Hans Pfaall

¿Qué me contais amigo?. . . .
Schiller

Rotterdam se halla actualmente en una situacion singular de efervescencia filosó fica, y á la verdad, la causa justifica semejante situacion, porque son de tal naturaleza, tan nuevos y tan inopinados los fenómenos que acaba de contemplar, y se hallan en tan absoluta contradiccion con todas las opiniones recibidas, que indudablemente la Europa entera sufrirá un trastorno antes de mucho; y es más que probable suceda otro tanto con las ciencias fisicas, mientras que la astronomía y hasta la razon se darán al traste.

Cierto dia de cierto mes (no recuerdo la fecha,) inmenso gentío sa hallaba reunido, sin pue yo pueda decir el objeto, en la gran plaza de la Bolsa de Rotterdam. El tiempo por demás calu roso đara la estacion, quitaba todo lo que pudieran tener de molestas algunas ligeras lloviznas que se desprendian por intérvalos sobre la muchedumbre, desde las nubes que esparcidas entrecortaban el azul del cielo.

De repente, hácia la mitad del dia, se notó entre la gente, ligera pero marcada agitacion, á la cual sucedió una algazara de diez mil pulmones: un minuto despues diez mil rostros se volvieron hácia el cielo, diez mil pipas cayeron simultáneamente de otras tantas bocas, y un grito, comparable no más al rugido del Niágara, resonó elevándose furiosamente á través de la ciudad toda de Rotterdam y sus alrededores.

No tardó en descubrirse y ser patente el orígen de semejante trastorno; veíase desembocar en uno de los espacios azulados del firmamento, saliendo de una masa de nubes contorneada dura y vigorosamente, un sér estraño, heterogéneo, sólido en la apariencia, de tan estraordinaria configuracion, crganizado tan fantásticamente, que la muchedumbre, mirándolo desde abajo con la boca abierta, ni podia comprenderlo, ni cansarse de admirarlo.

¿Será un presagio? ¿Qué podrá ser? Nadie lo sabia, nadie podia adivinarlo, nadie, ni aun el mismo burgomaestre Mynheer Superbus Von Underduk, tenia ni conocia el más ligero indicio descifrar tal misterio; de modo que á falta de mejor cosa que hacer, todos los habitantes de Rotterdam, como pudiera un solo hombre, colocaron de nuevo sus pipas en la boca, y fijando un para ojo en el fenómeno, tornaron á sus aspiraciones de humo; hicieron una pausa columpiándose y meciéndose de derecha á izquierda, dieron un significativo gruñido, despues se mecieron de izquierda á derecha gruñeron de nuevo, hicieron otra pausa, y finalmente comenzaron la aspiracion de nuevas bocanadas de humo.

Veíase mientras tanto, bajar siempre hácia la pia ciudad de Rotterdam el objeto de tamaña curiosidad. A pocos minutos la cosa pudo distinguirse con exactitud, y parecia ser, digo mal, era sin duda alguna una especie de globo; perotal, que de fijo Rotterdam no habia contemplado hasta entonces otro semejante. Porque ¿quién ha oido hablar siquiera de un globo construido con periódicos viejos y grasientos? En Holanda nadie, y allí en las barbas de la poblacion entera, se estaba viendo la cosa en cuestion realizada, hecha (puedo apoyar mi afirmacion en autoridades irrecusables) con la antedicha materia, de la cual no hay ejemplo se haya valido aereonáuta alguno para la construccion de su vehículo.

Aquello era un insulto enorme, hecho al sentido comun de los rotterdaneses.

Todavía más extraña y reprensible era la forma del fenómeno, que tenia la de un gigantesco gorro de loco puntiagudo vuelto del revés; símil que en nada perdia de su exactitud con la proximidad, porque analizándole de más cerca, la muchedumbre contempló una enorme bellota colgando de su punta, y al rededor del borde superior, ó como si dijéramos de la base del cono, una fila ú orla de instrumentuelos á manera de cencerrillos de ganado, que repiqueteaban continuamente la música de Betti Martin.

Aun no era esto lo peor del caso y lo terrible del asunto: colgaba con cintas azules, meciéndose al estremo del fantástico aparato y á modo de barquilla, un sombrero colosal de castor gris americano, con alas superlativamente anchas, copa semi-esférica, cinta negra y hebilla de plata. Cosa estraña; más de un ciudadano de Rotterdam hubiese jurado conocer ya aquel sombrero, que la reunion entera miraba, por decirlo así, como se mira á un objeto con el que nuestra vista se halla familiarizada; mientras la señora Grettel Pfaall prorumpia al contemplarlo en una esclamacion de alegría y sorpresa, asegurando positivamente que aquel era el sombrero de su mismo marido. Conviene sepan nuestros lectores una circunstancia muy importante, á saber, que Pfaall, con otros tres compañeros, desapareció de Rotterdam haria cinco años, de una manera súbita é inesplicable, sin que hasta el momento en que comienza este relato, fuera dable esplicar satisfactoriamente aquella desaparicion. En cierto parage muy retirado al Este de la ciudad, se habian descubierto recientemente huesos humanos, mezclados con un monton de escombros estraños, todo lo cual dió lugar á la hipótesis hecha por várias personas, de que en aquel sitio debió perpetrarse algun horrible asesinato, siendo Han Pfaall y sus compañeros probablemente las víctimas. Pero volvamos de nuevo á nuestra historia.

El globo (que en verdad no era otra cosa), bajó hasta encontrarse á cien piés del suelo, permitiendo á la muchedumbre contemplar al indivíduo que lo ocupaba, que por cierto era un personage bastante raro. Su estatura no escederia de dos piés, pero sin embargo de tal exigüidad, pudiera sobrado bien haber perdido el equilibrio cayendo desde su barquilla, sin la intervencion de una especie de pasamano ó balaustrada puesta en el borde circular, que llegándole á la altura del pecho, estaba unida y sugeta á las cuerdas del globo, El hombrecillo tenia un cuerpo tan voluminoso, que sobrepujaba en estrañeza de proporciones á la más atrevida caricatura, dando al conjunto de su persona una esfericidad, por no decir rotundidez, singularmente absurda. Naturalmente era imposible verle los piés, pero las manos eran monstruosamente gruesas; los cabellos entrecanos, atados en la nuca á manera de coleta; la nariz, verdadero prodigio en longitud, corva y amoratada; los ojos cargados, vivos y penetrantes; la barba y las mejillas, no obstante las arrugas de que se hallaban surcadas por la vejez, eran anchas y carnosas, pero en los lados de la cabeza no habia señal siquiera de orejas. Su traje consistia en un paletot ó saco de paño azul celeste, calzon ajustado por la rodilla con hevillas de plata, un chaleco de tela amarilla muy brillante, una gorra de tafetan blanco picarescamente inclinada á un lado de la cabeza, y finalmente, como complemento de tal equipaje, un pañuelo color de grana puesto al cuello, formando un lazo superlativo, cuyas puntas estraordinariamente largas caian pretenciosamente sobre el pecho.

Situado, como ya dejo dicho, á cien piés del suelo, el viejecillo mostró súbitamente ser presa de una agitacion nerviosa y dió señales de no tener gran deseo de acercarse más á la tierra firme. Arrojó cierta cantidad de arena de un saco en que la llevaba y que levantó con gran trabajo, logrando con esta operacion permanecer estacionario un corto espacio de tiempo, que aprovechó en sacar dal bolsillo de su paletot, con rapidez y agitacion, una gran cartera de tafil ete, examinándola con recelosa sorpresa, evidenmente admirado de su peso. Abríola al fin, sacó de ella una enorme carta sellada con lacre rojo y cuidadosamente envuelta con un hilo del propio color, y la dejó caer exactamente á los piés del burgomaestre Superbus Von Underduk.

Su Escelencia se inclinó para recogerla, pero el aereonáuta, mostrando siempre la misma inquietud, y no teniendo por lo visto otros negocios que le detuviesen en Rotterdam, comenzó precipitadamente á arreglar sus preparativos de marcha, arrojando uno tras otro hasta media docena de sacos del lastre que llevaba, con el intento de poder así elevarse nuevamente; mas como no quiso tomarse la molestia siquiera de vaciarlos, fueron todos á dar sobre las costillas del mal aventurado burgomaestre, que hubo de verse aporreado y puesto, bien contra su voluntad, seis veces seguidas en cuclillas á los ojos de la ciudad entera de Rotterdam.

No se crea por esto que el gran Underduk dejase impune semejante impertinencia de parte del vejete, sino que al contrario, castigó el ultrage de los seis porrazos, con otras tantas bocanadas de humo, que con furia estrajo de su ado – rada pipa, sujeta siempre entre los dientes con todas sus fuerzas, tal cuál se propone mantenerla (si Dios no se lo impide), hasta el dia mismo de su muerte.

El globo mientras tanto subia como una alondra, acabando por desaparecer tranquilamente detras de una nube semejante á la otra de que surgió de modo tan singular, perdiéndose completamente de vista á los espantados ojos de los honrados vecinos de Rotterdam.

La atencion general se fijó desde este momento sobre la carta, cuya tramision, unida á las consecuencias que la siguieron, estuvo á pique de ser fatal á la persona y á la dignidad de su Escelencia Von Underduk. Entretanto nuestro funcionario cuidó, mientras duraban sus movimientos giratorios, de poner á buen recaudo y en seguridad la parte más importante del asunto, es decir la carta, que á juzgar por el sobre estaba en manos de su verdadero dueño, en razon á que venia dirigida en primer lugar á su persona y además al profesor Rudabub, designados ambos por sus respectivas dignidades de presidente y vice-presidente del colegio astronómico de Rotterdam. Abierta inmediatamente por estos señores, hallaron la siguiente estraordinaria comunicacion, bien grave á fé mia: A Sus Escelencias Von Underduk y Rudabub, presidente y vice-presidente del colegio nacional astronómico de la ciudad de Rotterdam.

Tal vez Sus Escelencias no se acordarán siquiera de un humilde artesano, cuya profesion era componer fuelles, llamado Hans Pfaall, y que desapareció de Rotterdam de la noche á la mañana con otras tres personas más, de una manera que imagino difícil haya nadie podido todavía esplicar; pero este mismo Hans Pfaall es hoy, quien con perdon de Sus Escelencias les dirige la presente comunicacion. Es un hecho bien notorio entre la mayor parte de mis conciudadanos, que por espacio de cuarenta años habité la casita de ladrillo que se halla á la entrada de la callejuela de Sauer kraut (1) y allí moraba aun en la época de mi desaparicion. Mis antepasados vivieron esta misma casa desde tiempo inmemo-.

rial, y como yo, tuvieron siempre la misma res- (á) Berzas ágrias. petable y lucrativa profesion de componer y remendar fuelles; profesion, que en verdad, hasta estos últimos años, en que todo lo ha invadido la política levantando á nuestra generacion de cascos, era la industria más productiva que podia ejercer en Rotterdam un ciudadano honrado, tal cual siempre lo he sido yo. Estaba acreditado, me sobraba parroquia, y no me faltaban dinero ni buenos deseos; mas como ya dejo indicado, no tardé en sufrir los efectos de la libertad, de las peròratas interminables, del radicalismo y otras drogas semejantes: porque á algunos que hasta aquella época habian sido los mejores parroquianos del mundo, les faltaba el tiempo necesario para pensar en mí, no teniendo suficiente para estudiar la historia de las revoluciones, y vigilar afanosos los progresos de la inteligencia y el espíritu del siglo.

Encendian la lumbre sin más fuelle que los periódicos, y á la par que crecia la debilidad del gobierno, adquiria yo la conviccion de que el cuero y el hierro aumentaban en tenacidad y resistencia de modo tal, que acabó por no encontrarse en todo Rotterdam un solo fuelle que hubiese menester compostura, ni que exigiese las caricias del martillo. Semejante situacion era insostenible; no tardé mucho tiempo en verme más pobre que una rata, y como por añadidura tenia mujer é hijos que mantener, mis obligaciones llegaron á hacérseme insoportables, de manera que concluí por ocupar todo mi tiempo en reflexionar sobre el mejor medio de suicidarme.

Entretanto mis importunos acreedores apenas me dejaban libre un solo momento de meditacion, y mi casa se hallaba literal y materialmente sitiada por ellos desde la mañana hasta la noche.

Tres especialmente me incomodaban de un modo espantoso, haciendo la centinela contínuamente en mi puerta y amenazándome siempre con los tribunales. Propúseme tomar venganza de aquellos tres maldecidos, si alguna vez llegaba á tener la dicha de poderlos coger entre mis uñas; asi que la dulce esperanza de realizar tal deseo, fué la causa que me impidió ejecutar inmediatamente el plan de suicidio, reducido á levantarme la tapa de los sesos de un trabucazo. Mientras tanto pensé convendria más disimular la cólera, ser largo en promesas y no escaso en buenas palabras, para dar así tiempo á que la veleidosa fortuna ofreciera ocasion propicia al logro de mi venganza.

Un dia que conseguí burlar la vigilancia de mis acreedores y que me hallaba más abatido que de costumbre estuve vagando mucho tiempo sin objeto ni fin alguno por las calles más lóbregas hasta đarme un encontron con el puesto de un librero ambulante; dejéme caer sobre un sillon allf colocado para comodidad de los lectores, y sin darme razon de lo que hacía, con un humor endiablado, abrí el primer libro que encontré á la mano. Era un reducido folleto de astronomía especulativa, escrito no sẻ si por el profesor Encke de Berin, 6 por un francés cuyo nombre tenía con el de este mucha semejanza. Aunque mis conocimientos en tal materia no pasaban de ser muy ligeros, quedé tan absorto en la lectura de la obra, que la leí dos veces desde el principio hasta el fin, antes de poder darme cuenta de lo que me rodeaba.

