El Tío Wiggily y la Calabaza

—Bueno —dijo el Tío Wiggily Orejaslargas una fresca mañana, justo después de que el lechero hubiera pasado por allí para dejar un poco de crema para el café—, creo que volveré a viajar, Sra. Colapeluda.

—Oh, ¡no te vayas todavía! —suplicó Billie, el niño ardilla.

—No, no nos has hecho una visita larga en absoluto —dijo su hermano Johnnie—. ¿No puedes quedarte mucho, mucho tiempo?

—Bueno, le prometí a Jimmie Tembloroso, el niño pato, que iría en mi nuevo automóvil a hacerle una visita a él y a sus hermanas —dijo el viejo caballero, mientras movía primero su oreja izquierda y luego la derecha, para ver si había algún penique clavado en ellas. Y encontró dos peniques, uno para Johnnie y otro para Billie.

—Oh, por favor, quédate con nosotros unos días más. Puedes ir a visitar a la familia Temblorosa la semana que viene —dijo Johnnie—, ¿verdad, mamá?

—Sí, realmente creo que podrías quedarte con nosotros un poco más —dijo la señora Colapeluda, mientras remendaba algunos agujeros en la media de Johnnie—. Además, pensé que hoy podrías hacerme un favor, Tío Wiggily.

—¡Un favor! —exclamó el viejo señor conejo haciendo una pequeña reverencia—. Siempre estoy dispuesto a hacerle un favor, si puedo. ¿De qué se trata, Sra. Colapeluda?

—Pensé que a ti y a los niños les gustaría ir en el automóvil a ver si pueden encontrarme una calabaza amarilla, grande y bonita —dijo la señora ardilla.

—Oh, ¡qué bien! —dijo Billie—. Ya sé para qué… Para hacer una linterna de calabaza para nosotros, ¿no, mamá?

—¡Claro! —dijo Johnnie, saltando de alegría—. Y la sacaremos cuando oscurezca, Billie, y nos divertiremos con la rana Bully.

—Oh, no, no una calabaza para hacer una linterna de calabaza —dijo la Sra. Colapeluda—. Necesito una calabaza para hacer algunas tartas, y pensé que te gustaría tener una, Tío Wiggily.

—¡Claro que sí! —exclamó el viejo señor conejo—. Me gusta mucho buscar calabazas para hacer tartas, y también comerlas una vez horneadas. Me gusta la tarta de calabaza casi tanto como la de cereza. Vamos, niños, subamos al automóvil y vayamos a buscar una calabaza.

—Pero no se acerquen al campo de ese hombre que iba a dispararnos el otro día porque recogimos unas cuantas manzanas —dijo Billie, y el Tío Wiggily dijo que no lo haría. Así que salieron hacia el granero, donde estaba guardado el automóvil, dejando a la señora Colapeluda en la casa remendando medias y preparándose para hornear las tartas de calabaza.

—¡Allá vamos! —dijo el Tío Wiggily cuando hubo hecho cosquillas al tinkerum-tankerum con una pluma para que estornudara.

El automóvil se puso en marcha y, mientras rodaba sobre sus gordas ruedas, el Tío Wiggily cantaba una graciosa cancioncilla como ésta:

“El pastel de calabaza es mi placer,
lo como por la mañana y al atardecer.
Es muy bueno para hacerte crecer,
Por eso los chicos lo aman tanto, es de entender.

Si pudiera pedir mi deseo más querido,
tendría cerezas en un plato bien surtido.
Y luego un pastel de calabaza, o tal vez tres;
claro que guardaría un pedazo para usted.

Quizás, si somos buenos y amables,
hallaremos calabazas agradables,
las llevaremos a casa y las cocinaremos,
y luego un pastel de calabaza cenaremos”.

Después de cantar aquella canción, el Tío Wiggily se sintió mejor. Supongo que el automóvil también se sintió mejor, porque corría muy deprisa y, de repente, llegaron a un lugar donde había un campo de calabazas. Qué calabazas tan bonitas, grandes y de un amarillo dorado.

—¡Hurra! —exclamó Johnnie.

—¡Whoop-de-doodle-do! —exclamó Billie.

