El maravilloso mago de Oz: La búsqueda de la Bruja Malvada (12/24)

El soldado con bigotes verdes los condujo por las calles de Ciudad Esmeralda hasta llegar a la habitación donde vivía el Guardián de las Puertas. Este oficial les quitó el seguro de las gafas para volver a guardarlas en su gran caja, y luego abrió amablemente la puerta a nuestros amigos. 

—¿Qué camino nos lleva hasta la Bruja Malvada del Oeste? —preguntó Dorothy.

—No hay tal camino —contestó el Guardián de las Puertas—. Nunca nadie desea ir en esa dirección.

—Entonces ¿cómo la encontraremos? —preguntó la niña.

—Eso será fácil —respondió el hombre—, cuando ella sepa que ustedes están en el país de los Winkies, los encontrará y los hará a todos sus esclavos.

—Quizás no —dijo el Espantapájaros—, porque pretendemos destruirla.

—Oh, eso es diferente —dijo el Guardián de las Puertas—, nadie ha podido destruirla, así que naturalmente pensé que los haría sus esclavos, como hizo con todo el resto. Pero cuídense; porque es malvada y feroz, y puede que no les permita destruirla. Sigan hacia el Oeste, donde se pone el sol, y no podrán evitar encontrarla.

Le agradecieron y se despidieron, y avanzaron hacia el oeste, caminando por campos de suave hierba, salpicados aquí y allá con margaritas y ranúnculos. Dorothy seguía usando el bonito vestido de seda que se había puesto en el palacio, pero ahora, para su sorpresa, ya no era verde, sino totalmente blanco. La cinta del cuello de Toto también había perdido su verde, y era tan blanca como el vestido de Dorothy.

Pronto la Ciudad Esmeralda quedó muy atrás. Cuanto más avanzaban, el terreno se ponía más áspero y accidentado, pues no había ni granjas ni casas en el país del Oeste, y la tierra estaba sin labrar.

Al atardecer, los rayos del sol calentaban sus caras, pues no había árboles que les dieran sombra; así que antes de la noche, Dorothy, Toto y el León estaban cansados, se acostaron sobre el césped y se durmieron, mientas el Leñador de Hojalata y el Espantapájaros vigilaban.

La Bruja Malvada del Oeste tenía solo un ojo; sin embargo, era tan poderoso como un telescopio, y podía ver todo. Así que, mientras estaba sentada en la puerta de su castillo, miró alrededor y vio a Dorothy dormida con sus amigos alrededor. Estaban lejos, pero la Bruja Malvada se enojó al encontrarlos en su país; entonces sopló un silbato de plata que colgaba de su cuello.

En seguida llegaron corriendo desde todas direcciones una manada de grandes lobos. Tenían patas largas, ojos feroces y dientes afilados.

—Vayan hacia esas personas —dijo la Bruja—, y háganlos pedazos.

—¿No los convertirás en tus esclavos? —preguntó el líder de los lobos.

—No —contestó—, uno es de hojalata, y otro de paja; hay una niña y un León. Ninguno sirve para el trabajo, así que háganlos trizas.

—Muy bien —dijo el lobo, que se fue corriendo a toda velocidad, seguido por los demás.

Era una suerte que el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata estuvieran bien despiertos y escucharan venir a los lobos.

—Esta pelea es mía —dijo el Leñador de Hojalata—, así que ponte detrás de mí y me encontraré con ellos cuando lleguen.

Tomó su hacha, que había afilado bien, y en cuanto el líder de los lobos se acercó, el Leñador de Hojalata levantó su brazo y cortó la cabeza del lobo, que murió al instante. Tan pronto como levantó su hacha llegó otro lobo, que también cayó bajo el filo del arma del Leñador de Hojalata. Eran 40 lobos, y 40 veces un lobo murió, de modo que al final, yacían todos muertos ante el Leñador de Hojalata.

Luego bajó su hacha y se sentó al lado del Espantapájaros, que dijo:

—Fue una buena pelea, amigo.

Esperaron hasta la mañana siguiente a que Dorothy despertara. La niña se asustó al ver la gran pila de lobos. Pero el Leñador de Hojalata le contó todo. Ella le agradeció por todo y se sentó a desayunar antes de seguir su viaje.

