Patty Conejo estaba sentada mirando su libro de cuentos con cara se insatisfacción. Estaba tan interesada en los dibujos de su cuento que no vio venir a su abuela por el camino, y no corrió a su encuentro, como hacía usualmente.
—Pero, Patty, querida, ¿qué te pasa? Pareciera que no te gustaran los dibujos de tu libro de cuentos —dijo la Abuela Conejo.
—¡Oh, abuela! —dijo la pequeña Patty Conejo, dejando caer su libro al suelo y corriendo hacia su abuela—. No te vi venir. Estoy muy contenta de verte.
—Dime, ¿Por qué te ves tan infeliz? ¿No te gusta tu libro? —preguntó la Abuela Conejo.
—Si —contestó Patty Conejo—, a veces me gusta, pero me canso de leer todo el tiempo sobre Pedro Conejo, Santiago Conejo y Benjamín Conejo y de mirar sus dibujos. Me gustaría mucho más leer alguna historia sobre una conejita. ¿Las conejitas nunca hacen nada que sirva para hacer una buena historia, abuela?
—Por supuesto que sí, querida. ¿Acaso nunca te conté sobre Susie Conejo que se comió su muñeca? —preguntó la Abuela Conejo.
—Oh, abuela, ¡cuéntamelo! —dijo Patty Conejo, bailando alrededor de su abuela sobre sus patas traseras y con las orejas erguidas al pensar en lo que estaba a punto de contarle su abuela—. ¡Cuéntame la historia, rápido!
La Abuela Conejo se sentó en los escalones de la casa de Patty y sacó su tejido de una bolsa, y mientras tejía contó la historia de Susie Conejo, que se comió su muñeca.
—Había una vez —dijo la Abuela Conejo—, una conejita llamada Susie. Sus padres eran pobres y no vivían como ustedes, que pueden conseguir comida en abundancia, y tampoco tenía un libro de cuentos con dibujos.
—Susie Conejo nunca tuvo nada con qué jugar. Tenía suerte si tenía suficiente para comer.
—Pero un día, Susie Conejo vio a una niña con una muñeca andando por el bosque donde vivía y corrió a casa de su madre y pidió a gritos una muñeca. Su madre no podía darle una muñeca, porque no vivían cerca de una tienda y, aunque así hubiera sido, no tenía dinero para comprarla; entonces, Susie lloró y lloró, y cuando su padre llegó a casa seguía llorando.
—¿Qué pasa con Susie? —preguntó, y la madre de Susie le contó que quería una muñeca.
Cuando Susie se acostó esa noche, su madre le dijo a su padre:
—He pensado algo; podemos hacer una muñeca para Susie.
—¿Cómo haremos una muñeca? —preguntó el padre de Susie, sorprendido de que su esposa sugiriera tal cosa.
—Te diré cómo —dijo la madre de Susie—: ve al huerto de la granja, al otro lado de la colina, y trae una zanahoria y una cabeza de lechuga crujiente, y te enseñaré cómo puedo hacer una muñeca.
Entonces el padre de Susie corrió a buscar la zanahoria y la lechuga, y las trajo a casa.
Entonces la madre de Susie cortó la punta de la zanahoria para hacer la cabeza, e hizo los ojos, la boca y la nariz con bayas; luego hizo un bonito vestido de lechuga, con volados en la larga falda, así no importaba si la muñeca no tenía pies.
Hizo una capa con una hoja de lechuga y una gorrita con una hoja pequeña; la ropa estaba sujetada con palitos que el padre de Susie tallaba con ramitas.
—¡Listo! Creo que se ve linda —dijo la madre de Susie, levantándola para que la viera su esposo.
—Luce hermosa, como para comérsela —contestó el padre de Susie, relamiéndose. La madre de Susie roció la muñeca con agua para que se mantenga fresca, y la puso junto a la cama de Susie.
Por la mañana, cuando se despertó, fue lo primero que vio.
—¡Oh! ¡Tengo una muñeca! ¡Tengo una muñeca! —gritó riendo, y corrió a su madre con la muñeca en sus brazos.
Susie jugó un tiempo con la muñeca, pero como ya mencioné, Susie no tenía cosas ricas para comer, como tú; y una zanahoria entera y una cabeza de lechuga para ella solita era algo nuevo para la pobre Susie Conejo. Así que, después de un rato sólo mordisqueó un poco de la capa, y luego mordisqueó un volado.
—Supongo que se vería igual de linda si solo llevara un volado en la falda —dijo Susie, y se comió una hoja de lechuga.
Al cabo de un rato se comió la gorrita, y uno a uno se fue comiendo los volados y la capa.
—Una muñeca sin vestido no sirve —dijo Susie, así que se comió la zanahoria, y ese fue el final de la muñeca de Susie Conejo.
—Oh, abuela, esa fue una hermosa historia —dijo Patty—. Creo que es lo suficientemente buena como para imprimirla en un libro. ¿No la tienes impresa? Por favor, hazlo. Sé que a muchos amigos les gustaría leer sobre una conejita tanto como sobre Pedro, Santiago y los otros niños conejo.
Entonces, la Abuela Conejo hizo lo que Patty Conejo le pidió, y así es como resulta que estás leyendo esta historia.