—¡Vaya! —exclamó el Tío Wiggily—. No podría ser mejor. Pero me pregunto si a estas calabazas les importaría que nos lleváramos una.

—¡En absoluto! ¡Para nada! —dijo de repente una voz cerca de la valla, y al mirar, el Tío Wiggily y los niños vieron al Abuelo Ganso, el viejo señor pato, de pie sobre una pata—. Este es mi campo de calabazas, y pueden tomar todas las que quieran.

Entonces bajó la otra pata, que había estado sosteniendo bajo las plumas.

—Muchas gracias —dijo el Tío Wiggily amablemente.

—¿Y podemos llevarnos una cada uno para hacer linternas de calabaza? —preguntó Billie.

—Por supuesto —respondió el Abuelo Ganso, así que el Tío Wiggily tomó una calabaza muy grande para hacer una tarta, y los niños ardilla tomaron otras más pequeñas para sus linternas. Luego el Tío Wiggily se llevó unas cuantas más para estar seguro de que tendría de sobra, pero ninguna era tan grande como la primera.

—Te enviaré algunos pasteles de calabaza cuando la Sra. Colapeluda los haya horneado —prometió el viejo señor conejo mientras se preparaba para seguir viaje con los niños en el automóvil.

—Me gustaría que lo hicieras —dijo el Abuelo Ganso—, ya que me gusta mucho el pastel de calabaza con ensalada de berros por encima.

Billie y Johnnie hablaban de cómo harían sus linternas de calabazas y se divertirían, cuando de repente, de entre los arbustos que había junto a la carretera, saltó el lobo feroz.

—¡Alto ahí! —gritó al Tío Wiggily—. ¡Detente, quiero verte!

—Supongo que quieres morderme —dijo el viejo señor conejo—. ¡No, señor! No voy a parar.

—¡Entonces te obligaré! —gruñó el lobo, y con eso mordió uno de los grandes neumáticos de goma haciéndole un agujero que dejó salir todo el viento con un soplido, de modo que el automóvil no pudo avanzar más.

—¡Ahora mira lo que has hecho! —dijo Johnnie. 

—Sí, y además era un bonito automóvil nuevo —dijo Billie apenado.

—¡Tonterías! —dijo el lobo—. Doble tontería. No me hables. Tengo hambre. Sal de ese automóvil, ahora, para que pueda morderte.

—¡Oh! ¿Qué haremos? —susurró Johnnie.

—¡Shh! ¡Silencio! No digan nada. Voy a gastarle una broma a ese lobo —dijo el Tío Wiggily. Luego se dirigió a la salvaje criatura, diciendo—. Si vas a comernos, supongo que lo harás; pero primero, ¿te importaría llevar una de estas calabazas al pie de la colina y dejarla allí para que la Sra. Colapeluda haga un pastel?

—Oh, cualquier cosa para complacerte, ya que voy a comerte de todos modos —dijo el lobo—. Dame la calabaza, pero ten cuidado, no trates de huir, mientras estoy fuera porque puedo atraparte. Volveré y te comeré en un minuto.

—Muy bien —dijo el Tío Wiggily, dándole al lobo una calabacita, fingiendo llorar para demostrar que tenía miedo. Pero sólo estaba fingiendo. Pues bien, el lobo echó a correr hacia el pie de la colina.

—¡Rápido, niños! —dijo de repente el Tío Wiggily—. Haremos rodar la calabaza más grande tras él, y lo golpeará y lo dejará tan plano como una tortita, ¡y así no podrá comernos! ¡Deprisa, ahora!

Así que, con toda seguridad, sacaron la calabaza grande del coche y la bajaron rodando tras el lobo. Éste la oyó venir y trató de apartarse, pero no pudo, porque llevaba otra calabaza; y tropezó y se cayó, y la gran calabaza le pasó por encima, incluida la cola, y quedó plano como dos tortitas, y parte de otra, y no pudo ni comerse un palillo.

Entonces, el Tío Wiggily y los niños arreglaron el agujero de la rueda, la llenaron de viento y se apresuraron a seguir adelante; les sobró calabaza para las tartas, y pronto estuvieron en casa de la ardilla, sanos y salvos, así que ése es el final de la historia.


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