Esa misma mañana, la Bruja Malvada se asomó por la puerta de su castillo y miró con su ojo que todo lo podía ver. Vio todos sus lobos caídos muertos, y a los extraños andando por sus tierras. Esto la enojó aún más, y sopló su silbato de plata dos veces.

Inmediatamente, una gran bandada de cuervos salvajes voló hacia ella, tantos como para oscurecer el cielo.

Y la Bruja Malvada dijo al Rey Cuervo:

—Vuelen de inmediato hacia los extraños, sáquenles los ojos y háganlos pedazos.

Los cuervos salvajes volaron en una gran bandada hacia Dorothy y compañía. Cuando los vieron venir, tuvieron miedo.

Pero el Espantapájaros dijo:

—Esta es mi batalla, acuéstense a mi lado y nadie les hará daño.

Así que todos se recostaron en el suelo, excepto el Espantapájaros, quien se quedó de pie y estiró sus brazos. Y cuando los cuervos lo vieron, se asustaron, como siempre les ocurre a estas aves con los espantapájaros, y no se atrevieron a acercarse más. Pero el Rey Cuervo dijo:

—Sólo es un hombre relleno, le quitaré los ojos a picotazos.

El Rey Cuervo voló hacia el Espantapájaros, que lo agarró de la cabeza y le torció el cuello hasta matarlo. Luego, otro cuervo voló hacia él, y el Espantapájaros también le torció el cuello. Eran cuarenta cuervos, y cuarenta veces el Espantapájaros torció un cuello, hasta que finalmente todos yacían muertos delante de él. Luego le dijo al grupo que se levantase, y nuevamente emprendieron viaje.

Cuando la Bruja Malvada volvió a asomarse y vio que todos sus cuervos yacían amontonados, entró en un estado de rabia terrible, y sopló tres veces su silbato plateado.

En seguida se oyó un gran zumbido en le aire, y un enjambre de abejas negras voló hacia ella.

—Vayan hacia los extraños y píquenlos hasta matarlos —ordenó la Bruja, y las abejas salieron volando rápidamente hacia donde se encontraban caminando Dorothy y sus amigos. Pero el Leñador de Hojalata las vio venir, y el Espantapájaros había decidido qué hacer.

 —Quítame la paja y espárcela sobre la niña, el perro y el León —dijo al Leñador de Hojalata—, y las abejas no podrán picarlos.

Eso hizo el Leñador de Hojalata, y cuando Dorothy se recostó junto al León con Toto en sus brazos, la paja los cubrió por completo.

Las abejas llegaron y no encontraron a nadie más que el Leñador de Hojalata para picar, así que volaron hacia a él y rompieron todos sus aguijones contra la hojalata, sin herirlo en absoluto. Y como las abejas no pueden sobrevivir con sus aguijones rotos, ese fue su final, y caían esparcidas alrededor del Leñador de Hojalata, como pequeñas pilas de carbón fino.

Luego Dorothy y el León se levantaron, y la niña ayudó al Leñador de Hojalata a colocarle la paja nuevamente al Espantapájaros, hasta que estuvo tan bien como siempre. Entonces emprendieron viaje una vez más.

La Bruja Malvada se enojó tanto cuando vio a sus abejas negras apiladas en montoncitos como carbón fino, que dio un pisotón, se arrancó los cabellos y rechinó los dientes. Luego llamó a una docena de sus esclavos, que eran los Winkies, y les dio lanzas afiladas diciéndoles que fueran hacia los extranjeros y los destruyeran.

Los Winkies no eran gente valiente, pero debían hacer lo que les ordenaban. Así que marcharon hasta llegar cerca de Dorothy. El León lanzó un gran rugido y corrió hacia ellos, y los pobres Winkies se asustaron tanto que salieron corriendo tan rápido como pudieron.

Cuando regresaron al Castillo, la Bruja Malvada los mandó de regreso a hacer su trabajo; luego se sentó a pensar en su próximo movimiento. No podía entender cómo todos sus planes para destruir a los extraños habían fallado; pero era una Bruja poderosa, tanto como Malvada, y pronto decidió qué hacer a continuación.