Estaba ya anocheciendo y hube de volver á casa, pero la lectura del folleto (que coincidía con un descubrimiento pneumático que acababa de trasmitirme un primo mio desde Nantes como, un secreto im portantísimo), produjo en mi imaginacion una impresion indeleble; de manera que vagando por las calles, envueltas en las sombras del crepúsculo, repasaba en la memoria los razonamientos estraños y poco inteligibles del escritor, con especialidad algunos trozos que me chocaron estraordinariamente. Cuanto más reflexionaba sobre ellos, más crecia el interés que me escitaban, y aunque mis conocimientos generales eran pocos, como he dicho, y en lo que tuviera relacion con la filosofía natural, mucha mi ignorancia, lejos de desconfiar de mi aptitud para comprender lo leido, 6 de mirar con recelo las nociones vagas y confusas que pudo hacer surgir la lectura en mi imaginacion; todo se convertía únicamente en aguijon más y más fuerte del deseo, siendo yo harto vanidoso ó tal vez sensato, para llegar hasta la sospecha de si ciertas ideas dificiles de digerir, que á veces producen las cabezas más desarregladas, no contienen en su seno (cuando tan perfectamente lo muestran al parecer), toda la fuerza, realidad y demás propiedades inherentes al instinto y la intuicion.

Llegué á mi casa tarde y me metí en la cama inmediatamente; pero demasiado preocupado para dormir, pasé la noche entera meditando; levantéme muy temprano y me dirigí al puesto del librero, y allí gasté el poco dinero que tenía comprando algunos tomos de mecánica y astronomía prácticas, que cual un tesoro llevé á mi aposento, en donde desde aquel punto me encerré consagrando á la lectura todo el tiempo de que podía disponer. Hice de este modo bastantes adelantos en el nuevo estudio, para poner por obra cierto proyecto, que el diablo 6 mi ángel tutelar debieron inspirarme.

Esforzábame mientras tanto en captarme la voluntad de los acreedores que constituian mi tormento, lográndolo con vender la mayor parte de mis muebles para satisfacer la mitad de su crédito, prometiéndoles saldar la diferencia despues que realizara un proyecto que me bullía en la cabeza, y que necesitaba de su cooperacion para llevarse á cabo. Merced á estos medios y á la circunstancia de que los tres eran muy ignorantes, conseguí sin gran dificultad que me ayudaran.

Arregladas de esta manera las cosas, me dediqué, auxiliado por mi mujer, tomando siempre grandes precauciones y con el mayor sigilo, á vender todo cuanto tenía, y á reunir por medio de cortos préstamos, pedidos bajo diversos pretestos, una cantidad razonable en dinero contante, sin dárseme un ardite, y sin tomarme la pena (con rubor lo confieso), de si podría ó no devolverlo.

Gracias á este aumento en mis recursos, pude ir comprando muchas piezas de buena batista, de á doce yardas cada una, bramante, una porcion de barniz de cautchouc, una cesta de mimbres grande y honda, hecha á propósito, y finalmente otros vários enseres y artículos necesarios para la construccion de un globo de dimensiones estraordinarias. Encargué el cosido á mi mujer, así como la precipitacion en la obra, dándola cuantas instrucciones necesitó para llevarla á cabo.

Con el bramante hice al mismo tiempo una red bastante grande para cubrir un aro que sujeté con cuerdas, y reuní gran número de instrumentos y materias útiles para hacer esperiencias en las regiones elevadas de la atmósfera.

De noche y con cautela llevé á un lugar apartado y oculto, al este de Rotterdam, cinco barricas con aros de hierro, de cabida de unos cincuenta gallones, y otra mayor que las anteriores; seis tubos de hoja de lata de tres pulgadas de diámetro y diez piés de largo, dispuestos ad hoc; cantidad suficiente de cierta sustancia metálica ó semimetálica, cuyo nombre me callo, y una docena de castañas ó vasíjas, llenas de cierto ácido muy comun. El gas resultante de esta combinacion es desconocido y no fabricado hasta hoy más que por mí, ó cuando menos soy el único que lo haya aplicado á semejante objeto.

Cuanto puedo decir en este lugar es que forma una de las partes constitutivas del azoe, mirado hace tanto tiemdo como irreductible, siendo su densidad treinta y siete veces y cuatro décimas menor que la del hidrógeno. Carece de sabor, mas no de olor, arde cuanto está puro, produce una llama verdosa, y ataca rápidamente la vida animal. Ninguna dificultad tendría en dar mi secreto á conocer, mas pertenece de derecho, como ya dejo indicado, á un vecino de Nantes, que me lo ha trasmitido con ciertas condiciones.

La misma persona, sin idea alguna de mi proyecto, me ha enseñado un procedimiento para construir los globos, con un tegido animal, que imposibilita totalmente las fugas de gas; pero como este tegido era mucho más caro para mí, hube de contentarme con batista revestida de barniz de cautchouc que creí y hallé ser igualmente buena. Menciono esto, por parecerme probable que el sugeto en cuestion intentará un dia, que no está lejos, una ascension, valiéndose del nuevo gas y de la materia citada, y en manera alguna quiero arrebatarle el honor de tan original invento.

Secretamente abrí un hoyuelo en cada uno de los sitios que habian de ocupar las barricas pequeñas, de modo que estos hoyos se hallasen colocados á distancias iguales y sobre una circunferencia de veinticinco piés de diámetro; y en el centro que debia estar la barrica mayor hice un hoyo de más profundidad, colocando despues en los primeros, sendas cajas de hoja de la ta, que contenian unas cincuenta libras de pólvora, y en el del centro un barril con ciento cincuenta libras de igual materia esplosiva.

Puse en comunicacion con regueros de pólvora cubiertos el barril y las cinco cajas; metí en una de estas la punta de una mecha de cuatro piés de largo, rellené el hoyo, planté sobre él la barrica, dejando saliese únicamente por bajo de la misma una pulgada escasa de la otra punta de la mecha, con lo que era sumamente dificil apercibirla; y finalmente, rellenos los hoyos restantes, coloqué encima las demás barricas.

Tambien llevé á mi depósito general ocultándolo allí, á más de los objetos referidos, uno de los aparatos perfeccionados de Grimm para la condensacion del aire atmosférico. Este aparato necesitaba modificaciones singulares, para ser aplicable al uso que me proponía hacer de él; pero gracias á la incesante perseverancia y al trabajo tenaz que empleé, conseguí resultados satisfactorios, tanto en este como en los demás preparativos. No tardé en ver mi globo concluido; su volúmen pasaba de cuarenta mil piés cúbicos, pudiendo sin dificultad levantar, segun calculé, no solo mi persona y todos los efectos que pensaba llevar, sino que bien manejado y dirigido, podría levantar al propio tiempo ciento setenta y cinco libras de lastre. Con las tres capas ó manos que le dí de barniz, la batista sustituía sin mucha diferencia á la seda, siéndola casi igual en fuerza y muy superior en baratura.

Arreglado ya todo, exigí á mi muger jurara mantendría un secreto absoluto sobre mis acciones desde el dia de mi primera visita al librero, prometiéndola yo á mi vez en cambio, volver inmediatamente que las circunstancias me lo permitieran; despedime de ella y la entregué el poco dinero que me quedaba. A decir verdad no me inquietaba dejar sola á mi muger, que era lo que comunmente se llama en el mundo una muger escepcional y notable, harto capaz de manejarse sin auxilio mio; y luego tambien, si he de decirlo todo, tengo la conviccion de que siempre me ha mirado como á un infeliz haragan á propósito únicamente para hacer castillos en el aire, de manera que debió congratularse de mi marcha y de su libertad. Era ya de noche cuando me despedí de ella, y en compañía de los tres acreedores, que tanto me habian hecho rabiar, á guisa de ayudantes de campo, llevamos el globo, la barquilla y denmás accesorios, por un camino estraviado, al lugar en que ya estaban los útiles restantes, y que hallamos intactos, y de modo que inmediatamente puse con mis compañeros manos á la obra.

Estábamos á primero de Abril, la noche era muy oscura, no se percibia una estrella y la espesa llovizna que caía á ratos nos molestaba mucho. Hallábame inquieto por el globo, que á despecho del barniz que lo cubría, comenzaba á pesar con la humedad, mientras tambien temía que la pólvora se averiase. Hice por lo mismo trabajar con ahinco á mis tres nécios, rodear de hielo la barrica central y remover el ácido en las demás. Entretanto no cesaban de fastidiarme á preguntas, encaminadas todas á averiguar lo que trataba yo de hacer con aquel aparato, manifestando bien á las claras su disgusto hácia el penoso trabajo que les imponía. Decíanme que no les era dable comprender lo que pudiera resultar de bueno con calarse hasta los huesos de aquel modo, únicamente para ser cómplices con tan abominable hechicería. Principié pues, á recelar un tanto, y puse todo mi conato en adelantar la obra, porque ya era indudable que aquellos idiotas se imaginaban que tenía pacto con el diablo, y cuanto ejecutaba les ponía más intranquilos. Tuve un momento sérios temores de que me dejaran plantado, y procuré calmarlos ofreciendo pagarles hasta el último maravedí, tan luego como concluyésemos nuestro trabajo. Como debe suponerse, interpretaron á su gusto mis promesas, y creyeron sin duda que de un modo ó de otro, puesto que iba á hacerme dueño de una inmensa cantidad de dinero contante, y les pagaba la déuda por completo y con más algun piquillo por razon de su ayuda, les importaba poco el peligro que pudieran correr sus almas ni mis huesos.

Al cabo de cuatro horas y media me pareció que el globo se hallaba ya bastante hinchado; colgué la barquilla, coloqué todo mi equipaje, un telescopio, un barómetro con ciertas modificaciones importantes, un termómetro, un electrómetro, compás, brújula, un relój con indicador de segundos, una campana, una bocina, etc., etc., y asimismo una esfera de cristal en que habia hecho el vacío, herméticamente cerrada, el aparato condensador, cal viva, una barra de lacre, agua en abundancia, víveres no escasos, y entre ellos el pemmican, (1) que tanta materia nutritiva contiene en un volúmen muy reducido, y finalmente puse en mi barquilla un par de pichones y una gata.

Próximo el amanecer, cref llegado el momento de verificar la partida, dejé caer al suelo el cigarro encendido, y al bajarme para recojerlo, puse cautelosamente fuego á la mecha cuya punta, como ya dije, sobresalia un poco por debajo de una de las barricas menores. Hecha esta maniobra, de que ni por pienso pudieron apercibirse mis tres verdugos, salté á la barquilla, (1) PEMMA del latin, vianda cocida, y MICON del griego, un poco. corté la cuerda única que la sugetaba á la tierra, y lleno de gozo observé que me elevaba con rapidez inconcebible, soportando el globo sus ciento setenta y cinco libras de lastre de plomo, tan perfectamente, que tuve la persuasion de que hubiese aguantado doble peso. Cuando dejé la tierra, señalaba el barómetro treinta pulgadas, y el termómetro centígrado diez y nueve grados.

Habría subido ya como unas cincuenta yardas, cuando una tromba de fuego, piedras, madera y metales inflamados, revuelto todo con miembros humanos destrozados, me alcanzó con un rugido espantoso, dejándome tan sobrecojido, que me arrojé temblando de miedo en el fondo de la barquilla. Comprendí entonces cuan espantosamente había cargado la mina y que aun me restaba sufrir las principales consecuencias de la sacudida. Con efecto, no había trascurrido un segundo, cuando toda la sangre se agolpó en mis sienes, y súbita inmediata é inopinada, una conmocion, que jamás se borrará de mi memoria, estalló en medio de la oscuridad, como si se rasgase en dos pedazos el firmamento mismo.

Más tarde y cuando ya pude reflexionar, no dejé de explicarme la causa de la estremada violencia de la esplosion, qne no era otra sino la de que yo me hallaba situado en la vertical que pasaba por la mina, y de consiguiente en la línea en que su accion debía de ser más po- đerosa. Como es de suponer, en tal momento no pensé más que en salvarme. El globo se aplastó primero, despues se estiró con furia, luego comenzó á dar vueltas con una rapidez vertiginosa, y finalmente tambaleándose y revolviéndose, como un hombre borracho, me arrojó por encima del borde de la barquilla, dejándome á una altura espantosa, enganchado y cabeza abajo, de la punta de una cuerda muy delgada de tres piés de larga, casualmente pendiente al través de una hendidura del fondo de la cesta, y que providencialmente hubo de enredárseme al pié izquierdo cuando caf. Es imposible, de abso- Iuta imposibilidad, formar una idea exacta del horror de mi situacion: abrí convulsivamente la boca para respirar, y un calofrío, semejante al producido por la calentura, recorrió mis nérvios y ojos de sus órbitas; un mareo espantoso me dominó y me desmayé perdiendo completamente el músculos y todo mi sér; creí saltaban mis conocimiento.

