Un día, Conejo y Piglet estaban sentados frente a la puerta de Pooh escuchando a Conejo, y Pooh estaba sentado con ellos. Era una somnolienta tarde de verano, y el bosque estaba lleno de suaves sonidos, que parecían decirle a Pooh:
—No escuches a Conejo, escúchame a mí.
Así que se puso en una postura cómoda para no escuchar a Conejo, y de vez en cuando abría los ojos para decir “¡Ah!” y luego los volvía a cerrar para decir “Cierto“, y de vez en cuando conejo decía “¿Ves lo que quiero decir, Piglet?” muy serio, y Piglet asentía seriamente para demostrar que sí.
—De hecho —dijo Conejo, llegando por fin al final—, Tigger se está volviendo tan saltarín hoy en día que ya es hora de que le demos una lección. ¿No te parece, Piglet?
Piglet dijo que Tigger era muy saltarín, y que, si se les ocurría alguna manera de desanimarlo, sería una muy buena idea.
—Justo lo que pienso —dijo Conejo—. ¿Qué dices, Pooh?
Pooh abrió los ojos de golpe y dijo:
—Extremadamente.
—¿Extremadamente qué? —preguntó Conejo.
—Lo que estaban diciendo —dijo Pooh—. Indudablemente.
Piglet dio a Pooh una especie de codazo que lo puso rígido y Pooh, que cada vez sentía más que estaba en otro lado, se levantó lentamente y empezó a buscarse a sí mismo.
—Pero, ¿cómo lo haremos? —preguntó Piglet—. ¿Qué clase de lección, Conejo?
—Esa es la cuestión —dijo Conejo.
La palabra “lección” volvió a Pooh como una que había oído antes en alguna parte.
—Hay una cosa que se llama Frostrar —dijo.
—Christofer Robin intentó enseñármela una vez, pero no lo consiguió.
—¿Qué no funcionó? —dijo Conejo.
—¿No funcionó qué? —dijo Piglet.
Pooh negó con la cabeza.
—No lo sé —dijo—. Simplemente no lo hizo. ¿De qué estamos hablando?
—Pooh —dijo Piglet con reproche—, ¿no has estado escuchando lo que decía Conejo?
—He escuchado, pero tenía un trocito de pelusa en la oreja. ¿Podrías repetirlo, por favor, Conejo?
A Conejo no le importaba repetir las cosas, así que preguntó por donde debía empezar; y cuando Pooh dijo que desde el momento en que la pelusa se le metió en la oreja, y Conejo le preguntó cuándo fue eso, y Pooh le dijo que no sabía porque no había oído bien, Piglet lo resolvió diciendo que lo que intentaban hacer era: sólo intentaban pensar en una forma de quitarle lo saltarín a Tigger, porque por mucho que le gustara, no podías negarlo, sí que saltaba.
—Oh, ya veo —dijo Pooh.
—Hay demasiado de él —dijo Conejo—, a eso se debe.
Pooh trató de pensar, y lo único que se le ocurrió fue algo que no ayudaba en absoluto. Así que tarareó muy bajito para sí:
Si Conejo
Fuera más grande
Y más gordo
Y más fuerte,
O más grande
Que Tigger,
Si Tigger fuera más pequeño,
Entonces la mala costumbre de Tigger
De saltar en Conejo
Ya no
Importaría
Si Conejo
Fuera más alto.
—¿Qué estaba diciendo Pooh? —preguntó Conejo—. ¿Algo bueno?
—No —dijo Pooh tristemente—. Nada bueno.
—Bueno, tengo una idea —dijo Conejo—, y aquí está. Llevamos a Tigger a una larga excursión, a algún lugar donde nunca haya estado y lo perdemos allí, y a la mañana siguiente lo encontramos de nuevo y, recuerda mis palabras, será un Tigger totalmente diferente.
—¿Por qué? —dijo Pooh.
