Los que veían al señor Mapache

Cuando el señor Mapache vino a vivir al bosque, ninguno de los habitantes del bosque había conocido nunca a nadie de su familia, así que, por supuesto, no sabían nada sobre la curiosa costumbre que tenía el Mapache de lavar toda la carne antes de comérsela.

Un día, mientras Zorro Pelirrojo trotaba por el bosque, vio al señor Mapache con una cesta en el brazo, dirigiéndose hacia el río que atravesaba el bosque. No vio a Pelirrojo, y como a Pelirrojo le encanta espiar cuando no lo ven, se escondió rápidamente detrás de unos arbustos para ver qué iba a hacer el señor Mapache. Para su asombro, vio que tomaba un poco de carne de su cesta y, sujetándola con las patas delanteras, la mojó en el agua y luego se la comió.

—Es lo más gracioso que he visto en mi vida —pensó Zorro Pelirrojo—. Debo contárselo a todos los habitantes del bosque, y vendremos todos a verlo.

Pero antes de hacer esto, Pelirrojo se aseguró que el señor Mapache viniera cada día al río a hacer lo mismo, pues dudaba bastante de que aquello fuera algo habitual para el señor Mapache. Pelirrojo no entendía por qué no se comía la carne tal como estaba en cuanto la conseguía.

El señor Mapache tiene la vista aguda, y un día, mientras Pelirrojo lo observaba, se volvió demasiado curioso y asomó la cabeza demasiado de su escondite, de modo que el señor Mapache lo vio.

—Me está espiando ¿no es cierto? —pensó el señor Mapache—. Bueno, lo arreglaré mañana.

Pelirrojo había decidido que mañana sería el día en que traería a todos los amigos del bosque para que vieran el extraño hábito que tenía el señor Mapache. Y así, al día siguiente, el señor Ardilla, Billy Zarigüeya, el señor Conejo, e incluso el señor Tejón fueron convencidos de romper su hábito de quedarse en casa durante el día. Todos siguieron a Zorro Pelirrojo hacia el río y se escondieron detrás de los arbustos cercanos.

—Realmente no me gusta esto —dijo gentilmente el señor Tejón—. Algo me dice que no debería haber venido —. Y se aplastó contra el suelo hasta parecer un felpudo.

El señor Mapache había estado mirando desde lo alto de un árbol y vio a toda la gente del bosque siguiendo al señor Pelirrojo hacia el río.

—Supongo que vienen a reírse de mi cuando lave mi comida. Bueno, ya veremos quién se ríe, amigos y vecinos. Prefiero pensar que no será el señor Zorro, de todos modos; y estoy seguro de que todos se sorprenderán.

El señor Mapache estaba tan tentado que apenas podía bajar del árbol pensando en lo que iba a ocurrir, pues sabía que el fondo del río era barroso y el agua no muy profunda. Era lo suficientemente profundo para que pudiera lavar su comida sin revolverla y para ayudarlo a llevar a cabo el plan que tenía en mente para darles una sorpresa a todos los espectadores.

El señor Mapache se escabulló hacia su casa para buscar su cesta mientras todos los animales se escondían detrás de los arbustos y, con los oídos atentos, esperaban a ver lo que pasaba. Por fin lo oyeron y, asomándose entre las ramas, vieron al señor Mapache arrastrando una cesta por el suelo; no la llevaba en el brazo como de costumbre.

—Esta mañana la lleva a reventar; será muy divertido verle —susurró Pelirrojo a los demás cuando vio al señor Mapache arrastrando la cesta.

Cuando el señor Mapache llegó al río, se sentó y quitó la tapa de la cesta; todos los animales estiraron el cuello para ver lo que iba a hacer. Incluso el señor Tejón se levantó de su posición de felpudo en el suelo y miró, apoyándose en los arbustos con las patas delanteras para hacerse más alto.

El señor Ardilla corrió hacia un arbusto que era más fuerte que los demás, de modo que podía tener toda la vista posible, y el señor Conejo saltó hasta el borde de los arbustos, cerca de una piedra que era mas o menos del color de su pelaje, pues sabía que desde detrás de los arbustos podría ver muy poco del extraño espectáculo. El señor Zarigüeya encontró un árbol cercano, y colgado de la cola de una rama baja, desde donde no podía perderse nada, esperó lo que iba a suceder a continuación. Zorro Pelirrojo podía ver claramente todo lo que sucedía, pues nunca se retrasaba en acercarse cuando había algo que valía la pena ver.

El señor Mapache, por supuesto, sabía que estaban todos allí, y no se apresuró en lo más mínimo. Después de quitar la tapa, metió lentamente la mano en la cesta, mirando al otro lado del río por un minuto, y cuando estuvo seguro que estaban todos estirando el cuello para ver, inclinó de repente la cesta. 

Pero en lugar de los trozos de carne que Zorro Pelirrojo les había dicho que llevaba en la cesta, el señor Mapache tiró al río una roca que se estancó en el fondo con tanta fuerza que el agua fangosa salpicó todo alrededor y cubrió a los vigilantes de la cabeza a los pies.

El señor Mapache parecía muy inocente mientras cubría la cesta con la funda y se alejaba caminando. Podía oír a la gente del bosque revolcándose, intentando quitarse el barro de los pelajes, y le costó mucho trabajo esperar a estar fuera del alcance del oído y la vista para reírse. Pero lo hizo, y tras de revolcarse una y otra vez por el suelo de la risa, pensando en lo sorprendidos que debían estar los vigilantes, se detuvo de repente y se levantó, pues oyó que alguien se acercaba por el bosque.

El señor Mapache se levantó de un salto y corrió a esconderse, y pronto vio a todos los animales caminando, empapados, y regañando al señor Zorro por la broma que estaban seguros que les había gastado.

—Escuchen —decía Pelirrojo—, nunca antes había hecho eso —. Pero la gente del bosque no le creía, pues decían que era un tipo muy zorro y que aquello no era más que otro de sus trucos.

El señor Zarigüeya dijo que se le había estropeado el pelaje, que ahora era de un blanco grisáceo y no se le quitaría, y el señor Tejón mostró una frente blanca sucia donde el agua le había salpicado cuando se paró sobre sus patas traseras para mirar.

—Nunca podré volver a caminar erguido —dijo tristemente—, porque este barro no se quitará y no podría dejar que nadie viera que la parte delantera de mi pelaje no está limpia.

El señor Conejo no dijo nada, pero el señor Ardilla parloteó furioso mientras corría a contarle a todos sus conocidos sobre la jugarreta que les había hecho a sus amigos Zorro Pelirrojo, y todos se olvidaron de la extraña costumbre que les habían dicho que tenía el señor Mapache de lavar su comida. Estaban muy ocupados en estar enojados con Zorro Pelirrojo.

Mientras se acurrucaba para dormir en la copa de un árbol alto, el señor Mapache pensó que podía estar sin comer carne por un día, pues le había dado vuelta la tortilla a Zorro Pelirrojo, y había sido él quien se había reído.


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