No podré fijar el tiempo que en tal estado permanecí; pero debió de trascurrir mucho, porque cuando recobré en parte el uso de los sentidos, ví que amanecia ya; el globo se hallaba á una altura prodigiosa y sobre la inmensidad del Occéano, no percibiéndose en todo aquel vastísimo horizonte señal alguna de tierra. Al volver en mí no esperimenté sensaciones tan dolorosas como era de creer debia sufrir, y á la verdad podia con harta exactitud calificarse de locura la contemplacion plácida con que en un principio me puse å analizar mi situacion. Llevé las manos una tras otra delante de los ojos, y tratando admirado de dar con la causa de la hinchazon de las venas y el horrible ennegrecimiento de las uñas: despues examiné cuidadosamente la cabeza, sacudiéndola repetidas veces y palpándola con minuciosa atencion, hasta que por fin me persuadi de que felizmente no tenia el tamaño de globo, tal cual horrorizado llegué á imaginar: luego, con la costumbre de quien conoce perfectamente el lugar ocupado por sus bolsillos, palpé tambien los del pantalon y reparé habia perdido mi libro de apuntes y mi palillero; mas no pudiendo lograr darme razon de esta desaparicion, sentí un disgusto inesplicable. Parecióme entonces que tenia un dolor muy vivo en el empeine del pié izquierdo, y aunque confusa y vagamente comenzó á pintarse en mi entendimiento la conciencia de mi situacion. Lo raro es que no esperimente admiracion ni terror; y si alguna emocion pasó por mí, fué la de una especie de satisfaccion ó de complacencia, pensando en la destreza que tendria que desplegar para salir de situacion tan estraña; porque ni por un solo instante me asaltó la idea de la muerte. Permanecí algunos minutos sumido en profunda meditacion, y hasta recuerdo perfectamente, que más de una vez apreté los lábios, coloqué el índice á un lado de la nariz, y hasta gesticulé de la misma manera que suele hacerlo una persona cómodamente arrellanada en un sillon cuando medita sobre asuntos complicados é importantes.

Así que á juicio mio hube reunido lo necesario mis ideas, llevé con la más perfecta deliberacion las manos á la espalda y me quité una hevilla de hierro grande que tenia en la cintura del pantalon. La hevilla era de tres puas, que un poco oxidadas ya, giraban con dificultad sobre su eje; pero á fuerza de paciencia logré hacer formasen un ángulo recto con el cuerpo de la hevilla, observando con alegria que se mantenian con firmeza fijas en dicha posicion. Con esta especie de instrumento entre los dientes me dediqué á deshacer el nudo de la corbata, maniobra que ejecuté descansando á ratos, pero que verifiqué al cabo. En una punta de la corbata sugeté la hevilla, y para mayor seguridad me até la otra á la muñeca. Desplegando entónces una prodigiosa fuerza muscular, levanté el cuerpo y consegní al primer golpe arrojar la hevilla enganchándola en el reborde circular de mimbres. Mi cuerpo quedó formado con la pared esterior de la barquilla un ángulo de cuarenta y cinco grados; más no se entienda por esto que semejante inclinacion fuese con respecto á la vertical, sino que más bien al contrario, me encontraba yo en un plano casi paralelo al horizontal, pues que la nueva posicion que tomé, separó de la suya el fondo de la barquilla, haciendo mayor el riesgo en que me hallaba.

Suponiendo que al principio hubiese yo caido de la barquilla quedando vuelta la cara al globo, z de volverla como la tenia al lado opuesto, 6 bien que la cuerda en que quedé enganchado colgara por casualidad del borde superior en lugar de atravesar una hendidura del fondo, fácilmente se comprenderá que en ambas hipótesis hubiérame sido totalmente imposible realizar semejante milagro, perdiendo por com – pleto la posteridad estas revelaciones. Muchos motivos tenia para bendecir á la fortuna; pero quedé tan estupefacto y tan incapaz de obrar, que me mantuve colgando cerca de un cuarto de hora en tan singular posicion, abismado en una estraña calma y una beatitud idiota, sin intentar un esfuerzo nuevo, ni aun el más ligero: pero semejante estado de mi sér se disipó pronto y dió lugar á un sentimiento de horror, espanto, y absoluta desesperacion. Lo cierto fué que la sangre acumulada por tanto espacio en los vasos de la cabeza y garganta, causándome una especie de saludable delirio, semejante en su accion á la energia, empezó á refluir y circular tomando su nivel, de manera que con el aumento de lucidez, crecía en mí la percepcion del riesgo y me quitaba el valor y la sangre fria necesarios para arrostrarlos. Felizmente no duró mucho este decaimiento; la energia de la desesperacion volvió de nuevo, y dando gritos y haciendo esfuerzos frenéticos, me arrojé convulsivamente con incansable insistencia, hasta que produciéndose un sacudimiento general, pude por fin agarrarme al anhelado borde con las manos más en yez o 10 apretadas que un tornillo, y retorciendo el cuerpo por encima, caí de cabeza y jadeando en el fondo de la barquilla.

Hasta que hubo transcurrido cierto tiempo, no fuí bastante dueño de mí mismo para ocuparme del globo, pero asf que pude hacerlo, lo examiné atentamente y observé con la mayor alegria que ningun daño habia sufrido, hallando asimismo intactos mis instrumentos todos y sin menoscabo por dicha el lastre, ni las provisiones; aunque bien es verdad, que todo lo habia yo sujetado con firmeza en su lugar y era dificilísimo trastorno alguno. Miré el reloj y eran las seis: continuaba ascendiendo, rápidamente y segun la observacion de mi barómetro estaba á tres millas y tres cuartos de altura. Exactamente debajo del globo, percíbf en el Occéano un objeto negro y pequeño, y un tanto alargado, semejante en dimensiones á una ficha de dominó y parecido más que á otra cosa á un juguete: le dirigi el telescopio y ví con claridad era un navio inglés de noventa y cuatro cañones balanceándose pesadamente en el mar, orzando y con la proa al este-sud-oeste. Escepto este bugue no ví absolutamente objeto alguno sino el mar, el cielo, y el sol que hacia tiempo ya se hallaba en el horizonte.

Es llegado el caso de manifestar á Vuecencias el objeto de mi viage. Supongo no habrán Vuecencias echado en olvido que mi deplorable situacion en Rotterdam acabó porque me decidiese al suicidio, y sin embargo no sentia disgusto verdadero de la vida misma, sino que estaba fatigado y cansado hasta más no poder de las miserias accidentales de mi posicion. Con el ánimo tan atribulado, ansiando vivir todavia y sin embargo aburrido de la vida, encontré un recurso en mi imaginacion, al leer en casa del librero aquel folleto, apoyado con el oportuno descubrimiento hecho en Nantes por mi primo.

Tomé un partido definitivo; resolví abandonar la tierra, pero no la existencia; salir del mundo sin dejar la vida; y para acabar de una vez con enigmas y rodeos, propúseme sin reparar en nada, ver de encontrar, á ser dable, caminos y medios para llegar hasta la luna.

Para que ahora no se me tenga por más loco que lo que soy, espondré minuciosamente y como mejor se me alcance, las consideraciones que me indujeron á suponer, que semejante empresa aunque erizada de dificultades y llena de peligros, no era totalmente imposible para un espíritu emprendedor.

Lo primero que necesitaba considerar era la distancia material de la luna á la tierra. La distancia media ó apróximada entre los centros del planeta y su satélite, es de cincuenta y nueve veces más una fraccion, el rádio terrestre en el ecuador, ó lo que es lo mismo, unas 237.000 mi- 1las. Aunque he dicho distancia media ó aproximada, se comprenderá fácilmente, que siendo la órbita lunar una elipse, cuya escentricidad no baja de 0.05484 de su semi-eje mayor, y hallándose la tierra en uno de los focos de esta elipse; logrando yo de un modo cualquiera encontrar á • la luna en el perigéo, se disininuia reparablemente la distancia evaluada antes, y por tanto mi viaje. Mas dejando aparte tal hipótesis, era lo cierto, que de las 237.000 millas, debia restar los rádios de la tierra y de la luna, de 4,000 el primero y de 1.080 el segundo, por manera que quedaba reducida á 231.920 millas la estension aproximada de mi camino, cuyo espacio no era á mi parecer tan estraordinariamente considerable. Viajamos sobre la tierra con una velocidad de sesenta millas por hora, y es de suponer sea con el tiempo mayor aun la que se logre alcanzar; pero contentíndome con la primera, deberian bastarme 161 dias para llegar á la superficie lunar. Gran número de circunstancias me inducian ademas á creer que la rapidez, con que se verificaria mi viage, seria mucho mayor que la de 60 millas por hora; mas como estas consideraciones me produjeron una impresion profundísima, necesito esplicarlas estensamen te y esto lo haré más adelante.

La segunda cuestion, que necesitaba examinar, tenia una importancia muy diferente. Segun las indicaciones barométricas, sabemos que elevándose por encima de la superficie terrestre 1.000 piés, déjase debajo, casi una treintava parte de la masa atmosférica; elevándose á 10,600 piés, dejamos una tercera parte; y á los 18,009 que es próximamente la altura del Cotopaxi, quédasenos por debajo la mitad de la masa fluida ó de la parte ponderable del aire que rodea nuestro globo. Hállase calculado asímismo, que á una altura que no esceda de la centésima parte del diámetro terrestre, ó lo que es lo mismo, de unas 80 millas, la rarefaccion debe ser tal, que la vida animal no pueda sostenerse; y que ademas por delicados y sútiles que fueren los medios empleados para conocer la presencia de la atmósfera, serian inútiles, vanos é insuficientes. No dejé sin embargo de tener en cuenta, que estos ůltimos cálculos se hallaban apoyados únicamente en nuestros conocimientos esperimentales de las propiedades del aire y de las leyes mecánicas que rigen á su dilatacion y compresion, cuando tales esperiencias tienen lugar no más que (comparativamente hablando), en la proximidad ó inmediacion de la masa terrestre. Considérase como un hecho cierto, que á. una distancia dada pero inaccesible de la superficie, la vida animal es y debe ser esencialmente incapaz de modificacion; pero tambien es verdad, que todo ra- .

ciocinio de esta especie, hecho con datos semejantes, no puede evidentemente ser más que una pura deduccion por analogía. Veinte y cinco mil piés, puede decirse, es la altura máxima á que ha llegado el hombre, pues no pasó de esta la ascension aérea de M. M. Gay Lussac y Biot altura harto escasa, comparada con las 80 millas en cuestion, de suerte que me pareció quedaba lugar á la duda y vasto campo á las conjeturas.

Suponiendo verificada una ascension á una altura cualquiera dada, es el hecho, que la cantidad de aire ponderable que se atraviesa durante todo el perfodo ulterior de la ascension, no se encuentra en proporcion con la altura adicional adquirida, segun ha podido verse por lo que ante dijimos, sino que tiene con ella una razon constantemente decreciente. Será por tanto evidente, que si nos elevamos á la mayor altura posible, no podamos literalmente llegar á un límite ó término, mas allá del cual cese absolutamente de existir la atmósfera. Mi conclusion fué que debia existir, por más que podria á la verdad, tener un estado de rarefaccion infinito.

Bien sé que por otra parte no escasean los argumentos para probar que la atmósfera tiene un límite real y determinado, pasado el cual no hay aire respirable; pero existe una circunstancia, que los que así opinan no han tenido en cuenta, y que si bien no es una concluyente refutacion de su doctrina, es asunto sobrado digno de una investigacion concienzuda y grave.

Comparando los intérvalos de tiempo entre los pasos sucesivos del cometa de Encke por su perihelio, y tomando en cuenta todas las perturbaciones producidas por la atraccion planetaria; vemos que los períodos disminuyen gradualmente, ó lo que es lo mismo, el eje mayor de la elipse que recorre el cometa, va acortándose lentamente, pero de un modo regular. Esto mismo, que vemos por medio de la observacion, es lo que debe tener lugar precisamente, si suponemos que el cometa esperimenta la resistencia que le opondria un medio ethéreo escesivamen – te raro que invadiese las regiones por las cuales pasa su órbita; porque indudablemente este medio debe, retardando la velocidad del cometa, aumentar su fuerza centrípeta y disminuir la centrífu ga; que viene á ser en otros términos lo mismo que decir, que haciéndose cada vez más poderosa la fuerza de atraccion solar, el cometa se acercará más y más al sol. Lo cierto es que no hay otro modo de esplicar satisfactoriamente esta variacion.

Queda otro hecho importante que hacer notar y es, que el diámetro verdadero de la parte nebulosa del mismo cometa, se ha observado disminuye con rapidez á medida que se aproxima al sol; y aumenta con la misma prontitud, á medida que se aleja caminando hácia su afelio. No podria yo razonablemente suponer, como Mr. Vals, que esta condensacion ó reduccion de volúmen, la producia la compresion ejercida por el medio ethéreo de que acabamos de hablar, y cuya densidad está en razon inversa de la distancia al sol? El fenómeno que afecta la formalenticular, conocido con el nombre de luz zodiacal, no deja tampoco de merecer la atencion hasta cierto punto. Esta luz tan perceptible entre los trópicos y que no es dable confundir con la de un meteoro cualquiera, élévase con oblicui-A dad respecto a! horizonte y sigue generalmentet la línea del ecuador del sol; juzgué por tanto, que debia proceder evidentemente de una’atmósfera de poca densidad, que se estendía desde el sol hasta más allá de la órbita de Venus cuando menos, y segun mi juicio indefinidamente más s lejos; porque no podia suponer que la curva que sigue el cometa en su marcha, fuera precisa-i mente el límite de tal atmósfera, ni que tampoco se hallase esta reducida á ocupar únicamente la inmediacion del sol. Es más seńcilla la suposicion contraria, de que envuelve y llena la region entera de nuestro sistema planetario, condensándose en derredor de los planetas, y constituyendo lo que.nosotros llamamos atmósfera, modificada tal vez en algunos por circunstancias puramente geológicas, 6 alterada en sus proporciones ó en su naturaleza constitutiva, por las materias volatilizadas que pueden emanar de los globos respectivos.

