Hamlet

Hamlet era el único hijo del rey de Dinamarca. Amaba profundamente a su padre y a su madre, y era feliz con el amor de una dulce dama llamada Ofelia. Su padre, Polonio, era el ayudante del rey.

Mientras Hamlet estudiaba en Wittenberg, su padre murió. El joven Hamlet se apresuró a llegar a casa con gran dolor al enterarse de que una serpiente había picado al rey, y éste había muerto. El joven príncipe había amado a su padre con tanta ternura que pueden imaginarse lo que sintió cuando se enteró de que la reina, antes de que el rey llevara enterrado un mes, había decidido casarse de nuevo; casarse con el hermano del difunto rey.

Hamlet se negó a dejar el luto para la boda.

—No sólo es el negro que llevo en el cuerpo —dijo—, lo que prueba mi pérdida. Llevo luto en mi corazón por mi difunto padre. Al menos su hijo lo recuerda y aún lo llora.

Entonces el hermano del rey, Claudio, dijo:

—Este dolor es irracional. Claro que debes afligirte por la pérdida de tu padre, pero…

—Ah —dijo Hamlet con amargura—, no puedo olvidar a los que amo en un mes.

La reina y Claudio lo abandonaron para celebrar su boda, olvidando al pobre rey que había sido tan amable con ellos.

Hamlet, que había quedado solo, empezó a preguntarse qué debía hacer. Pues no podía creer la historia de la mordedura de la serpiente. Le parecía demasiado claro que el malvado Claudio había matado al rey para hacerse con la corona y casarse con la reina. Pero no tenía pruebas y no podía acusar a Claudio.

Y mientras pensaba en esto llegó Horacio, uno de sus compañeros de estudios en Wittenberg.

—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Hamlet, cuando hubo saludado amablemente a su amigo.

—He venido, mi señor, a asistir al funeral de tu padre.

—Creo que era para ver la boda de mi madre —dijo Hamlet amargamente—. ¡Mi padre! No volveremos a ver a alguien como él.

—Mi señor —contestó Horacio—, creo que lo vi anoche.

Entonces, mientras Hamlet escuchaba sorprendido, Horacio contó cómo él, con dos caballeros de la guardia, habían visto el fantasma del rey en las almenas. Hamlet fue aquella noche y, efectivamente, a medianoche, el fantasma del rey, vestido con la armadura que solía llevar, apareció en las almenas a la fría luz de la luna. Hamlet era un joven valiente. En vez de huir del fantasma, le habló, y cuando éste les hizo señas, lo siguió hasta un lugar tranquilo; allí el fantasma le dijo que lo que había sospechado era cierto. El malvado Claudio había matado a su buen hermano el rey, echándole veneno en la oreja mientras dormía en su huerto por la tarde.

—Y tú —dijo el fantasma—, debes vengar este cruel asesinato de mi malvado hermano. Pero no hagas nada contra la reina, porque yo la he amado, y es tu madre. Recuérdame.

Entonces, viendo la mañana acercándose, el fantasma se desvaneció.

—Ahora —dijo Hamlet— no queda más que la venganza. Recordarte; no recordaré nada más; libros, placer, juventud; deja que todo se vaya, y que sólo tus órdenes vivan en mi cerebro.

Así que, cuando sus amigos regresaron, les hizo jurar que guardarían el secreto del fantasma y luego se retiró a las almenas, ahora grises por la mezcla del alba y la luz de la luna, para pensar cuál sería la mejor manera de vengar el asesinato de su padre.

La conmoción de ver y oír al fantasma de su padre le hizo sentirse casi loco, y por miedo a que su tío notara lo mismo que él, decidió ocultar su loco anhelo de venganza bajo una locura fingida en otros asuntos.

Y cuando se encontró con Ofelia, que lo amaba, y a quien había hecho regalos, cartas y dirigido muchas palabras de amor, se comportó tan salvajemente, que ella no pudo menos que pensar que estaba loco. Porque ella lo amaba tanto que no podía creer que fuera tan cruel, a menos que estuviera completamente loco. Así que se lo contó a su padre y le mostró una bonita carta de Hamlet. Y en la carta había mucha locura y este bonito verso:

 “Duda de que las estrellas sean fuego;

Duda de que el sol se mueva;

Duda que la verdad sea mentirosa;

Pero nunca dudes que amo.”

Y desde entonces todos creyeron que la causa de la supuesta locura de Hamlet era el amor.

El pobre Hamlet era muy infeliz. Ansiaba obedecer al fantasma de su padre y, sin embargo, era demasiado gentil y bondadoso para desear matar a otro hombre, incluso al asesino de su padre. Y a veces se preguntaba si, después de todo, realmente el fantasma hablaba.

Justo en ese momento llegaron unos actores a la Corte, y Hamlet les ordenó que representaran cierta obra ante el rey y la reina. Esta obra contaba la historia de un hombre que había sido asesinado en su jardín por un pariente cercano, que después se casó con la esposa del muerto.

Puedes imaginar los sentimientos del malvado rey cuando, sentado en su trono con la reina a su lado y toda la Corte alrededor, vio representada en el escenario la propia maldad que él había cometido. Y cuando en la obra el malvado pariente vertió veneno en el oído del hombre dormido, el malvado Claudio se levantó de repente y salió tambaleándose de la habitación, seguido por la reina y los demás.

Entonces Hamlet dijo a sus amigos:

—Ahora estoy seguro de que el fantasma dijo la verdad. Porque si Claudio no hubiera cometido este asesinato, no se habría angustiado al verlo en una obra de teatro.

