El maravilloso mago de Oz: La reina de los ratones de campo (9/24)

—No debemos estar lejos del camino de ladrillos amarillos —remarcó el Espantapájaros, mientras permanecía de pie junto a la niña—, pues hemos llegado casi hasta donde nos llevó el río.

El Leñador de Hojalata estaba por responder cuando escuchó un gruñido grave, y cuando giró su cabeza —que funcionaba de maravilla con bisagras —vio una extraña bestia saltando sobre la hierba hacia ellos. Era un gran Gato Salvaje amarillo, y el Espantapájaros pensó que quizás estaría persiguiendo algo, ya que sus orejas estaban acostadas sobre su cabeza y su boca bien abierta mostrando dos hileras de horribles dientes, mientras sus ojos rojos brillaban como dos bolas de fuego. Al acercarse, el Leñador de Hojalata vio que delante de la bestia corría un pequeño ratón gris, y aunque no tuviera corazón, sabía que estaba mal que un Gato Salvaje intente matar tan pequeña e indefensa criatura.

Entonces el Leñador de Hojalata levantó su hacha, y cuando el Gato Salvaje pasó a su lado, le dio un golpe rápido que separó la cabeza dl cuerpo de la bestia, y rodó a sus pies en dos pedazos.

El ratón de campo, ahora que había sido liberado de su enemigo, se detuvo de golpe; y caminando lentamente hacia el Leñador de Hojalata, le dijo con vocecita chillona:

—¡Oh, gracias! Muchas gracias por salvarme la vida.

—No hables de ello, te lo ruego —respondió el Leñador de Hojalata—. No tengo corazón, sabes, así que procuro ayudar a todos aquellos que puedan necesitar un amigo, incluso sea sólo un ratón.

—¡Sólo un ratón! —gritó indignado el pequeño animal—. ¡Pero si soy una reina, la reina de todos los ratones de campo!

—Oh, claro —dijo el Leñador de Hojalata, haciendo una reverencia.

—Por ello, has hecho una gran hazaña, además de valerosa, al salvarme la vida —agregó la reina.

En ese momento vieron muchos ratones corriendo tan rápido como sus pequeñas patas les permitían, y cuando vieron a su reina exclamaron:

—Oh, su majestad, ¡pensamos que había muerto! ¿Cómo hizo para escapar del gran Gato Salvaje? —, y todos se inclinaron tanto ante la pequeña reina que casi se pararon sobre su cabeza.

—Este gracioso Leñador de Hojalata —respondió—, mató al Gato Salvaje y me salvó. Así que, de ahora en más deben servirle y obedecer hasta su más mínimo deseo.

—¡Lo haremos! —gritaron todos los ratones, en coro estridente. Y luego se escabulleron en todas las direcciones, pues Toto se había despertado, y al ver todos estos ratones a su alrededor, dio un gran ladrido y saltó al medio del grupo. A Toto siempre le había gustado perseguir ratones cuando vivía estaba en Kansas, y no veía nada malo en ello.

Pero el Leñador de Hojalata tomó al perro en sus brazos y lo sostuvo fuertemente, mientras llamaba a los ratones:

—¡Regresen! Toto no les hará daño.

Al oír esto, la Reina de los Ratones sacó la cabeza de debajo de una mata de hierba y preguntó con voz tímida:

—¿Estás seguro de que no nos morderá?

—No lo dejaré —dijo el Leñador de Hojalata—, así que no tengan miedo.

Uno a uno los ratones volvieron arrastrándose, y Toto no volvió a ladrar, aunque sí trató de liberarse de los brazos del Leñador de Hojalata, y lo hubiera mordido si no hubiera sabido que era de hojalata. Finalmente, uno de los ratones más grandes habló.

—¿Hay algo que podamos hacer —preguntó—, para recompensarlo por salvar la vida de nuestra Reina?

—Nada que se me ocurra —contestó el Leñador de Hojalata; pero el Espantapájaros, que había estado intentando pensar, pero no podía porque su cabeza estaba llena de paja, dijo rápidamente:

—Oh, sí; pueden salvar a nuestro amigo, el León Cobarde, que está dormido en el lecho de amapolas.