Mirando asf la cuestion, ya no tenia porqué titubear. Suponiendo que en el camino encontrase una atmósfera esencialmente semejante á la que envuelve á la tierra, reflexioné que á favör del ingeniosísimo aparato de Mr. Grim, podria sin dificultad condensarla en cantidad suficiente á las necesidades de la respiracion, quedando allanado así el principal obstáculo de un viaje á la luna. Gasté por tanto algun dinero y no poco trabajo en disponer y adaptar el apa- Ho rato al objeto propuesto, y tenia confianza plena en sus resultados; con tal de que mi viaje no X me costara mucho tiempo, circunstancia que me trae de nuevo á la cuestion de velocidad.

Todo el mundo sabe que los globos, en el primer período de su ascencion, se elevan con una rapidez comparativamente moderada. La fuerza SUE ascensional procede únicamente de la diferencia de peso entre el aire y el gás del globo; así, á ó primera vista no parece probable ni verosímil, 50 que el globo al ganar en elevacion y ocupar sucesivamente capas atmosféricas de menor densidad, pueda adquirir más viveza y acelerar su ve velocidad primitiva. Por otra parte, no recuerdo que en ninguna relacion de anteriores esperiencias, esté consignado haya habido disminucion aparente en velocidad absoluta de la ascension, por más que esto pudiera suceder en razon á fugas del gás á través del globo mal confeccionado, ordinariamente cubierto de barniz sin las elicondiciones necesarias, ó por cualquiera otras elcausas. Parecióme que el efecto de estas pérdi- 0 das, podía no más contrabalancear la aceleracion que debería adquirir el globo á medida que Sh se alejase del centro de gravitacion. Deduje, si pues, que con tal de que en la travesía halla – ese el medio que imaginaba, y su esencia fuera la misma que la esencia de lo.que nosotros llamamos. aire atmosférico, poco cuidado me daba encontrarlo en tal ó cual grado de rarefaccion, por lo que se refiere á mi fuerza ascensional; pues no solo el gás del globo se encontraría sometido á la misma rarefaccion (en cuyo caso bastaba dar salida á una cantidad proporcional de gás bastante para evitar una explosion), sino que por la naturaleza misma del gás, siempre habría de ser específicamente más ligero que cualquiera compuesto de azoe puro y oxígeno. Tenia indudablemente una probabilidad y muy grande, de que en ningun período de mi ascension llegase á un punto, en el que la suma de los pesos reunidos de mi inmenso globo, del gás inconcebiblemente raro que encerraba, de labar quilla y su contenido, pudiesen igualar el peso de la masa de atmósfera ambiente desalojada; concibiéndose fácilmente que esto, solo podía detener mi fuga ascendente; quedándome todavia el arbitrio, si llegaba al punto en cuestion, de poder arrojar el lastre y otros objetos pesados que llevaba, y que juntos formarian un total de cerca de 300 libras.

Debiendo la fuerza centrípeta disminuir siempre en razon del cuadrado de las distancias, llegaría con una velocidad prodigiosamente acelerada á remotas regiones, donde la fuerza de atraccion lunar sustituiría á la terrestre.

Quedábame otra dificultad, que no dejaba de inquietarme. Se ha observado siones hechas hasta alturas considerables, ademas de la dificultad en la respiracion, se esperimenta en la cabeza y en todo el cuerpo un inue en las ascenmenso malestar, acompañado las más veces de hemorragia en la nariz, y otros síntomas bastante alarmantes; creciendo esto y haciéndose menos soportable, á medida que se aumenta en altura.

(1) Tal consideracion no dejaba de ser un tanto pavorosa, porque ¿no sería muy probable que aquellos síntomas creciesen en intensidad, hasta terminar con la muerte misma? Despues de un maduro exámen me pareció que no debía suceder así. Solo cabe atribuir tal fenómeno á la desaparicion progresiva de la presion atmosférica, á la cual está la superficie de nuestro cuerpo acostumbrada, y á la distension inevitable de vasos sanguíneos superficiales, pero de modo alguno es de creer una desorganizacion positiva del sistema animal, como la dificultad en respirar, porque la densidad atmosférica sea químicamente insuficiente para la renovacion regular de la sangre en un ventrículo del corazon. Escepto solo en el caso de que faltara esta renovacion, no podía yo hallar causa ni razon bastante, para que la vida dejara de conservarse en el vacío; porque la es pansion y compresion del pecho, que se l1lama ordinariamente respiracion, es una accion puramente muscular, siendo por tanto la causa (1) Hecha la primera publicacion de Hans Pfaall, he sabido que Mr. Green célebre aereonauta del globo La Nacsau, y otros no menos célebres, se halla en contradiccion por lo que hace Humboldt, y más bien por el contrario, dícen existe una incomodidad siempre decreciente, lo cual está acorde en un todo con la teoria presentada en este lugar.-E. A. P.

este hecho, con las aseveraciones de Mr. de y no el efecto de la respiracion. En una palabra, comprendí que el cuerpo, acostumbrándose á la falta de presion atmosférica, tendria una disminucion gradual en las sensaciones dolorosas; y para soportarlas el tiempo que pudie- 01 ran durar, confiaba yo eucionen mi vigorosa consti- Dejo ya espuestas algunas consideraciones, aunque no todas por cierto, de las que me indujeron á formar un proyecto de viaje á la luna, y ahora voy, con permiso de Vuecencias, á manifestarles el resultado de una tentativa, cuya concepcion parece tan audaz y que seguramente no tiene igual en los anales de la humanidad.

Llegado á la altura que dije ya de tres millas y tres cuartos, arrojé fuera de la barquilla un puñado de plumas, y ví que el ascenso continuaba con suficiente rapidez, no siendo necesario arrojar lastre. Quedé muy satisfecho de que así sucediese, porque deseaba conservar todo el que me fuese posible, por la sencilla razon de que no tenía dato alguno cierto respecto á la atraccion y á la densidad atmosférica de la luna.

Ninguna molestia física’ sentía, respiraba con perfecta libertad, y ningün dolor esperimentaba en la cabeza. La gata, tendida solemnemente encima de la levita que me habia quitado, miraba á los pichones con cierto aire de indiferencia, y estos últimos, que até por una pata para que no pudiesen volar, se entretenian en picotear ios granos de arroz que para ellos eché en el fondo de la barquilla.

A las seis y veinte minutos me daba el barómetro una elevacion de 26.400 piés, ó cinco millas, con diferencia de una fraccion; la perspectiva carecía al parecer de límites, y sin embargo es bien fácil, con el auxilio de la trigonometría esférica, calcular la estension de la superficie terrestre que abarcaba mi vista. La superficie convexa de un segmento esférico, es á la superficie total de la esfera, como el seno verso del segmento es al diámetro de la esfera. En el caso actual, el seno verso, es decir, el espesor del segmènto situado por bajo de mi globo, puede tomarse con muy escasa diferencia por igual á la elevacion que yo tenia, ó que tenía sobre la superficie terrestre el punto de vista. La relacion entre cinco millas y ocho mil millas (1), será la misma existente entre la superflcie abarcada por mi vista y la total; de manera que yo debía percibir la mil seiscientos ava parte de la superficie total de la tierra.

A pesar de que con el telescopio observé que la mar se hallaba agitada de un modo violento, á la simple vista parecía tersa como un espejo, y no se veía al navío que sin duda se hallaba separado al este. Comencé entonces á sentir por intérvalos, y singularmente en los oidos, un dolor faerte de cabeza, pero no por eso dejaba de (1) Estension del diámetro de la tierra. respirar casi con perfecta libertad; en cuanto á la gata y los pichones no daban muestras de sufrir incomodidad ni molestia alguna.

A las siete menos veinte minutos el globo entrở en la region ocupada por una nube grande y espesa, circunstancia que me fastidió mucho, dañando algun tanto el aparato condensador y dejándome calado hasta los huesos. Hallé estraordinario semejante encuentro, porque nunca creí que una nube de tal naturaleza pudiera sostenerse á tanta elevacion. Consideré acertado arrojar dos pedazos de lastre de cinco libras cada uno, quedándome así con ciento sesenta y cinco libras todavía; y gracias á esta operacion atravesé rápidamente el obstáculo, observando inmediatamente que había ganado en velocidad de una manera prodigiosa. Pocos segundos despues de salir de la nube, un deslumbrador relámpago la cruzó de uno á otro estremo incendiándola totalmente, dándola todo el aspecto de una masa de carbon encendido. Hay que acordarse de que esto tenía lugar en medio del dia, y nada contemplo capaz de dar una idea de là sublimidad que presentaría semejante fenómeno en medio de las tinieblas de la noche, retratando al vivo, por decirlo así, el infierno mismo; pues que como yo lo ví, bastó el espectáculo para erizarme los cabellos. En tanto que sondaba con la vista los abismos, dejaba á la imaginacion engolfarse y correr hácia espacios cubiertos de inmensísimas bóvedas, cavernas y profundas simas, siniestras y enrojecidas por un fuego espantoso y sin fin. Acababa de escapar de una buena; porque si el globo permanece un minuto más en la nube, es decir, si la incomodidad que sentí no engendra mi resolucion de arrojar lastre, mi destruccion hubiese sido probablemen· te la consecuencia inmediata; y aunque peligros semejantes apenas se tienen en cuenta ordinariamente son sin embargo los mayores que pueden correrse en un globo. La altura á que el mio llegó entretanto, era ya suficiente para quitarme cualquier temor de que el hecho se repitiese.

Seguía subiendo con mucha rapidez, y el barómetro me indicaba estar á una altura de nueve millas y media. Empecé á tener mucha dificultad para respirar; la cabeza me hacia sufrir tambien mucho, y como sintiese hacía un rato humedad en las megillas, descubrí que era sangre que me salía de los tímpanos por las orejas: los ojos tambien me producian no poca inquietud, pues al pasar por ellos la mano sentí que los tenia muy abultados y como propendiendo á salir de sus órbitas, presentándoseme todos los objetos contenidos en la barquilla y el globo mismo, bajo formas monstruosas y falsas. Estos síntomas escedian á los que yo esperaba, y me alarmaron algo. En tal situacion cometí sin refiexion la imprudencia de arrojar fuera de la barquilla tres pedazos de lastre de cinco libras cada uno, y esto aceleró tanto la velocidad de ascension, que con una rapidez escesiva, llegué sin la necesaria graduacion á una capa atmosrérica tan rarefacta, qne faltó poco para que mi espedicion y mi ‘persona tuvieran un desastroso fin. Acometido por un espasmo que me duró más de cinco minutos, y aun despues que cesó en parte, me encontré con que no podia respirar sino con intérvalos muy largos y de una manera convulsiva, sangrando todo este tiempo copiosamente por narices, orejas y hasta ligeramente porlos ojos. Los pichones al parecer sufrían una angustia violenta y pugnaban por escaparse, en tanto que la gata mayaba lastimeramente, dando traspies de una á otra parte de la barquilla, como pudiera hacerlo un animal que hubiese tomado un veneno.

Entonces ví demasiado tarde lo enorme de la imprudencia que cometi arrojando el lastre; y por demas aturdido aguardaba únicamente la muerte, y la muerte en unos cuantos minutos; pues el sufrimiento físico que esperimentaba, contribuía asimismo á aumentar mi incapacidad de tentar un esfuerzo cualquiera que me salvase la vida. Apenas me quedaba ya la” facultad de reflexionar, y la violencia del dolor de cabeza parecía acrecentarse por instantes; ‘comprendí entonces que iba á perder todos los sentidos y tenía ya cogida una de las cuerdas de la vålvula, cuando recordé la pasada que acababa de hacer á mis tres acreedores, y el temor de las consecuencias que esto pudiera acarrearme volviendo, me espantó y detuvo por el pronto echado en el fondo de la. barquilla hice un esfuerzo para reunir mis ideas, y despues que lo conseguí algun tanto, quise ensayar hacerme una sangría.

Conio carecía de lanceta, tuve que valerme para esta operacion de un corta-plumas, con el Tcual llegué como pude á abrirme una vena del brazo izquierdo. No bien comenzó á correr la sangre, esperimenté alivio y cuando ya salió la que cabría en media jofaina de regular tamaño, casi habian desaparecido los síntomas. que más me alarmaron. Sin embargo, no creí prudente por el momento intentar ponerme en pié, sino que vendado el brazo lo mejor que pude permanecí sin moverme cerca de un cuarto de horai Al cabo de este tiempo me levanté sintiéndome Omás libre y despejado de toda clase de molestia, que lo había estado en los cinco cuartos de hora precedentes. Sin embargo, disminuyó muy poco la dificultad que tenía para respirar y calculé que pronto tendría necesidad de usar del condensador. A este tiempo miré á la gata que se había vuelto á instalar cómodamente sobre mi levita y con sorpresa ví que mientras mi indisposicion había creido conveniente dar á luz una camada de cinco gatillos. Aunque de ninguna manera podia yo preveer este aumento de viajeros, me alegré del suceso, porque me ofrecía una ocasion de cerciorarme de una conjetura que más que todas influyó en mi ánimo pa- VIO ra decidirme á intentar la ascension.