—Porque será un Tigger humilde. Porque será un Tigger triste, un Tigger melancólico, un Tigger pequeño y apenado y un Tigger Oh-Conejo-estoy-encantado-de-verte. Por eso.
—¿Se alegrará de vernos a Piglet y a mí, también?
—Por supuesto.
—Eso está bien —dijo Pooh.
—No me gustaría que siguiera estando triste —dijo Piglet dubitativo.
—Los Tiggers nunca están tristes —explicó Conejo—. Lo superan con asombrosa rapidez. Le pregunté a Búho, para asegurarme, y me dijo que siempre se les pasa así. Pero si conseguimos que Tigger se sienta pequeño y triste solo por cinco minutos, habremos hecho una buena obra.
—¿Christofer Robin pensaría lo mismo? —preguntó Piglet.
—Si —dijo Conejo—. Decía “Has hecho una buena obra, Piglet. Yo mismo la habría hecho, sólo que estaba haciendo otra cosa. Gracias Piglet”. Y Pooh, por supuesto.
Piglet se sintió muy contento, y enseguida vio que lo que le iban a hacer a Tigger era algo bueno, y como Pooh y Conejo lo hacían con él, era algo que incluso un animal muy pequeño podía sentirse a gusto haciendo al levantarse por la mañana. Así que la única pregunta era, ¿dónde deberían perder a Tigger?
—Lo llevaremos al Polo Norte —dijo Conejo—, porque fue una expedición muy larga encontrarlo, así que será una expedición muy larga para Tigger volver a encontrarlo.
Ahora le tocaba a Pooh sentirse muy contento, porque había sido él quien había encontrado primero el Polo Norte, y cuando llegaran allí, Tigger vería un cartel que decía: “Descubierto por Pooh, Pooh lo encontró”, y entonces Tigger sabría, cosa que quizás no sabía, la clase de oso que era Pooh. Esa clase de oso.
Así que se acordó que salieran a la mañana siguiente, y que Conejo, que vivía cerca de Kanga y Roo y Tigger, fuera ahora a casa y le preguntara a Tigger qué iba a hacer mañana, porque si no iba a hacer nada, ¿qué tal si venía a explorar y conseguía que Pooh y Piglet vinieran también? Y si Tigger decía “Sí” estaría bien, y si decía “No”…
—No lo hará. Déjamelo a mí —dijo Conejo. Y se fue atareado.
El día siguiente fue bastante diferente. En vez de hacer sol y calor, hacía frío y había niebla. A Pooh no le importaba, pero cuando pensaba en toda la miel que las abejas no producirían, un día frío y brumoso siempre le daba pena. Así se lo dijo a Piglet cuando éste fue a buscarlo, y Piglet le contestó que no pensaba tanto en eso, sino en lo frío y miserable que sería estar perdido todo el día y toda la noche en lo alto del bosque. Pero cuando él y Pooh llegaron a casa de Conejo, éste dijo que era justo el día para ellos, porque Tigger siempre se adelantaba a todos y, al perderse de vista, ellos se apresuraban en otra dirección y él no volvería a verlos.
—¿Nunca? —dijo Piglet.
—Bueno, no hasta que lo encontremos de nuevo, Piglet. Mañana, o cuando sea. Vamos, Piglet. Nos está esperando.
Cuando llegaron a casa de Kanga, encontraron que Roo también estaba esperando, y era un gran amigo de Tigger, lo que lo hizo incómodo; pero Conejo susurró:
—Déjamelo a mí —detrás de su amigo Pooh, y se acercó a Kanga.
—No creo que sea mejor que venga Roo —dijo—. Hoy no.
—¿Por qué no? —dijo Roo, que no debía estar escuchando.
—Hace mucho frío —dijo Conejo sacudiendo la cabeza—, y tú estabas tosiendo esta mañana.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Roo indignado.
—Oh, Roo, nunca me lo dijiste —dijo Kanga con reproche.
