El Tío Wiggily y la Mariposa Servicial

—Tienes una casa muy bonita —le dijo el Tío Wiggily al mono rojo después de que todos se hubieran sentado y se le hubiera dicho al Viejo Perro Percival que no había necesidad de rescatar a su amigo el conejo de una trampa.

—Sí, es una casa muy bonita —dijo el mono rojo—. La construí lejos, en el bosque, para que fuera bonita y tranquila. Verás, antes vivía con el mono que toca cinco órganos de mano a la vez, pero al final no pude soportar más la música, así que me fui solo y construí esta casita.

—Pero, ¿cómo se te ocurrió salpicarte con ese precioso color rojo? —preguntó el saltamontes—. Eso si me perdonas que te haga una pregunta tan personal.

—No lo menciones, te lo ruego —dijo el mono rojo mientras levantaba un trozo de carbón y se lo llevaba a la nariz—. Con mucho gusto te contaré cómo me teñí de rojo. Sucedió así: Estaba escribiendo una carta a un amigo mío y ya no me quedaba tinta negra. No sabía qué hacer hasta que se me ocurrió que, en el patio de atrás de mi casa, en un arbusto, había unas frambuesas rojas. Recogí algunas y las puse en una taza de té. Luego, con el machacador de papas, las aplasté todas hasta que se salió el jugo rojo. Entonces tuve la tinta roja más bonita que jamás hayas visto. Pero justo entonces una mosca se posó en la punta de mi nariz. Fui a quitármela de encima con el machacador y, por error, golpeé el vaso lleno de jugo rojo. Bueno, ya te puedes imaginar lo que pasó. El jugo de frambuesa me salpicó hasta que parecí un cucurucho de helado de fresa, y desde entonces estoy rojo.

—Es un color muy bonito —dijo el Tío Wiggily.

—Sí —asintió el mono con un suspiro—, pero a veces es bastante problemático. Todos los pavos y los toros del campo me persiguen cada vez que me ven, porque no les gusta el rojo. Estoy pensando en recoger algunos dientes de león y teñirme de amarillo el año que viene. Pero, ahora cuéntame de tus viajes, Tío Wiggily.

Así lo hizo el viejo señor conejo, mencionando cómo buscaba su fortuna, pero no la encontraba. Luego Percival contó que solía estar en un circo y hacer trucos, el saltamontes contó cómo hacía su música tocando el violín con su pata trasera izquierda y el mono rojo les dio a todos un poco de pudín de chocolate y nueces y era hora de irse a la cama.

Ahora tengo algo triste que contarles, pero, por favor, no se alarmen, porque lo haré saber al final. En mitad de la noche, el pobre Tío Wiggily se puso enfermo. Tenía un dolor espantoso, y estaba tan caliente de fiebre como una estufa con fuego dentro.

—Me temo que has estado viajando demasiado —dijo el mono rojo, mientras encendía una lámpara y le daba al conejo un trago de agua fresca—. Tenemos que hacer que el Dr. Zarigüeya te vea por la mañana.

—Tal vez comí demasiado pudín de chocolate y coco —dijo el Tío Wiggily—. ¡Oh, cómo sufro y qué calor tengo!

Bueno, hicieron todo lo que pudieron por él, metiéndole las patas en agua de mostaza y dándole licores dulces, pero no parecía servir de nada.

—Sí, es un conejo muy enfermo —dijo el Dr. Zarigüeya, que vino por la mañana—. Debería estar en casa en la cama, pero no podemos moverlo ahora. Tendrá que quedarse aquí.

—Oh, el saltamontes, el viejo Percival y yo cuidaremos bien de él —dijo el mono rojo amablemente.

—Sí, supongo que lo harán —asintió el Dr. Zarigüeya. Así que dejó un poco de medicina amarga para el Tío Wiggily y el viejo señor conejo se la tomó sin ni siquiera arrugar la nariz; y era muy, muy amarga. La medicina quiero decir, no su nariz.

—¡Oh, qué calor tengo! —exclamó el Tío Wiggily, mientras el sol subía más y más en el cielo y golpeaba la casa donde vivía el mono rojo—. Ojalá tuviera un poco de hielo.

Y se quedó dormido.

—Vamos a ver si encontramos un poco —dijo el saltamontes, y él, el mono y el viejo Percival partieron en busca de una tienda de hielo, dejando al Tío Wiggily dormido. Muy pronto se despertó.

—Oh, ¡ojalá tuviera un ventilador eléctrico para refrescarme! —exclamó el pobre viejo conejo enfermo—. ¡Oh, qué calor tengo! ¡Ay, cielos!

Pues bien, cada vez tenía más calor y se revolcaba en la cama, deseando que le trajeran hielo, cucuruchos de helado y todas esas cosas tan frescas. Entonces, de repente, cuando ya tenía tanto calor que parecía no poder soportarlo más, oyó una vocecita que cantaba esta canción:

 “Allí al norte, en el hielo y en la nieve,
es el lugar al que debes ir, te lo debes.
Donde el viento frío siempre sopla,
y el oso polar en un témpano flota.
Donde las focas se sumergen en el mar helado,
Donde es muy frío para un bicho como yo, tan alejado.
Donde los copos de nieve caen y no los puedes ver,
Es ese el lugar donde debes estar, no hay más que hacer”.  

—Oh, seguro que sí —dijo el pobre Tío Wiggily—. Ojalá estuviera allí arriba, en las regiones árticas. Pero no puedo ir. ¡Ojalá tuviera un ventilador eléctrico para refrescarme!

—Seré un abanico eléctrico para ti —dijo la voz; y al volver la cabeza, el Tío Wiggily vio, posada en el marco de la ventana, una hermosa y gran mariposa, de alas rojas y amarillas. La espléndida criatura voló hasta la almohada del conejo y empezó a agitar las alas. Las alas de la mariposa se movían cada vez más deprisa, hasta que no se podía ver cómo se movían, como un ventilador eléctrico. Y una brisa fresca sopló sobre el pobre y acalorado Tío Wiggily, y lo hizo sentirse mucho mejor.

Entonces la mariposa aleteó con más fuerza que nunca y cantó otra canción sobre helados, ventiscas, nieve, granizo, icebergs, osos polares y cosas tan geniales como esas, y siguió abanicando al conejo con sus alas; y antes de que se diera cuenta el Tío Wiggily volvió a quedarse profundamente dormido.

Al cabo de un rato, el saltamontes, el mono rojo y el viejo Percival volvieron con un poco de hielo y le dieron al conejo un refresco, mientras la mariposa seguía abanicándolo. Y pronto entró el doctor Zarigüeya, y dijo:

—Bueno, ¡Está visto! El Tío Wiggily está bien otra vez. La mariposa, con sus alas frescas y sus frías canciones, lo ha curado.

Entonces el conejo agradeció muy amablemente a la hermosa criatura alada y se dispuso a seguir buscando su fortuna al día siguiente.


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