Pensaba yo que la costumbre de la presion atmosférica en la superficie terrestre, entraba por mucho como causa de los sufrimientos que esperimenta la vida animal á cierta distancia por cima de dicha superficie; de modo, que si los gatillos llegaban á sufrir malestar en grado igual que su madre, debería contemplar errónea mi teoría y si se verificaba lo contrario, sería un apoyo escelente para confirmarla.

A las ocho llegué á una altura de diez y siete millas, así que tuve la evidencia de que no solo crecía la velocidad ascensional, sino que semejante crecimiento hubiera sido apreciable aunque ligeramente hasta en el caso de no haber arrojado lastre como lo hice. Los dolores de cabeza y de oidos me asaltaban por intérvalos con violencia, y á ratos tambien seguia arrojando sangre por las narices, sin embargo de que en definitiva sufría mucho menos de lo que pensaba haber sufrido. Con todo, la respiracion se me hacía más dificultosa por minutos y cada inhalacion iba acompañada de un movimiento espasmódico dėl pecho fatigosísimo. Entonces estendí el aparato condensador á fin de ponerlo á funcionar inmediatamente.

El aspecto de la tierra en este período de mi ascension era magnífico en verdad: hasta donde alcanzaba mi vista por el oeste, norte y sur, se estendía una sábana ilimitada de mar al parecer inmóvil, que de segundo en segundo tomaba una tinta azul más y más fuerte. A una gran distancia al este, percibíanse las islas británicas, las costas occidentales de Francia y España y una corta estension de la parte septentrional del continente africano. No era dable percibir rastro ni indicio de las construcciones y las ciudades más soberbias y orgullosas de la humanidad, que aparecian borradas por completo de la haz de la tierra.

Una de las cosas que me admiraron más particularmente entre las que tenía debajo, fué la aparente concavidad de la superficie del globo, pues neciamente creí que su convexidad real seria más apreciable y se mostraría más distintamente á proporcion que me elevara; pero me bastaron algunos momentos de reflexion para esplicarme aquella contradiccion. La parte de la vertical que pasaba por mí, comprendida entre el globo y la tierra, ó la altura de aquel sobre esta, formaba el cateto ó lado menor de un triángulo rectángulo, del cual el otro cateto era la horizontal, siendo la hipotenusa mi visual al limite del horizonte; y como la elevacion mia era una cantidad despreciable ó muy corta, comparada con la estension abarcada por mi vista, ó en otros términos, como la base y la hipotenusa del triángulo supuesto, eran tan estensas comparadas con la altura, se podrian mirar 6 considerar como paralelas. Por tal motivo, el horizonte del aereonauta aparece siempre como de nivel con su barquilla, y como el punto de la tierra situado inmediatamente debajo del globo lo vé y se halla á una distancia muy grande, aparentemente lo encuentra el observador como si tambien se hallara á una inmensa distancia por debajo del horizonte. Resultado de esto es la impresion de concavidad, que no cesará hasta tanto que la altura se halle respecto á la estension de la perspectiva, en una relacion tal que el paralelismo aparente entre la base y la hipotenusa desaparezca.

Paréciéndome que los pichones sufrian horriblemente, traté de ponerlos en libertal, y con este fin desaté uno, que erà un soberbio palomo manchado de melocoton y lo coloqué en el borde de la barquilla. Mostróse allí desazonado y muy inquieto, alete aba mirando azora lo alrededor, y daba arrullos muy violentamente acentuados, sin determinarse á volar fuera de la barquilla.

Al cabo lo cojí y arrojé á seis ó siete yardas del globo, pero en vez de descender como yo pensaba, se esforzó cuanto pudo para volver, arrojando al mismo tiempo agudos y penetrantes chillidos, cônsiguiendo al fin recobrar su primitiva posicion en el borde de la cesta; más no bien logró hacerlo, inclinó la cabeza sobre el pecho y cayó muerto en el fondo de la barquilla. No fué tan triste la suerte del otro, porque para estorbarle siguiese el ejemplo de su compañero volviendo al globo, lo precipité hácia la tierra con toda mi fuerza, y observé con placer continuaba bajando velocísimamente, empleando para ello las alas de un modo completamente natural. En muy poco tiempo lo perdí de vista y llegado á puerto seguro. La gata que parecía repuesta casi totalmente de su crísis, celebraba un festin con el pichon difunto, quedándose despues de terminarlo, dormida y con muestras de completo contentamiento y satisfaccion: en cuanto á los gatillos, con perfecta yitalidad, no nifestaban el indicio más leve de molestia.

A las ocho y cuarto, no siéndome posible ya respirar sin un dolor intolerable, principié á colocar alrededor de la barquilla el aparato anejɔ al condensador; aparato que necesita algunas esplicaciones. Espero que Vuecencias no hayan olvidado el objeto que me propuse y que era en primer lugar encerrar completamente la barquilla con mi persona, cortando así toda comunicacion con la atmósfera estremadamente rara, en cuyo seno estaba, para introducir luego dentro, merced al condensador, una cantidad de aire, propio para ser respirable.

Con este objeto llevaba ya arreglado un saco muy grande de caoutchouc, flexible, fuerte y completamente impermeable. La barquilla entera quedaba hasta cierto punto cclocada en el saco, cuyas dimensiones calculé á este propósito, porque pasando por debajo del fondo de la canasta, estendíase por los bordes, y subía esteriormente apoyándose en las.cuerdas hasta el aro ó cerco en que se hallaba sujeta la red. Estendido ya el saco, y cerradas herméticamente las uniones no dudo haya malaterales, restábame sujetar la parte superior 6 boca, pasando la tela de caoutchouc por encima del aro, ó en otros términos, entre el aro y la red; pero si separaba la red del aro para verificar la operacion, ¿cómo se podría sostener la barquilla? La red no se hallaba sujeta al aro de una manera fija y permanente, sino que la union tenía lugar por medio de una série de bridas móviles ó nudos corredizos, y estos los iba yo deshaciendo y anudando alternativamente, sin dejar nunca muchos sueltos á la vez, para que la barquilla pudiera estar en suspension con los demás. De este modo hice pasar cuanto pude de la parte superior del saco, volví á sujetar las bridas (no al aro, porque lo estorbaba absolutamente la funda de caoutchouc,) sino á una série de botones gruesos, cosidos en la funda, tres piés por bajo de la boca del saco y en los intérvalos correspondientes á los que tenian las bridas. Hecho esto, separé del aro otras bridas, introduje una porcion nueya de la funda, y las bridas separadas las sujeté. á sus respectivos botones, de suerte que con este procedimiento, pude hacer pasar toda la parte superior del saco entre la red y el aro.

Cuando todo el peso de la barquilla y su contenido estuviesen sustentados únicamente por la fuerza de los botones, es indudable que el aro debía caer en la barquilla; y aunque á primera vista este sistema pareciese no presentaba garantías bastantes de resistencia, las tenía más que suficientes, en razon á que además de ser muy fuertes los botones, se hallaban tan cerca uno de otro, que cada cual solo sustentaba realmente una parte muy ligera y pequeña del peșo total; de manera que aun teniendo la barquilla y su contenido un peso triplo, ningun temor me habria asaltado. Despues de la operacion referida levanté el aro y lo coloqué dentro de la funda de caoutchouc en tres varas ó jalones ligeros que ya tenía preparado para este fin. Esto tenía por objeto mantener el saco bien estirado por la parte superior y lograr que la inferior de la red tomara la posicion apetecida. Solo me restaba anudar la boca del saco, y esto lo conseguí juntando los pliegues del caoutchouc, que retorcí apretándolos con una especie de torniquete de mano.

En los costados de la funda, estendida de este modo alrededor de la barquilla, había colocado tres aberturas con cristales redondos muy gruesos y claros, á través de los que podía ver fácilmente en derredor mio y en todas las direcciones horizontales. En el fondo del saco había practicado una abertura semejante, que correspondía á otra hecha en el piso de la misma barquilla, dejándome dirigir asf la vista por debajo en la direccion de la vertical. No me fué posible acomodar una invencion del propio género en la parte superior, á causa del medio particular que me vi precisado á emplear para cerrar la boca del saco llena de pliegues, de modo que hube da EDGAR POE,JS D. 9up “renunciar á ver los objetos en mi cenit. No dí á esto gran importancia, porque aun suponiendo que hubiese podido colocar una ventana en la parte superior, de nada me hubiera servido, en razon á que el globo me hubiera impedido estender la vista por ella.

D Un pié, poco más ó menos, por debajo de una de las ventanas laterales, había una abertura S circular de tres pulgadas de diámetro, con un reborde de cobre construido de manera, que pudiera interiormente adaptársele la hélice de un tornillo. En este reborde se atornillaba el tubo del condensador, que naturalmente se hallaba dentro de la camara de caoutchouc. Hecho el B vacio en el cuerpo de la máquina, el tubo aspiraba ó atraia una masa de la atmósfera rarefacta ambiente, y la derramaba condensada y mezclada al aire ligero contenido en la cámara. Repetida muchas veces esta operacion, llenábase la -litámara de una atmósfera propia para ser respirable; pero siendo el espacio tan estrecho, esta atmósfera debia de viciarse al poco tiempo por eel contacto repetido con los pulmones, perjudicando la vitalidad; por lo tanto, érame necesao rio entonces darla salida por una válvula pequeeldina colocada en el suelo de la barquilla, y por la cual se precipitaba con rapidez el aire denso en BoP la atmósfera ambiente mucho más rara. A fin de d evitar que en un momento dado tuviese lugar en la cámara un vacío completo, nunca debía verificarse la ya esplicada purificacion de una sola vez, sino gradnalmente; de manera que perma- re neciendo la válvula abierta unos cuantos segundos, se cerraba inmediatamente, hasta tanto que uno ó dos golpes de la bomba del condensador, engendrasen la cantidad de aire que habia de reemplazar al que acababa de ser desalojado.

Con mi aficion á hacer esperiencias, colgué la gata y sus hijuelos en una cesta pequeña por la parte esterior de la barquilla, atando la cesta á un boton inmediato al fondo y próximo á la válvula, por la cual podía cuando era necesario darles alimento.

Verifiqué esta maniobra antes de cerrar la abertura de la cámara, no sin cierta dificultad porque hube menester para alcanzar á la parte de debajo de la barquilla, valerme de una de las varas ó jalones de que antes hablé y que tenía un gancho á la punta. No bien penetró en la cámara el aire condensado, dejaron de ser útiles, el aro y. las varas, porque la espansion de la atmósfera introducida, estiró grandemente el caoutchouc.

Cuando terminé estos arreglos y acabé de llenar la cámara de aire condensado, eran las nueve menos diez minutos. Mientras hice todas estas oneraciones padecí horriblemente con la dificultad de respirar, arrepintiéndome con amargura del descuido, ó por mejor decir, de la increible imprudencia que habia cometido dejando para tan tarde asunto tan primordial é importante. Asf que concluf, comencé á disfrutar de las ventajas de mi invencion, porque me hallé con que respiraba con libertad y desembarazo completo, como no podía menos de suceder. Sorprendióme tambien agradablemente verme casi exento de los agudos dolores que me aquejaban hastaentonces, pues únicamente me quedó un leve dolor de cabeza, con una sensacion de plenitud 6 distension en las muñecas, tobillos y garganta.

En vista de esto, era ya indudable que la mayor parte del malestar originado por la carencia de presion atmosférica se habia disipado, y que casi todos los dolores que esperimenté en las dos horas precedentes, eran efecto no más que de la dificultad en respirar.

A las nueve menos veinte (es decir, poco antes de cerrar la abertura de la cámara), el mercurio bia llegado al límite estremo, cayendo todo en la cubeta del barómetro, que ya he dicho tenía grandes dimensiones. Esto mostraba que mi altura era de 132.000 piés ó de 25 millas, y por consiguiente la parte de superficie terrestre que podía abarcar con la vista, no bajaba de un trescientos veinte avo de la total. A las nueve perdí nuevamente de vista la tierra por el este, pero antes observé que el globo derivaba ó se apartaba con velocidad hácia el nornor-oeste; seguía siempre pareciéndome cóncavoel Occéano, y solo me robaban su vista algunas masas de nubes interpuestas á trechos.

A las nueve y media volvỉ á hacer la esperiencia de las plumas y arrojé un puñado por la válvula. No oscilaron tambaleándose como yo esperaba, sino que cayeron verticalmente, reunidas como una bala y con tal velocidad, quelas perdí de vista en muy pocos segundcs. Por de pronto no supe á qué atribuir semejante fenómeno, pues hallaba muy dificil que mi velocidad de ascension se hubiera acelerado de modo tan prodigioso y repentino; pero no tardé en reflecsionar, que en una atmósfera tan dilatada y ligera como la que me rodeaba, las plumas no podian sostenerse y bajaban realmente con gran rapidez, tal cual á mí me pareció lo hacian; por manera que la causa de mi sorpresa, la produjo únicamente ver sumadas las velocidades de su caida y mi ascenso.

