Érase una vez, en un pueblo rodeado de altas montañas y bosques profundos, un joven llamado Víctor Frankenstein. Víctor era inteligente y curioso. Le encantaba aprender cómo funcionaba el mundo, especialmente los secretos de la vida. Pasaba muchas horas leyendo grandes y polvorientos libros sobre ciencia y naturaleza, y empezó a preguntarse: 

—¿Y si pudiera crear vida, igual que hace la naturaleza?

Un día, Víctor tuvo una gran idea. “¿Y si pudiera hacer una persona yo sólo?”, pensó. Se obsesionó con la idea y pasó todo el tiempo en su pequeño taller, reuniendo materiales para construir su propia criatura. Víctor trabajó durante meses, siempre solo, escondido en su habitación, planeando algo que nadie había hecho nunca.

Finalmente llegó el día. La criatura estaba terminada. Víctor se detuvo ante su creación; un gigante mucho más alto y grande que cualquier persona. Tenía brazos largos, manos fuertes y un rostro inigualable. Pero mientras Víctor miraba a la criatura, el miedo empezó a invadir su corazón. 

—¿Qué he hecho? —susurró para sí.

Aquella noche, una tormenta se desató sobre las montañas. Los relámpagos y los truenos sacudieron la ciudad. Víctor vio cómo un rayo caía sobre su laboratorio. De repente, ¡los ojos de la criatura se abrieron! Víctor dio un grito ahogado y retrocedió, con el corazón latiéndole con fuerza. La criatura parpadeó y se incorporó lentamente, mirando a Víctor con ojos muy abiertos y confusos.

—¿Quién… quién eres? —preguntó la criatura con voz profunda y retumbante.

Víctor estaba aterrorizado. Nunca había pensado cómo sería hablar con la criatura. Sin responder, salió corriendo de la habitación, dejando sola a la criatura. La criatura se levantó, sin entender por qué Víctor se había ido. No quería asustarlo. Sólo quería saber dónde estaba y quién era.

Pasaron los días, y la criatura vagaba por las calles del pueblo. Pero cada vez que la gente lo veía, gritaba y huía. Algunos le tiraban piedras, otros le gritaban que se fuera. La criatura, que no tenía nombre, no entendía por qué todos tenían tanto miedo. No había hecho nada malo. Sólo era… diferente.

Mientras se alejaba cada vez más de la ciudad, se encontró con una pequeña cabaña en el bosque. Observó desde lejos a una familia que vivía allí: un anciano y sus hijos. Eran amables, siempre se reían y se ayudaban. La criatura los observó durante muchos días, aprendiendo a hablar y a actuar escuchándolos. Incluso empezó a dejarles leña, con la esperanza de serles útil, aunque ellos nunca lo vieron.

Pero un día, la criatura se armó de coraje y decidió llamar a la puerta. Cuando la familia lo vio, sus rostros palidecieron y gritaron de miedo. La criatura extendió las manos e intentó hablar.

—Por favor —dijo—. No quiero hacerles daño.

Pero la familia no escuchó. Huyeron, dejando a la criatura sola una vez más.

Con el corazón roto y enfadado, la criatura empezó a comprender que por muy amable que intentara ser, la gente siempre lo vería como un monstruo.

—¿Por qué Víctor me hizo así? —se preguntaba—. ¿Por qué me dejó solo?

Decidido a encontrar respuestas, la criatura partió en busca de Víctor. Después de muchos meses de búsqueda, finalmente lo encontró en las montañas, lejos de la ciudad. Cuando Víctor vio a la criatura, se llenó de culpa y miedo.

—¡Tú! —jadeó Víctor—. ¿Qué quieres?

La criatura lo miró con tristeza.

—¿Por qué me creaste? —preguntó—. Me creaste, pero me dejaste sólo. No tuve a nadie que me enseñara, nadie que me cuidara. Todos me tienen miedo. Lo único que quería era que me quisieran.

Víctor no sabía qué decir. Se sentía avergonzado de lo que había hecho. Había creado a la criatura, pero había huido de la responsabilidad.

—No pensé… —balbuceó Víctor—. No sabía que sería así.

—Entonces debes ayudarme —dijo la criatura—. Me siento solo. Quiero un amigo, alguien como yo. Hazme un compañero para que no esté solo.

Al principio, Víctor se negó. Pero las palabras de la criatura resonaron en su mente y se dio cuenta del sufrimiento que había padecido su creación. A regañadientes, Víctor aceptó. Prometió hacer para la criatura una compañera, alguien que comprendiera y no tuviera miedo.

Pero cuando Víctor empezó a trabajar, empezó a dudar.

—¿Y si los dos se vuelven peligrosos? ¿Y si causan más daño? —el miedo volvió a apoderarse de él, y justo cuando estaba a punto de terminar, destruyó a la segunda criatura, destrozándola antes de que pudiera vivir.

Cuando la criatura se enteró, se puso furiosa.

—¡Has roto tu promesa! —rugió—. ¡Eres cruel, Víctor! Me has condenado a vivir sólo para siempre. Si yo no puedo ser feliz, tú tampoco.

A partir de ese momento, la criatura juró hacer sufrir a Víctor. Desapareció en la noche, jurando vengarse.

En las semanas siguientes ocurrieron cosas terribles. La familia y los amigos de Víctor empezaron a morir de forma misteriosa, uno a uno. Su querido amigo Henry, e incluso Elizabeth, su esposa, le fueron arrebatados. Víctor sabía quién era el responsable: la criatura estaba cumpliendo su promesa de venganza.

Desconsolado y lleno de arrepentimiento, Víctor persiguió a la criatura, decidido a detenerla de una vez por todas. La persecución lo llevó a las heladas tierras del Norte, donde el hielo y la nieve lo cubrían todo. Víctor estaba débil y enfermo, pero no se dio por vencido. Siguió a la criatura a través de montañas heladas y mares congelados, siempre un paso por detrás.

Pero cuando las fuerzas de Víctor empezaban a fallar, un barco lo encontró varado en el hielo. El capitán del barco, un hombre llamado Walton, lo subió a bordo y escuchó la historia de Víctor.

—Yo creé a la criatura —dijo Víctor a Walton débilmente—. Y ahora debo destruirlo, antes de que cause más daño.

Pero Víctor estaba demasiado enfermo. Antes de que pudiera terminar su tarea, falleció, dejando a la criatura todavía ahí fuera, en algún lugar en el frío.

Esa misma noche, la tripulación oyó ruidos extraños en el barco. Cuando fueron a investigar, encontraron a la criatura de pie junto al cuerpo de Víctor, con los ojos llenos de tristeza.

—Yo nunca quise ser un monstruo —susurró la criatura con lágrimas en los ojos—. Sólo quería ser amado. Pero ahora es demasiado tarde. Lo he perdido todo, y Víctor también.

La criatura miró al mar helado y tomó una decisión.

—Me iré ahora, lejos, donde nadie pueda encontrarme. Encenderé un fuego y allí terminaré con mi vida, para que nadie vuelva a sufrir por mi culpa.

Con estas palabras, la criatura se dio la vuelta y desapareció en la noche nevada, para no volver a ser vista.

Y así termina la historia de Víctor Frankenstein y su creación.


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