El simpático compañero de juegos

Los arbustos de la ladera estaban llenos de bayas maduras y jugosas, y los cuatro niños de la granja Espesett habían ido a darse un festín de bayas una luminosa tarde de septiembre. El mayor era un niño grande de diez años, y la más pequeña un robusto bebé de dos años. Cuando encontraron un buen lugar, pusieron a la bebé sobre el césped y le dieron una pequeña taza de corteza de abedul. En ella, alguno de los niños ponía algunas bayas de vez en cuando para que la bebé estuviera tan contenta como ellos. ¡Menudo festín se estaba dando!

No muy lejos de donde estaban los niños, un fornido animal marrón se había tumbado sobre el espeso musgo. Cuando oyó las voces de los recolectores de bayas, se estiró perezosamente, parpadeando ante el brillante sol, se levantó y caminó torpemente sobre sus gruesas y regordetas patas. Subió la colina deteniéndose a comer las bayas que se cruzaban por el camino.

Pronto llegó a lugar donde estaban los niños, y uno de ellos le gritó:

—¡Miren que cerdo marrón tan gracioso! ¡Parece simpático! —el animal se acercó, pero parecía tan simpático que los niños nunca pensaron en ahuyentarlo. De hecho, les gustaba tenerlo con ellos.

La bebé era la única a la que no le caía bien, y no era de extrañar, porque el gran animal se acercó a ella, se tumbó en el césped junto a ella y comenzó a comer las bayas de su taza de corteza de abedul. Al principio, la bebé intento decirle que se fuera, pero como seguía comiéndose las bayas, le puso el puño en la cara y lo apartó de ellas con todas sus fuerzas. Pero seguía sin moverse. La bebé se enfadó mucho y comenzó a gritar desaforadamente.

Finalmente, la criatura pareció entender que no le caía bien a la bebé y que no lo quería cerca, por lo que se alejó un poco y se sentó sobre sus patas. Luego miró alrededor amistosamente, como si dijera “no molestaré más a la bebé”. 

Los niños estaban encantados con su amable mirada y pensaron que sería una pena dejarlo allí sentado sin bayas. Así que cuando le trajeron más bayas a la bebé, también le trajeron algunas al “cerdo”. Al principio le lanzaban las bayas en la boca, pero pronto le metían las manitos llenas de bayas en la boca, que él mantenía bien abierta hasta que retiraban las manos. Ninguno de los niños se llevó ni un rasguño de sus afilados dientes.

Cuando los niños hubieron comido tosas las bayas que quisieron, buscaron algo más que hacer. Había un hermoso pino lleno de piñas cerca de los arbustos, y Hans, el más grande, empezó a tirar piedras a las piñas para que cayeran. Al igual que otros niños del campo, los de la granja Espesett encontraban en las piñas un buen juguete. Con palitos como piernas y cuernos, podían hacerse vacas, cerdos y otros animales.

Hans no conseguía derribar muchas piñas con sus lanzamientos de piedras, y el simpático cerdo marrón pareció comprender lo que quería el niño, así que se acercó al árbol y lo sacudió un poco. Cayeron algunas piñas, pero pensaba que no eran suficientes; entonces se paró sobre sus patas traseras, agarró el árbol con las delanteras y lo sacudió violentamente. Una gran lluvia de piñas cayó al suelo y los niños estaban encantados. Pensaron que su nuevo compañero de juegos era muy inteligente y amable al hacer esto por ellos, así que le dieron palmaditas y lo elogiaron, recogieron todas las piñas que quisieron e hicieron suficientes animales para poblar su granja de juegos.

Luego se pusieron en marcha hacia su casa, con la compañía de su amigo marrón. Pronto llegaron a un gran árbol viejo, cerca de cuyas raíces había un gran hormiguero. Allí se detuvo su amigo, y empezó a meter la nariz bajo las raíces del árbol y a lamer los huevos de las hormigas, que parecían gustarle mucho. Sin embargo, las hormigas no estaban nada contentas de que se perturbara su hogar y se comieran sus huevos, así que salieron en grandes enjambres, corriendo no solo por el suelo, sino también por las patas y todo el cuerpo del animal marrón.

Cuando la niña un poco mayor que la bebé vio que un gran número de hormigas subían por la espalda de su buen compañero de juegos, cogió una pequeña rama con hojas y empezó a cepillarle el áspero pelaje marrón para quitarle las hormigas.

Mientras estaba haciendo esto, sonó una voz en el aire claro. Era Helga, la lechera de la granja, devolviendo las vacas a los pastos después de ordeñarlas.

Tan pronto como su amigo marrón oyó el sonido, se apartó de los niños y se fue corriendo hacia el bosque. Los niños intentaron que volviera, pero no les hizo caso y se sorprendieron al ver lo rápido que corría con sus patas regordetas. Luego, ellos también se apresuraron a volver a casa para contar lo bien que lo habían pasado con el gracioso “cerdito” marrón que había jugado con ellos toda la tarde.

Los padres escucharon con asombro. ¿Podía ser cierto todo aquello? Y a medida que el padre hacía preguntas sobre su compañero de juegos, el rostro de la madre se iba poniendo banco, aunque los niños no lo notaron, ni vieron a su padre tomar su pistola y salir.

En su camino hacia los arbustos de bayas, vio un lecho de musgo donde evidentemente había yacido una bestia pesada.  Las huellas de una pesada bestia también eran evidentes, desde este lecho de musgo hasta los arbustos donde habían estado los niños. A continuación, encontró el pequeño pino con el tronco profundamente arañado y estropeado por afiladas garras, y en el suelo alrededor había muchas piñas que evidentemente acababan de ser sacudidas del árbol.

Siguiendo las huellas, el padre encontró el gran hormiguero, donde las hormigas seguían corriendo como si estuvieran en grandes problemas y agujeros en el suelo donde la bestia había metido la nariz bajo las raíces para llegar a los huevos de las hormigas. Desde aquí, las huellas del animal iban hacia el bosque, así que el padre regresó a casa.

Evidentemente, el compañero de juegos de los niños había sido un oso inteligente y bondadoso en lugar del cerdo marrón que pensaban que era. Y, por suerte, no era peligroso.

¿Crees que los niños alguna vez olvidaron a su simpático compañero de juegos marrón? Desde luego que no. A menudo hablaban de él y les contaban a otros niños sobre él, y ahora que han crecido, no hay cuento que a sus hijos les guste más oír que esta historia real de la tarde en que el gran oso pardo y ellos lo pasaron tan bien juntos.


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