A las diez no tenía ya cosa alguna de importancia que hacer, ni que reclamase mi inmediata atencion, por manera que podía muy bien decir que mi negocio caminaba viento en popa: además estaba persuadido de que el globo ganaba en altura con velocidad siempre creciente, sin embargo de que carecía de medios para apreciarlo ó medirlo. Nada me incomodaba ni molestaba gozando de un bienestar que no habia esperimentado desde que salí de Rotterdam; empleaba -el tiempo en arreglar y verificar los instrumentos, y otros ratos en renovar la atmósfera de la cámara, cuya última operacion determiné ocuparme de ella con intérvalos iguales de cuarenta minutos, más bien por garantir completamente mi salud, que por tener una absoluta precision de hacerlo. Mientras esto tenía lugar, me entregaba involuntariamente á diversas conjeturas y proyectos, corriendo mi imaginacion por las estrañas y quiméricas regiones de la luna. Completamente libre el pensamiento de toda traba, vagaba á su albedrio entre las maravillas multiformes de un planeta tenebroso y variable; ya contemplaba venerables y seculares bosques, rocallosos precipicios y atronadoras cascadas, derrumbándose en abismos sin fondo; ya me encontraba súbito en tranquila soledad bañada por un sol ardiente, sin que soplara la ráfaga de aire más leve, distinguiéndose hasta donde la vista alcanzaba, inmensos prados cubiertos de amapolas y esbeltas flores semejantes á la azucena, envuelto todo en el silencio y la inmovilidad; y luego tras mucho andar y andar, llegaba á una region completamente ocupada por una laguna tenebrosa y vaga, envuelta por todas partes de nubes. Estas imágenes no eran las únicas que tomaban posesion de mi cerebro; porque en otras ocasiones, los pensamientos que me dominaban eran de una naturaleza tan espantosa y aterradora, que llegaban hasta conmover las últimas fibras de mi espíritu, con la sola hipótesis de su realizacion.

A pesar de todo, no dejaba yo mucho tiempo á la imaginacion abandonada á tales desvaríos, porque comprendía demasiado, que los peligros verdaderos y materiales del viaje eran sobrado grandes para absorver por completo toda mi atencion.

A las cinco de la tarde, mientras renovaba la atmósfera, estuve observando por la válvula á la gata y sus hijuelos. Parecióme que la madre sufría mucho, y sin titubear creí debía atribuirlo particularmente á la dificultad de respirar; pero en cuanto á los gatillos, produjo un resultado bien sorprendente mi esperimento.

Como es natural, esperaba yo que manifestaran alguna sensacion de disgusto ó de malestar aun cuando fuera en menor grado que la madre, y esto hubiese confirmado suficientemente mi teoría respecto á la presion atmosférica; pero por más que los observé detenida y escrupulosamente, no percibí el síntoma más leve de alteracion en su salud, ni la menor señal de malestar. Hecho tan estraño era inesplicable, á menos de amplíar mi teorfa, suponiendo que la atmósfera ambiente en estremo rara, podía (contra lo que yo pensé desde un principio) no ser química – mente insuficiente ó impropia para la vitalidad; de manera que una persona nacida en aquel medio tan raro, no sentiría molestia al respirarle, mientras que llevada á respirar en capas atmosféricas más cercanas á la tierra y por consiguiente más densas, parecia verosímil sufriese dolores análogos á los esperimentados por mí en aquel dia. Poco despues tuvo lugar un desgraciado incidente, cuyo recuerdo siempre me producirá disgusto, y que consistió en perder mi gata y sus gatillos, dejándome en la imposibilidad de profundizar como deseaba esta cuestion por medio de esperiencias más repetidas. Al pasar la mano por el hueco de la válvula con una taza llena de agua para la gata, enredóseme la manga de la camisa en la hevilla que sujetaba la cesta y repentinamente se soltó, desapareciendo de mi vista de una manera tan abrupta é instantánea, que era imposible escamoteo más completo, aun suponiendo se hubieran evaporado en el aire la cesta y su contenido. Indudablemente no medió un décimo de segundo, entre soltarse y desaparecer la cesta, gata y gatillos.

Quedéme deseándoles un viaje feliz, pero naturalmente pensé que ni la madre ni los hijos podrian sobrevivir para contar su Odisea.

A las seis observé que mucha parte de la superficie visible de la tierra hácia el este, se hallaba sumergida en una sombra oscura que avanzaba sin cesar con gran rapidez, quedando la superficie total envuelta en las tinieblas de la noche, á las siete menos cinco minutos. Algunos segundos despues dejaron de herir al globo los rayos del sol poniente, y esta circunstancia que ya esperaba yo, no dejó sin embargo de producirme un gran placer. Sin duda alguna por la mañana podria contemplar al cuerpo luminoso cuando se alzara, muchas horas antes de que pudieran hacerlo los ciudadanos de Rotterdam, á pesar de que se encontraban más al este; de modo que de dia en dia y á medida que creciera mi altura, gozaria de mayores períodos de tiempo de la luz solar. Entonces determiné redactar un diario de mi viaje, contando los dias de veinte y cuatro horas consecutivas, y sin tener en cuen-“ ta los intérvalos de oscuridad.

A las diez empecé á sentirme con sueño y traté de acostarme para pasar la noche durmiendo; pero me ocurrió una dificultad, en que no había pensado, á pesar de lo palmaria, hasta aquel momento. Si me dormía cual pensé hacerlo, ¿cómo renovar el aire de la cámara? Respirar su atmósfera más de una hora era completamente imposible, y hacerlo hora y cuarto, tendría indudablemente deplorables consecuencias. Grave inquietud me causó esta cruel alternativa, y no parece creible, que despues de los muchos peligros ya superados, me arredrara yo tanto, que desesperase de realizar mi intento, y pensara sériamente en resignarme á la necesidad de descender.

Semejante perplejidad no fué sin embargo más que momentánea. Reflexioné que el hombre es el mayor esclavo de la costumbre, y que así considera como esencialmente importantes para su existencia, mil cosas á las cuales se ha habituado y que no tienen tal importancia, sino porque la rutina las ha convertido en necesidades. Es cierto que sin dormir no podría yo estarme, pero con facilidad y sin inconveniente podría acostumbrarme á dėspertar de hora en hora. Bastaban cinco minutos para renovar completamente la atmósfera, así que la única dificultad que tenía que vencer, consistía en inventar un procedimiento para despertarme en el momento requerido, y debo confesar, que me produjo no escasa desazon la solucion de este t problema.

Habia yo oido el cuento del estudiante, queat para no dormirse mientras quería trabajar, tenía en una mano una bola de cobre que al dormirse se le escapaba de las manos y caía sobre una jofaina del mismo metal, produciendo un estrépito capaz de despertarle; pero mi situacion era muy distinta de la suya, pues no trataba de estarme en vela, sino de despertarme con intérvalos regulares. Imaginé pues el espediente que voy á decir, y cuyo descubrimiento, á pesar de ser tan sencillo, produjo en mi ánimo una impresion absoluta y exactamente comparable á la que dehieron producir en sus autores, la del telescopio, de la máquina de vapor y de la imprenta misma.

Debe tenerse presente que el globo, á la altura en que estaba, continuaba subiendo con perfecta regularidad, y la barquilla por consiguiente al seguirle, no esperimentaba la más ligera oscilacion. Esta circunstancia favorecía en estremo el plan que adopté. Tenia embarcadala provision de agua en barriles de cinco gallones cada uno, que se encontraban sujetas sólidamente á las paredes de la barquilla: desaté uno de ellos, y tomando dos cuerdas, las aseguré al reborde de la canasta, de modo que cruzando la barquilla paralelamente y á un pié de distancia una de otra, formasen una especie de estante, sobre el cual coloqué el barril y lo sugeté, de forma que su eje quedara en una posicion horizontal.

A cosa de unas ocho pulgadas por bajo de estas cuerdas y á cuatro piés por encima del fondo de la barquilla, dispuse otro estante, que hice con una tabla delgada, única de su especie que estuviera en mi poder; y sobre este último estante y exactamente debajo de uno de los bordes del barril, coloqué un cántaro pequeño de barro.

Hice un agujero en el fondo del barril, por cima del cántaro y coloqué en él un tarugo de madera de forma cónica, que apretándolo más 6 menos, y al cabo de algunos tanteos, quedó de tal suerte, que solo permitia la salida por el agujero de una cantidad de agua tal, que el cántaro se llenaba hasta rebosar en un espacio de tiempo de sesenta minutos. Conseguí esto último sin gran trabajo, haciendo observaciones repetidas de la parte de cántaro que se llenaba de agua en un tiempo dado. Despues de lo dicho, no es ya difícil comprender lo demás, ni adivinarlo.

Tenia colocada la cama en el fondo de la barquilla, de modo que estando acostado quedaba sobre mi cabeza la boca del cántaro. Indudablemente al cabo de una hora, completamente lleno el cántaro, rebosaría el agua, cayendo sobre 11 mi rostro desde una altura de cerca de cuatro piés y despertándome instantáneamente, por profundo que fuese el sueño en que me hallara sumido.

Serian lo menos las once cuando concluí estos preparativos y sin perder un momento me acosté, con entera confianza en la eficacia de mi invencion. No fué mi esperanza vana, y de sesenta en sesenta minutos me despertaba puntualmente el nuevo y fidelísimo cronómetro; me levantaba; vaciaba el contenido del cántaro en el barril; hacia funcionar el condensador y volvia enseguida á acostarme. Menos cansancio me produjeron estas interrupciones regulares de sueño que lo que esperaba yo, y cuando me levanté de la cama definitivamente, eran ya las siete y el sol se hallaba algunos grados por encima de mi horizonte.

3 de Abril.-El globo llegó á una altura inmensa, y la convexidad de la tierra se presentó de un modo muy marcado. Ví debajo en el Occéano una multitud de puntos negros que indudablemente debian ser islas; por encima parecióme que tenia el cielo un negro azabache, y las estrellas centelleaban perfectamente visibles, fenómeno que observé desde el dia primero de mi ascension. Muy léjos y hácia el Norte, percibí en el contorno del horizonte una faja ó línea delgada, blanca y muy brillante; que desde luego imaginé habia de ser el límite Sur de los hielos, en los mares del polo Norte. Sobrescitóse mi curiosidad con la esperanza de que ganando en latitud hácia el Norte, llegaria tal vez á colocarme sobre el polo mismo, y deploraba que la grande altura á que se encontraba el globo no me dejara examinarlo tan bien como hubiera yo querido: sin embargo de que aun así, siempre hallaria observaciones notables que hacer.

Nada estraordinario me ocurrió en este dia; el aparato funcionaba con la mayor regularidad, y el globo continuaba siempre subiendo, sin vacilacion alguna aparente. El frio era intenso y tuve que arroparme bien con un paletot: cuando la tierra quedó envuelta en sombra, me metí en la cama, por más que la luz debia para mí continuar todavía por muchas horas: el reloj hidráulico cumplió fielmente su cometido, y salvo las interrupciones periódicas, dormí muy bien hasta la mañana siguiente.

4 de Abril.-Me he levantado con buena salud y mejor humor, y he admirado mucho lo singular del cambio que observo en el color del mar que ya no es como antes azul oscuro, sino blanco plomizo tan brillante, que hiere la vista y me deslumbra. La convexidad del Occéano es tan evidente y manifiesta, que toda la masa de agua cercana al contorno de la tierra, aparece como precipitándose en los abismos del horizonte, causándome tal ilusion, que involuntariamente he suspendido mi atencion para escuchar los ecos que la inmensa catarata debiera producir. No he visto las islas, tal vez por que han pasado al otro lado de mi horizonte por el sud-este, 6 tal vez porque mi grande elevacion las pone ya fuera del alcance de la vista, aunque más bien creo lo último. El frio ha cedido mucho.

Nada me ha ocurrido importante, y como tuve la prevision de traer bastantes libros conmigo, he pasado el dia entero leyendo.

5 de Abril.-He contemplado el singular fenómeno de ver salir el sol, mientras que toda la parte visible de la tierra se hallaba envuelta en las tinieblas de la noche. Poco más tarde comenzó la luz á bañar todos los objetos y volví á ver la línea de hielos en el Norte, con la diferencia de que se me presentó con más claridad y teniendo un tinte más oscuro que las aguas del Occéano. Indudablemente me acerco con mucha rapidez. Creo distinguir aun una faja de tierra hácia el Este y otra hácia el Oeste, pero no me es posible asegurarlo. Dulce temperatura. Nada notable me ha sucedido en todo el dia, y aunque es temprano voy á meterme en la cama.

6 de Abril.-Sorprendido he quedado al ver la faja de hielos, á una distancia no muy grande, sin que todo el horizonte por el Norte sea otra cosa que un vastísimo espacio helado. A no dudarlo, continuando el globo en la direccion que lleva, pronto debe llegar á colocarse sobre el Occéano boreal y se acrecienta mi esperanza de ver el polo. Todo el dia seguf acercánd ome á los hielos. Al anochecer he visto de un modo casi repentino y muy sensible crecer la estension del horizonte, lo cual no puede ser efecto de otra cosa, sino de que como la forma de nuestro planeta, es una esfera aplastada por los polos, mi globo se acercaba cada vez más al cenit del achatamiento que ocupa el círculo ártico en su mayor parte. Más tarde, y ya envuelto en las tinieblas de la noche, me acosté con gran ansiedad, temiendo pasar por encima del polo, objeto que tanto escita la curiosidad, sin poder observarle bien.

7 de Abril.-Me levanté temprano, y con gran satisfaccion ví lo que sin titubear consideré que era el mismo polo norte. Allí estaba indudablemente bajo mis piés; pero por desgracia la elevacion del globo era tanta, que no podia distinguir cosa alguna con exactitud. Haciendo un cálculo deducido de la progresion seguida por las cifras que representaban las alturas ocupadas por el globo en diferentes tiempos tomados desde el 2 de Abril á las seis de la mañana, hasta las nueve menos veinte minutos de la misma, (momento de caida del mercurio en la cubeta del barómetro); haciendo, digo, este cálculo, era consiguiente que el globo tenia en aquel instante (cuatro de la mañana del 7 de Abril,) una altura de 7.254 millas lo menos sobre el nivel del mar.

