indigestión no tardó en curarse. Y al oso le dolió la garganta durante una semana y un día.

Así que esto nos enseña que la menta es buena para asustar a los osos, así como para ponerla en los caramelos.


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