Cultivo de calabazas de Halloween


Resumen

Este cuento sigue la historia de un grupo de niños en un pueblo rural que experimentan la magia del cultivo de calabazas. Desde la siembra en primavera hasta la cosecha en otoño, los niños participan activamente en el proceso de cultivo, disfrutando de momentos de unión y aprendizaje. Al llegar Halloween, transforman las calabazas en linternas decorativas, añadiendo vivacidad y susto al ambiente festivo del pueblo. La historia destaca valores como el trabajo en equipo, la paciencia y la creatividad, y culmina con la celebración del esfuerzo colectivo y la alegría de compartir tradiciones con amigos.

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Érase una vez, en un pueblo rural lleno de encanto y mucha vida, un grupo de alegres niños que descubrieron la magia de las calabazas. Sumerjámonos en sus aventuras mientras plantaban semillas, cultivaban sus calabazas y celebraban la alegre tradición de Halloween.

En el alentador mes de primavera, el diligente agricultor empezaba a preparar la tierra para la siembra. Todos los niños de la aldea se unían a él con entusiasmo. Decían felices:

—¡Hemos venido a ayudar! Claro que sí —y sus pequeñas manos esparcían semillas en los surcos, plantando las semillas que se convertirían en sus queridas calabazas.

—¡Mira nuestras semillas de calabaza! —cantaban alegremente, bailando y girando al ritmo de la primavera—. Están aquí para traer sonrisas y tal vez algún susto, sólo por diversión, a todas las niñas de nuestro pueblo.

El verano descendía sobre el pueblo, bendiciendo la tierra con generoso sol y lluvia abundante. Los niños veían con asombro cómo sus pequeñas semillas se convertían en enredaderas que florecían con hermosas flores amarillas. Les encantaban esas largas y bochornosas horas de verano, llenas de ilusión y emoción.

A medida que el otoño iba tiñendo de dorado el pueblo, los niños contemplaban sus ya grandes calabazas, con rostros rebosantes de orgullo y alegría. La visión de estas calabazas, tan grandes como podían ser, era la recompensa más gratificante a su paciencia y su duro trabajo.

Cuando se acercaba Halloween, los niños, llenos de alegría, corrían a su huerto de calabazas.

—¡Ya es hora! —gritaban, recogiendo las calabazas más grandes que encontraban.

Cada niño cortaba cuidadosamente la tapa de su calabaza, vaciaba el interior con sumo cuidado y esculpía una cara graciosa o espeluznante en el exterior. A continuación, colocaban cuidadosamente una pequeña vela en el interior, iluminando la cara tallada.

—¡Miren! —exclamaban—. ¡Nuestras linternas de calabaza están listas!

A los niños les encantaba colocar sus creaciones en lo alto de las cercas y en rincones oscuros para sorprender a sus amigos. Con risas y carcajadas que resonaban en la noche, perseguían a las niñas por todo el pueblo, con sus linternas proyectando sombras juguetonas. ¡Qué bien se lo pasaban escuchando a las niñas chillar de sorpresa y alegría!

Pero como todo lo bueno se acaba, también lo hacía la vida de sus linternas. Una a una, se desvanecían y su luz se atenuaba a medida que se consumían las velas de su interior.

—¡Adiós brillantes y alegres linternas! —gritaban los niños, con el corazón lleno de alegría y satisfacción por lo bien que se lo habían pasado.