Tal vez parezca enorme semejante elevacion, pero la estima en que se funda, debe más bien dar probablemente un resultado inferior con mucho á la verdad. De todos modos se mostraba á mis ojos indudablemente la totalidad del diámetro máximo terrestre: veia el hemisferio Norte como representado en un mapa y en proyeccion ortográfica, y el círculo máximo ecuatorial casi coincidia con el que formaba mi horizonte. Es bien claro que Vuecencias concebirán sin dificultad, que unas regiones no esploradas hasta hoy, y que se hallan dentro del círculo polar ártico, por más que las tuviese á mis plantas, y por consecuencia visibles sin escorzo alguno, érame imposible examinarlas detalladamente por lo disminuidas que se hallaban en tamaño y por lo escesivamente lejano que se encontraba el punto de observacion.

A pesar de esto, lo que á mis ojos se presentaba era de naturaleza bien singular é interesante. Al norte de la orla inmensa que ya dije antes y que puede definirse, salvo ligeras restricciones, llamándola límite de las esploraciones humanas en aquellas regiones, se estiende sin interrupcion, 6 casi sin interrupcion, una sábana de hielo. A la inmediacion de su contorno ó frontera, la superficie de este mar pierde sensiblemente su curvatura; más lejos, llega á deprimirse hasta parecer plana, y finalmente degenera en cóncava, terminando en el mismo polo, en una cavidad circular, de bordes muy marcados, cuyo diámetro aparente tenia desde el globo unos 65 segundos. El color de este espacio era variablemente oscuro, siempre en mayor grado que ningun punto del hemisferio visible, convirtiéndose algunas veces en negro completo. Nada más era posible percibir que lo que ya he mencionado. A las doce del dia se hallaba muy reducida la circunferencia del hueco central, y á las siete de la tarde la perdí completamente de vista; el globo caminaba hácia el límite oeste de los hielos y marchaba velozmente, dirigiéndose hácia el ecuador.

8 de Abril.-Observé una disminucion sensible en el diámetro aparente de la tierra y una alteracion real en su colory aspecto general.

Toda la superficie visible, tenia en diferentes grados un tinte amarillo claro, que en algunos sitios brillaba de tal manera que ofendia los ojos. La vista no podia sin gran trabajo, por la densidad de la atmósfera, descubrir el planeta si no de tiempo en tiempo y á través de las masas de nubes que ocultaban las inmediaciones de la superficie. En las cuarenta y ocho últimas horas robábanme la vista más ó menos estos obstáculos; pero luego la elevacion excesiva, aproximaba y confundia aquellas masas flotantes de vapor, haciendo el estorbo más y más sensible á medida que crecia la altura. No obstante, podia distinguir con facilidad que el globo se hallaba sobre el grupo de los estensos lagos del Norte-América, yque corria directamente hácia el Sur, aproximándome á los trópicos cada vez más.

Mucho celebré esta circunstancia, que pude mirar como un augurio feliz del buen éxito de mi empresa. Realmente estaba inquieto por la direccion que hasta entonces habia llevado, pues era evidente que siguiéndola mucho tiempo, jamás habría podido llegar á la luna, cuya órbita solo forma un ángulo de 5 grados, 8 minutos, 48 segundos con la elíptica. Por más raro que parezca, debo decir, que solo en aquel momento ya tardío, principié á comprender el error inmenso en que incurrí con no verificar ini ascension, partiendo de un punto de la tierra colocado en el plano de la órbita lunar.

9 de Abril.-Ha disminuido muy notablemente el diámetro de la tierra y la superficie vá tomando por horas un tinte amarillo más y más pronunciado. El globo, sin cesar de correr directamente al Sur, ha llegado á las nueve del dia astronómico (1) á colocarse sobre la costa norte del golfo de Méjico.

10 de Abril. Serian las cinco de la mañana, cuando me ha despertado repentinamente un gran ruido, un terrible crugido, cuya causa no he podido adivinar. Duró poco, pero estoy cierto sin embargo, de que no tenia semejanza alguna con ningun ruido terrestre, cuya sensacion recordase. Escuso decir lo mucho que me alarmó, porque mi primera suposicion fué la de que el globo se habia desgarrado: examiné con suma atencion todo el aparato, y sin embargo, no pude (1) Nueve de la nocbe. encontrar ninguna avería. Pasé casi todo el dia meditando sobre tan extraordinario acontecimiento, sin poder dar con una esplicacion satisfactoria, y me acosté muy disgustado con gran agitacion y no poca ansiedad.

11 de Abril.-He hallado decrecimiento sensible en el diámetro aparente de la tierra; en el de la luna (á la que faltan pocos dias para llegar al plenilunio) encontré un aumento considerable, circunstancia que por primera vez observé. Con mucho trabajo y tiempo hice la operacion de condensar aire atmosférico suficiente para sostener la vida.

12 de Abril.-La direccion en que marchaba el globo, ha cambiado de un modo notable y á pesar de que así suponía sucediese, me ha causado mucho placer. Sin apartarse de su direccion primitiva, llegó hasta el paralelo veinte de latitud sur, cambió súbitamente el rumbo al Este, formando un ángulo agudo con el rumbo anterior y se ha mantenido todo el dia, con corta diferencia, por no decir completamente, dentro del plano mismo de la órbita lunar. Debo advertir una circunstancia muy reparable, que produjo el referido cambio de direccion, pues originó una oscilacion muy marcada en la barquilla, duró muchas horas de un modo más ó menos que violento.

13 de Abril.-He tenido un susto nuevo al sentir otra vez el ruido formidable que tanto me aterró el dia 10, pero por más que he discurrido y meditado, no he podido hallar una razon que me satisfaga respecto á la causa. Gran decrecimiento en el diámetro aparente de la tierra que solo medía desde el globo un ángulo de poco más de 25 grados: no he podido ver la luna quese halla casi en mi cenit; sigo caminando dentro del plano de su órbita y avanzo muy poco hácia el Este.

14 de Abril.-Disminucion escesivamente rápida del diámetro terrestre. No he dejado de pensar todo el dia en que la ruta del globo era la del perigeo por la línea misma de los ápsides, -ó en otros términos diré,-que se me figura lleva el camino que de la tierra conduce más directamente á la luna, cuando esta ocupa en su órbita el punto de la elipse más cercano á la tierra. La luna sigue á mis ojos oculta, porque se halla sobre mi globo enteramente. Me cuesta gran trabajo y mucho tiempo la operacion indispensable de condensar el aire de la atmósfera.

15 de Abril.-Ya no me es posible distinguir siquiera sobre el planeta los contornos de continentes y mares: sobre las doce del dia he sentido por tercera vez el mismo ruido espantoso que tanto me sorprendió; ha durado algunos instantes y ha sido mucho más fuerte. Despues de algun tiempo, estu pefacto y aterrorizado, esperando lleno de anhelo y ansiedad mi destruccion de un modo espantoso y desconocido, ha oscilado la barquilla con ex,traordinaria violencia, y una masa de materia que me faltó tiempo para distinguir, pasó por un lado del globo, gigantesca, inflamada, atronadora yrugiente como la voz de mil truenos juntos. Cuando me repuse del terror y admiracion, reflexioné naturalmente que debía ser algun enorme fracmento volcánico, vomitado por la luna, á la cual con tanta rapidez me iba acercando y probablemente un trożo de Jas mismas sustancias singulares, que en algunas ocasiones se encuentran en la tierra, llamadas aereólitos, á falta de apelativo más exacto.

16 de Abril.-Mirando hoy alternativamente por las ventanas laterales y hácia la parte superior del modo único que podía hacerlo, percibi con gran satisfaccion y alegría, una pequenísima porcion del disco lunar, que rebasaba por decirlo así, fuera ó alrededor de la estensa circunferencia del contorno del globo. Esto me conmovió extraordinariamente, porque desvanecía cuantas dudas pudiera tener de alcanzar el término de viaje tan peligroso.

Acrecentado hasta hacerse casi contínuo el trabajo necesario para condensar el aire, apenas me daba tréguas; no podía ya entregarme al sueño; sentíame verdaderamente enfermo y estaba trẻ- mulo de desfallecimiento, resistiéndose la naturaleza humana á soportar por más espacio un padecimiento de semejante intensidad. En el cortísimo período que yo tenía ya de tinieblas, cruzó muy inmediata al globo otra piedra meteórica, produciéndome una inquietud bastante séria lo frecuente de tales fenómenos. 17 de Atril.-La mañana de este dia ha hecho época en mi viaje. Recuérdese que el dia l3 subtendía la tierra para mí un ángulo de 25 grados; que disminuyó mucho este ángulo el dia 14; que el 15 observé una disminucion más rápida todavía, y que el 16 antes de acostarme, calculé que dicho ángulo no pasaba de 7 grados y 15 minutos.

No es posible formar idea de lo estupefacto que yo quedaría, cuando al despertar en la mañana de este dia 17, despues de un sueño corto y agitado, vi que la superficie planetaria que tenía debajo, había aumentado súbita y espantosamente de volúmen, subtendiendo su diámetro aparente un ángulo que no bajaba de 39 grados.

Quedéme aterrado, y no es dable hallar palabras que indiquen siquiera el horrible é inmenso estupor de que fuí presa: temblaron faltándome las rodillas, castañeteáronme los dientes, y se me herizó el cabello. ¡Se ha rebentado el globo!…..

Esta fué la primera idea que me acudió á las mientes; se ha roto indudablemente y me precipito con la velocidad mayor y con la impetuosidad más furiosa que es posible imaginar. Si he de juzgar por el espacio inmenso que he recorrido ya tan rápidamente, debo llegar á la superfi- .cie de la tierra antes de diez minutos. ¡Dentro de diez minutos estaré aniquilado, deshecho!…..

Al cabo la reflexion vino en mi ayuda; hice una pausa, medité y comencé á dudar. Era imposible descenso tan violento y rápido, y además, aunque evidentemente me acercaba á la superficie que tenía debajo, mi velocidad real, no era ni con mucho la espantosa que en el primer momento imaginé.

Estas consideraciones sirvieron de eficaz calmante á la perturbacion de mis ideas, y al cabo pude mirar el fenómeno bajo su verdadero punto de vista. Si el espanto no me hubiera embargado los sentidos, trastornando sus apreciaciones, no era posible hubiese dejado de reparar la inmensa diferencia que habia entre el aspecto de la superficie que se hallaba á mis piés y el de mi planeta natal. Este se encontraba encima de mi cabeza completamente oculto por el globo, mientras que la luna,-la luna misma en todo su esplendor,-se mostraba bajo mis plantas.

La sorpresa y estupor que produjo en mi espíritu tan extraordinario cambio de situacion, era en resumidas cuentas, lo más pasmoso y menos esplicable de la aventura; porque semejante trastorno, sobre ser tan natural como inevitable, con mucha antelacion lo tenía previsto tal cual no podía menos de preveer una circunstancia sencilla, consecuencia inmediata de llegar al punto del camino, en que la atraccion planetaria fuese sustituida por la del satélite; ó halando con más exactitud, cuando la gravitacion del globo, fuese mayor hácia la luna que hácia la tierra.

Tambien es verdad que me despertaba de un profundo sueño, y todos mis sentidos se encontraban embotados, cuando súbitamente se me presentó un fenómeno tan sorprendente, que aunque lo aguardaba, no era en aquel momento.

La vuelta debió verificarse de un modo sumamente lento y graduado, de suerte que es muy probable que aun cuando me hubiera desperta lo mientras se operaba, no hubiera podido darme razon del trastorno, ni percibido síntoma alguno interior de inversion,-quiero decir, de molestia, 6 incomodidad, ó desconcierto en mí mismo ó en el aparato.

Se comprenderá fácilmente, que tan pronto como fuí dueño de mi persona y hube sacudido el terror que se habia apoderado de mi sér, dirigí única y esclusivamente la atencion á contemplar el aspecto general de la luna. Estendíase á mis piés como un mapa, y aunque comprendía la considerable distancia á que se encontraba, dibujábanse todas las desigualdades de su superficie con tal claridad y determinacion que no sabía á qué atribuir tal fenómeno. La carencia absoluta de occéano, mar, lago y toda especie de rio, fué lo que más estraordinario encontré en sus condiciones geológicas á primera vista.

Sin embargo, causábame estrañeza ver estensas regiones planas y con un carácter determinado de aluvion, por más que casi todo el hemisferio visible estaba cubierto de innumerables montañas volcánicas en forma de conos, de aspecto tal, que parecian más bien que formadas por la naturaleza cortadas artificialmente. La de mayor elevacion no escedía de tres millas y tres cuartos, más una carta de las regiones volcánicas de Campi Phlegraei, dará idea mucho mejor á Vuecencias de la superficie en general, que todas las esplicaciones que trate yo de hacer. Las más de estas montañas se hallaban evidentemente en estado de erupcion, dándome una idea terrible de su furia y poder, con la multitud de piedras impropiamente 1lamadas meteóricas, que partiendo de sus cráteres, pasaban cerca de mi globo con una frecuencia más y más espantosa.