En su armario tenía una Gorra de Oro, con un círculo de diamantes y rubíes a su alrededor. La Gorra de Oro tenía un hechizo. Quienquiera fuera su dueño, podría llamar tres veces a los Monos Alados, que obedecerán cualquier orden que les sea dada. Pero ninguna persona puede mandar a estas extrañas criaturas más de tres veces. La Bruja Malvada ya había usado el encanto en dos oportunidades. Una fue cuando hizo sus esclavos a los Winkies, y se puso a gobernar su país. Los Monos Alados la ayudaron a hacer eso. La segunda vez fue cuando luchó contra el mismísimo Gran Oz y lo expulsó de las tierras del Oeste. Los Monos Alados la ayudaron a lograr esto. Solo podía usar una vez más la Gorra de Oro, por lo que no quería hacerlo hasta agotar todos sus demás poderes. Pero ahora que sus lobos feroces, sus sabios cuervos y sus abejas picadoras estaban muertos, y sus esclavos se habían asustado por el León Cobarde, vio que solo le quedaba una manera de destruir a Dorothy y sus amigos.

Entonces la Bruja Malvada tomó la Gorra de Oro de su armario y se la puso. Luego se paró sobre su pie izquierdo y dijo lentamente:

—¡Ep-pe, pep-pe, kak-ke!

Luego se paró sobre su pie derecho y dijo:

—¡Hil-lo, hol-lo, hel-lo!

Después se paró sobre sus dos pies y gritó fuerte:

—¡Ziz-zy, zuz-zy, zik!

Ahora el encanto comenzó a funcionar. El cielo se oscureció, y se escuchó un ruido ensordecedor en el aire. Era el ruido de muchas alas, un gran parloteo y risas, y el sol se asomó entre el cielo oscuro para mostrar a la Bruja Malvada rodeada de una manada de monos, cada uno con un inmenso par de poderosas alas en sus hombros.

Uno, mucho más grande que los demás, parecía ser su líder. Se acercó volando a la Bruja y dijo:

—Nos has llamado por tercera y última vez. ¿Cuáles son sus órdenes?

—Vayan a los extranjeros que están dentro de mis tierras y destrúyanlos a todos, excepto al León —dijo la Bruja Malvada—. Tráiganme a la bestia, pues tengo la intención de aprovecharlo como si fuera un caballo y hacerlo trabajar.

—Tus órdenes serán obedecidas —dijo el líder. Entonces, entre mucho parloteo y ruido, los Monos Alados se alejaron volando hacia donde estaba Dorothy caminando con sus amigos.

Algunos de los Monos se apoderaron del Leñador de Hojalata y lo llevaron por el aire hasta un terreno densamente cubierto de rocas afiladas. Una vez allí, soltaron al pobre Leñador de Hojalata, que cayó desde una gran distancia a las rocas, y quedó allí tirado, tan maltrecho y abollado que no podía moverse ni gemir.

Otro grupo de Monos atrapó al Espantapájaros, y con sus garras quitaron toda la paja fuera de su ropa y cabeza. Hicieron un pequeño bollo con su sombrero, sus botas y su ropa, y lo arrojaron entre las ramas de los árboles.

Los demás Monos arrojaron trozos de cuerda alrededor del León y la enrollaron muchas veces alrededor de su cuerpo, cabeza y patas, hasta que estuvo incapacitado para morder, arañar o luchar de ninguna manera. Luego lo elevaron y volaron con él hacia el castillo de la Bruja, donde fue dejado en un pequeño jardín con una alta valla de hierro alrededor, para que no pudiera escapar.

Pero a Dorothy no le hicieron ningún daño. Se quedó viendo, con Toto en sus brazos, el triste destino de sus camaradas, pensando que pronto sería su turno. El líder de los Monos Alados voló hacia ella con sus brazos largos y peludos estirados, y su horrible rostro sonriendo terriblemente; pero vio la marca del beso de la Bruja Buena en su frente y se detuvo en seco, indicando a los demás que no la tocaran.

—Será mejor que no lastimemos a esta niña —dijo—, pues está protegida por el Poder del Bien, y eso es más grande que el Poder del Mal. Todo lo que podemos hacer es llevarla al castillo de la Bruja Malvada y dejarla ahí.

