El Tío Wiggily y el Pastel de Hielo

—¡Válgame dios, mantenme viva y un montón de puré de manzana! —exclamó una noche la Nana Jane Fuzzy Wuzzy, la señora rata almizclera, el ama de llaves. Había salido al pórtico de la cabaña y se estaba abanicando con una hoja de col que había sobrado de la cena del Tío Wiggily.

—¿Por qué? ¿Qué demonios le pasa, Sra. Fuzzy Wuzzy? —preguntó el viejo señor conejo, mientras levantaba la vista a la punta de la oreja para ver si había un mosquito sentado allí en una mecedora. Pero me alegra decir que no había ninguno—. ¿Qué pasa, Nana Jane? —preguntó.

—¿¡Qué pasa!? —exclamó la señora rata almizclera—. ¡Hace mucho calor! Eso es lo que pasa. Y mañana hará más calor.

—¿Cómo puedes saberlo? —quiso saber el Tío Wiggily—. Mañana aún no ha llegado, y cuando llegue, será hoy en vez de mañana.

—Supongo que esa es una de tus bromas —habló la Nana Jane, mientras se ataba la cola con dos nudos y parte de otro, para no pisársela cuando bailaba el baile de la harina de maíz, cosa que ella y el Tío Wiggily hacían todas las tardes—. ¿Otra broma, Wiggy, sobre que mañana no llega nunca? —repitió la Nana Jane.

—Oh, de vez en cuando tendré mi broma —rio el señor conejo—. Pero, ¿qué te hace pensar que va a hacer tanto calor? —y el tío Wiggily bebió un trago de agua hervida de helado de cucurucho, para no resfriarse.

—Puedo decir que va a hacer calor porque la puesta de sol es muy roja y ardiente —contestó la Nana Jane, mientras miraba hacia el Oeste, donde el sol se estaba acostando.

—Bueno, dile al Sr. Blanquito, el señor oso polar, que nos deje mañana un trozo de hielo extra grande, si va a hacer tanto calor —dijo el Tío Wiggily; luego fue a ver al Abuelo Ganso, el señor ganso, que estaba fuera rastrillando su huerto de harina de maíz, para poder desayunar tortitas.

El día siguiente fue muy caluroso. La Nana Jane se levantó muy temprano, y lo primero que hizo fue poner, en el pórtico delantero de la cabaña de troncos huecos, una tarjeta que tenía impresa, en letras grandes, la palabra:

HIELO.

—¡Ahí está! —exclamó la Nana Jane, mientas le daba a la rosa de geranio un trago de suero de leche—. El señor Blanquito, el señor oso polar, verá ese cartel y nos traerá un buen Pastel grande de Hielo.

Pero en este mundo nada sale como uno cree. Al menos, a mí nunca me pasa. Muchas veces he decidido por la mañana que por la noche iría a ver una película. Pero, cuando llegó la noche, una y otra vez, tuve que ir a un partido de béisbol. Pero uno no puede evitarlo. Lo digo para demostrar que nunca se sabe lo que va a pasar.

La Nana Jane Fuzzy Wuzzy tampoco pudo. Cuando puso el cartel de hielo, pensó que el Sr. Blanquito traería un pastel grande y bonito. Pero no fue así. De hecho, ni siquiera vio el cartel.

Lo que ocurrió fue lo siguiente: Poco después de que la Nana Jane pusiera el aviso de cartón, llegaron Billie Colapeluda, el niño ardilla, y su hermano Johnnie.

—Oh, Johnnie —exclamó Billie, señalando con la pata—, ahí tienes un buen trozo de cartón para hacernos un cartel de limonada. Podemos escribir en la parte de atrás: “LIMONADA: CINCO CÉNTIMOS EL VASO”, y ponerlo encima de nuestro puesto.

—¡Sí que podemos! —exclamó Billie. Entonces los niños ardilla, sin querer hacer nada malo, ya me entienden, quitaron el cartel de hielo que la Nana Jane había colgado en el pórtico del Tío Wiggily. Y aquellos niños ardilla hicieron otro cartel en el reverso del trozo de cartón, anunciando la venta de limonada que celebraron en su jardín. Se los contaré en otro cuento.

Cada vez hacía más calor y era casi mediodía. El pequeño trozo de hielo del frigorífico de la Nana Jane se había derretido y necesitaba más.

—Me pregunto qué le habrá pasado al Sr. Blanquito, el oso polar —comentó—. Todavía no ha venido.

Salió a mirar por la calle y vio a la Sra. Temblorosa, la señora pato, en su pórtico.

—¿Ya ha pasado el oso polar? —preguntó la Nana Jane.

—Hace mucho tiempo —respondió la Sra. Temblorosa. Entonces la Nana Jane vio que su cartel había desaparecido y, aunque no sabía quién lo había tomado, sabía que el oso de hielo no lo había visto y que ésa era la razón por la que no traía hielo. Al no ver ninguna señal, supuso que sus clientes animales no querían hielo y siguió su camino.

—¡Oh, Dios! —exclamó la Nana Jane—. No hay hielo y hace mucho calor. Hace más calor del que pensaba. Mi mantequilla se derretirá y la leche se agriará. Oh, ¿qué voy a hacer?

—¡Silencio! Cálmate, querida. No tengas miedo —exclamó el Tío Wiggily—. Bajaré en mi dirigible a la fábrica donde el Sr. Blanquito, el señor oso polar, hace su hielo, y traeré a casa un pastel para ti.

—¡Será precioso! —exclamó la Nana Jane, abanicándose con la pala del carbón, pues estaba muy excitada.

El Tío Wiggily no tardó mucho en ir tras el pastel de hielo, pues su dirigible iba muy deprisa. Pronto regresó con él al tronco hueco, volando muy deprisa y pensando en lo agradable que sería tomarse un vaso de agua helada.

Pero, mientras cabalgaba sobre las copas de los árboles, oyó voces que gritaban:

—¡Está lloviendo! ¡Está lloviendo a cántaros! —algunos de los animales corrían a sus casas en busca de sus paraguas.

—¡Llueve! —exclamó el Tío Wiggily—. No está lloviendo, o sentiría las gotas. Además, no hay ni una nube en el cielo.

—¡La lluvia viene de tu dirigible! —exclamó Sammie Colita, el niño conejo que estaba abajo, en el suelo—. El agua está cayendo desde tu dirigible.

—¡Oh, es el pastel de hielo! El hielo se está derritiendo y corre por los agujeros del cesto de la ropa —dijo el Tío Wiggily. Y, efectivamente, el pastel de hielo se había derretido y su agua caía del dirigible haciendo creer a todos que estaba lloviendo. Y cuando el Tío Wiggily llegó al tronco hueco, no quedaba ni un trozo de hielo: se había derretido todo.

Pero sucedió que el Sr. Blanquito, el señor oso polar, pasó en su viaje de regreso y en su vagón, donde no podía derretirse, tenía un gran pastel de hielo. Se lo dio a la Nana Jane, para su nevera, y todo fue bien. Todo el mundo estaba contento, y el Tío Wiggily dijo que la próxima vez que fuera a buscar una tarta de hielo la envolvería en una manta para que no se derritiera e hiciera creer a sus amigos que estaba lloviendo, cuando no era así.


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