17 de Abril. Hoy he hallado un aumento considerable en el volúmen aparente de la luna y la velocidad conque descendía, manifiestamente acelerada, me llenó de cuidado. Recuérdese que al principio y cuando comencé á querer aplicar mis sueños á la posibilidad de un viaje á la luna, entró por mucho en mi cálculo, la hipótesis de la existencia de una atmósfera ambiente, cuya densidad deberia ser proporcionada al volúmen del planeta; hipótesis contraria por cièrto, no solo á la teoría admitida, sino opuesta tambien á la preocupacion universal de la inexistencia de atmósfera en la luna.

Además de las ideas que ya he dejado consignadas con respecto al cometa de Encke y á la luz zodiacal, corroboraban mi opinion ciertas observaciones de M. Shroeter de Linienthal. Este, teniendo la luna dos dias y medio de edad, por Ia noche, poco despues de puesto el sol y antes que la parte oscura fuese visible, principió á observar el satélite hasta que la parte oscura se hizo visible.

Primero vió que los dos cuernos parecían como si se afilaran en una especie de prolongacion muy aguda, cuya estremidad iluminaban ténuemente los rayos solares, en tanto que todas las partes restantes del hemisferio oscuro eran invisibles absolutamente; aclarándose en fin, al poco tiempo despues, toda la orilla ó contorno sombrío. Supuse que esta prolongacion de los cuernos hasta más de la semicircunferencia, era producida por la refraccion de los rayos solares en la atmósfera de la luna.

Calculé tambien que la altura de esta atmósfera (que podia refractar bastante luz en el hemisferio oscuro, para producir un crepúsculo más luminoso que la luz reflejada por la tierra cuando la luna dista unos 32 grados de su conjuncion), debía ser de 1.856 piés; de resultas de lo cual deduje que la mayor altura capaz de refractar el rayo solar era de 5.376 piés. Asimismo confirmaba mis ideas sobre este asunto, un párrafo del tomo ochenta y dos de las Transacciones Filosóficas, en que dice, que al verificarse una ocultacion de los satélites de Júpiter, desaparece el tercero, despues de haber queda lo indistinto durante uno ó dos segundos, y el cuarto se muestra con mucha indeterminacion al acercarse al limbo. (1) (1) Helvelius dice, que ha observado, en ocasiones, cuando el cielo estaba perfectamente límpido y hasta las estreEn lo que fundaba yo la esperanza de descender sano y salvo, era en la resistencia ó más bien en el apoyo que me ofreciera una atmósfera en cierto estado de densidad hipotética. Finalmente, siendo absurda la conjetura que hice, el desenlace mejor que mi aventura podria tener, era hacerme añicos contra la escabrosa superficie del satélite; así que resumiendo diré me sobraban razones para tener miedo, la distancia á que me encontraba de la luna, era comparativamente insignificante, y el trabajo que tenia que emplear con el condensador no me parecia disminuir, por manera que no encontraba indicio alguno de que la densidad atmosférica fuese mayor.

19 de Abril.–Esta mañana, con mucha alegría, hácia las nueve, viéndome espantosamente cercano á la superficie lunar y sobrescitados mis llas de sesta y sétima magnitud brillaban distintamente, que, con la misma altura de luna, igual elongacion de la tierra é idéntico escelente telescopio, la luna y sus manchas no se mostraban siempre igualmente luminosas. Bajo este supuesto, es evidente que la causa del fenómeno no se halla en nuestra atmósfera, ni en el telescopio, ni en la luna, ni en el ojo del observador; sino que debe proceder de otra cosa (gatmósfera?) existente en rededor de la luna.

Casini ha observado muchas veces qne Saturno, Júpiter y las estrellas fijas, en el momento que su ocultacion por la luna tiene lugar, pierden su forma circular tomándola ovalada; mientras que en otras ocultaciones no ha percibido cambio alguno de forma. Pudiera por lo tanto inferirse, que en algunos casos, si bien no en todos, la luna se halla envuelta por una materia densa, en que son refractados los rayos de las estrellas. E. P. temores hasta el grado más inminente, el piston del condensador ha mostrado de un modo evidente una alteracion en la atmósfera. A las diez no pude dudar ya del considerable aumento que tenía de densidad. A las once, no era menester emplear sino muy escaso trabajo con el aparato y á las doce me determiné con cierto recelo á destornillar la manga. Viendo que ningun inconveniente me producía, abrí sin titubear la cámara de caoutchouc y desenfundé la barquilla.

Segun debí haber previsto, la consecuencia inmediata de esperiencia tan precipitada y llena de peligros, fué una violenta jaqueca acompañada de espasmos; más como semejantes inconvenientes y vários otros tambien en la respiracion, 10 eran de suficiente magnitud para poner en riesgo la vida, me resigné á sufrirlos con tanta más paciencia, cuanto que todo contribuía á que creyese durarían muy poco, y desaparecerían progresivamente y de minuto en minuto, segun me fuera acercando á capas más y más densas de la atmósfera lunar.

Entretanto mi descenso se verificaba con una extraordinaria impetuosidad y no tardé en cerciorarme con espanto, de que si bien no me habria probablemente equivocado al contar con una atmósfera, cuya densidad fuese proporcional al volúmen del satélite; habia sí cometido el error de contar, con que semejante densidad pudiese ni aun en la superficie, ser bastante á soportar el peso enorme, contenido en la barquilla del globo. Esto debió verificarse de igual manera que en la superficie terrestre, suponiendo que en el planeta y su satélite la gravedad ó peso real de los cuerpos, se hallase en razon de la densidad atmosférica; pero no se verificó segun mi caida precipitada lo demostraba con sobrada evidencia. Por qué? Es imposible esplicarlo de otro modo que por medio de aquellas perturbaciones geológicas cuya teoría estableci anteriormente en este relato.

Ya casi llegaba el satélite de la tierra, y seguía cayendo con terrible impetuosidad: sin perder un instante, arrojé fuera de la barquilla todo el lastre, despues los barriles de agua, el aparato condensador, el saco de caoutchouc y finalmente dejé vacia la barquilla. De nada sirvió esto y seguía descendiendo con horible velocidad, no distando ya más de media milla de la superficie. Como ủltimo remedio tiré el paletot, el sombrero, las botas, y desaté del globo la barquilla misma, que no dejaba de pesar bastante, cogiéndome entónces con las manos de la red.

A penas había tenido tiempo de reparar que todo el pais hasta donde alcanzaba la vista, estaba sembrado de casas lilliputienses, cuando vine á caer en el centro mismo de una ciudad de aspecto fantástico, y en medio de un gentio grande de miserable plebe, sin que ni uno solo de aquellos indivíduos pronunciase una sílaba, ni se tomara la menor molestia por ayudarme. Hallábanse todos con los brazos puestos’en jarras, como un rebaño de idiotas, gesticulando de un modo ridículo, y mirando de reojo mi globo y persona.

Volvíles las espaldas con soberano desprecio, y levantando los ojos hácia la tierra que acababa de abandonar y de la que me desterraba tal vez para siempre, ví tenía la forma de un ancho y sombrío escudo de cobre de unos dos grados de diámetro, fijo é inmóvil en el cielo, y guarnecido por un lado con una resplandeciente y dorada media-luna, ó si se quiere mejor media-tierra. No era posible distinguir rastro, ni indicio de mares, ni continentes; hallándose toda la superficie visible, salpicada de manchas variables, y cruzada por las zonas tropicales y ecuatorial, como con otras tantas fajas.

Por tanto, tras una série dilatada de angustias, peligros inauditos, y apuros sin cuento, diez y nueve dias despues de salir de Rotterdam, hallábame al fin en el término del viaje más extraordinario, y de mayor importancia, que se ha llevado á cabo, emprendido, ni imaginado siquiera, por ningun ciudadano de ese planeta.

Réstame contar mis aventuras, porq ue no dudo que Vu ecencias comprenderán sin dificultad que despues de una permanencia de cinco años en un planeta tan interesante ya por sí mismo, duplicase este interés, por el lazo íntimo conque como satélite suyo se halla enlazado al mundo que el hombre habita; así que me propongo mantener con el Colegio Nacional Astronómico una correspondencia secreta sobre el viaje que tan felizmente he hecho, de mayor importancia que no la que puede darse á sencillos detalles, por sorprendentes que parezcan.

La verdadera cuestion es la siguiente: aquí hay muchas cosas que contar, y tendría un verdadero placer en referíroslas; hay mucho que decir sobre el clima de este planeta; sobre las alternativas sorprendentes de frio y calor; sobre esta claridad solar que dura quince dias, implacable y abrasadora; y esta temperatura glacial, más que polar, que dura otros quince; sobre una traslacion constante de humedad que se verifica por destilacion, como en el vacío, desde el punto del planeta más cercano al sol, hasta el más distante; sobre la raza misma de los habitantes, sobre sus costumbres, trajes, instituciones políticas y leyes, sobre su organismo particular, su fealdad, su falta de orejas, apéndices inútiles en una atmósfera tan extraordinariamente modificada; sobre su ignorancia por consiguiente del uso y propiedades de la palabra; sobre el medio singurar de trasmitir las ideas que sustituye al lenguaje; sobre la relacion incomprensible que liga á cada ciudadano de la luna, con cada uno de los del globo terrestre, relacion análoga y dependiente de la que rige tambien á los movimientos del planeta y su satélite, y por medio de la cual, el sino y la existencia de los habitantes de uno de estos planetas, está enlazado al sino y existencia de los habitantes del otro; añadiéndose á todo, lo que tendré que referir á Vuecencias sobre los tenebrosos y horribles misterios existentes en las regiones del otro hemisferio lunar, que gracias á la concordancia casi milagrosa de la rotacion del satélite sobre su eje, con la revolucion sideral del mismo alrededor de la tierra, estas regiones no se han vuelto jamás hácia nosotros, y Dios mediante no se mostrarán nunca á la curiosidad de los telescopios humanos.

Esto quiero contaros, y además otras muchas cosas; pero en cambio os exijo un premio 6 recompensa.

Quiero poder reunirme con mi familia y volver á mi casa y en consideracion á la luz que puedo proporcionar, si me acomoda, respecto á muchos ramos importantes de las ciencias físicas y metafísicas, han de pagarse mis comunicaciones futuras, con el apoyo que ese respetable cuerpo, que tan dignamente presiden Vuecencias, prestará á mi solicitud, de que se me perdone el crímen que cometí matando á mis acreedores al salir de Rotterdam. He aquí el objeto de esta carta, cuyo portador es un habitante de la. luna, que se ha prestado á ser mi mensajero y lleva cuantas instrucciones mias ha menester.

Aguardará cuanto dispongan Vuecencias, y me traerá el perdon impetrado, si fuere dable obtenerlo.

Tengo el honor de ofrecerme á Vuecencias como su más humilde servidor: HANS PFAALL.

Terminada la lectura de tan estraño documento, el profesor Rudabub, en el colmo de la sorpresa, hay quien afirma dejó caer al suelo la pipa; y Mynheer Superbus Von Underduk, se quitó, limpió y guardó los anteojos en el bolsillo, y olvidándose de sí mismo y de su dignidad, llegó hasta hacer tres piruetas sobre el talon izquierdo, víctima de la quinta esencia del pasmo y de la admiracion.

Se obtendría el indulto; esto no podía ofrecer la más ligera duda; al menos el buen profesor Rudabub así lo juró y perjuró con un verdadero juramento, siendo idéntico el parecer del ilustre Von Underduk, que cogiendo del brazo á su cólega, anduvo sin desplegar los lábios la mayor parte del camino que mediaba hasta su casa en que quisieron comenzar ya á tomar aquellas medidas de mayor urgencia. Sin embargo, llegados á la puerta ocurriósele al profesor que puesto que el mensagero había considerado oportuno marcharse (aterrado indudablemente al ver las fisonomías salvajes de los vecinos de Rotterdam), sería de escasísima utilidad el perdon, porque solo un habitante de la luna era capaz de emprender tan largo viaje.

Ante tan juiciosa observacion, cedió el burgomaestre y el asunto no tuvo otras consecuencias, más no sucedió otro tanto con las conjeturas y rumores. Publicada la carta, produjo mil chanzonetas y otros tantos pareceres. Los unos, los más prudentes y cáutos, ridiculizaron el hecho hasta presentarlo como una verdadera grilla.

En mi sentir ciertas gentes llaman grilla á todo aquello que es superior á su inteligencia, y no comprendo, á decir verdad, qué fundamento tuvieron en este caso para hablar así. Estamparemos sus asertos: Primo.-Que ciertos burlones de Rotterdam profesaban cierta antipatía especial hácia ciertos burgomaestres y ciertos astrónomos.

Secundo.-Que un enanillo estrambótico, de oficio fullero, con las orejas cortadas al rape en pago de alguna de sus fechorfas sin duda, habia desaparecido de Bruges, que está cerca de Rotterdam, pocos dias antes del suceso.

Tertio.-Que las gacetas pegadas alrededor del globo eran gacetas de Holanda y por consiguiente no era posible procedieran de la luna.

Cuarto.-Que el mismo Hans Pfaall, borrachon y bellaco, con los tres haraganes á quien aquel llama acreedores suyos, se les ha visto juntos, dos ó tres dias antes, en una taberna de los arrabales, y en el momento mismo en que volvian con algun dinero de un viaje á América. Último.—Que con harta justicia es muy comun opinion que el Colegio de los Astrónomos de la ciudad de Rotterdam, así como todos los colegios astronómicos restantes, de las demas partes del universo (sin hablar de los colegios de los astrónomos en general), no es, por no decir otra cosa, ni mejor, ni más instruido, ni más listo, que lo precisamente necesario.


Downloads