Así que, con cuidado y suavidad, levantaron a Dorothy de sus brazos y la llevaron suavemente por el aire hasta el castillo, donde la bajaron justo frente a la puerta. Luego, el líder dijo a la Bruja:

—Te hemos obedecido en la medida de nuestras posibilidades. El Leñador de Hojalata y el Espantapájaros han sido destruidos, y el León esta encerrado en tu jardín. No nos atrevimos a hacer daño a la niña, ni al perro que lleva en brazos. Tu poder sobre nuestra manada ha terminado, nunca volverás a vernos.

Luego, todos los Monos Alados, entre muchas risas y parloteo y ruido, volaron por los aires y pronto se perdieron de vista.

La Bruja Malvada estaba tan sorprendida como preocupada cuando vio la marca que tenía Dorothy en la frente, pues sabía bien que ni los Monos Alados, ni ella misma, se atreverían a lastimar a la niña de ninguna manera. Miró los pies de Dorothy y, al ver los Zapatos Plateados comenzó a temblar de miedo, porque sabía del poderoso encanto que llevaban. Al principio, la Bruja se vio tentada de salir corriendo lejos de Dorothy; pero la miró a los ojos y vio lo sencilla que era su alma, y que la niña no sabía del enorme poder que le daban los Zapatos Plateados. Así que la Bruja Malvada se rió y pensó: “Aún puedo convertirla en mi esclava, pues no sabe cómo usar su poder”. Luego, con dureza y severidad, dijo a Dorothy:

—Ven conmigo, y procura hacer todo lo que te digo, porque si no lo haces, acabaré contigo, como hice con el Leñador de Hojalata y el Espantapájaros.

Dorothy la siguió por muchas de las hermosas habitaciones del castillo hasta que llegaron a la cocina, donde la Bruja le ordenó lavar las ollas y calderos, barrer el suelo y mantener encendido el fuego con madera.

Dorothy se puso a trabajar inmediatamente, con su mente puesta en trabajar lo más duro posible, pues estaba contenta de que la Bruja Malvada hubiera decidido no matarla.

Con Dorothy trabajando duro, a la Bruja se le ocurrió ir al patio para domar al León Cobarde como a un caballo; estaba segura de que le divertiría hacerlo tirar de su carro cada vez que ella quisiera salir a pasear. Pero en cuanto abrió el portón, el León lanzó un fuerte rugido y se le abalanzó tan ferozmente que la bruja salió corriendo asustada y cerró el portón otra vez.

—Si no puedo domarte —dijo la Bruja al león hablando entre las barras del portón—, puedo matarte de hambre. No tendrás nada de comer hasta que hagas lo que ordeno.

Así que, luego de eso, no le llevó más comida al León prisionero; pero todos los días por la tarde se acercaba al portón y preguntaba:

—¿Estás listo para ser domado como un caballo?

Y el León respondía:

—No. Si entras en este patio, te morderé.

La razón por la que el León no hacía lo que la Bruja le ordenaba era que cada noche, mientras la bruja dormía, Dorothy le llevaba comida de la despensa. Después de comer se tumbaba en su cama de paja, y Dorothy se acostaba a su lado y apoyaba la cabeza en su melena suave y peluda, mientras hablaban de sus problemas y trataban de planear alguna manera de escapar. Pero no encontraban la manera de salir del castillo, porque estaba custodiado permanentemente por los Winkies amarillos, que eran los esclavos de la Bruja Malvada, demasiado temerosos de ella como para no hacer lo que les decía.

La niña debía trabajar duro durante el día, y a menudo la Bruja amenazaba con golpearla con el viejo paraguas que siempre llevaba en su mano. Pero en realidad, no se atrevía a golpear a Dorothy por la marca en su frente. La niña no sabía esto, y tenía mucho miedo por ella y por Toto. Una vez, la Bruja golpeó a Toto con el paraguas y el valiente perro corrió hacia ella y le mordió una pierna a cambio. La Bruja no sangró donde la mordió, pues era tan Malvada que su sangre se había secado muchos años atrás.