—Era una tos de galleta —dijo Roo—, no de las que se cuentan.
—Creo que hoy no, cariño. Otro día.
—¿Mañana? —dijo Roo esperanzado.
—Ya veremos —dijo Kanga.
—Siempre estas viendo y nunca pasa nada —dijo Roo tristemente.
—Nadie podría ver en un día como este, Roo —dijo Conejo—. No creo que lleguemos muy lejos, y entonces esta tarde todos, todos, todos… ah, Tigger, ahí estás. Ven aquí. ¡Adiós Roo! Esta tarde… ¡vamos, Pooh! ¿Todos listos? Si, listo. Vamos.
Así que se fueron. Al principio Pooh, Conejo y Piglet caminaban juntos, y Tigger corría alrededor de ellos en círculos; y luego, cuando el camino se hizo más estrecho, Conejo, Piglet y Pooh caminaron uno tras otro, y Tigger corría alrededor de ellos en forma oblonga, y de vez en cuando, cuando las zarzas se ponían muy espinosas a cada lado del sendero, Tigger corría arriba y abajo delante de ellos, y a veces saltaba en Conejo y a veces no. A medida que subían, la niebla se hacía más espesa, de modo que Tigger desaparecía una y otra vez, y entonces, cuando creías que ya no estaba allí, allí estaba de nuevo, diciendo “Yo digo, vamos”, y antes de que pudieras decir nada, ya no estaba.
Conejo se dio la vuelta y le dio un codazo a Piglet.
—La próxima vez —dijo—. Díselo a Pooh.
—La próxima vez —le dijo Piglet a Pooh.
—¿La próxima qué? —le dijo Pooh a Piglet.
Tigger apareció de repente, rebotó en Conejo y volvió a desaparecer.
—¡Ahora! —dijo Conejo. Saltó a una hondonada junto al camino y Pooh y Piglet saltaron tras él. Se agazaparon entre los helechos, escuchando. El bosque era muy silencioso cuando uno se paraba a escucharlo. No veían ni oían nada.
—¡Cállate! —dijo Conejo.
—Lo estoy —dijo Pooh.
Se oyó un golpeteo… y luego silencio otra vez.
—¡Hola! —dijo Tigger, y sonó tan cerca de repente que Piglet habría saltado si Pooh no hubiera estado accidentalmente sentado sobre la mayor parte de él.
—¿Dónde están? —dijo Tigger.
Conejo le dio un codazo a Pooh, y Pooh miró a su alrededor buscando a Piglet para darle un codazo, pero no pudo encontrarlo, y Piglet siguió respirando helechos húmedos tan silencioso como pudo, y se sintió muy valiente y emocionado.
—Qué gracioso —dijo Tigger.
Hubo un momento de silencio, y luego volvieron a oírlo dar golpecitos. Esperaron un poco más, hasta que el bosque quedó tan quieto que casi los asustó, entonces Conejo se levantó y se estiró.
—¿Y bien? —susurró con orgullo—. ¡Ahí estamos! Tal como dije.
—He estado pensando —dijo Pooh—, y creo…
—No —dijo Conejo—. No lo hagas. Corre. Vamos —y todos se apresuraron a salir, con Conejo a la cabeza.
—Ahora —dijo Conejo, después de que hubieron avanzado un poco—, podemos hablar. ¿Qué ibas a decir, Pooh?
—No mucho. ¿Por qué vamos por aquí?
—Porque es el camino a casa.
—¡Oh! —dijo Pooh
—Creo que es más a la derecha —dijo Piglet nervioso—¿Qué opinas, Pooh?
Pooh se miró las dos patas. Sabía que una era la derecha; y sabía que cuando habías decidido cuál era la derecha, entonces la otra era la izquierda, pero nunca recordaba cómo empezar.
—Bueno —dijo despacio…
—Vamos —dijo Conejo—. Sé que es por aquí.
