El maravilloso mago de Oz: El ciclón (1/24)

Dorothy vivía en medio de las grandes praderas de Kansas con su tío Henry, que era granjero, y su tía Em, la esposa de Henry. Su casa era pequeña; la madera para construirla hubo que cargarla muchos kilómetros en carreta. Había cuatro paredes, un piso y un techo que formaban una habitación; esta habitación tenía una rústica estufa de cocina, un armario para la vajilla, una mesa, tres o cuatro sillas y las camas. El tío Henry y la tía Em tenían una cama grande en un rincón, y Dorothy una pequeña cama en otro. No había ni ático ni sótano, excepto por un pequeño agujero cavado en el suelo, llamado “el sótano del ciclón”, donde la familia podía ir en caso de que llegase uno de esos grandes torbellinos lo suficientemente poderoso como para aplastar cualquier edificio en su camino. Se accedía a él por una trampilla en el suelo, en medio de la habitación, donde bajaba una escalera hasta el pequeño y oscuro agujero. 

Cuando Dorothy se paró en la puerta y miró a su alrededor, no pudo ver nada más que la gran pradera gris en todas partes. Ni un árbol ni una casa rompían la enorme extensión de terreno llano que llegaba al borde del cielo en todas direcciones. El sol había convertido la tierra arada en una masa gris, con pequeñas grietas que la atravesaban. Ni siquiera el pasto era verde, porque el sol había quemado la punta de las largas hojas hasta que tuvieron el mismo color gris que se veía por todos lados. Una vez pintaron la casa, pero el sol ampolló la pintura y las lluvias la lavaron, y ahora la casa es aburrida y gris como todo lo demás.

Cuando la tía Em se mudó allí era una esposa joven y hermosa. El sol y el viento la habían cambiado a ella también. Se llevaron el brillo de sus ojos y le dejaron un gris austero; se llevaron el rojo de sus mejillas y sus labios, que también se volvieron grises. Estaba delgada y demacrada, y ya no sonreía. Cuando Dorothy, que era una niña huérfana, llegó a su vida, la tía Em se había sobresaltado tanto con la risa de la niña, que cada vez que la voz de Dorothy llegaba a sus oídos gritaba y se llevaba la mano al corazón; y seguía mirando a la niña asombrada de que pudiera encontrar algo de lo que reírse. 

El tío Henry nunca se reía. Trabajaba muy duro desde la mañana hasta la noche y no sabía lo que era disfrutar. Él también era gris, desde su barba larga hasta sus ásperas botas. Parecía severo y solemne, y rara vez hablaba. 

Era toto quien hacía reír a Dorothy, y la salvó de crecer gris como todo a su alrededor. Toto no era gris; era un pequeño perro negro con pelo largo y sedoso y pequeños ojos negros que parpadeaban alegremente a ambos lados de su pequeña y graciosa nariz. Toto jugaba todo el día y Dorothy jugaba con él y lo quería mucho. 

Sin embargo, hoy no estaban jugando. El tío Henry se sentó en el umbral y miró ansiosamente al cielo, que estaba más gris de lo normal. Dorothy estaba en la puerta con Toto en sus brazos, y miró también al cielo. La tía Em estaba lavando los platos. 

Escucharon un lamento grave en el viento que venía desde el lejano norte, y el tío Henry y Dorothy podían ver como el largo césped oleaba antes de que llegue la tormenta. Ahora llegó un silbido agudo en el aire desde el sur, y al girar la vista, vieron ondas en el césped que venían también desde esa dirección.

De repente el tío Henry se levantó. 

—Viene un ciclón viene en camino, Em —dijo a su esposa—. Iré a proteger el ganado —dijo, y corrió hacia los cobertizos donde estaban las vacas y los caballos. 

La tía Em dejó lo que estaba haciendo y corrió a la puerta. Una sola mirada le indicó el peligro que se avecinaba.

—¡Rápido, Dorothy! —gritó—. ¡Corre al sótano!

Toto saltó de los brazos de Dorothy y se escondió bajo la cama; ella comenzó a buscarlo. La tía Em, muy asustada, abrió de par en par la trampilla del suelo y bajó por la escalera hasta el pequeño y oscuro agujero. Finalmente, Dorothy logró atrapar a Toto y siguió a su tía. Cuando estaba a mitad de camino se oyó un gran chillido del viento, y la casa tembló tan fuerte que Dorothy perdió el equilibrio y cayó sentada en el suelo.

Y entonces sucedió algo extraño. 

La casa giró dos o tres veces y se levantó lentamente en el aire. Dorothy sintió como si estuviera elevándose en un globo. 

El viento del norte y del sur se encontraban justo donde la casa estaba, y así se convirtió en el centro exacto del ciclón. En general, en el medio de un ciclón, el aire está quieto; pero la enorme presión del viento en cada lado de la casa la levantaba cada vez más y más alto, hasta que estuvo en la parte superior del ciclón; y allí se mantuvo y fue llevada a kilómetros y kilómetros de distancia tan fácilmente como se podría llevar una pluma. 

Estaba muy oscuro y el viento aullaba horriblemente a su alrededor, pero Dorothy descubrió que cabalgaban con bastante facilidad. Después de los primeros giros —y de una vez en que la casa se inclinó peligrosamente—, sintió como si la mecieran suavemente como a un bebé en su cuna. 

A Toto no le gustaba. Corría alrededor de la habitación, ahora aquí, ahora allí, ladrando muy fuerte; pero Dorothy se quedó quieta sentada en el suelo y esperó a ver que sucedía. 

En cierto momento, Toto se acercó mucho a la trampilla y cayó dentro; y al principio la niña pensó que lo había perdido. Pero pronto vio una de sus orejas asomándose por el agujero, pues la fuerte presión del aire lo mantenía en pie para que no pudiera caer. Dorothy se arrastró hasta el agujero, agarró a Toto de la oreja y tiró hasta que estuvo de nuevo en la habitación. Luego cerró fuerte la trampilla para que no hubiera más accidentes.

Las horas pasaban y pasaban, y lentamente Dorothy superó su miedo; pero se sentía bastante sola y el viento chillaba tan fuerte a su alrededor que casi se queda sorda. Al principio se preguntaba si se haría pedazos cuando la casa volviera a caer; pero como las horas pasaban y nada terrible sucedía, dejó de preocuparse y resolvió esperar con calma para ver qué traería el futuro. Finalmente se arrastró por el suelo hasta su cama y se tumbó en ella; Toto la siguió y se acostó a su lado. 

A pesar del vaivén de la casa y el ulular del viento, Dorothy cerró los ojos y rápidamente se quedó dormida.


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