La estrella perdida

Érase una vez una pequeña estrella que, como llevaba cientos de años brillando, comenzó a cansarse de su deber nocturno y deseaba descender a la Tierra y descubrir lo que había abajo. 

—Me pregunto que habrá debajo de nosotros —le confió una noche la estrella a una compañera que brillaba junto a ella hacía siglos. 

—No lo sé, y no comprendo por qué debería interesarte cuando estamos tan contentas aquí arriba, brillando todas las noches— contestó la otra estrella.

—Pero yo no estoy contenta —suspiró la estrellita—, no soy feliz, porque anhelo ver lo que hay debajo de nosotros, y desde aquí no puedo verlo. Me pregunto qué pasaría si descendiera… ¿Continuaría cayendo indefinidamente, o encontraría un lugar mejor que éste?

—Nunca he pensado en otro lugar que no sea éste —respondió la otra estrella—. Si estuviéramos destinados a habitar en otro lugar, nos habrían colocado allí. Te aconsejo que dejes de lado esos pensamientos y encuentres la felicidad en nuestra morada actual, donde brillamos junto a nuestras hermanas cada noche.

La vieja luna había estado escuchando atentamente su conversación. Cuando las dos estrellas terminaron de brillar, repicó:

—Harías bien en quedarte dónde estás y abstenerte de descender a la Tierra. Si bien es una vivienda adecuada para personas, no es un entorno favorable para pequeñas estrellas como ustedes. Si aterrizas allí, te perderás rápidamente, y nadie sabrá a dónde perteneces. Quédate aquí, con tus compañeras, y continúa brillando.

Sin embargo, la pequeña estrella no pudo evitar su fascinación por el inmenso espacio que había debajo. Una noche tranquila, la estrellita se fijó en una nube esponjosa que se acercaba a la vieja luna.

—Esta es mi oportunidad —pensó la estrella—. Una vez que esa nube oculte el rostro de la luna, caeré del cielo. Si encuentro que la Tierra es desagradable, confío en que podré regresar.

Así, la tonta estrellita se deslizó fuera de su lugar designado en el cielo y descendió hacia la tierra como una estrella fugaz. 

—¡Una estrella fugaz! —exclamó alguien, mientras caía en picada.

Finalmente, la estrella se encontró en un inmenso campo de margaritas, descansando sobre el exuberante césped, sin poder ver nada. Un escarabajo se acercó y le preguntó: 

—¿De dónde vienes?

—Soy una estrella, visitando tu Tierra —contestó la estrellita.

—¡Oh, ven! —gritó el escarabajo a otro—. Mira, una estrella ha bajado del cielo.

—Eso no es una estrella —dijo el otro escarabajo—. Las estrellas son brillantes y radiantes. Esto no es más que un pedazo de piedra.

—Pero soy una estrella —insistió la estrellita—. He estado brillando en el cielo por cientos de años. Bajé a explorar la Tierra porque quería ver cómo era.

—Tendrás que convencer a alguien que sepa menos que nosotros —, replicaron los escarabajos con desdén, dejando que la pobre estrellita se preguntara si merecía la pena su visita a la Tierra.

Después de un rato, las margaritas escucharon sollozos en el césped e inclinaron sus cabezas para escuchar.

—Parece venir desde abajo del césped —dijo una margarita—. Debemos investigar y encontrar la fuente de este sollozo.

—¡Oh, por favor díganme como regresar a casa! —lloró la estrellita cuando vio que las margaritas la estaban buscando.

—¿De dónde vienes? —preguntaron.

—Soy una estrella, y mi hogar está en lo alto sobre esta Tierra —explicó la estrellita—. Estuve brillando ahí arriba durante cientos de años, y bajé para conocer la Tierra. Pero ahora no encuentro mi camino de regreso a casa.

—¿Eres una estrella? —preguntaron las margaritas—. No te pareces a una, pero me imagino que eres una estrella fugaz que ha perdido su brillo.

—Me temo que no podemos ayudarte a regresar a casa; ninguna de nosotras conoce el camino —admitieron las margaritas. 

—¡Oh, por Dios! ¡Oh, Dios mío! —se lamentó la estrellita—. Todo está oscuro aquí, no puedo ver. ¿Alguien me mostrará el camino de regreso a casa? 

—Quizá la luna conozca el camino de la estrella perdida a casa—sugirió una margarita.

—¿Dónde está? ¿Dónde está? —preguntó la estrellita ansiosa—. Seguramente la Sra. Luna pueda guiarme a casa.

—No está presente en este momento —informaron las margaritas—, pero una vez que las nubes pasen, la consultaremos en tu nombre.

Luego de unos minutos, la luna apareció por detrás de las nubes, y proyectó sus radiantes rayos sobre el campo de margaritas. Alcanzó hasta el lugar donde la pequeña estrella había encontrado refugio.

—¡Señora Luna! —gritaron todas las margaritas simultáneamente—. Aquí hay una estrella perdida. ¿Puedes guiarla a su hogar?

Antes de que las margaritas pudieran terminar la pregunta, la estrellita divisó el rayo de la luna. Llena de alegría, levantó la cara y exclamó:

 —¡Puedo ver! ¡Puedo ver! Este es el camino que me llevará a casa.

—Si las margaritas realmente desean que te ayude a encontrar tu camino a casa, lo haré —contestó la luna—. Pero te mereces estar perdida, pues has abandonado a tus hermanas y el hogar donde viviste felizmente durante tanto tiempo, sin un solo remordimiento.

—Oh, sí, señora luna, por favor ayude a la estrellita a volver a casa y brillar una vez más —suplicaron las margaritas—. Estamos seguras de que no volverá a alejarse de su lugar nunca más.

—Le prometo, Señora Luna, que nunca más dejaré mi lugar designado junto a mis compañeras, sin importar cuantos cientos de años más tenga que brillar —juró la estrellita.

—Muy bien —concedió la luna—, te guiaré de vuelta a casa. Sin embargo, tardarás un tiempo considerable en recuperar tu antiguo resplandor. Además, se te colocará lejos de tus hermanas, donde residiste por tanto tiempo.

Gracias a los rayos de luz de la luna, la estrellita subió nuevamente al cielo. Al pasar junto a sus compañeras, agachó la cabeza avergonzada, pues ellas lloraban apenadas por su partida y por el hecho de que nunca más volverían a brillar juntas.

La estrellita había partido sin pensarlo dos veces, concentrada únicamente en el encanto de la Tierra. Lejos de sus hermanas, descubrió un lugar en el que debería brillar durante cien años para recuperar su antiguo resplandor. Durante este tiempo, sus compañeras también crecerían en brillo, distanciándose para siempre de la estrellita perdida. ¡Oh, pobre estrellita!


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