Siguieron adelante. Diez minutos después volvieron a detenerse.
—Es muy tonto —dijo Conejo—, pero sólo por el momento yo… ah, claro. Vamos…
—Aquí estamos —dijo Conejo diez minutos después—. No, no estamos…
—Ahora —dijo Conejo diez minutos después—, creo que deberíamos estar llegando… ¿o estamos un poco más a la derecha de lo que pensaba?
—Es curioso —dijo Conejo diez minutos después—, cómo todo parece igual en la niebla. ¿Lo has notado, Pooh?
Pooh dijo que sí.
—Suerte que conocemos tan bien el bosque, o estaríamos perdidos —dijo Conejo media hora después, y soltó la risa despreocupada que uno suelta cuando conoce el bosque tan bien que no puede perderse.
Piglet se acercó a Pooh por detrás.
—¡Pooh! —susurró.
—¿Si, Piglet?
—Nada —dijo Piglet, tomando la pata de Pooh—. Solo quería estar seguro de ti.
Cuando Tigger terminó de esperar a que los demás lo alcanzaran, y no lo habían hecho, y cuando se cansó de no tener a nadie a quien decirle “yo digo, vamos”, pensó en irse a casa. Así que volvió trotando; y lo primero que dijo Kanga cuando lo vio fue:
—Ahí tienes un buen Tigger. Llegas justo a tiempo para tu medicina fortalecedora —y se la sirvió.
—Yo ya me he tomado la mía —dijo Roo orgulloso. Y Tigger se tragó la suya y dijo:
—Yo también —y entonces él y Roo se empujaron mutuamente de forma amistosa, y Tigger derribó accidentalmente una o dos sillas, y Roo derribó accidentalmente una a propósito; entonces Kanga dijo:
—Ahora, pues, a correr.
—¿A dónde vamos? —preguntó Roo.
—Pueden ir a recoger unos piñones para mí —dijo Kanga, dándoles una cesta.
Así que se fueron a los Seis Pinos, y se tiraron piñones hasta que se olvidaron de lo que habían venido a buscar, y dejaron las cestas bajo los árboles y regresaron a cenar. Y fue justo cuando terminaban de cenar que Christofer Robin asomó la cabeza por la puerta.
—¿Dónde está Pooh? —preguntó.
—Tigger querido, ¿dónde está Pooh? —dijo Kanga. Tigger explicó lo que había pasado al mismo tiempo que Roo explicaba lo de su tos de galleta y Kanga les decía que no hablaran los dos a la vez, así que pasó algún tiempo antes de que Christopher Robin adivinara que Pooh, Piglet y Conejo estaban perdidos en la niebla de la cima del bosque.
—Es curioso lo de los Tiggers —le susurró Tigger a Roo—, que los Tiggers nunca se pierden.
—¿Por qué no, Tigger?
—Simplemente no lo hacen —explicó Tigger—. Así son las cosas.
—Bueno —dijo Christofer Robin—, tendremos que ir a buscarlos, eso es todo. Vamos, Tigger.
—Tendré que ir a buscarlos —le explicó Tigger a Roo.
—¿Puedo encontrarlos yo también? —preguntó Roo con impaciencia.
—Creo que hoy no, querido —dijo Kanga—. Otro día.
—Bueno, si se pierden mañana, ¿podré buscarlos?
—Ya veremos —dijo Kanga, y Roo, que sabía lo que eso significaba, se fue a un rincón y practicó saltando sobre sí mismo, en parte porque quería practicar esto, y en parte porque no quería que Christofer Robin y Tigger pensaran que le molestaba que se fueran sin él.
—El hecho es —dijo Conejo—, que de alguna manera nos hemos perdido.
