—¡Tío Wiggily! ¡Oh, Tío Wiggily! —exclamó una voz tras el señor conejo, cuando una mañana se alejaba de su cabaña de troncos huecos dando saltitos.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó el conejo, dándose vuelta tan deprisa que su alto sombrero de seda casi se le resbaló sobre su rosada y centelleante nariz—. ¿Querrán el Lobo Feroz o el Zorro Peludo mordisquearme las orejas?
—¡Espero que no! —exclamó la Nana Jane, la señora rata almizclera, el ama de llaves, pues ella era quien había llamado—. Pero, por favor, llévate mis tijeras, Tío Wiggily.
—¿Llevarme tus tijeras? ¿Para qué? —preguntó el Sr. Orejaslargas.
—Para afilarlas —respondió la Srta. Fuzzy Wuzzy—. Están tan desafiladas que apenas puedo cortar nada, y quiero cortar sábanas y fundas de almohada nuevas. Llévate mis tijeras, querido Wiggy, y haz que las afilen.
—Lo haré —prometió el señor conejito. Luego, envolviendo las tijeras desafiladas en una hoja de parra, el Tío Wiggily las puso en la copa de su alto sombrero de seda, y se colocó el sombrero en la cabeza.
—¿Por qué las pones allí? —preguntó la Nana Jane.
—Así las recordaré —respondió el señor conejo—. Si las metiera en el bolsillo, las olvidaría. Pero ahora, si me encuentro con la Sra. Colarretorcida, la señora cerda, o con la Sra. Temblorosa, la señora pato, y les hago una reverencia, me quitaré el sombrero. Fuera se deslizarán las tijeras, y entonces recordaré que tengo que afilarlas.
—Es una buena idea —dijo la Nana Jane—. Ahora no te olvides de devolvérmelas bien afiladas. Si no, no podré cortar las sábanas y las fundas de almohada nuevas que he comprado.
—No lo olvidaré —prometió el señor conejo.
Siguió saltando por el bosque, y no había ido muy lejos cuando, de repente, oyó un gruñido, un ruido sordo, como un trueno lejano.
“Me pregunto si será el león otra vez. Tal vez no pudo encontrar el circo y ha vuelto para quitarle el polvo a más muebles para la Nana Jane con el extremo de la cola metido por una ventana de la cabaña”, pensó el Tío Wiggily.
El Tío Wiggily miró a través del bosque, pero no vio ningún león pardo. En su lugar vio, cojeando hacia él, una bestia casi tan grande como el león, pero con un hermoso pelaje a rayas negras y amarillas.
—¡Oh, no! El Sr. Tigre… ¡el que vi cuando fui al circo Bebé Bunty! —exclamó el Tío Wiggily—. ¡Esto es un tigre!
—Sí, soy el tigre a rayas —respondió el otro animal—. Y, ¡oh, qué problema tengo!
—¿Qué te pasa? —preguntó amablemente el señor conejo, pues pudo ver que el tigre cojeaba y sufría.
—Me he clavado una espina en el pie —continuó el animal negro y amarillo—, y tengo tan mala vista que no puedo ver para sacármela.
—Tal vez yo pueda —dijo el Tío Wiggily—. Tengo unas gafas muy potentes.
Así que el señor conejito miró a través de sus gafas, y pronto vio la espina que estaba clavada en la pata del tigre. El Tío Wiggily no tardó mucho en sacársela.
—¡Oh, muchas gracias! —gruñó el tigre, aunque no con voz enfadada—. Me lo merezco, supongo, por haberme escapado del circo.
—¿Tú también te escapaste como el león? —preguntó el Tío Wiggily.
—Sí —respondió la bestia rayada—, huimos juntos; el león, otros animales y yo. Pero ahora me encantaría volver.
—El león sí —dijo el Tío Wiggily—. Estaba muy contento de volver.
—¡No me digas que lo conociste! —exclamó el tigre—. ¿Dónde está?

—Emprendió su regreso ayer, después de detenerse en mi cabaña y ayudar a la Nana Jane a quitar el polvo de los muebles con la cola, a través de la ventana —respondió el conejo.
—¡Entonces yo también regreso! —declaró el tigre—. No es tan divertido vagar solo por el bosque como yo pensaba. ¡Vuelvo!
—Antes de partir —sugirió amablemente el Tío Wiggily—, por favor, ven a mi cabaña conmigo.
—¿Hay que quitar el polvo de más muebles? —preguntó el tigre riendo—. No tengo un mechón peludo en el extremo de mi cola, como el león.
—No es eso —respondió el conejo—. Pero me gustaría que la Nana Jane te pusiera un poco de bálsamo en el lugar de la pata donde se clavó la espina, y también que te la envolviera en un trapo.
—Eso estaría muy bien —dijo el tigre—. Con mucho gusto iré contigo.
Así que cojeó por el bosque con el señor conejo, y pronto llegaron a la cabaña de troncos huecos.
—¡Más compañía para ti, Nana Jane! —llamó el alegre tío conejo.
—Qué bonito —respondió la Sta. Fuzzy Wuzzy—. Oh, eres un tigre, ¿verdad? —continuó al ver a la bestia rayada.
—Y tiene una pata dolorida —dijo el Tío Wiggily—, ¿le pondrías un bálsamo, Nana Jane?
—Por supuesto — respondió la señora rata almizclera. Y cuando la pata dolorida del tigre estuvo bien envuelta en un trapo limpio, partió a través del bosque en busca del circo.
—Adiós, y vuelve —invitó el Tío Wiggily, haciendo una cortés reverencia con su alto sombrero de seda.
—Lo haré —prometió el tigre; y entonces, el conejito exclamó de repente:
—¡Oh, sus tijeras, Nana Jane! Se me había olvidado por completo afilarlas —y las recogió de donde habían caído al quitarse el sombrero.
—¡Oh, vaya! ¡Qué lástima! —dijo la señora rata almizclera—. Y yo que quería cortar el lino en tiras para hacer sábanas y fundas de almohada. Ahora es tan tarde que me temo que el lugar de afilado estará cerrado.
—Tal vez yo pueda ayudar —dijo el tigre, volviéndose
—¿Puedes afilar tijeras? —preguntó el Tío Wiggily.
—No —fue la respuesta—, pero mis garras son más afiladas que cualquier tijera que hayas visto. Si tú y la Nana Jane sostienen la tela, la cortaré en tiras con mis afiladas garras. No necesito usar mi pata dolorida. Usaré la otra.
—Sería muy amable de tu parte —dijo la Nana Jane—. Había olvidado que los tigres tienen garras afiladas.
Así que la señora rata almizclera y el señor conejo sostuvieron la tela de lino delante del tigre, y éste, con sus garras, la cortó y acuchilló justo en las formas que la Srta. Fuzzy Wuzzy necesitaba para hacer sábanas y fundas de almohada.
—Me alegro mucho de haber podido hacerles este favor —dijo el tigre cuando la tela estuvo cortada.
—Yo también —dijo el Tío Wiggily—, porque si no hubieras estado aquí para usar tus garras, la Nana Jane no me habría perdonado que no me acordara de afilas las tijeras. ¡Adiós!
—¡Adiós! —repitió el tigre, mientras seguía caminando en busca del circo. Y aquella noche volvió a dormir en su jaula.