—¡Un León! —gritó la pequeña Reina—. Nos comería a todos.

—Oh, no —dijo el Espantapájaros—, este León es cobarde.

—¿De veras? —preguntó el ratón.

—Lo dice él mismo —contestó el Espantapájaros—, y nunca lastimaría a nadie que sea nuestro amigo. Si nos ayudan a salvarlo, prometo que los tratará con amabilidad.

—Bueno —dijo la Reina—, confiamos en ustedes. Pero ¿qué hacemos?

—¿Hay muchos de estos ratones que te llaman Reina y están dispuestos a obedecerte?

—Oh, sí; hay miles —respondió.

—Entonces hazlos llamar a todos lo antes posible, y que cada uno traiga un trozo largo de cuerda.

La Reina miró hacia los ratones que la miraban atentamente, y les dijo que fueran de inmediato a buscar a toda su gente. En cuanto escucharon sus órdenes, corrieron en todas las direcciones a toda velocidad.

—Ahora —dijo el Espantapájaros al Leñador de Hojalata—, debes ir a esos árboles junto al río y hacer un camión para cargar al León.

En seguida el Leñador de Hojalata fue y se puso a trabajar; y pronto hizo un camión con las ramas de los árboles, de las que sacaba todas las hojas y ramitas. Lo unió con clavijas de madera e hizo las cuatro ruedas con pequeños pedazos de un gran tronco de árbol. Trabajó tan bien y tan rápido que apenas empezaron a llegar los ratones, el camión ya estaba listo.

Venían de todas las direcciones, había miles de ellos; pequeños, medianos y grandes ratones; y cada uno traía un pedazo de cuerda en su boca. Fue entonces que Dorothy despertó de su largo sueño y abrió los ojos. Se quedó muy sorprendida al encontrarse tumbada sobre la hierba, con miles de ratones alrededor mirándola tímidamente. Pero el Espantapájaros le contó todo, y volviéndose hacia la digna ratoncita, dijo:

—Permíteme presentarte a su Majestad, la Reina.

Dorothy asintió con gravedad, y la Reina hizo una reverencia, después de la cual se hizo muy amiga de la niña.

El Espantapájaros y el Leñador de Hojalata comenzaron a sujetar los ratones al camión, usando las cuerdas que trajeron. Un extremo de la cuerda estaba atado al cuello de cada ratón y el otro al extremo del camión. Por supuesto que el camión era mil veces más grande que cualquiera de los ratones que iban a arrastrarlo; pero cuando todos los ratones estuvieron atados, pudieron arrastrarlo con facilidad. Incluso el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata se sentaron sobre él, y fueron arrastrados rápidamente por sus pequeños caballos al lugar donde yacía dormido el León.

Después de mucho trabajo, ya que el León era pesado, lograron subirlo al camión. Entonces la Reina dio la orden a los suyos de ponerse en marcha a toda prisa, pues temía que si los ratones permanecían demasiado tiempo entre las amapolas, también se quedarían dormidos.

Al principio, las criaturas, aunque eran muchas, apenas podían mover el camión cargado; pero el Leñador de Hojalata y el Espantapájaros empujaron por detrás, y lo llevaban mejor. Pronto sacaron al León del lecho de amapolas a las verdes hierbas, donde pudo respirar de nuevo el dulce y fresco aire en vez del veneno de las flores.

Dorothy fue a su encuentro y agradeció cálidamente a los pequeños ratones por salvar de la muerte a su compañero. Se había encariñado tanto con el gran León que se alegraba de que lo hubieran rescatado.

Luego los ratones fueron desatados del camión y se alejaron correteando por la hierba a sus hogares. La Reina de los Ratones fue la última en retirarse.

—Si alguna otra vez nos necesitan —dijo—, salgan al capo y llamen, nosotros los escucharemos y vendremos a ayudarlos. ¡Adiós!

—¡Adiós! —respondieron todos, y la Reina salió corriendo, mientras Dorothy sostenía fuerte a Toto en caso de que saliera corriendo tras ella y pudiera asustarla.

Luego se sentaron junto al León a esperar a que despertara; y el Espantapájaros trajo a Dorothy frutas de un árbol cercano, las cuales comió como cena.


Downloads