Estaban descansando en un pequeño arenal en lo alto del bosque. Pooh se estaba cansando bastante de aquel arenal, y sospechaba que los seguía, porque fuera cual fuera la dirección que tomaban, siempre acababan en él, y cada vez, cuando se les acercaba a través de la niebla, Conejo decía triunfante:
—¡Ahora sé dónde estamos! —y Pooh decía tristemente:
—Yo también —y Piglet no decía nada. Había intentado pensar en algo que decir, pero lo único que se le ocurrió fue “¡Socorro, socorro!”, y parecía una tontería decir eso cuando estaba con Pooh y Conejo.
—Bueno —dijo Conejo, tras un largo silencio en el que nadie le agradeció el agradable paseo que estaba dando—, supongo que será mejor que nos pongamos en marcha. ¿Por dónde lo intentamos?
—¿Qué tal sería —dijo Pooh lentamente—, si, en cuanto estemos fuera de vista de este pozo, tratamos de encontrarlo de nuevo?
—¿Para qué? —dijo Conejo.
—Bueno —dijo Pooh—, seguimos buscando el hogar y no lo encontramos, así que pensé que si buscáramos este pozo, seguramente no lo encontraríamos, lo que sería una cosa buena; porque entonces podríamos encontrar algo que no estábamos buscando, que podría ser justo lo que estábamos buscando en realidad.
—No le veo mucho sentido a eso —dijo Conejo.
—No —dijo Pooh humildemente—, no tiene. Pero iba a tenerlo cuando empecé. Es sólo que algo le pasó en el camino.
—Si me alejara de este pozo, y luego volviera a él, por supuesto que lo encontraría.
—Bueno, pensé que tal vez no lo harías, Pooh. Sólo pensé.
—Inténtalo —dijo Piglet de repente—, te esperaremos aquí.
Conejo soltó una carcajada para demostrar lo tonto que era Piglet, y se adentró en la niebla. Después de haber recorrido cien metros, se dio la vuelta y volvió a caminar. . . y después de que Pooh y Piglet le hubieran esperado veinte minutos, Pooh se levantó.
—Sólo pensaba —dijo Pooh—. Pues bien, Piglet, vamos a casa.
—Pero, Pooh —gritó Piglet excitado—, ¿conoces el camino?
—No —dijo Pooh—. Pero hay doce tarros de miel en mi alacena y llevan horas llamándome. Antes no podía oírlos bien, porque Conejo hablaba, pero si nadie dice nada excepto esos doce tarros, creo, Piglet, que sabré desde dónde me llaman. Vamos.
Caminaron juntos, y durante un buen rato Piglet no dijo nada, para no interrumpir a los tarros; y de repente lanzó un chillido… y otros sonidos… porque ahora empezaba a saber dónde estaba; pero aún no se atrevía a decirlo en voz alta, por si no lo estaba. Y solo cuando se sintió tan seguro de sí mismo que no le importaba si los tarros seguían llamando o no, se oyó un grito delante de ellos, y de la niebla salió Christofer Robin.
—Oh, ahí estás —dijo Christofer Robin descuidadamente, tratando de pretender que no había estado ansioso.
—Aquí estamos —dijo Pooh.
—¿Dónde está Conejo?
—No lo sé —dijo Pooh.
—Oh… bueno, espero que Tigger lo encuentre. Los está buscando a todos.
—Bueno —dijo Pooh—, tengo que ir a casa por algo, y Piglet también, porque aún no hemos comido, y…
—Iré a cuidarlos —dijo Christofer Robin.
Así que se fue a casa con Pooh, y lo observó durante un buen rato… y mientras lo observaba, Tigger recorría el bosque dando fuertes ladridos para llamar a Conejo. Y por fin un Conejo muy pequeño y apenado lo oyó. Y el Conejo pequeño y apenado corrió a través de la niebla ante el ruido, y de repente se convirtió en Tigger; un Tigger amistoso, un gran Tigger, un Tigger grande y servicial, un Tigger que saltaba, si es que saltaba, justo de la hermosa manera en que un Tigger debe saltar.
—Oh, Tigger, me alegro de verte —gritó Conejo.