El maravilloso mago de Oz: El rescate (13/24)

El León Cobarde estaba muy agradecido al escuchar que la Bruja Malvada había sido derretida por un balde de agua, y de inmediato Dorothy abrió el portón de su prisión y lo liberó. Entraron juntos al castillo, donde lo primero que hizo Dorothy fue reunir a todos los Winkies para decirles que ya no eran más esclavos.

Hubo un gran regocijo entre los Winkies amarillos, pues la Bruja Malvada los había hecho trabajar duro durante muchos años, y los había tratado con mucha crueldad. Lo celebraron como un día festivo, ese día y para siempre, y se dedicaron a bailar y festejar.

—Si nuestros amigos, el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata, estuvieran con nosotros —dijo el León—, sería muy feliz.

—¿Crees que podríamos rescatarlos? —preguntó inquieta la niña.

—Podemos intentarlo —dijo el León.

Entonces llamaron a los Winkies amarillos y les preguntaron si los ayudarían a rescatar a sus amigos. Ellos respondieron que estarían encantados de hacer todo lo que esté en su poder por Dorothy, que los había liberado de la esclavitud. Entonces ella eligió a varios de los Winkies que parecían ser más sabios, y se pusieron en marcha. Viajaron ese día y parte del siguiente hasta llegar a la llanura rocosa donde yacía el Leñador de Hojalata, todo maltrecho y doblado. Su hacha estaba cerca suyo, pero la hoja estaba oxidada, y el mango roto.

Los Winkies lo levantaron suavemente en brazos y lo llevaron de nuevo al Castillo Amarillo, con Dorothy derramando algunas lágrimas en el camino por la triste situación de su viejo amigo, y el León se veía serio y apenado. Cuando llegaron al Castillo, Dorothy dijo a los Winkies:

—¿Alguno de ustedes es hojalatero?

—Oh, sí. Algunos de nosotros somos muy buenos hojalateros —le dijeron.

—Tráiganlos —dijo. Y cuando llegaron, trayendo con ellos todas sus herramientas en canastas, ella preguntó:

—¿Pueden enderezar esas abolladuras del Leñador de Hojalata, darle forma de vuelta y soldarlo donde está roto?

Los hojalateros miraron cuidadosamente al Leñador de Hojalata y le respondieron que creían que podían enmendarlo para que vuelva a estar mejor que nunca. Entonces se pusieron a trabajar en una de las grandes habitaciones amarillas del castillo, y trabajaron por tres días y cuatro noches, martillando, retorciendo, doblando, soldando, puliendo, y pegando las piernas, el cuerpo y la cabeza del Leñador de Hojalata, hasta que por fin tuvo su antigua forma, y sus articulaciones funcionaron a la perfección. Para asegurarse, había varios parches sobre él, pero los hojalateros hicieron un buen trabajo, y como el Leñador de Hojalata no era un hombre vanidoso, los parches no le importaron en absoluto.

Cuando finalmente entró a la habitación de Dorothy y le agradeció por rescatarlo, estaba tan emocionado que derramó lágrimas de felicidad, y Dorothy tuvo que secarle cada lágrima del rostro cuidadosamente con su delantal para que no se oxiden sus articulaciones. Al mismo tiempo sus lágrimas caían espesas por la alegría de encontrarse con su viejo amigo otra vez, y estas lágrimas no necesitaban ser secadas. En cuanto al León, se limpiaba los ojos tan a menudo con la punta de la cola que se le mojó bastante, y se vio obligado a salir al patio y sostenerla al sol hasta que se secó.

—Si solo tuviéramos al Espantapájaros entre nosotros —dijo el Leñador de Hojalata cuando Dorothy terminó de contarle todo lo que había pasado—, sería muy feliz. 

—Debemos intentar encontrarlo —dijo la niña.

Entonces pidió ayuda a los Winkies, y caminaron todo ese día y parte del siguiente hasta que llegaron al alto árbol entre cuyas ramas habían arrojado los Monos Alados la ropa del Espantapájaros.

Era un árbol muy alto, y el tronco era tan liso que nadie podía treparlo; pero el Leñador de Hojalata dijo de golpe:

—Lo derribaré, y así podremos alcanzar la ropa del Espantapájaros.

Mientras los hojalateros habían estado arreglando al Leñador de Hojalata, otros Winkies, que eran orfebres, habían fabricado un mango de hacha de oro macizo para reemplazar el viejo mango roto del hacha del Leñador de Hojalata. Otros pulieron la hoja hasta que todo el óxido fue removido y brilló como plata bruñida.

Tan pronto como había hablado, el Leñador de Hojalata comenzó a talar, y en poco tiempo el árbol cayó con un gran estruendo, con lo cual la ropa del Espantapájaros cayó de las ramas y rodó sobre el suelo.

Dorothy la levantó e hizo que los Winkies la cargaran hasta el castillo, donde la rellenaron con bonita y limpia paja; y ¡he aquí el Espantapájaros! Tan bien como siempre, agradeciéndoles una y otra vez por haberlo salvado.

Ahora que estaban todos reunidos, Dorothy y sus amigos pasaron unos días felices en el Castillo Amarillo, donde encontraron todo lo necesario para sentirse cómodos.

Pero un día la niña pensó en la tía Em, y dijo:

—Debemos volver a Oz y reclamarle que cumpla su promesa.

—Sí —dijo el Leñador de Hojalata—, así por fin tendré mi corazón.

—Y yo tendré mi cerebro —agregó alegremente el Espantapájaros.

—Y yo tendré mi coraje —dijo el León pensativo. 

—Y yo regresaré a Kansas —gritó Dorothy aplaudiendo—. ¡Partamos a Ciudad Esmeralda mañana mismo!

Decidieron hacer esto. Al día siguiente, reunieron a los Winkies y se despidieron. Los Winkies estaban tristes de verlos partir, y se habían encariñado tanto con el Leñador de Hojalata que le suplicaron que se quedara y los gobierne a ellos y a las Tierras Amarillas del Oeste. Viendo que estaba decidido a irse, los Winkies dieron a Toto y al León un collar de oro; y a Dorothy le regalaron un hermoso brazalete de diamantes; y al Espantapájaros le dieron un bastón con cabeza de oro, para que no tropezara; y al Leñador de Hojalata le obsequiaron una aceitera de plata, con incrustaciones de oro y piedras preciosas.

Cada uno de los viajeros dijo unas amables palabras a los Winkies, y todos les estrecharon la mano hasta que les dolieron los brazos.

Dorothy fue a la despensa de la Bruja para llenar su canasta de comida para el viaje, y allí vio la Gorra de Oro. Se la probó y le quedaba perfecta. No sabía nada sobre el hechizo de la Gorra de Oro, pero vio que era bonita, así que pensó que podía usarla, y colocó la Gorra en la canasta.

Una vez preparados para el viaje, salieron hacia Ciudad Esmeralda; y los Winkies les dieron tres hurras y muchos buenos deseos para que se llevaran con ellos.


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