La reina mandó llamar a Hamlet, por deseo del rey, para regañarlo por su conducta durante la obra y por otros asuntos; y Claudio, deseando saber exactamente lo que había sucedido, dijo al viejo Polonio que se escondiera detrás de las cortinas de la habitación de la reina. Y mientras hablaban, la reina se asustó ante las palabras crudas y extrañas de Hamlet, y gritó pidiendo ayuda; y Polonio, escondido detrás de la cortina, también gritó. Hamlet, pensando que era el rey quien estaba allí escondido, clavó su espada en las cortinas y mató, no al rey, sino al pobre Polonio.

Hamlet había ofendido a su tío y a su madre, y por mala suerte había matado al padre de su verdadero amor.

—¡Oh, que acto tan imprudente y sangriento es éste! —gritó la reina.

Y Hamlet respondió amargamente:

—Casi tan malo como matar un rey y casarse con su hermano. 

Entonces Hamlet contó claramente a la reina todos sus pensamientos y cómo sabía del asesinato, y le rogó, al menos, que no tuviera mas amistad ni bondad con el vil Claudio, que había matado al buen rey. Mientras hablaban, el fantasma del rey apareció ante Hamlet, pero la reina no podía verlo. Cuando el fantasma desapareció, se separaron.

Cuando la reina contó a Claudio lo que había sucedido, y cómo había muerto Polonio, él dijo:

—Esto demuestra claramente que Hamlet está loco, y puesto que ha matado al canciller, es por su propia seguridad que debemos llevar a cabo nuestro plan y enviarlo lejos, a Inglaterra.

Así que Hamlet fue desterrado, a cargo de dos cortesanos que servían al rey, quienes llevaron cartas a la Corte inglesa requiriendo que Hamlet fuera ejecutado. Pero Hamlet tuvo el buen juicio de tomar estas cartas y poner otras en su lugar, con los nombres de los dos cortesanos que estaban dispuestos a traicionarlo. Entonces, mientras el navío se dirigía a Inglaterra, Hamlet escapó a bordo de un barco pirata, y los dos malvados cortesanos lo abandonaron a su suerte y fueron a buscar la suya.

Hamlet se apresuró a volver a casa, pero entretanto había sucedido algo espantoso. La pobre y bonita Ofelia, después de haber perdido a su amor y a su padre, perdió también el juicio y anduvo por la corte con su triste locura, con pajas, hierbas y flores en su cabello, cantando extrañas canciones y hablando tonterías sin sentido. Y un día, llegando a un arroyo donde crecían los sauces, trató de colgar una guirnalda de flores en un sauce, cayó al agua con todas sus flores, y así murió.

Hamlet la había amado, aunque su plan de aparentar locura le había hecho ocultarlo; y cuando regresó, encontró al rey, la reina y la Corte llorando en el funeral de su querida y amada dama.

El hermano de Ofelia, Laertes, también acababa de llegar a la Corte para pedir justicia por la muerte de su padre, el viejo Polonio; y ahora, loco de dolor, saltó a la tumba de su hermana para estrecharla entre sus brazos una vez más.

—La amé más que a cuarenta mil hermanos —gritó Hamlet, y saltó a la tumba tras él, y lucharon hasta que fueron separados.

Después, Hamlet rogó a Laertes que lo perdonara.

—No podría soportar —dijo—, que nadie, ni siquiera un hermano, pareciera amarla más que yo.

Pero el malvado Claudio no permitió que fueran amigos. Le contó a Laertes cómo Hamlet había matado al viejo Polonio, y entre los dos tramaron un complot para matar a Hamlet a traición.

Laertes lo retó a un combate de esgrima, y toda la Corte estuvo presente. Hamlet tenía el florete sin filo que siempre se utiliza en esgrima, pero Laertes se había preparado una espada afilada y con veneno en la punta. Y el malvado rey había preparado un tazón de vino envenenado, que pensaba dar al pobre Hamlet cuando se acalorase el juego de espadas y pidiese beber.

Así que Laertes y Hamlet pelearon, y Laertes, después de un poco de esgrima, dio a Hamlet un fuerte golpe de espada. Hamlet, furioso con esa traición (pues habían estado practicando la esgrima, no como luchan los hombres, sino como juegan), se trenzó con Laertes en una lucha; ambos dejaron caer sus espadas, y cuando volvieron a recogerlas, Hamlet, sin darse cuenta, había cambiado su espada desafilada por la afilada y envenenada de Laertes. Y de una estocada atravesó a Laertes, que cayó muerto por su propia traición.

En ese momento la reina gritó:

—¡La bebida, la bebida! ¡Oh, querido Hamlet! ¡Estoy envenenada!

Había bebido del cuenco envenenado que el rey había preparado para Hamlet, y el rey vio cómo la reina, a la que, malvado como era, realmente amaba, caía muerta por su culpa.

Muertos Ofelia, Polonio, la reina, Laertes y los dos cortesanos que habían sido enviados a Inglaterra, Hamlet finalmente encontró valor para cumplir la orden del fantasma y vengar el asesinato de su padre. Si se hubiera armado de valor mucho antes, todas esas vidas se habrían salvado, y nadie hubiera sufrido, excepto el malvado rey, que bien merecía morir.

Hamlet, con el corazón por fin lo bastante grande para hacer lo que debía, volvió la espada envenenada contra el falso rey.

—¡Entonces, veneno, haz tu trabajo! —gritó; y el rey murió.

Hamlet cumplió así la promesa que le había hecho a su padre. Y una vez cumplida, él mismo murió. Y los que estaban allí lo vieron morir, con oraciones y lágrimas, porque sus amigos y su pueblo lo amaban de todo corazón. Así termina la trágica historia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca.


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