La vida de Dorothy se volvió muy triste cuando comprendió que sería más difícil que nunca regresar a Kansas con la Tía Em. A veces lloraba con amargura durante horas, con Toto sentado a sus pies, mirándola, lloriqueando desconsoladamente para mostrar lo mucho que lo sentía por su pequeña ama. A Toto no le importaba si estaba en Kansas o en el País de Oz, mientras Dorothy estuviera con él; pero sabía que la niña estaba triste, y eso lo hacía infeliz a él también.

La Bruja Malvada ansiaba tener para ella los zapatos plateados que la niña siempre usaba. Sus abejas, sus cuervos y sus lobos yacían amontonados secándose, y ya había usado todo el poder de la Gorra de Oro; pero si pudiera obtener los zapatos plateados, le darían más poder que todas las otras cosas que había perdido. Observó detenidamente a Dorothy para ver si en algún momento se quitaba los zapatos, pensando que podría robarlos. Pero la niña estaba tan orgullosa de sus lindos zapatos que nunca se los quitaba excepto por la noche y cuando tomaba un baño. La Bruja le tenía tanto miedo a la oscuridad que no se atrevía a entrar a la habitación de Dorothy por la noche y tomar los zapatos, y su miedo al agua era mayor que su miedo a la oscuridad, así que nunca se acercaba cuando Dorothy se bañaba. De hecho, la Bruja nunca había tocado el agua ni había dejado que el agua la toque a ella.

Pero la malvada criatura era muy astuta, y finalmente pensó en un truco que le daría lo que quería. Colocó una barra de hierro en medio del suelo de la cocina, y luego por arte de magia, la hizo invisible a los ojos de los humanos. De modo que, cuando Dorothy caminó por el suelo, al no podía verla, tropezó con la barra y cayó de lleno. No se hizo daño, pero en la caída uno de los zapatos plateados se le salió; y antes de poder alcanzarlo, la Bruja se lo había arrebatado y se lo había puesto en su flaco pie.

La malvada mujer estaba muy complacida con el éxito de su truco, ya que mientras tuviera en su poder uno de los zapatos, ella poseía la mitad del poder de su hechizo, y Dorothy no podía usarlo contra ella, aunque supiera cómo hacerlo.

La niña, al ver que había perdido uno de sus hermosos zapatos, se enfadó y dijo a la Bruja:

—¡Devuélveme mi zapato!

—No lo haré —contestó la Bruja—, ahora es mi zapato, no tuyo.

—¡Eres una criatura malvada! —gritó Dorothy—. No tienes derecho a quitarme mi zapato.

—Me lo quedaré de todas maneras —dijo la Bruja, riéndose de ella—, y algún día te robaré el otro también.

Esto enfureció tanto a Dorothy que levantó el balde de agua que tenía cerca y lo lanzó sobre la Bruja, mojándola de pies a cabeza.

Al instante la malvada mujer dio un fuerte grito de miedo, y luego, mientras Dorothy la miraba asombrada, la Bruja comenzó a encogerse y a caer.

—¡Mira lo que has hecho! —gritó—. En un minuto me derretiré.

—Lo siento mucho, de verdad—. dijo Dorothy, que estaba realmente asustada al ver a la Bruja derretirse como azúcar moreno justo frente a sus ojos.

—¿No sabías que el agua sería mi fin? —preguntó la Bruja, con la voz entrecortada y desesperada.

—Por supuesto que no —contestó Dorothy—. ¿Cómo?

—Bueno, en unos minutos estaré derretida y tendrás el castillo para ti sola. He sido malvada en mis tiempos, pero nunca pensé que una niña como tú sería capaz de derretirme y acabar con mis maldades. ¡Cuidado, allá voy!

Con estas palabras la Bruja se deshizo en una masa marrón sin forma y comenzó a desparramarse sobre las tablas del suelo de la cocina. Al ver que realmente se había fundido hasta prácticamente desaparecer, Dorothy llenó otro balde de agua y lo tiró sobre aquel desastre. Luego, barrió todo hacia afuera. Finalmente, levantó el zapato plateado, que era todo lo que había quedado de la vieja mujer, lo limpió y lo secó con un paño y se lo puso nuevamente. Entonces, siendo por fin libre de hacer lo que quisiera, corrió al patio a contarle al León que la Bruja Malvada del Oeste había llegado a su fin, y que no eran más prisioneros en tierras extrañas.


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