El señor Tim Mapache tenía unos pantalones a cuadros rojos y verdes y eso es lo que provocaba la envidia de todos en el bosque.
Pero había alguien que no sólo era envidioso, sino muy celoso de sus derechos, y ese era el señor Zorro.
Porque el señor Zorro pensaba, y también todos los demás en el bosque, que él era el tipo más listo y elegante del lugar hasta que Tim Mapache llegó con aquellos pantalones a cuadros rojos y verdes.
Al principio, el señor Zorro no se preocupó mucho los pantalones, pues estaba seguro que en poco tiempo podría convencer a Tim Mapache de que se desprendiera de ellos. Pero en esto se equivocó, como el tiempo demostró.
El señor Zorro había visitado a Tim todos los días. Había llevado la gallina o el pato más gordos, e incluso dos pollos gordos, y cada vez insinuaba que podría desprenderse de alguno o cualquiera de ellos si le ofrecían lo adecuado.
Pero Tim Mapache estaba bien provisto de las cosas buenas de la temporada para comer y no ofrecía nada que valiera la pena.
Y esa fue la razón por la que el señor Zorro se sentó una mañana en su porche, sumido en profundos pensamientos, mientras fumaba su pipa de mazorca.
Mientras pensaba, sus ojos se posaron en un trozo de papel en el que había algo impreso, entonces vio la palabra LANA en letras grandes.
—¿Lana? —pensó el señor Zorro—, de eso están hechos esos pantalones a cuadros rojos y verdes; todo lana, dice Tim Mapache.
El señor Zorro se levantó de la escalera y recogió el papel. Empezó a leerlo, y a medida que lo hacía, sus ojos se agrandaban. Cuanto más leía, más se agrandaban, y finalmente se interesó tanto que se le cayó la pipa de la boca sin darse cuenta.
El señor Zorro leyó todo el impreso. Luego arrugó el papel y lo tiró a los arbustos.
—Si tan sólo los ensuciara —dijo—, el resto sería fácil; seguro me pediría un consejo.
—Yo sé lo que voy a hacer —dijo dirigiéndose a su granero —. Pintaré el asiento de mi mecedora; le encanta sentarse en ella.
Muy pronto, el señor Zorro tuvo el asiento de su mecedora pintado de un bonito negro brillante y se sentó a esperar a Tim Mapache, que siempre pasaba por allí a esa hora. No tuvo que esperar mucho a que apareciera Tim con los pantalones a cuadros.
—Pasa, Tim, y fúmate un cigarrillo —dijo el señor Zorro con toda su amabilidad.
El señor Zorro fue a su armario a buscar una pipa para Tim, y, justo como esperaba, Tim Mapache se sentó sobre la pintura fresca.
—Oh querido, ¡cuánto lo siento! —dijo el señor Zorro apresurándose hacia Tim.
—¡Levántate rápido, Tim! Acabo de pintar la silla. Espero que no hayas manchado tus pantalones a cuadros.
Al señor Zorro le brillaron los ojos cuando se puso detrás del pobre Tim para mirarle el bajo de sus pantalones, pero eso, por supuesto, Tim no lo notó; y cuando el señor Zorro le dijo que había una gran mancha negra en sus pantalones, pero que estaba seguro de poder decirle cómo quitarla, Tim pensó que era un tipo muy amable.
—No te molestes para nada, Tim. El otro día leí cómo lavar prendas de lana. Decía que era seguro y sin peligro, así que te ayudaré, porque realmente me siento culpable; debería haber recordado que esa mecedora estaba recién pintada.
—Primero, debo conseguirte un poco de jabón blanco, y como no tengo ninguno en casa, tendré que correr a casa del señor Hombre y conseguir un poco; tiene de todo en su casa.
Tim Mapache pensó que el señor Zorro era el tipo más amable que había conocido, y corrió a casa para quitarse los pantalones y esperar que el señor Zorro volviera.
—Podrías poner una tetera con agua —dijo el señor Zorro mientras Tim se alejaba a toda prisa —, y tenla hirviendo; debe hervir fuerte.
Al señor Zorro le costó más de lo que esperaba conseguir el jabón del señor Hombre, pues el señor Perro se había puesto a dormir justo en la puerta del granero, y allí era donde quería ir el señor Zorro.
Un día había visto un pedazo de jabón blanco en una caja del granero, donde el señor Hombre había estado lavando sus mejores arneses, y tenia muchas esperanzas de encontrarlo allí ahora.
Después de un rato, el señor Perro despertó y se alejó, y el señor Zorro entró sigilosamente. Tuvo la suerte de encontrar el jabón, y salió corriendo hacia la casa de Tim Mapache justo cuando se ponía el sol.
—He arriesgado mucho para conseguir este jabón, Tim —dijo—. No me gusta ir por la colina de día, es demasiado arriesgado.
—Ahora debemos poner el pantalón en el balde —explicó el señor Zorro—, y luego verter muy lentamente el agua sobre ellos. ¿Estás seguro que el agua está hirviendo fuerte?
Tim dijo que si, así que el señor Zorro le dijo que lo trajera, y mientras Tim lo vertía en el balde y el señor Zorro rallaba el jabón y lo dejaba caer dentro.
—Ahora tráeme un palo —dijo— para que pueda removerlo y hacer una buena espuma; y ahora te dejo, estoy seguro que puedes hacer el resto, y yo debo volver a casa, pues está anocheciendo.
—Todo lo que tienes que hacer es dejarlos en remojo toda la noche y sacarlos por la mañana y colgarlos al sol, y si esa receta para lavar lana sirve para algo, tus pantalones quedarán como nuevos.
El señor Zorro corrió a su casa, riéndose para adentro durante todo el camino.
—Si, quedarán como nuevos —dijo—, pero no para que los uses, amigo Tim. Pueden quedarle a un pequeño mapache, pero no a un mapache adulto como tú. Oh, no.
Al día siguiente, el pobre Tim Mapache vio sus pantalones colgados en el tendedero con el corazón encogido, pues todavía se veía la mancha negra de pintura, pero más tarde cuando estuvieron secos e intentó ponérselos, no era tristeza lo que sentía. Era rabia.
Tim se miró en el espejo y vio que sus bonitos pantalones a cuadros ya no le servían. Le llegaban hasta las rodillas, y le quedaban tan ajustados que no podía agacharse y mucho menos andar.
Le tomó algo de tiempo quitárselos, pero cuando lo hizo se los llevó a la casa del señor Zorro y le enseñó los restos de lo que alguna vez habían sido sus pantalones a cuadros.
—No funcionó. Eso es todo lo que puedo decir —dijo el señor Zorro, esforzándose por lucir triste—. Nunca se sabe sobre estas recetas que se leen en periódicos y revistas hasta que no se han probado.
—Desearía que alguien más lo hubiera probado antes —dijo Tim con un suspiro mientras miraba sus pantalones.
—Podría haberme puesto un abrigo de cola larga y tapar la mancha, pero no hay nada que pueda hacer con estas piernas cortas.
—Podrías llevar una pollera o poner algo de encaje en la parte inferior de los pantalones —sugirió el señor Zorro.
—¿Estás seguro que el agua debía hervir? —preguntó Tim.
—¡Tan seguro como estoy de que brillará el sol! —respondió el señor Fox—. ¿Tú estas seguro, Tim, de que esos pantalones son de lana?
—Pensé que lo eran —dijo Tim.
—Sé que lo son —dijo el señor Zorro, siguiendo a Tim por el sendero.
Por supuesto, los pantalones a cuadros ya no le servían a nadie, pero el señor Zorro estaba satisfecho con tal de no tener que ver a Tim Mapache usándolos.