El Tío Wiggily pintó su cabaña

—A la Nana Jane le gustará mucho más la cabaña después de que la pinte de color rosa celeste —dijo el Tío Wiggily mientras estaba subido a una escalera dando unos toques de color a su casa de troncos huecos—. Espero que no pase nada cuando esté aquí arriba. Si me cayera en los botes de pintura, parecería un revuelto de huevos de Pascua.

El Tío Wiggily había gastado casi todo el color de un tarro cuando vio que se acercaban Billie Meneacola, la cabra, y Jackie y Peetie Gua Guau.

—Le pediré a uno de ellos que me alcance otro tarro de pintura —dijo el conejito.

—¡Hola, niños! — llamó el Tío Wiggily cuando Billie, Jackie y Peetie se acercaron—. ¿Podría alguno de ustedes alcanzarme otro tarro de pintura roja? Mi tarro está casi vacío.

La cabra Billie dijo que traería pintura roja, pero en vez de eso, sólo para bromear, llevó al Tío Wiggily pintura verde.

—¿No se sorprenderá cuando empiece a embadurnar de pintura verde donde puso la roja? —le dijo Jackie a Peetie.

—Será una buena broma —coincidió Peetie—; pero espero que no se enfade con nosotros.

El Tío Wiggily estaba tan ocupado hablando con Billie, Jackie y Peetie que no se dio cuenta del color de la pintura que el niño cabra le había dado. Y antes de que se diera cuenta, el señor Orejaslargas había pintado de verde donde debería haber sido rojo.

—¡Caramba! A la Nana Jane no le gustará nada esto —dijo el Tío Wiggily.

—¡Lo hice de broma! —rio Billie—. Espera un momento y te daré el color correcto.

El caimán skillery-scallery se acercaba cada vez más.

De repente, cuando Billie se disponía a tomar el tarro correcto de pintura roja, apareció corriendo el viejo y gracioso caimán con la cola de doble articulación.

—¡Ah, ja! Sr. Orejaslargas, por fin te tengo —dijo el caimán—. ¡Baja de esa escalera para que te muerda un poco la cola!

Tío Wiggily estaba tan sorprendido que derramó un poco de pintura sobre Jackie, Peetie y Billie. Pero, aun así, el señor conejo no quiso bajar para que le mordisquearan el trasero.

—Bueno, si no bajas bien y bonito cuando te lo diga, para que pueda comer un poco de tu cola, te haré caer —le dijo el caimán malo al Tío Wiggily. Entonces el tipo desagradable tiró de la escalera desde el lado de la cabaña de troncos huecos, y el señor conejo empezó a caer.

—¡Oh, estoy casi seguro de que esta vez voy a tener una aventura! —exclamó el Tío Wiggily—. ¡Algo va a pasar! 

Y Billie, Jackie y Peetie pensaron lo mismo.

El caimán skillery scallery tiró de la escalera con tanta fuerza, con la esperanza de hacer caer al Tío Wiggily, que la escalera se desplomó sobre un árbol cercano. El Tío Wiggily dio un salto y aterrizó en una de las ramas.

—¿Vas a bajar de ahí y dejar que te muerda el trasero? —preguntó el caimán; y el Tío Wiggily dijo que no—. Entonces, con mi áspera cola de rallador de nuez moscada, serrucharé el árbol y te atraparé de todos modos. ¡Derribaré el árbol y te atraparé!

—En efecto, no voy a bajar a dejarte comer nada de mi trasero —le dijo el Tío Wiggily al caimán al pie del árbol.

—Muy bien, empezaré a serruchar —balbuceó el caimán. Y con su cola, que era como una sierra, empezó a cortar el árbol.

—¡Oh, debemos salvar al Tío Wiggily! —susurró la cabra Billie.

—Sí, pero, ¿cómo vamos a hacerlo? —preguntó Jackie.

—Ya sé —ladró Peetie—. Pintaremos de rojo la cola del caimán, y pensará que tiene la nariz sangrando.

De repente, cuando el caimán tenía el árbol casi serruchado y empezaba a caer con el Tío Wiggily arriba, los tres niños animales se abalanzaron con sus tarros de pintura. 

—¡Salpíquenlo bien! —ladró Jackie. Y él, Peetie y Billie salpicaron con diferentes tipos de pintura al caimán malo.

—¡Oh, Dios mío! —gruñó skillery scalley—. ¡Esto me va a estropear el cutis! ¡Este no es lugar para mí! Supongo que en otra ocasión me tocará el trasero del Tío Wiggily.

Jackie, Peetie y Billie salpicaron al caimán con tanta pintura, incluso le metieron un poco en los ojos, que el mal tipo se animó lo suficiente como para salir corriendo. Parecía un trozo roto del arco iris. El Tío Wiggily bajó fácilmente del árbol caído y se sintió tan feliz de haber salvado su trasero, que bailó una canción alrededor de los tarros de pintura con los perritos y la cabra.

—¡Vaya! —exclamó la Nana Jane—. ¡Qué manera tan graciosa de pintar de verde una cabaña roja, Tío Wiggily!

Pero el señor conejo sólo se rio.


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